Alfredo Pérez Alencart en Valladolid (fotos Dos Santos – La Razón)
Santiago Redondo (Villalón de Campos, Valladolid, 1958). Poeta y narrador. Tiene publicados los poemarios “Naturaleza viva” (2009) y “Laberinto de inercias” (2014). También, en ediciones conjuntas, “Vida y otras ausencias” (2009, edición del “XII Premio de Poesía Blas de Otero de S. Sebastián de los Reyes, Madrid) y “Amor es la palabra” (2008, Murcia). Ha sido incluido en varias antologías, entre ellas “Di tú que he sido”, antología del XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos, en homenaje a Unamuno (Salamanca, 2012).. Ha obtenido más de 30 premios y reconocimientos en certámenes de poesía y de cuento en España, como los de Medina del Campo, Alcorcón, San Sebastián de los Reyes, Palma de Mallorca, Valladolid, Murcia, Dueñas, El Burgo de Osma, La Fregeneda (Salamanca), Barbastro, Lasarte-Oria (Guipúzcoa) o el Accésit del XIX Premio Nacional de Poesía de Peñaranda de Bracamonte (Salamanca), entre otros. En 2014 fue finalista del XXVII Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe.
Santiago Redondo Vega (foto de J. Alencar)
NOTAS AL POEMARIO “UNA SOLA CARNE”
DE ALFREDO PÉREZ ALENCART.
Viernes del Sarmiento, Valladolid 26 de mayo de 2017
‘Una sola carne’, es el título de la antología de poesía amorosa, que nos presenta esta tarde el poeta y amigo Alfredo Pérez Alencart, compendio de poemas escritos a lo largo de más de dos décadas de su amplia singladura poética, entre los años 1996 y 2016, y seleccionados unos, de entre las distintas publicaciones de su prolífica obra, y otros, los más, totalmente inéditos hasta ahora, seleccionados digo, no por el propio autor -aunque a él le correspondan lógicamente su factura y la elección del título del libro- sino por la sensibilidad literaria de la también poeta e hispanista rumana Carmen Bulzan, quien además los ha traducido al rumano y cuya publicación aparecerá, en aquel país, en el próximo mes de septiembre. La edición española, de magnífica factura por cierto, con portada y entradillas en páginas interiores del pintor salmantino Miguel Elías, ha corrido a cargo de la Diputación de Salamanca, dentro de su Colección de Autores Salmantinos.
No es habitual, o al menos, me parece a mí poco frecuente, dado los tiempos que corren –entre los poetas consolidados en el panorama literario actual, como es el caso del autor que hoy nos visita- el dedicarle todo un poemario al amor, a la poética amorosa en todas sus vertientes, al amor correspondido, que nunca al desamor, sino al amor cierto, al consolidado, a veces carnal a veces místico, pero sin ningún tipo de tabúes, al amor preñado de luces y de atardeceres mágicos, al amor fogoso de incandescencia y lumbre, al amor sin edad hecho cariño, como si no estuviese ahora de moda este amanecer candente, cuando hay tanta inclemencia social por denunciar y por hacer visible. Temática ésta -la social quiero decir- que tantas veces asume como propia este poeta de sueños lúcidos, que irradia habitualmente solidaridad y conciencia social, y reclama justicia a manos llenas, hasta donde el mestizaje de su voz alcanza.
Cada tarde
hay naufragios
y cada mañana
se recogen de la
playa
los cuerpos ahogados
de tantos
deseos.
Pero es que la poesía de Alfredo Pérez Alencart, por otra parte, nunca ha caminado al dictado de modas, ni corrientes imperantes. Su sensibilidad poética nace y crece a partir de la pertenencia intrínseca al vínculo del amor en todas sus vertientes, comulga del amor y del amor se nutre. Nunca para él ha supuesto esfuerzo alguno convocar al amor entre sus versos. Es más, me atrevería a decir sin miedo a equivocarme demasiado, que es el amor –en su más amplia expresión- la argamasa consciente que edifica casi todo lo suyo. Por eso esta recopilación poética se ha venido alimentando –día a día, poema a poema- de la amplísima experiencia vivencial del autor, a través de esos veinte años de expresión lírica, de entre los que ha sabido elegir, con indudable acierto, la hispanista Carmen Bulzan este compendio antológico de mordedura y labio, de caricia y de beso, de mística y deseo, de entendimiento y habla.
Carmen Bulzan con la antología, en su jardín de Bucarest
Para compartir del todo la luz de este secreto, para entender la densidad de su expresión poética, habría que empezar diciendo que Alfredo Pérez Alencart disfruta de la nítida y sensata evidencia de estar plenamente enamorado de la musa que comparte con él su vida y sus propósitos: su mujer Jacqueline, a quien dedica en el tiempo la magia de su obra.
Venga la revelación de la princesa,
pues presto a sentir a nuevo, impelido
a vivir encendido entre tu piel,
extiendo el soliloquio y te descubro,
y te nombro, mi electa Jacqueline.
