El poeta brasileño Mario Quintana
Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario escrito por nuestro colaborador habitual el poeta y ensayista Manuel Quiroga Clérigo.
MARIO QUINTANA: “ABRO DE PAR EN PAR LAS VENTANAS”.
(ANTOLOGÍA POÉTICA)”. COLECCIÓN ADONÁIS.
“El presente está solo” escribe Jorge Luis Borges en “El instante” y el poeta brasileño Mario Quintana advierte “Lo que no conseguimos olvidar/nos sigue sucediendo” en el libro “Intenta olvidarme (Antología poética)” que en edición bilingüe con selección, versión y prólogo de Enrique García-Máiquez, publica Ediciones Rialp como número doble 664-665 de la Colección Adonáis (Madrid 2018).
Cuando llueve en el Norte, igual que siempre, la poesía de Mario Quintana parece acariciarnos de una manera especial. Considerado como uno de los poetas más apreciados del Siglo XX brasileño este autor, nacido en Alegrete en 1906 y fallecido en Porto Alegre en 1994, sus creaciones líricas se nos ofrecen como expresiones de una sencillez conmovedora donde, fundamentalmente, la existencia aparece como el verdadero testigo de deseos, costumbres y vivencias: “Escribo junto a la ventana abierta./Mi pluma es del color de las persianas,/verde. Y qué leves, lindas filigranas/deja el sol en la página desierta”, así comienza su poema “Cuadro” del libro “La calle de las veletas” (1940) donde advertimos no sólo esas expresiones minuciosas del poeta sino, también, la muy acertada versión de García-Máiquez que convierte los versos de Quintana en verdaderos poemas con el más lírico acercamiento al castellano; no en vano ambas lenguas tuvieron un importante itinerario común mientras se formaban las dos nacionalidades tras la separación de Portugal de la Corona de Castilla. En “Circo” leemos “No escribo versos, yo me los arranco/retorciendo mis huesos doloridos./La entrada es gratis para conocidos;/para amadas reservo el primer banco”.
Testigo literario de gran parte del siglo XX brasileño los libros de Quintana se fueron publicando durante más de 50 años. En esta antología de la Colección Adonáis tenemos también los versos de “Velatorio sin difunto” que vio la luz en 1990 y que seis años antes de su fallecimiento escribía en el poema titulado “Éste y el otro lado”: “Tengo una gran curiosidad por el Otro Lado,/(¿Qué habrá al Otro Lado, Dios mío?),/pero tampoco tengo tanta prisa/porque en este mundo hay panteras bellas, nubes, bellas mujeres,/árboles de un verde pavorosamente ecológico,/ y Allá-donde todo recomienza-/tal vez no llueva nunca/y entonces no se pueda uno quedar en casa/con nostalgia de aquí”.
Divide su prólogo García-Máiquez en tres partes. En la primera, denominada “El poeta”, resume la vida Mario Quintana de quien dice que “Vivió una fotogénica bohemia, soltero, de hotel en hotel, pero en su ciudad, sin viajar apenas”, con lo que nos permite igualarle, de alguna manera, con el portugués Fernando Pessoa, aunque éste, desgraciadamente, vivió muchos años y, tal vez, de manera un poco desordenada, al menos en lo referente a su cuidado personal y a su propia alimentación, recordando además que, Quintana, “Hizo cuentos y aforismos, tan propios que se conocen como ´quintanares´, tan poéticos que los incluyó en su poesía completa, aunque aquí nos ceñimos a su poesía en verso”. El segundo apartado, “Los poemas” lo dedica el traductor a una sucinta crítica de la obra del poeta brasileño y señala que “Quintana empezó a agrupar sus poemas por un laxo orden de creación” y que en sus versos “es donde el poeta aparece como un tierno inadaptado, incapaz de compromiso político, y vivamente interesado en la muerte”. Referencias como ser admirado por Drummond de Andrade, Manuel Bandeira y Cecilia Meireles o el hecho de haber sido estudiado por Tania Franco Carvalhal quien afirma: “Es sorprendente cómo conviven en la poesía de M. Q. elementos tan contradictorios como el dolor y la risa, la amargura y el humor, la vida real y lo sobrenatural, el pasado y el presente”. “El autobiografismo- escribe Máiquez- tiene un reflejo divertido y emocionante, pues el poeta escribe tres poemarios de vejez y despedida, tres, como si Quintana no dejase nunca de asombrarse, aprovechando su fructífera longevidad, de lo inagotable de la poesía y de la belleza del mundo”. Al hablar de la versión, en la tercera parte del prólogo, Máiquez habla de su trabajo y de la libertad con que ha mostrado en castellano unos textos de los que, dice, desea ver publicada en nuestra lengua la obra completa.
De “Canciones” (1946) elegimos los versos de “Canción de la llovizna”, acorde con nuestros momentos de relectura de estos poemas: “Llueve sin saber por qué…/y todo fue siempre así./Parece que sufriré:/Pirulín, lulín, lulín…”. Son poemas delicados, etéreos, con esa libertad que imprime la naturaleza o la cercanía a los temas humanos: la primavera, el viento, las ventanas, el amor.
