A. P. Alencart en el Aula Fray de León(Foto de E. Carrascal, 2010)
Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario escrito por Manuel Quiroga Clérigo (Madrid, 1945), poeta, narrador, autor de teatro, crítico literario y periodista de la cultura, ha centrado su actividad en la labor poética y sus versos figuran en diversas antologías, revistas y trabajos colectivos, habiendo editado hasta la fecha dieciocho libros de poesía, entre los que están Homenaje a Neruda(1973); Fuimos pájaros rotos (1980); Vigía (1997); De Morelia callada (1997); Los jardines latinos(1998); Versos de amanecer y acabamiento (1998); Íntima frontera (1999); Desolaciones tardías. Aristas de Cobre (2000); Las batallas de octubre (2002); Mudo mudo (la aventura de Manila), (2004); Leve historia sin trenes (2006); Crónica de aves. El viaje a Chile (2007); Páginas de un diario (2010) o Volver a Guanajuato (2012), entre otros. Actualmente es Consejero de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE).
Fachada y estatua de Fray Luis, pintura de Miguel Elías
“TU VOZ AVANZA SIEMPRE,/…NO TEME
A LOS INQUISIDORES”
Celebrar un aniversario o acumular treinta y tres puede contener, siempre, la misma emoción. “Aquí estoy con mi vida,/con esta vida rara…()Alzo la voz y canto…”, escribía el recordado Félix Grande.
El hispano-peruano Alfredo Pérez Alencart, activista cultural, incansable viajero y trabajador incesante por la cultura y la lengua castellana, confiesa que llegó a Salamanca el “13 de octubre de 1985, cumplidos los 23 años y con un título de licenciado en Derecho en la maleta”. Al Tormes llegó y junto al rumor de los siglos y el eco de las voces de tantos intelectuales, poetas y creadores que han habitado las aulas o se han paseado por las orillas de ese mundo, cuyo centro se sitúa en torno a Plaza Mayor de las Españas y envueltos en la maravilla del idioma, la literatura y la concordia.
Amanece en San Vicente (foto de Manuel Quiroga Clérigo)
Desde no tan lejos, cuando un sol frío y un paisaje verde se reflejan en la bahía, en la ría, azul de San Vicente de la Barquera con la marea alta, leemos, releemos con impaciencia, los delicados poemas que forman, conforman, un no tan escueto libro de versos que, siendo antología, se nos antoja como un delicada reunión de versos y magnífica expresión de una poesía nítida y repleta de ternura, recuerdos, vivencias, amores, homenajes, paisajes pues, efectivamente, la mayoría nacieron como parte de otros poemarios. “Aquí estoy con mi vida”, podría decir también Alencart; ahí sigue con su actividad plena, con sus clases como profesor de Derecho del Trabajo, su colaboración con las gentes de letras, su participación como jurado en certámenes y premios literarios, su capacidad como organizador de congresos, su permanente gestión de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que organiza la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes del Ayuntamiento de Salamanca, desde 1998, institución que también figura como cooperadora en la edición de este libro, ocupaciones a la que se puede/debe incluir su elegida profesión de esposo y padre que como afirma él en su “pisito de Tejares, a orillas del Tormes” o cerca de las aulas en que se escucharon las voces y las enseñanzas de aquellos grandes de la historia salmantina como Fray Luis de León o Miguel de Unamuno, vive con plenitud una existencia dedicada a la cultura y a la docencia en que, Dios mediante, seguramente permanecerá muchos años más.
Y, así, unos de los primeros versos son los dedicados a la Universidad de Salamanca: “Uno viene a ti y rompe/el reloj de arena/de la espera,/y te retiene/en un prolongado abrazo/por el tiempo,/y sorbe de tu cáliz,/anhelando saberlo todo./Curso a curso/nadie olvidará el rastro que dejas”. Ese rastro es el de la cultura, el de la alegría, superados hace tiempo los años de las inquisiciones y las torpezas políticas de unos tiempos oscuros.