Ella es quien da horma y sentido a la confidencialidad pública de sus sentimientos, quien le habla y quien le ensueña, le reedifica y le colma. Y así, así ya no es difícil que el poeta y el hombre se sienten, como amigos, frente al sueño de versos del papel en blanco y empiecen a expresarse, sabiendo mental y físicamente de lo que escriben. Espíritu y materia compartiendo las mismas latitudes.
Tengo el privilegio de gozar de tu íntimo arrullo
para mi confusión tan deslumbrante.
Así estoy entre tu carne;
así estoy entre tu espíritu.
La característica más notable de este poemario –a mi modo de ver- es que no fue concebido con intención de tal, ni con la pretensión última de que su autor lo editara en forma unificada de libro, si ni siquiera ha sido escrito en un breve espacio temporal, sino que forma parte de todo un itinerario vital de poemas separados, escritos a lo largo de esos veinte años de vislumbrar poético, desperdigados –que no perdidos- por aquí y por allá en diversos formatos, incluso en otros libros, y que ahora ven la luz en perfecta hermandad poética. Y, aunque no se ordenan en sentido cronológico, precisamente esa característica del tiempo entre sus versos, nos permite apreciar detenidamente las distintas etapas del pensamiento de su autor; del hombre y del poeta que hay detrás de esta progenie lírica. Sensualidad de matices a través de los distintos apeaderos de la vida: descubrimiento y aproximación, enamoramiento y deseo, concepción y maternidad, ternura y estiaje, al haber ido completándose, paso a paso, a través de esos resquicios de tiempo entre estaciones.
Jacqueline Alencar y A. P. Alencart (Foto de Marian de Vicente)
Y como al principio,
hoy no tengo más brújula que tu cuerpo,
sol y luna, quiebre y aullido
besado infinitamente en las corolas.
Desde mis ojos veo a la muchacha
cuyo cuerpo me traslada todas sus bondades.
Distintos ritmos y cadencias métricas, diferentes formas y tamaños de versos se nos suben a los ojos al abrir con sorpresa este poemario, dividido en tres secciones sin aparente frontera y rematado en una cuarta, postrero colofón, que el autor ha dado en llamar “esquirlas” donde el verso deja paso expedito al territorio de la prosa poética, que a modo de asertos o pensamientos lúcidos, unas veces breves y otras brevísimos, sintetizan la razón de su pertenencia al cosmos del amor más cierto.
Quiebro el reloj para demorarme en ti.
Habla Alencart del amor, de su gozoso y correspondido amor, amante, amada, mujer de ojos extremos, ángel, enviada, princesa, querubina, hembra, varona, gacela, compañera y esposa. Y lo sazona con esa habitual verbalidad de matices que le nombra desde hace tiempo como poeta, con esa genética que hace de este peruano/español, jinete a caballo entre dos mares, un experto en el arte de la palabra nueva, de la palabra trascendente y poética, cercana en este libro a la carnalidad más sensible. Y en ese otro matiz, el espiritual, que por vocación sincera tanto y tan hondo le conmueve, refunde, que no confunde, el espacio místico y el puramente sensual en un único axioma, como si ambos cálices de la vida diaria, compartieran alma y cuerpo del ser amado en la más íntima expresión del verso.
Déjala ser
a corazón abierto,
sin metáforas.
Aganzo, de Vicente, Sagüillo Alencart, Alonso, Valle, Rozas y Redondo
La poesía amorosa de Alfredo Pérez Alencart, contenida en esta antología “Una sola carne” y apellidada por el propio autor como “Cantico de Querencias” aún teniendo como inspiradora única a una mujer concreta, como ya ha quedado dicho, no es un libro amoroso al uso, a modo de recreación excesiva y empalagosa de sentimientos vacuos, sino que ha de servirle a cualquiera que se adentre con curiosidad por entre sus horas, no sólo como disfrute de calidad y cultura poética, de sensualidad y tuétano literario, sino como experiencia vívida de dos seres humanos, tan de carne y hueso como ustedes y como yo, que llegan a coincidir en el espacio posible de un mundo cualquiera, de una época cualquiera, de una ciudad cualquiera, de un instante cualquiera y en el que unidos por la magia de la casualidad o del propio destino, emprenden juntos y en armonía perfecta, el camino incierto y vertiginoso que toda una vida por vivir supone.
Exploremos juntos,
amor,
el tiempo que nos resta.
Y es que, si ya es el amor el motor excéntrico de la luz y de las sombras para cualquier ser humano que por el mundo transita, qué no habría de ser para un poeta, sino motivo intrínseco con el que andamiar de prodigalidad sus versos, yesca para su alma incandescente y plena de esa geografía humana y espiritual que le conforma. De una y de otra, de humanidad y de espiritualidad evidente, se nutre la vocación literaria de este enorme poeta, Alfredo Pérez Alencart, con cuya plena voz les dejo, con él y con su poemario antológico “Una sola carne”.
Santiago Redondo Vega
Alencart escuchando la presentación de Redondo vega (foto de J. Alencar)
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