Ha llegado febrero, con sus ánforas llenas
de luz y primaveras. Cogitación de vida
como gran esperanza, velando las estancias.
Febrero fugitivo, luminoso y eterno,
hondura de lo íntimo sobre los resplandores
y los rosados pétalos que iluminan la niebla
del último invierno que se resiste y muere.
El silencio gravita, transcurren las imágenes
por la entrañable estancia de fugaces anhelos,
de presencias hermosas ligadas a la tierra.
Cuando lo que es bello es eterna alegría
hermosura que aumenta al revivir el sueño,
poesía apasionada, íntima gloria,
resplandor y sombra sobre la misma escena.
Todo mi ser, con las tempranas flores
corre por laberintos de jardines eternos,
mientras los almendros muestran su fruto
en corrientes frescas entre las altas hierbas,
bajo la hermosa luna reflejada en la copa
que apasionada brilla, conservando el instante.
¿Por qué la primavera se adelanta tan tímida
y aquí se nos muestra tan ungida de auroras…?
En un jardín secreto se adentrado mi alma
según la costumbre del tiempo y del paisaje.
En los cielos cabalga el melancólico invierno,
en los árboles mueren mis suspiros, y lágrimas.
Salpicada de rocío, la solitaria brisa,
vuelve hasta las nubes derritiendo el espejo
donde se miran, en abundante lluvia,
los brotes de las flores en el más leve sueño.
Este sol que ya besa la íntima fragancia,
va buscando en la aurora, su luz alentadora,
mientras crece quitando noche a la mañana
sembrando esperanzas, en claridad extensa
anidando en el árbol, con fuego ardiente
inundando de serenas transparencias, las horas
que se elevan hasta el cielo más alto.
Ya la aurora se acerca.
El almendro cobra vida en los campos,
irrumpe de la nada, por lo deseos míos,
los caminos se trenzan en todas direcciones,
la humedad de la tierra alimenta sus ramas,
y de preciadas flores se llenan sus ramas,
las infinitas sendas serpentean el paisaje hermoso.
Una añoranza de hogar, un ligero silencio
que es un lecho de espacios de voces y ecos.
Las flores se abren, y caen como nieve
suavemente en el suelo, revolotean los pájaros
pican granos de perla, en el tranquilo valle
y luego vuelan buscando los cielos más altos
compañeros de juegos, sobrevolando el rocío
Es la pasión de los días de campos en febrero;
en los que lentamente desaparecen las sombras
y de nuevo el sol despierta del silencio
como los brotes del jardín de los almendros,
según la costumbre, por las aguas del deshielo,
de las cumbres aún blancas y distantes.
En la ciudad cae blanca la última nieve.
Ninguna hoja susurra, ningún pájaro en los árboles,
sólo blanco y gris y calma, calma y el frío se estremece,
sopla el sueño, y suavemente cae y cae la nieve
y escucho el canto de los pájaros y flautas
que han sonado en los valles, junto a los almendros
que movieron mi corazón y ahora me llaman
con su recuerdo suave hacia el jardín secreto,
hacia el arroyo de los árboles,
mientras aletea una dulce mirada de amorosos ojos…
Aquí, en la ciudad, ninguna melodía, sólo la blanca nieve.
marzo 7, 2013
precioso poema José Amador, con el sello característico de tu visión de poeta enamorado de la ciudad y de la naturaleza, con sus tonalidades y sensaciones que sólo tú expresas con infinita bellleza.
Gracias por tu visión de febrero.
un beso, Elena