De “Zapato florecido” de 1948 tenemos un sencillo y significativo poema: (“Envejecer”: “Antes cualquier camino iba/./Hoy todos vuelven./La casa es cómoda, los libros pocos./Y yo mismo preparo té a los fantasmas”. Y “El aprendiz de hechicero” (1950) habla de obsesiones, como la del Mar Océano, o evoca un delicado “Cántico”: “Vienes precedida por los vuelos altos,/por la marcha lenta de las nubes”. Avanzamos con “Espejo mágico” (1951) que contiene algunos de sus poemas cortos, casi esbozos de una inspiración natural, vibraciones de momentos en los que el poeta prescinde de la memoria y, amablemente, cuenta su propia experiencia de hombre de mundo, como cuando escribe, por ejemplo “Conocer a los otros, y a uno, ver el mal/con claridad, es-más que don-veneno./Es sufrir más que todos ; y, al final,/sin el consuelo de haber sido bueno”.
La poesía de Mario Quintana, en esta versión de cercanías, se nos antoja como la expresión de un autor delicado, romántico, con buenas dosis de humor y cierta travesura intelectual al llevar a sus poemas temas que podrían parecer intrascendentes como algunos de “Apuntes de historia sobrenatural” (1976) por ejemplo el denominado “Siesta antigua”: “La calleja lagarteando al sol./El quiosco de música desierto/aumenta, aún más, el silencio./Ni un perro./Este poemita,/brotado áspero y quebradizo, es/ lo único que sucede”. Esa sencillez, es manera de enfrentarse a lo el poeta ve, siente, conoce, ejercita nos permite reconocer su talante de autor moderado que podría no sentirse un creador esforzado sino un moderado cantor de la naturaleza, como lo fueron el mismo Pessoa, Antonio Machado, los Alberti, Neruda, Luis Rosales, etcétera. También se habla de cierto paralelismo de la obra de Mario Quintana con la de la polaca Wislawa Szymborska. Félix Grande dejó escrito “La poesía: esta vieja costumbre de los seres humanos que conocen la solemnidad del infortunio y que quieren compartir con sus contemporáneos ese doble conocimiento”. Algo parecido podríamos decir de algunos de los versos de Mario Quintana, de esa/su manera propia de enfrentarse realidades y de transmitir sus ideas, temores, vivencias, a través de unos líneas limpias, musicales, armónicas.
De “La vaca y el hipogrifo” (1977) nos quedamos con “La construcción”: “Levantaron la Torre de Babel/para escalar el cielo./Mas Dios no estaba allá./Estaba allí, entre ellos, ayudando a construir la torre”. En “Escondrijos de tiempo” de 1980 leemos: “Los poemas son pájaros que llegan/-no se sabe de dónde-/y se posan en el libro que lees”. Y así el poeta va culminando todos los deseos, es decir, los de mirar al horizonte y describirle, reflejar los afectos hacia el mundo circundante, vivir. Tal vez lo consiguiera en ese “Baúl de asombros” (1986) con poemas atrevidos, personales, realistas, acordes con el mundo que nos circunda: “En este mundo de prodigios/y de la magia de Dios lleno,/lo que hay más sobrenatural/son los ateos”.
Es claro el sentido del humor, la capacidad de ironía, como adelantaba Máiquez, cuando tenemos su colección de versos bajo un título memorable, o sea, “La pereza como método de trabajo” de 1987: “Su culito/dejó en la arena/la forma exacta/de un corazón”, con lo que aparecen esos síntomas de cierta travesura, de libertad adolescente, de un rostro desenfado ante lo que nos rodea y, con ello, vemos que el poeta también es un ser humano. “El porvenir ya existe-escribió Jorge Luis Borges-, pero yo soy su amigo”. Seguramente en esa razonamiento se situaron algunos de los poemas de Mario Quintana como los de “Preparativos de viaje” (1987): “…en medio de este viaje,/muchas veces me paro en los espejos/y busco en vano mi perdida imagen”, los de “El color de lo invisible” (1989) (“La luna marcha con el que se marcha/y se queda con quien se queda/y/-pacientemente-/espera a los suicidas en el fondo del pozo”).
Mario Quintana
Bueno está que la poesía que se escribe en Brasil y Portugal pueda ser re-creada, transmitida al español o castellano pues, hermanos al fin en el territorio ibérico, aquellos poetas gozan de la misma, o similar, intuición lírica y de un entrañable sentido de la realidad, donde se mezclan los sentimientos personales y los temores universales: los del dolor y la muerte, los del amor y la vida. Y en esos cauces se viene desarrollando la poesía, al menos la conocida en este libro, de Mario Quintana, efectivamente, poco conocido en nuestro país aunque considerado como de los poetas brasileños más importantes del siglo XX. Musicalidad, ritmo, energía lírica y cierto tono adolescente, aparecen en mucho de sus versos, todo lo que le configura como un creador en el cual la ternura aparece a cada paso y cuyos poemas, además de sorprendernos, nos dejan el suave regusto de una inspiración algo esforzada y distinguida, como si su profesión de poeta hubiera sido lo más importante de toda su existencia.
Ya Máiquez señalaba que en la obra de nuestro autor encontramos, al menos, ”tres poemarios de vejez y despedida”. Así lo hemos leído en algunos de los poemas anteriores y, así, sucede en el ya mencionado poemario “Velatorio sin difunto” donde aparece cierto sentimiento religioso de Mario Quintana (“…qué miedo me daba Nuestro Señor de los Pasos”), la capacidad de acercamiento a los demás, el amor (“Tú eres el material de mis versos, querida”), su pequeñez ante la grandiosidad del universo y el humano temor ante la eternidad: “La muerte es la cosa más antigua del mundo/y la hora incierta llega en punto siempre./¿Qué importa al final?/Es ahora la única sorpresa que nos queda”.
Enrique García Máiquez
Manuel Quiroga Clérigo
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.