Crear en Salamanca se complace en en publicar esta reseña sobre el Ismael Sambra, 1947. Poeta, narrador, periodista y ensayista. Fue fundador y director del periódico impreso Nueva Prensa Libre-New Free Press, el primer periódico trilingüe de Canadá. Tiene publicado más de 20 libros, entre otros, Los ángulos del silencio (Trilogía poética), Vivir lo soñado (cuentos breves), The five feathers (cuento para niños), L’histoire des cinq plumes (cuento para niños), El color de la lluvia (relato para niños, edición bilingüe), Cuentos de la prisión más grande del mundo (cuentos para adultos), Family man (poesía), Queridos amantes de la libertad (periodismo), Procesado en el Paraíso (novela). Remolinos de luz y color (cuentos para niños y padres lectores). Entre los premios y reconocimientos obtenidos están: el internacional de poesía Casa de Las Américas, el nacional de Poesía Heredia, el nacional Narrativa de amor, el nacional de ensayo del VI Seminario Nacional de Estudios Martianos, Cuba, así como el internacional de relatos A quien corresponda, México.
Desde adolescente soy amante de las biografías y autobiografías y en mis setenta y ocho años aún lo soy, como de la poesía, la narrativa y el ensayo. Recordar las historias de vida que he leído a lo largo de mi existencia sería una tarea intensa y extensa; pero quiero, al menos, mencionar solo algunas que no olvido de las leídas en Cuba.
Entre las más disfrutadas allá, nunca olvidaré la de Goethe: Poesía y verdad (1811-1831), a la que dedicó los últimos años de su vida), así como la de Stefan Zweig: El mundo del ayer. Memorias de un europeo, sin olvidar la primera de Johann Sebastian Bach, escrita por un contemporáneo durante sus últimos años, como la del paraguayo Elvio Romero sobre Miguel Hernández.
En Miami he disfrutado innumerables biografías y autobiografías como libros de la verdadera historia de Cuba, que, como siempre digo, es la escrita en Miami, por numerosos historiadores y escritores exiliados, pues los libelos publicados en la Isla del Mal son pura falsedad politizada, porque la genuina historia la cambiaron por orden del Asesino y Monstruo de la Mentira del Caribe.
Entre muchos otros libros, debidos a la Colección Cuba y sus Jueces, de las infaltables Ediciones Universal —editorial fundada y dirigida por José Manuel Salvat entre 1965 y 2013—, recuerdo en primer lugar el clásico diario de prisión de Armando Valladares: Contra toda Esperanza, con no pocas ediciones, tales como los necesarios títulos del prestigioso historiador Enrique Ross, entre los que subrayo cuatro: Girón: La verdadera historia, De Girón a la Crisis de los Cohetes: la Segunda derrota; Cubanos Combatientes; La Aventura Africana de Fidel Castro, y Castro y las Guerrillas en Latinoamérica, así como dos piezas fundamentales del abogado e investigador Néstor Carbonell Cortina: Por la Libertad de Cuba (1996) y La Cuba Eterna. Ayer, hoy y mañana (2004).
Mas, son otros muchos títulos los que han ocupado mis horas y días, en este fecundo exilio de lecturas y aprendizaje que alcanzará trece años el próximo primero de julio, fecunda etapa durante la cual me han acompañado libros de valía, entre los cuales comentaré uno muy singular, cuyos méritos son invaluables.
Cierto, porque entre los rasgos peculiares del enriquecedor volumen Procesado en el paraíso, escrito con la pasión y el talento que caracterizan a este cubano querido por quienes lo conocimos décadas atrás en su natal Santiago: el incambiable Ismael Sambra, o mejor: Un poeta que vivió la Guerra, figuran los siguientes:
Se trata, prima facie, de una novedosa autobiografía novelada, que, a un tiempo, resulta una crónica extensa, intensa y poética, tal, asimismo, una novela extraordinaria que sobrepasa los límites de este género o función, para decirlo con mi admirado Alfonso Reyes.