Medallón dedicado a Fray Luis (foto de José Amador Martín)
Luego ya, el poeta, se dirige a un “sabio aprendiz”, antes de dejar hablar al propio Fray Luis de León permitiendo que le acompañe el colombiano Álvaro Mutis, el genial creador de Maqroll el Gaviero. El poema, suculento, grandioso, se titula “Fray Luis aconseja que guarde mi destierro y Álvaro Mutis confirma el final de las sorpresas”: “Hay veces que uno parece ver claramente a los desaparecidos”. Y ya comienzan a “salir” entre las inspiraciones Don Quijote, Unamuno, Victoria Muñoz, trabajadora de la Universidad (“Ahora te toca el sosiego/y las horas más libres”), el estudiante mexicano Don Diego de Castilla o el amigo y, excelente creador lírico, Aníbal Núñez (“…obstinado en tus/renuncias para no estar/al lado de los mercaderes”), es decir toda una primera, y principal cohorte de habitantes de esa torre de la cultura que es Salamanca. A Miguel de Unamuno y Jugo le denomina “Señor de Libreros” y le pide, como lo haría el poeta zamorano Octavio Uña, “Anote el número del móvil que no tengo ¡Llámeme con su voz que despierta espadañas!”, esa voz que se enfrentó a un Viva la muerte con la sana y valiente convicción de que en la guerra y en la paz hay que convencer además de vencer. Y luego vamos a respirar por el Claustro del Colegio Fonseca o enfatizar: “Aquí cohabitan los siglos…” y ya a dedicar, como lo hace al principio del libro, unos versos a Carlos Palomeque, “laborista eximio impregnado de vastas sapiencias humanísticas”: “Pienso en ti,/en tu gustable lección/bosquejada a viva voz y sobre lo blanco”. También “aparece” el pintor Miguel Elías, ágil artista capaz de convertir en un minuto delicados horizontes ante la lectura de un simple verso o retratar, incluso desde la distancia, a un intelectual como Unamuno, una mujer bella, o un río plateresco.
Leemos, al principio, “Soy un bienaventurado:/vivo entre voces/que nadie pudo enterrar”.
Estupendo poema el titulado “Decimos hoy” (“Decimos que la voz del justo nunca es un amuleto/y que siempre está de viaje hacia su múltiple destino…”) y es que en estos versos parece estarse escribiendo un itinerario por la existencia, ese constante afán de superar las dificultades y, a bordo del amor y los afectos, vivir de manera honesta en los territorios de un mundo abierto a todas las posibilidades porque, seguramente, somos “huéspedes en todas las piedras de la ciudad dorada”.
Alencart con Miguel Elías y su retrato de Unamuno
El asomarse después a “El Cristo de Unamuno” (“Cierto es que sólo Tú/permaneces/inspirando reformas”) dará paso a poemas de sufrimiento (“Arden los libros de Pedro de Osma)” o a esos aleteos que parecen existir en un “Misterio alzado/tras cruzar los mares” en ese sencillo, etéreo, poema titulado “Mi Universidad” y el sentirse “Como encalado al Aula de Fray Luis” donde, desde ese púlpito de gloria, los poetas tiemblan de emoción a leer sus versos, es decir, en ese lugar considerado como “Altar permanente/y nunca un lugar común”, donde todo son claras insinuaciones a favor de la cultura salmantina y el valor de los hombres que la hicieron posible. Patios, edificios, monumentos, recordaciones (como la del Abad Salinas: “…le falta el órgano al príncipe de la música”) o el respeto “Sobre la lápida de Vitoria (Panteón de los Teólogos)” por “quién amansó el infortunio y elevó su parecer/sin fisuras, sumando la súplica serena/a la fuerza irrebatible de una sabia certidumbre”, se van incardinando en este poemario delicado, exuberante y delicado, cuyo autor estima la cercanía de la piedra y los afectos, presentes o pasados, al explicar en “Palomeque, caro nome”: “Porque/como hombre cabalgo entre sentimientos/y remito telegramas/y vuelvo cada vez más a los recuerdos./Yo estaba allí,/en ese allí deslizado hacia el vacío/y el yo habitado por doloridos adioses/de mi patria./Sin embargo,/no faltaron apoyos felices/y un horizonte para siempre./En Salamanca el pan y la palabra amistad/llegaron juntas, atentas al joven/sin vituallas./Así el transtierro me acogió/con la fuerza imparable de su afecto”, cuestiones humanas de vital trascendencia.
