‘GASTÓN BAQUERO, EL ENSAYO COMO ACTO DE COMUNICACIÓN ESTÉTICA’, DEL ESCRITOR CUBANO REMIGIO RICARDO PAVÓN.

 

 

 

Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar en España el prólogo que ha escrito el poeta y ensayista cubano Remigio Ricardo Pavón (Banes, 1954). Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Licenciado en Filología por la Universidad de Oriente. Fundador de la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Ha publicado los libros Desnuda vocación de la palabra y Fatuas entropías. Es colaborador de varias publicaciones periódicas y de espacios digitales dentro y fuera de Cuba. Posee el Premio Internacional «Imago», convocado por la filial del Instituto Superior de Arte (ISA), en Holguín, y el Premio Nacional de Periodismo Cultural, convocado por el Círculo de Periodistas Culturales de la Unión de Periodista de Cuba (UPEC).

 

 

2 Remigio Ricardo Pavón durante la presentación en la Feria de La Habana

 Remigio Ricardo Pavón durante la presentación en la Feria de La Habana

Remigio Ricardo Pavón participó en el XVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, con un texto en homenaje a Gastón Baquero, cuyo centenario se celebró el pasado año en Salamanca. Acaba de publicar en Cuba un volumen de ensayos de Baquero (selección y prólogo suyo), bajo el título ‘Una señal menuda sobre el pecho del astro’, presentado el pasado 16 de febrero en la XXIV Feria Internacional del Libro de La Habana. La antología tiene Nota del Editor, Prólogo, seis secciones, Índice Onomástico y Cronología. Y un total de 593 páginas.

 

 

PRÓLOGO DEL LIBRO ‘UNA SEÑAL MENUDA SOBRE
EL PECHO DEL ASTRO’

 

I

En la historia de las letras en Cuba, el desarrollo del ensayo de crítica de arte y literatura ha recibido a través del tiempo el aporte decisivo de narradores y poetas que han ejercido de algún modo la profesión periodística. El primer referente en este devenir es, precisamente, el más grande de los líricos cubanos de su tiempo, José María Heredia, quien como periodista cultivó con tanta hondura la prosa discursiva, de interpretación y análisis desde la inteligencia y la sensibilidad, que muchas de sus piezas de crítica literaria y artística aparecidas en la prensa periódica de la época son consideradas verdaderos ensayos. Su trascendencia en este sentido la significa Amado Alonso y Julio Caillet, quienes afirman que Heredia es «El primer crítico de nuestra lengua en el siglo XIX hasta la aparición de Marcelino Menéndez y Pelayo» (1). Luego vendrían a hacer sus aportes José Jacinto Milanés, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Juan Clemente Zenea, Aurelia Castillo, Nicolás Heredia, Enrique Piñeyro, Rafael María Merchán, Enrique José Varona, José de Armas y Cárdenas, Manuel de la Cruz, y culmina el siglo XIX con la insoslayable maestría de la prosa de José Martí como paradigma de ensayo de ilimitados recursos expresivos y de comunicación.

Llegado el siglo XX, nuestros intelectuales comenzaron a concebir el ensayo como vehículo idóneo para transmitir ideas estéticas y puntos de vista diversos en las múltiples materias que tocaban, género eficaz para conjugar pensamiento y creación. Se pueden mencionar en esta etapa a Regino E. Boti, José Manuel Poveda, Dulce María Borrero, Emilia Bernal, José Antonio Ramos, Medardo Vitier, Laura Mestre, Carolina Poncet, Max Henríquez Ureña, José María Chacón y Calvo, Raimundo Lazo, Loló de la Torriente, Félix Lizaso, Jorge Mañach, Juan Marinello, José Antonio Fernández de Castro, José Zacarías Tallet, Raúl Roa, Alejo Carpentier, Enrique Labrador Ruiz, Mirta Aguirre, Ángel Augier, Samuel Feijóo, Marcelo Pogolotti, José Lezama Lima, Guy Pérez Cisneros, Virgilio Piñera, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eliseo Diego, entre otros.