Procesado en el paraíso es, por otra parte, un Poemario o Poema Río, por inundar sus casi 400 páginas con su discurso devenido en no pocas ocasiones Poesía, tomada de sus propios cuadernos publicados en Cuba y Canadá, país donde reside desde hace muchos años gracias al reclamo del gobierno canadiense. Igualmente incluye poemas y versos, axiomas y fragmentos de la inigualable Obra de José Martí, que Ismael conoce como pocos, pues durante su prisión política, leyó y escribió sobre ella con asiduidad ejemplar, para luego publicar, en forma de libro, los cuatro capítulo del largo ensayo El único José Martí, principal opositor a Fidel Castro, el cual cuenta ya con una segunda edición ampliada (Editorial Betania, 2000 y 2018), donde además asevera que “A Martí se le ha de leer y estudiar en capítulos y versículos como se lee y se estudia La Biblia. Poética y reflexiva, sentenciosa pero fresca, retórica pero directa, sublime, profética, sincera es su obra. La obra de Martí es la biblia americana.”
En Procesado en el paraíso hay todo esto y más. Es un ejemplar legajo histórico, un brillante testimonio de vida, activismo y obra, tanto del autor como de la [infra]existencia de una patria: la nuestra, pisoteada y vejada por la más larga y cruel tiranía de América Latina: la de Fidel Castro, nombrado Barbatruco en la novela, el dictador, “el mayor cínico de la historia”, como se demuestra en el libro-ensayo aquí mencionado, con argumentos sólidos, pues José Martí es sin dudas su principal opositor.
Pero hay mucho, mucho más, porque los recuerdos, desde la infancia, connotan y denotan en la narración con autenticidad, con diáfanas descripciones, definiciones y diálogos, los hechos vividos y sufridos tanto en la vida civil como en la vida carcelaria del personaje principal, llamado Ismael, como el autor, logros estos que desde mi honda lectura lo sitúan entre mis libros preferidos.
Otro rasgo que resalta en esta historia personal y, a un tiempo, colectiva, es que el lector sensible se enrola en estas páginas de permanencia, desde las primeras líneas “Nací dos años después que terminó la Segunda Guerra Mundial y cuando apenas cumplía los once, conocí a los barbudos de la sierra…”, porque se quedan entrampadas entre nuestras propias vivencias, tal ocurre con las mejores lecturas, esas que nos marcan para siempre.
Por fin, estas iluminaciones rimbaudianas, constituyen otra temporada en el infierno del castrismo, pues la imborrable experiencia entre rejas le permitiría a Ismael Sambra entregarnos su creación, estas dos obras literarias de contundente denuncia para hoy y mañana que le agradecemos los genuinos cubanos.
* Waldo González López, Las Tunas, 1946. Poeta, ensayista, crítico y editor. Se graduó en 1970 en la Escuela de Teatro (Escuela nacional de Arte), donde creó el Archivo de Dramaturgia e impartió clases de Historia de la Literatura para Niños y Jóvenes, en la cátedra de Teatro para Niños (cofundada por él), e Historia del Teatro Universal y Cubano. En 1979 se licenció en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de la Habana. Es un autor prolífico, con una extensa bibliografía. Reside en Miami desde julio del 2011.
PROCESADO EN EL PARAÍSO
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CAPÍTULO VIII (Fragmento)
UNA VISITA INESPERADA
Las condiciones eran pésimas en mi calabozo, y ya tenía información de que los había peores. Por el agujero del piso donde orinábamos y defecábamos, subía un asqueroso mal olor que nos hacía imposible la respiración normal. Casi estábamos al borde de la asfixia todo el tiempo.
Una mañana un guardia metió la mano, presuroso, por la pequeña compuerta metálica y nos entregó una botella que contenía creolina mezclada con agua, para que la echáramos en el hoyo, porque había llegado una visita de inspección.
Reinaldo quiso echar el contenido de inmediato, pero no lo dejé. Le dije que más bien teníamos que orinar los dos para que subiera más la fetidez que nos estábamos tragando a diario. Así lo hicimos. Sentíamos cómo se abrían y se cerraban una a una las pesadas puertas metálicas de las otras celdas hasta que por fin se abrió la nuestra con el mismo ruido estruendoso de siempre.
Un general apareció rodeado de seis temblorosos secuaces. Entró en la celda y dijo haciendo una mueca repulsiva.
—Ésta tiene el mismo olor que las demás. ¿No lo sienten?
