Venecia
Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario, que sobre un poemario de manuel Quiroga Clérigo, ha escrito Miguel Roiz Célix, doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid y profesor titular de Sociología en su Facultad de Ciencias de la Información. Es autor de numerosos libros de ciencias sociales, como “La sociedad persuasora “(Paidós 2003), “Sociología de la Comunicación y Cultura de Masas” (Ed, Laberinto 2005), “La universidad transformacional: la medida de su calidad y eficiencia” (Biblioteca Nueva,. 2003), “Técnicas modernas de persuasión” (Pirámide, 1996) o “Segregación social en Madrid” (Castellote Editor, 1973). Ha dirigido interesantes tesis doctorales, formado parte de varios jurados y ha llevado a cabo una larga etapa de publicación de artículos, conferencias y comentarios en notables revistas culturales y universitarias. Formó parte de la primera promoción de sociólogos y politólogos de la UCM (1972-1977), siendo compañero de Manuel Quiroga, con el cual realizó un viaje cultural desde Roma a Nápoles, la Campania, Regio Calabria y, fundamentalmente, un completo recorrido por la bella isla de Sicilia entre el día 1º y el 14 de febrero de 2007, motivo principal de los poemas de “Carta de la Campan(i)a”.
Manuel Quiroga Clérigo en Herculano
CARTA DE LA CAMPAN(i)A
(Aebius Editorial, Madrid, 2010)
Los poetas suelen poner una aguda o especial sensibilidad al hablar de la Naturaleza. Esa capacidad de evocación, del presente al pasado, del arte y la política, de los valores sociales y su trascendencia les hace obligados partícipes de un entorno que entienden de una manera lírica. Así es como surge el orden físico, lo material y sensible que es, siempre o casi siempre, el punto de partida de su particular emoción. De esta manera se facilita la creación de los mundos míticos, artísticos, intelectuales y, especialmente, poéticos.
El poeta, como el artista suele escuchar, oler, tocar, degustar e inspirarse en la naturaleza de una manera original. Lo hace, desde luego, al detenerse en los productos que esa misma naturaleza nos aporta gracias a la industria y al trabajo del ser humano. Recordemos la manera en que Goethe no explica el sabor y el goce de las uvas y los higos nada más llegar al Norte e Italia. Pero también los poetas se interesan por los pueblos y por las ciudades, por sus gentes, monumentos, parques, jardines, rituales…
Muchos se apasionan, asimismo, por el transporte, los caminos y, en especial, por los cruces de caminos, las encrucijadas, como si de ellas dependiera el destino de cada viajero. También es cierto que la realidad se observa minuciosamente desde la pintura: ¡nos enamoramos de lo pintoresco!- ¡Y no se diga de la atracción de lo musical y rítmico en un sentido amplio….!. ¿No se ha dicho y escrito, quizás con demasiada frecuencia y a veces un poco a la ligera, que un relato, una novela o un poema pueden considerarse propiamente como una sinfonía, una cantata o, simplemente, una canción, un “lied”…
Roma
Claro que a esta perspectiva la validad la obra de novelistas como Thomas Mann o William Faulkner… Y la de prácticamente todos los poetas, sean clásicos, románticos, surrealistas o postmodernos. Lo narrativo tanto como lo imaginativo suele ser, en los grandes autores, musical.
Igual que cualquier experiencia humana los viajes realizados (y a veces los imaginados) dejan un poso en el espíritu, que suele ser poético o lírico. Y así se llega a la conclusión de que por medio de la poesía y de la narración el mundo real aparece transmutado en substancias de la vida interior, incluso en los sueños y delirios… ¿No nos lo han explicado de diversas maneras Freíd y los psicoanalistas?
El artista ha mantenido siempre diferencias de observación sobre la naturaleza y sobre la vida cotidiana con el hombre común: todo lo ve distinto, lo imagina y reimagina diferentes veces y con distintas voces. Sin duda todos gozamos y sufrimos en la vida. Pero algunos hombres y mujeres gozan y sufren más que otros. Doblemente armado, así, el artista, pintor, escultor o poeta, tiene que enfrentarse con la realidad, que puede ser tanto constructora como destructora.