Pese a las prescripciones de los meteorólogos, a veces agoreros, un sol de
Fuengirola ha cubierto la ría a once horas de un invierno cantábrico y aves itinerantes buscan breve alimento a la orilla del agua, se posan distanciadas en las barcas varadas, se sacuden las alas, antes de reiniciar su vuelo de cometa hacía primaveras sureñas. La poesía sigue ocupando un espacio de desvanes, terrazas, jardines redimidos por músicas crecidas en los claustros. Pacíficas ondinas llegan hasta los muelles en la marea alta y los niños de siempre gritan en su recreo. Seguimos la lectura de este “Gaudeamus”, nacido del afecto, y hay un claro poema que precisa ser anotado: son esos “Pensamientos del pintor Elías mientras dibuja la ciudad” recordándonos a un lírico Van Gogh pintando girasoles: “Imagen tenaz./¿Me alumbras?/Voy hacia ti./Mantenme la mano si me reconoces,/si entre sombra y sombra/invades mi entorno de leves claridades./Interminable te siento./¿Lates?/Vuelan los pájaros hacia tus cúpulas./También lo hizo mi mirada,/que ya retorna para esbozar la cartografía/de las revelaciones”.
El poeta A. P. Alencart en el Patio de Escuelas de la Universidad (foto de David Arranz, 2013)
¿Y qué decir de ese (merecido) “Homenaje a Don Miguel”, que nos trae a la mente su rosario de “Sonetos líricos” y su defensa de la convivencia frente a la criminal actuación de los insurgentes franquistas: ”Sucede que nadie llegó a Salamanca a gritar blasfemias como él, soplando fuerte, tensando los músculos, con el pecho descubierto y la mirada terriblemente convulsa cuando destrozaban la entrañas de su España”, lo que decíamos. Sigue ese homenaje a Abraham Zacut, su referencia al “Hondo Nebrija” (“gramático centinela”), al “florentino Girolamo de Sommaia que estudió Derecho en Salamanca”: “Concedámosle un trozo de cielo/y ningún olvido”, justo deseo, justas palabras.
Este “Gaudeamos”, con una pintura de portada de Martín de Cervera (1614) titulada “Lección de Teología”, ilustraciones interiores del pintor Miguel Elías, profesor de la Universidad de Salamanca y destacadas fotografías la del propio Alfredo Pérez Alencart con uno de los globos terráqueos de Torres Villarroel, obra del genial fotógrafo Daniel Mordzinski (2002), ha sido publicado por Edifsa en una edición no venal con motivo del VIII Centenario de la USAL e impreso en Salamanca. “Alegrémonos, pues…” dice esta canción estudiantil solemne de autor anónimo que, en principio, se denominaba “De brevitate vitae” y se cantó en sus comienzos en las universidades alemanas para pasar después a ser un himno propio de las grandes solemnidades académicas y que, al ser entonada por alumnos, profesores y asistentes a los actos crea una desatada emoción pocas veces igualada. “Alegrémonos, pues,/mientras somos jóvenes…”: “Gaudeamos igitur/iuvenes dum sumus…”. En este caso el autor señala: “No escatimo alabanzas para Salmantica Docet/pues su nombre representa un esqueje de la dicha,/la presencia continua a cuyo humus me aferro/por ser palabra y por ser idea”.