Gastón Baquero pertenece a este último grupo de escritores que, nucleado alrededor del poeta José Lezama Lima, formó esa especie de cofradía literaria que ellos llamaron Grupo Orígenes. Solo que, en la actualidad, Baquero viene a ser el gran desconocido.
¿Quién es, entonces, este intelectual cubano del que ha dicho Luis Antonio de Villena que es «autor de excelentes ensayos sobre historia y literatura»? (2). Y Felipe Lázaro, poeta y editor cubano radicado en Madrid, asevera que fue «un hombre que consagró toda su vida a engrandecer nuestra cultura, con su ensayística, su poesía y con su no menos importante obra periodística» (3).

 

1 Retrato de Gastón Baquero (Miguel Elías)

 Retrato de Gastón Baquero (Miguel Elías)

II

José Gastón Eduardo Baquero Díaz y Carmen Hilda de la Caridad Baquero Díaz nacieron en Banes, el 4 de mayo de 1914, producto de un parto de mellizos. Como era costumbre en la época, el alumbra-miento, asistido por una comadrona, se realizó en la propia casa de la calle 3.a Norte, número 38, hoy Presidente Zayas, número 1110, entre Bayamo y Máximo Gómez. El padre de los hermanos Hilda y Gastón, José María Baquero Prieto, era natural de Las Martinas, y la madre, Fredesvinda Díaz Vázquez, de Banes; se unieron en matrimonio en 1913, y de aquel «casorio infeliz, roto a los pocos meses», (4) nacieron los mellizos sin la presencia del padre, que había pasado a residir a La Habana. Eduardo, el abuelo materno, quedó al frente de la tutela de los niños. Cuando tenían cuatro años de edad, la madre le pidió a su hermano mayor, Sixto, que los inscribiera en el juzgado, acto que realizó el 20 de febrero de 1918, según consta en el tomo 20, folios 391 y 392 del Registro del Estado Civil de la ciudad de Banes, solo que el tío cometería un desliz, intrascendente para ellos y la familia en ese momento, al declarar y quedar así registrado, que el nacimiento de Gastón había ocurrido en La Habana, y el de Hilda en Banes. Inconcebible contradicción de tiempo y espacio: un alumbramiento de mellizos a la misma hora, el mismo día, mes y año; pero a cientos de kilómetros de distancia uno del otro. Una alteración que, aunque fuera detectada por la familia, en poco o nada repercutió en sus existencias; así permaneció hasta hace pocos años, cuando se habló en torno al verdadero lugar de nacimiento del escritor cubano y varios estudiosos de su obra demostraron, con documentos históricos e investigaciones testimoniales, lo que aquí se ha dicho al respecto (5).

Banes era entonces un pequeño pueblo relativamente próspero por la presencia de la United Fruit Company que ofrecía fuentes de trabajo, o al menos no languidecía en la indigencia económica y el desamparo más indolente como tantos pueblos de Cuba en esa época. El propio padre del futuro escritor se había establecido allí empleado como telegrafista en la Oficina de Correo de Banes, institución que regentaba esa compañía estadounidense desde su establecimiento en el territorio a fines del siglo XIX. Pero la familia de Gastón sobrevivía en una pobreza tal que, aun con la existencia de reconocidas escuelas públicas situadas en el propio barrio, el muchacho no podía estudiar porque ayudaba a la economía familiar con la venta de los dulces criollos que la madre elaboraba. Fue su tía Mina quien lo enseñó a leer y escribir en la casa, también lo inició, de alguna manera, en el camino de la creación poética: le hacía copiar en una libreta cuanto poema se encontraba a su paso. Entre otros «trabajos de muchacho», Gastón fue repartidor de uno de los periódicos locales, El Heraldo de Banes; después trabajó como vendedor ambulante de retazos de tela y otras mercaderías. A la edad de trece años la madre lo inscribió en una escuela pública nocturna; allí, por primera vez, se sentó en un pupitre escolar y tuvo un profesor, el venezolano Rafael Pérez y Pérez, luego al puertorriqueño Casimiro Rosas (Cachí) y más tarde al poeta Luis Augusto Méndez, un hombre que llegó a publicar varios libros de poesía, y con quien estableció una duradera amistad. Fue por esos años cuando escribió los primeros textos con la intención de convertir en poesía la anodina realidad que lo cercaba, afortunadamente se conservan dos poemas de esa creación primigenia: «Parque» y «Niña muerta».