Manuel Quiroga lleva muchos años dedicándose a la poesía, aunque su tesis doctoral la realizó en torno a la crítica literaria. En mi modesta opinión es más un creador de mundos poéticos que un comentarista de libros y artículos. A veces versifica y oras veces se centra en la prosa poética o en el verso libre y abierto. Sus opiniones sobre el arte poético se basan fundamentalmente en la medida, pero con cierta heterodoxia ya que versificación no parece ser lo prioritario para él. Y como le conozco desde nuestros comienzos en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid distingo también su predilección poética por lo italiano, lo latino, lo mediterráneo. Algunas veces ha orientado sus andanzas y visiones hacia la Italia del norte, otras hacia la eterna Roma y la opulenta Florencia. Pero le faltaba el conocimiento del sur y las islas. Pudo realizar ese viaje complementario hace unos años. Desde Roma saltó a Nápoles y toda la Campania. Finalmente, visitando de paso Calabria, se adentró conmigo, que fui su acompañante, en la Sicilia llena de tesoros romanos, normandos, árabes, españoles… No dejamos de ver las ciudades muertas de Pompeya y Herculano, ésta bajo una lluvia fina y casi dulce, donde los romanos disfrutaban de un clima privilegiado sin sospechar la destrucción que se avecinaba provocada por el furor del Vesubio.
Nápoles
El libro que ahora reseño, pues, que titula o destitula según se mire, “Carta de la Campan(i)a!, y que puede rebautizarse como “de la Campana”, con el juego de palabras y sentidos típico de los poetas, contiene dos mil ciento sesenta versos, cuantificados y declarados por el propio poeta, algunos bien medidos y otros libres o de prosa poética, reflejando con ello una gran variedad de ritmos y de signos, la mayoría acerca de lugares, ciudades o monumentos.
La emoción es el ingrediente general de todo este poemario tan amplio. Se trata de una emoción impregnada de una minuciosa observación de la vida cotidiana en la calle, de evocaciones de artistas y escritores, pero también de tipos humanos, de impresiones de caminos… Y todo ello bajo el recuerdo permanente de Claudia, la nieta del pintor-poeta y a quien han sido dedicados, inevitablemente, los poemas.
Parecería así que Manuel Quiroga hubiese andado de aquí para allá acompañado de Claudia, dándole la mano, mostrándole sus preferencias por lugares y parques, haciendo refulgir a su paso ríos y lagos, sugiriendo interpretaciones acerca de la sociedad y de la historia…
Quizá hubiera sido pertinente titular este vasto conjunto de poemas de Quiroga como “Viaje lírico a la Italia del siglo XXI”, siendo entonces inevitable el recuerdo del libro “Viaje a Italia” de Goethe. Además, el autor suele titular sus poemas a partir de nombres de lugares, como “Venecia”, “Milán bajo la lluvia”, “Torre Troyana en Asti”. Con frecuencia surge lo húmedo en forma de evocaciones sucesivas de lluvia, lagos, ríos, corrientes…
Pompeya
El poemario, de todas formas, se compone de varios libros: “Camino de Murano”, “Carta de la Campan(i)a”, “Itinerario de nubes” y una especie de “Epílogo” denominado “Adriática Pescara” que recuerda una estancia en aquella ciudad, lugar de nacimiento de Gabrielle D´Annunzio, y otro paso por la eterna Roma. Sin duda es el segundo, que ocupa cuarenta páginas, el que rezuma una mayor intensidad poética, incluso dramática, porque evoca en un tono lírico pero también épico las tierras latinas desde Nápoles hasta Agrigento, la patria de Luigi Pirandello. Particularmente considero este libro mejor, o mejor, “conjunto de poemas” como el más interesante y coherente. En veintisiete poemas nos expone el autor sus sentimientos ante el paisaje clásico y ante el recuerdo del mundo antiguo. Vincula, por otro lado, la obligada diversidad temática focalizada en visiones, provocaciones o ensoñaciones acerca de paisajes de todo tipo, e intentando alejarse de los tópicos al uso (por ejemplo turísticos) con las emociones familiares, de amistad o de preferencias literarias. El resultado es una renovación de la visión poética de Italia y de algunas de sus regiones, comarcas, ciudades y localidades.
