El poeta A. P. Alencar en el Patio de Escuelas de la Universidad (foto de D. A., 2013)
Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario sobre la antología ‘Gaudeamus’ de A. P. Alencart, escrito por nuestro colaborador Alberto Hernández, poeta, narrador, periodista y pedagogo venezolano (Calabozo, 1952). Reside en Maracay, Aragua. Tiene un posgrado en literatura latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar (USB) y fue fundador de la revista Umbra. Ha publicado, entre otros títulos, los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Nortes (1991), Intentos y el exilio (1996), Bestias de superficie (1998), Poética del desatino (2001), En boca ajena: antología poética 1980-2001 (2001), Tierra de la que soy (2002), El poema de la ciudad (2003), El cielo cotidiano: poesía en tránsito (2008), Puertas de Galina (2010), Los ejercicios de la ofensa (2010), Stravaganza (2012), 70 poemas burgueses (2014) o Ropaje (2012). Sus ensayos y escritos literarios han sido publicados en los diarios El Nacional, El Universal, Últimas Noticias y El Carabobeño, entre otros. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al italiano, al portugués y al árabe. Con la novela ‘El nervio poético’ ganó el XVII Premio Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana (2018).
Cubierta de ‘Gaudeamus’
GAUDEAMUS’, UN POEMA TOTAL ARRIMADO
AL FUEGO DE LA LENGUA
1.-
Corren las aguas sobre el antiguo idioma. Se desliza el río del tiempo sobre la lengua que hablamos, con la que soñamos y hasta callamos. Se precipita la savia de la palabra castellana sobre la piel de quienes hacen de ella poesía. Se celebra la voz que la construye.
Salamanca, el sitio, la piedra sobre la que se asentó el idioma, y el río que roza sus diversos climas. El Tormes habla desde su lenta revelación en las orillas. Y los edificios, los antiguos edificios de 800 y más años, la ciudad recién fundada porque a diario lo hacen quienes la pronuncian.
Gaudeamus, palabra que designa el festejo, que colma la presencia de la abundancia anímica, del pan y del vino, del espíritu abierto a la consagración. Se consagra y se honra lo que se ama. Con vino, con pan o con palabras. Con la poesía, como la hace Alfredo Pérez Alencart desde hace más de tres décadas en la ciudad donde recaló y fundó su imaginario, su pasión por calles y paredes, aulas y salones, nombres y jardines, poemas y silencios.
Y desde los muros que revelan la sabiduría de la fiesta universitaria a través del canto del “Gaudeamus igitur”, la tesitura de la graduación, la dulzura del triunfo, la verificación de una existencia plena.
Salamanca es una obsesión beneficiosa. Un amor palpable, físico e intangible. Un amor que se toca y se siente. Un amor que se expresa en palabras y en pálpitos. Un amor poético, inteligente, reflexivo, pero también en las calles, escondrijos, laberintos, paredes, entradas y salidas, puertas y ventanas, encerados y bibliotecas, maestros y alumnos, vecinos y Plaza Mayor, árboles y matas, letras y trazos de pintura. Poesía en todo su esplendor. Y también esa locura de andar diciendo versos para que la vida no termine nunca.
Alencart y la estatua de Fray Luis (Pintura de Miguel Elías)
2.-
En la presentación de esta antología de Pérez Alencart el mismo autor afirma: “Me reconozco perteneciente a la otra orilla del idioma, mestizo en la ciudad donde se ordenó el castellano”. Desde el 13 de octubre de 1985 el poeta venido del Perú es ahora también venido de Salamanca, porque quien llega ya ha sido recibido antes de llegar. Estaba escrito que el poeta suramericano sea también español. Es decir, lleva los dos idiomas que se hablan y que se lazan porque son el mismo en dos. El que se pronuncia en España y el que se habla en Perú y en toda la América donde el idioma de Cervantes y Unamuno es parte de nuestras pasiones.
Pilar Fernández Labrador y Alfredo Pérez Alencart (foto de José Amador Martín
3.-
Este libro contiene los títulos “Distinto y junto”, “Patio de Escuelas”, “La piedra de la lengua (unamuniana al alimón)”, “Ofrendas para Teresa de Cepeda y Ahumada, Juan de Yepes Álvarez, doctores por Salamanca” y “Tríptico final”.
Y como se trata de un festejo poético y salmantino aquí respiran Unamuno, Fray Luis, Salamanca y su Universidad, Álvaro Mutis, el Colegio Fonseca, Don Diego de Castilla, Amato Lusitano y Gaetano Campanotto, Pedro de Osma, el Patio de Escuelas Menores, el abad Salinas, Torres Villarroel, Palomeque, Miguel Elías, Bartolomé de Medina, Nebrija, Girolano de Sommaia y Teresa de Jesús, entre otros espíritus que ambulan por la bella ciudad castellana.
Un libro celebratorio y de agradecimiento. Un poema total, arrimado al fuego de la lengua, de esta lengua que crece con los días y que se hace versos en la boca de quienes la fraguan y la develan con su inteligencia, con su afecto y cercanía a la tierra por donde cabalgaron don Quijote y Sancho, padres de nuestro imaginario cultural.
Alencart dedicando su libro a Fernández Labrador (foto de Jacqueline Alencar)
El escritor Alberto Hernández
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