La poeta Gloria Fernández Sánchez
Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar estos poemas de Gloria Fernández Sánchez (Madrid, 1960), es licenciada en Derecho e Historia Antigua y Arqueología. Trabajó en prensa internacional y en diferentes excavaciones arqueológicas. Ha residido más de veinte años en distintos países de Europa, Asia y África. Hoy vive en Madrid colaborando diariamente con Antonio Ferres, clásico de la generación del 50. El último libro de los dos ha sido conjunto. Publicó una novela en alemán Die verwundente Prinzessin, en Luzern Verlag, en 2005. El poemario Retratos sin paisaje en 2016, Los jardines vencidos en 2017 y el ensayo Madrid revisitado en 2018, junto a Antonio Ferres. Ganadora, entre otros, del II premio Cinta Vargas de poesía en 2016. En 2017 obtiene el segundo premio del certamen de cuento Villa de Colindres, el Pepa Cantarero de Jaén, así como se alza con el Leopoldo de Luis de poesía, en Madrid, siendo la primera mujer que lo logra. En 2018 queda finalista del certamen de ensayo Lorenzo Hervás y Panduro, gana el segundo galardón del premio Las palabras escondidas, el primero de relato Antonio Porras, de Pozoblanco, así como el accésit del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife y se alza como ganadora del certamen internacional de relato María Eloísa García Lorca. Sus aforismos han sido publicados en diferentes revistas y prensa diaria.
Mundo Aquí (Pintura de portada realizada por Miguel Elías)
Estos poemas serán leídos durante el XXIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, organizado por la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y que se celebrará en Salamanca del 14 al 20 de octubre de 2020, dedicado a José María Gabriel y Galán. Habrá actos presenciales y virtuales. La lectura de la poeta española será en una sesión online y saldrán publicados en la segunda antología del encuentro, titulada “Mundo Aquí”, también coordinada por el poeta peruano-salmantino Alfredo Pérez Alencart, director de estos encuentros desde su primera edición.
RETALES DE MEMORIA Y EL ÁNGELUS DE MILLET
Las herrumbrosas verjas, que ascienden, que treman la memoria.
Las casonas abandonadas, aquellas lilas de arcaizante majestad.
Los frondosos patios: sombra y surtidor. Con cipreses:
esas columnas, esmeraldas de puntas meditativas.
El horizonte que no cesa, que no cesa, que no cesa.
Su rostro, difuminado y dócil, bajo una gasa,
no sé si la seda finísima del tránsito.
La escuela de Barbizón, masticada por Dalí.
El heno en milhojas, entre pelucas de arcángeles,
el chambergo sumiso, el pan de oro entre los dientes.
Oh, cereal, única joya de las manos secas, del arado turbio.
El cesto vacío, el niño muerto, la iglesia tenebrosa.
Un tañido de Ángelus que no cesa, que no cesa, que no cesa.
ADORMIDERA
Gris castillo del sueño, o esos campos, que Ovidio describe
como un fértil labrantío de adormideras, que la Noche sorbe
y derrama sobre los que viven, atributo de Tánatos e Hypnos,
señor de otra ensoñación: la muerte, sangre-opio de Jesús,
que suaviza el horizonte del cristiano con hemática dulzura,
griales de los hombres, edén que torna, horrible pesadilla,
profética o espectral, máscara de la aflicción, íncubo, escala
jacobea, central sierpe, cómo no volver al bosque suave,
de alcaloides plantas, luz, alquimia, que aplaca al Solitario
Caballero, que eres tú, regresando con pesar y con derrota.
Cruzó el bello muchacho con su esplendor, fulgía
el oro del escudo, la púrpura, la seda.
El pueblo lo tasaba con su silencio leve,
un orador calló. Eran ligeros pasos,
pero depreciaban el valor de la urbe,
que ya desmerecía ante sus ojos níquel.
El horizonte lila se mantuvo en suspenso.
EL PARAGUAS
Cúpula frágil, ronda, guante del hombro mío,
con japoneses diedros, diminutos pretiles,
hogar del transeúnte que aturde la neblina,
tocado del invierno, abanico de alturas.
En su humildad de gozos, de Venus el suplente,
ya techa los bordillos en bacanal de carpas.
Casi no llueve ahora. Se retira tu brazo,
busco tu boca tibia, sin excusa, y te cerco.
UN BESO EN LA CALLE
Sin tacha, o mácula alguna,
la rosa bajo el Empíreo dantesco.
Los veinticuatro ancianos, y su contemplación extática.
Átomos de Vermeer, hondura luminosa,
el prisma iridiscente de Newton,
un Hopper embriagado, bajo neones de la urbe,
que zumban como miles de abejas.
Un azul índigo, de dios inobjetable.
Fluye un calor interno y grato.
La muerte es, para siempre, vencida.
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