Portada de Gaudeamus
Alencart que dice: “Me reconozco perteneciente a otra orilla del idioma, mestizo en la ciudad donde se ordenó el castellano”, nació en la peruana ciudad de Puerto Maldonado en 1962 y, añade, “Comprenderán que -tras treintaitrés años de connubio- tenga muy entrañada a mi Universidad”. Así que cuando en su poemario, con el sol ya alto, llegamos a “La piedra en la lengua. (Unamuniana al alimón)” con versos e inspiraciones que podría compartir con Claudio Rodríguez, Jesús Hilario Tundidor, el propio Antonio Machado y otros poetas memorables como la zaragozana/salmantina poeta Josefina Verde (“No es un azar la vida. /La vida no es mañana./ Es hoy”), el mundo comienza a renovarse, a teñirse de religiosidad, a permitirle que subsista después de las reflexiones: “¿Quién te conoce,/de verdad,/en la ciudad amarilla?”. “Ofrendas para Teresa de Cepeda y Ahumada y Juan de Yepes Álvarez, doctores por Salamanca” vienen a ocupar el último tercio de este memorial de inspiraciones, el primero dedicado a la Santa de los conventos y habitante esporádica de Alba de Tormes, donde el río se llena de carrizos y aves excesivas: “Pronunciamos la Palabra/alquimiándola en el sistema solar del éxtasis, en las arterias/de la perduración antítesis del mundo,/en el mimbral de las ternezas a la intemperie…” y, casi acto seguido, “Salva de silencios en voz alta por el juglar de Fontiveros”: “Porque soy un hombre tratando de decir que el milagro de un beso me ha resucitado”.
El tríptico final nos acerca a ciertos versos de María Luisa Mora, poeta, precisamente de la villa toledana de Yepes: “Cuento lo que me pasa. Lo prefiero. () Muestro lo que me pasa. Lo que digo…”. Alfredo Pérez Alencart rememora, de nuevo, sus “Treintaitrés años en la Universidad” y, como buen creador literario, ni siquiera se recata al decir bien alto: “Soy un bienaventurado:/vivo entre voces/que nadie pudo enterrar”.
Ronald López, Charo Guerrero, Manoli Martín e Iván Salazar, con Gaudeamus (foto de Jacqueline Alencar)
Así, poco a poco, se va cerrando el círculo. Alfredo Pérez Alencart, esforzado habitante de esa maravilla que es la ciudad de Salamanca, trata de acercarnos, nos acerca, a un momento de infinita plenitud, valga la redundancia, cuando ya las gaviotas han tomado posiciones cerca de la bocana ante el aviso, ellas lo saben, de la llegada de los pesqueros que vienen del Gran Sol con las bodegas llenas. Empieza a acompañarnos un buen vino de Toro, excelente crianza del 2012, y, entonces, en un largo y poético discurso dice, entre otros asertos, que “En la fiesta del Códex llevan en andas al Obispo Berrueta”: “…una Facultad se alegra y está de fiesta/hasta la capea de Rodasviejas” y en un anuncio de la televisión de todos alguien dice que “la tierra es plana”.
Alencart y la estatua de Fray Luis (Pintura de Miguel Elías)
Alencart cita la procedencia de los textos, algo innecesario porque todos son igualmente hermosos y anota a quien van dirigidas las dedicatorias de sus poemas.
“Vivat Academia
vivant profesores.
Vivat membrun qualibet
Semper sint in flore.
Vivat et respública
et qui illam regit……………”.
Una gaviota blanca se instala en la terraza ignorando versos e invierno.
San Vicente de la Barquera, 15 de enero de 2019.
Salamanca (foto de José Amador Martín)
José Amador Martín, A. P. Alencart y Juan Mares (foto de Jacqueline Alencar)
El poeta y crítico Manuel Quiroga Clérigo
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