Alrededor del año 1929, el padre de Gastón solicitó su tutela con el propósito de encausar sus estudios. Vencida la resistencia terca de la madre, pudo llevarlo con él para La Habana. Vivió entonces en la Plaza del Vapor, por Reina y Galiano. El cierre de la Universidad por el presidente Gerardo Machado durante unos tres años (del 15 de diciembre de 1930 al 14 de enero de 1934), demoró su entrada al alto centro de enseñanza y le permitió, ya que el padre poseía una estimable biblioteca personal, dedicarse por más tiempo a esas lecturas funda-mentales, tan importantes en la etapa de formación de todo joven con inquietudes intelectuales; así como aplicarse con mayor rigor a los estudios de nivelación para matricular posteriormente en la carrera de Agronomía, que concluyó sin tropiezos, dada su natural inteligencia y disposición para el aprendizaje.

Durante los años de estudiante estrechó amistad con quienes serían por siempre sus colegas de vocación literaria: José Lezama Lima, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eliseo Diego, Ángel Gaztelu, Virgilio Piñera, Octavio Smith, Lorenzo García Vega, Justo Rodríguez Santos, Guy Pérez Cisneros y Agustín Pi. Luego comenzó a publicar en revistas como Verbum, Espuela de Plata, Revista Cubana, Grafos, Orbe, Social, entre otras publicaciones periódicas. También tradujo del inglés y francés obras de importantes escritores poco conocidos en Cuba, como T. S. Eliot, Hilda Doolittle, Francis Thompson, George Santayana, Paul Eluard, Ch. P. Péguy y Paul Claudel, cuya divulgación fue valiosa para la orientación y formación cultural de los creadores del momento.

Puede considerarse 1942 como un año fructífero y decisivo para el joven Baquero. Por la devoción poética que le confesara por aquellos tiempos a Vitier, funda junto a este, y otros compañeros, la revista Clavileño, y da a conocer en restringidas tiradas y modestas ediciones dos cuadernos de poesía: Poemas y Saúl sobre su espada. Al año siguiente decide aceptar la propuesta de atender una columna en el diario Información que dirigía Santiago Claret Martí. Este giro en su vida profesional provocó la conocida «advertencia» de Virgilio Piñera y la preocupación de los demás colegas, actitud que era un espaldarazo de confianza a su prometedora vocación poética, pues realmente su obra literaria apenas iniciaba. Y es importante llegar a este punto porque, a partir de ese momento en que se dedica por entero al periodismo, Baquero se abstuvo de publicar poesía; solo dará a la luz Ensayos (1948), su primer y único libro de este género publicado hasta ahora en Cuba. En el año 1944 recibió el Premio Justo de Lara, y volvió a ser objeto de la ironía piñeriana:

¿Cómo escribir a un personaje muerto? ¿Cómo moverle? ¿Cómo interrogarlo? Por la prensa supe de tu muerte. El periódico Información rezaba: «El Premio Justo de Lara adjudicado a Gastón Baquero, etc., etc.». La noticia no me tocó de sorpresa: ya se rumoraba días antes la gravedad de tu estado, consecuencia fatal de un terrible mal contraído meses atrás.
[…] jamás ninguno de los señores que ahora te premian te hubiesen premiado por un ensayo titulado «Los Enemigos del Poeta». Las razones son obvias (6).