Se observa una especial predilección por la Campania, Nápoles, el Vesubio (con dos poemas singulares) y, también, por determinados lugares emblemáticos de la isla de Sicilia como Palermo, Monreale, Agrigento con el Valle de los Templos, el Etna, el mar Jónico, Ortigia, Catania con su fiesta de Santa Ágata… Dentro de este “canto general” encontramos un poema especialmente dedicado a este comentarista, denominado “Presentes y pasados”, que vincula con gran sabiduría todo el pasado normando de Monreale con la vida cotidiana de Palermo, con la polifacética isla y con la Italia eterna de los grandes escritores. El poema termina con una rotunda afirmación de la necesidad del conocimiento de la historia clásica: “Si el cabo conocemos los rincones lejanos/ tal vez comprenderemos presentes y pasados”.
Reggio Calabria
El libro completo, no obstante, nos permite compendiar tanto la experiencia vital seguida por Manuel Quiroga durante los últimos diez años como la evolución real de su poesía, cada vez más llena de significados íntimos, desde lo familiar a la amistad compartida, lecturas que han dejado un poso profundo. Sin embargo, a veces la mezcla de tantas cuestiones, entre evocaciones y visiones, rebaja un tanto el goce lírico, el cual queda demasiado sostenido por la temática y algo menos por el ritmo y la emoción.
Cierta nostalgia del glorioso pasado latino, muy cercana a la “saudade” lusitana, se asocia a la idea del “eterno retorno”, más en la concepción de Mircea Eliade que de Nietzsche, impregnando de emoción todo el libro: diverso, curioso, armónico y valioso en general. El ir, buscar, venir, entrar, llegar, encontrar y regresar reformula en el lector la experiencia de viajar, la aventura del azar más como medio para hallar otros caminos (en la vida) y colmar nuevos deseos que como el mero viajar a algún sitio, estar o estancia. Así aparece la necesidad del poeta de intentar comunicarse con el lector y con su familia a través del viaje y su evocación, lo que nos transmite a cada uno de nosotros, a nuestra vez, la necesidad de viajar, quizás imperiosa.
La exaltación e la Italia contemporánea mezclada con el reconocimiento de la Italia clásica, mitificada por los fantasmas gloriosos del pasado, nos obliga a reconocer el paso de la Gran Historia por la Península y la nostalgia del Mar Mediterráneo, tal como proclaman las siguientes estrofas: “Tal vez una mañana/volveremos a ver/esas aguas azules/esos mares abiertos”.
Catedral de Palermo
La poesía es perenne porque articula el sentimiento de la vida presente, pasado e incluso futuro (no es casual, por ello, en Quiroga la introducción de su nieta Claudia en el discurso poético) en la forma y en el contenido (el sentimiento, la emoción),. Lo dijo ya Goethe y lo ha proclamado hace unos lustros José Ángel Valente: “la suprema, la única operación del arte, consiste en dar forma. Aunque eso sí, a partir, o después, a veces incluso antes, de la experiencia”.
En el proceso de creación poética, el “dar forma” tiene bastante de técnica y algo de misterio. Lo he experimentado yo mismo en este viaje a la Campania con Manuel Quiroga. En mi “lealtad de compañero” le seguía, naturalmente, a todas partes. Y nota como la “inspiración” (o lo que fuera; nadie se ha puesto de acuerdo con el nombre) le llegaba en cualquier parte: a veces en el tren, otras durante un paseo o visita a alguna iglesia o monumento, o al terminar de ver en una fuente pública. Conservo un intenso recuero de uno de estos momentos. Nos encontrábamos no sé si en la Campania o en Sicilia, yo observaba con detenimiento al poeta, que primero ensimismado de repente se erguía mirando atentamente a su alrededor escuchando: un canto popular amortiguado, cualquier susurro, unas lejas conversaciones de paseantes… El parque era frondoso y situado en las afueras de una pequeña población, por la que habíamos demostrado interés. Me asusté un tanto cuando de repente Manuel se detuvo, se me acercó y me pidió en silencio, con la mano y los ojos, que escuchase algo lejano, sordo, casi inaudible, quizás un repicar… que el poeta definió más como sugerencia que como realidad… de unas campanas lejanas… Yo no podía sin embargo separarlo del ligero murmullo de una brisa sobre el estanque cercano. Pero esa experiencia tan ambigua le permitió escucha algo sobre un papel, quizás unas notas que más tarde se convirtieron en un poema.
Génova
Valle de los templos (Agrigento)
Miguel Roiz
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.