Los secuaces adelantaron sus narices y trataron de justificar el hecho al parecer con los mismos argumentos anteriores. Dijeron que las tuberías podrían estar tupidas por algún lugar, pero que eso lo podrían resolver fácilmente. Quizás el general se estaba lamentando de su visita. ¿Sería todo una farsa montada por ellos mismos? ¿Estarían dispuestos realmente a remediar el problema? A ninguno les interesaba para nada la falta de higiene, pues todo el escenario estaba engalanado con el repugnante ambiente, y esto formaba también parte de las torturas.
El general preguntó por el tiempo que llevábamos allí. Mi compañero fue quien contestó primero. Entonces se dirigió a mí.
— ¿Y tú?
—Ya llevo más de un mes tragándome día a día esta pestilencia, más de un mes con la misma ropa y la misma sábana y mire, hace unos minutos nos dieron esta botella de creolina para que la echáramos, seguramente para que usted no se sintiera mal —le dije y le mostré la botella.
El general me miró con curiosidad y frunció el ceño. Los agujeros de su nariz se dilataron más.
Yo también lo miré expectante, pero por encima de los lentes que usaba para leer. Tenía aún un libro en mis manos. Siempre un libro fue mi fiel compañero y me lo dejaron tener después del ataque cardiaco.
—¿Por qué estás detenido? —me preguntó. Su expresión parecía sincera.
—Por regar propaganda contra el gobierno durante las elecciones —le dije con deliberada ingenuidad.
—¡Ah sí! ¿Y que decían las propagandas?
—Vote por la Libertad. ¡Abajo la dictadura!
Le contesté en el tono del que dice algo trivial, sin importancia ninguna. Pero en la última frase alcé más la voz como si estuviera repitiendo una consigna.
Entonces el general pestañó inseguro como si le golpearan las palabras. Trató de reponerse preguntándole a sus secuaces.
—¿Quién es el oficial que atiende este caso?
Los demás muy nerviosos dijeron dos nombres que al parecer no significaron nada para el general. Luego se volvió hacia mí y me preguntó por mi nivel escolar y mi ocupación.
—Soy graduado universitario y escritor.
Luego se volteó nuevamente a los secuaces con altanería, como tratando de alzarse en su reducida figura o de crecer todo lo que había disminuido ante mí.
—Ustedes ven, esto es un ejemplo a los que hay que darle una respuesta política.
Y trató de escapar casi arrollando a sus seguidores que permanecieron todo el tiempo detrás de él. Pero antes de que saliera tuve tiempo aún de preguntarle por su nombre. Se detuvo, se volteó a media, casi en el instante en que la mitad de su cuerpo desaparecía en el marco de la puerta. Me miró nuevamente como si dudara la respuesta. Finalmente dijo con obstinación, muy secamente.
—Orestes.
En su rostro arrugado y casi triangular descubrí que algo no coordinaba con el tono de su voz. Rugió nuevamente la puerta metálica al cerrarse con más violencia que la habitual.
Cuando miré a Reinaldo estaba como espantado, ya no era un negro redondo el que me miraba, sino un negro casi cenizo con redondas gotas de sudor cubriéndole la cara.
—Compadre tú estás loco, ¿cómo le dijiste eso al general?
—A esta gente hay que hablarle sin miedo, así es como mejor te entienden —le respondí y me senté en mi cama para seguir la lectura.
En realidad debía estar loco o haber enloquecido. Después fue que nos enteramos con el hombre que nos trajo la comida, que el general que nos había visitado no era Oreste, sino nada menos que el general Abelardo Colomé Ibarra, Ministro del Interior. Cuando Reinaldo me lo dijo, no podía creerlo, pero era verdad.
—Ahora se van a ensañar con nosotros.
Entonces debía estar preparado. De haber sucedido esto en los primeros tiempos del régimen, hoy no estuviera contándolo. Los esbirros habían sofisticado más sus métodos represivos. En persona no lo pude reconocer, hacía poco que había sido nombrado para el cargo, aunque advertí que su cara me era algo familiar. Estoy seguro que él no se olvidó de este encuentro. Yo tampoco lo he olvidado, por eso te lo cuento aquí también.
El escritor Waldo González López
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