Muchos años después, al referirse al tema, Baquero justificó su determinación con un fallo martiano: «Ganado tengo el pan, hágase el verso». Lo cierto es que en 1945 se estrenó como jefe de redacción del Diario de la Marina (uno de los periódicos más reaccionarios de la Isla, fundado en 1844, y vinculado históricamente a la élite colonial opuesta a la independencia de Cuba, y luego, en la República, aliado a los intereses de la oligarquía, el latifundio y los gobiernos de turno, de ahí su negativa fama entre el pueblo cubano). Entonces Baquero pasaría a una vida económicamente mucho más holgada, de su modesta casa de Virtudes 880 pasó a vivir a la mansión de calle 15, entre 2 y 4, en El Vedado.
No son pocas las anécdotas y las memorias personales que sus contemporáneos atesoran sobre el Baquero de esos años; unas han llegado a ser públicas, otras ya se perderán para siempre. Muchas retratan al ser humano generoso y solidario, abierto a la colaboración y con vocación de servir sin pretender nada más; en este sentido, una vivencia de Fina García Marruz resalta su modestia y humildad como características inherentes a su persona:

[…] cuando ya montado en jefe de Redacción de la Marina, y siendo recibido en todas partes, en la casa de Dulce María Loynaz, que nos había invitado para celebrar el cumpleaños de su esposo Pablo y donde hacíamos siempre un aparte con los otros poetas como Ballagas, me diría, con ese tono de confidencia con que bajaba de pronto la voz: «Qué pronto se acostumbra uno a vestir camisa fina y a que lo reciban…», lo que oí con un aún no disipado estupor, ya que siempre pensé que era él el que honraba los otros con su visita (7).

Por otra parte, Carlos Espinosa Domínguez escribe en su prólogo a Revelaciones de mi fiel Habana:

Si Lezama Lima tuvo siempre abiertas las páginas de ese periódico, se debió a que su jefe de redacción era Gastón Baquero, quien además de ser buen amigo suyo le profesaba una gran admiración. Fue idea suya el reclutarlo como colaborador eventual al encargarle esa columna, y son varios los contemporáneos de Lezama Lima que aseguran que el pago de los honorarios salía del bolsillo de Baquero (8).

El pintor y poeta cubano Pedro de Oraá evoca su relación con Baquero en aquellos años, y pone de relieve su generosa personalidad en un texto del cual vale citar este párrafo:

No se piense que el ejercicio de mecenazgo significaba en él ostentación de poder e irracional exceso: era cuidadoso en la adquisición de obras artísticas aunque lo motivaba una voluntad no declarada de alentar, con gesto de apoyo y comprensión, preferentemente a los jóvenes, en la difícil trayectoria de su vocación. […] Baquero sufragó la edición de mi primer poemario —El instante cernido, hecho por los prestigiosos impresores Úcar y García en 1953— y coleccionó mis obras de iniciación profesional en la plástica. Y así hizo con tantos otros (9).

Desde los primeros meses del triunfo de la Revolución Cubana se produjo el enfrentamiento entre el nuevo gobierno y los magnates de la prensa; evidentemente, los dueños de los periódicos y revistas hacían una firme resistencia a los cambios que propugnaban las nuevas leyes y disposiciones, y muchos de ellos abandonaron el país. El Diario de la Marina fue cerrado en mayo de 1960 junto a otros medios de prensa, y varios de esos talleres pasaron a formar parte del nuevo sistema editorial, la Imprenta Nacional de Cuba, que iniciaría la publicación de obras literarias universales. Producto de la convulsa situación reinante alrededor del tema de la prensa y quiénes escribirían en ella, la dirección política de la Revolución tomó decisiones: en el Colegio Nacional de Periodistas de la República de Cuba y en el Colegio de Periodistas de La Habana se crearon Juntas de Gobierno con el propósito de establecer un Código Revolucionario de Sanciones para aquellos profesionales que habían tenido vínculos con el régimen anterior. De esta forma Gastón Baquero quedó inhabilitado para ejercer el periodismo, al igual que Miguel Ángel Quevedo, Carlos M. Castañeda, José Luis Massó, Leví Marrero, Lino Novás Calvo, Francisco Ichaso, Jorge Mañach, Emeterio Santovenia, Ramón Cotta, Benjamín de la Vega, Eduardo Hernández, Jesús López Hermida, Agustín Tamargo, Sergio Carbó, entre muchos otros (10).

Baquero se marchó a España, donde vivió por el resto de su existencia. Dejaba de algún modo su impronta en el discurso poético de los años cuarenta, impresión que sería borrada por el advenimiento de un nuevo orden social y político con la Revolución y desconocida por la cultura oficial, lo que evidentemente repercutió en el lector y en la historia literaria de la isla. Baquero entró por derecho propio en los anales de nuestras letras con los poemas «Testamento del pez», «Saúl sobre su espada», junto a otros que los críticos no suelen mencionar, pero que sin duda son significativos por su tono diferenciador, tales como «Sonetos a la muerte», «Poemas de la lluvia», «Casandra», «Qué pasa, qué está pasando…», «Teoría de la línea y de la esfera», «Octubre», «Preludio para una máscara», «El Caballero, el Diablo y la Muerte», «Sintiendo mi fantasma venidero», «Soneto a las palomas de mi madre», «F. G. L.» y «Las islas»;
textos a los que siempre habrá que volver, pues son ejemplos medula-res de un gran momento de la poesía cubana y su entrada a los más altos niveles lírico-expresivos en cualquier época. Aún habrá algo más que significar en esa huella: Baquero fue el primero que publicó un ensayo sobre la poesía de José Lezama Lima; asimismo quien escribiera sobre Gabriel García Márquez cuando el narrador colombiano era absolutamente desconocido en toda Hispanoamérica.

 

3 Baquero con Nidia Fajardo y Vladimir Zamora, en la Pontificia (foto de A. P. Alencart, 1993)Baquero con Nidia Fajardo y Vladimir Zamora, en la Pontificia (foto de A. P. Alencart, 1993)

 

 

En Madrid llevó durante muchos años una existencia casi de incógnito, en la que hubo de afrontar no solo el olvido sino también las añoranzas de la tierra y la falta del afecto maternal, que debió ser terrible para el hombre que no concebía vivir separado de su madre (nunca más se encontrarían, ella falleció en Cuba, el 15 de septiembre de 1987). El que conoció la holgura económica y las atenciones de rango social, volvió a existir en la estoica humildad material por más de treinta y cinco años. El sustento diario provenía de su trabajo en Radio Exterior de España y en el Instituto de Cultura Hispánica (hoy Instituto de Cooperación Iberoamericana), además de impartir docencia en la Escuela Oficial de Periodismo y en la Universidad Internacional Marcelino Menéndez y Pelayo; también colaboraba con la revista Mundo Hispánico y con los periódicos La Vanguardia, Ya y ABC. Sin embargo, fue en ese ambiente donde Baquero recuperó, por así decirlo, la voz poética que sus amigos desearon escuchar en su juventud. En 1960 dio a conocer en Cuadernos Hispanoamericanos una breve muestra de esa escritura: Poemas escritos en España; después aparecerían los libros Memorial de un testigo (1966), Magias e invenciones (1984), Poemas invisibles (1991), Autoantología comentada (1992) y Poesía Completa (1995). En cuanto a ensayos literarios publicó Escritores hispanoamericanos de hoy (1961); Darío, Cernuda y otros temas poéticos (1969); Indios, blancos y negros en el caldero de América (1991); Acercamiento a Dulce María Loynaz (1993) y La fuente inagotable (1995).

Después de la discreta existencia («Yo vivo y produzco dentro de mí, todo lo hago dentro de mí, donde tengo mi reino vastísimo. Allí tengo mi Isla, mi familia, mi sol»), (11), el genio creador se hizo tangible. Llegaron los reconocimientos de las instituciones culturales, y las ansias de llenar «el vacío silencio» de su obra por parte de las nuevas generaciones. La Cátedra Fray Luis de León, de la Universidad Pontificia de Salamanca, le rinde el Homenaje «Celebración de la existencia», cuya memoria quedó recogida en el libro homónimo; también se reúne su Poesía Completa en la Colección Obra Fundamental. Entre otros significativos méritos en su trayectoria como escritor, Baquero fue candidato al Premio Príncipe de Asturias de las Letras, al gran premio poético de carácter hispano Reina Sofía, que conceden anualmente el Patrimonio Nacional y la Universidad de Salamanca. Recibió, además, por toda su vida dedicada a la poesía, los homenajes de varias instituciones culturales españolas, entre ellas la Casa de América de Madrid, el Círculo de Bellas Artes, Radio Nacional de España y la Residencia de Estudiantes.

Una sabiduría sedimentada tanto por la experiencia vital de los años como por su excepcional cultura, lo proyecta como un anciano generoso, tolerante, de aniñada y pícara gracia para conjugar asuntos tan serios y decisivos como la muerte, el destino y la poesía. Poco a poco se hizo de nuevos amigos; jóvenes de dentro y fuera de la isla se acercaban a su rincón luminoso de Antonio Acuña, en la ciudad de Madrid, para «tocar» al santo que concibió una obra poética de signos insospechados, de tanta riqueza verbal, gozo y rejuego. Después de experimentar los derrumbes y los ascensos, el poeta se permite hacer guiños, aun en su subyacente pesimismo, al milagro de haber vivido y a la dicha de poderse regocijar en «el abismo de estar vivo».

El pensamiento conservador y tradicional del intelectual que defendió un nacionalismo y una democracia sin destino cierto, también debió madurar para reconciliarse con la perspectiva del tiempo y asumir la herencia cultural de la nación como un legado histórico aportado por las generaciones de todas las épocas y un usufructo del pueblo cubano. En los últimos años Baquero vivió con una obsesión que quedaría trunca: escribir un libro sobre la discriminación a la que fue sometida Cuba, al final de la Guerra de 1895, por España y los Estados Unidos; para él ese sometimiento era el origen de muchos de los males que padeció la nación.

El hombre que pudo ser connotado académico, astrónomo, publicista influyente, sabio, científico, polígrafo, filósofo, fue lo que quiso ser, simplemente poeta. A finales del año 1996 se le detectó un tumor cerebral del cual fue intervenido quirúrgicamente. Al siguiente año fue ingresado a causa de un derrame cerebral. Gastón Baquero falleció en el Hospital La Paz, de Madrid, alrededor de las dos de la tarde del jueves 15 de mayo de 1997, Día de San Isidro. Sus cenizas reposan en el cementerio de la Almudena, de Madrid.

 

III

 

Una señal menuda sobre el pecho del astro es el primer libro de ensayos de Baquero publicado en Cuba después de 1948. Una selección de textos escritos en diferentes épocas y para diversos medios de comunicación, por lo que el lector no encontrará una unidad de forma, como suele hallarse en un libro concebido orgánicamente de principio a fin. Cada uno de los ensayos está supeditado a un interés, a un propósito y los dominan las propias circunstancias apremiantes. Me inclino a pensar que esto, en vez de constituir una limitación, viene a resultar un benigno festín de macropolisemia textual del saber, que no permitirá ninguna forma de cansancio ni pérdida de atención en el proceso de lectura; eso sí, lo que podemos llamar el estilo personal de su prosa discursiva, no solo sostiene las cualidades y las virtudes del ensayista brillante, sino que se permite manejar el tono de lo espontáneo con la maestría del conversador afable que flexibiliza expresiones, acepta el azar o toma otro camino (¿será el «equívoco fecundo» del que habló Alfonso Reyes?), mas se sabe involucrado en una suerte de búsqueda. En ello, a Baquero le es propia la aseveración de José Luis Gómez-Martínez al decir que «el ensayista es un poeta con los pies en la tierra, consciente de los problemas actuales, a los que aplica su ingenio inquisitivo, con el único propósito de despertar al lector y hacerle reflexionar sobre aquello particular que él eleva al plano de lo universal» (12).12

Después de una minuciosa labor de lectura e indagación de los textos baquerianos con los que pudimos contar, realizamos la selección atenidos a su significación, representatividad y con el latente propósito de evitar las inoportunas reiteraciones que pudieran existir; así decidimos reunirlos por temáticas afines, de tal modo el libro quedó estructurado en seis secciones:

«El misterio mayor», dedicado a José Martí. Baquero fue un martiano fervoroso, de genuina vocación, como lo expresa en un texto introductorio:

[…] yo traigo también mi candil minúsculo. Fue encendido desde mi niñez, porque tuve la dicha de nacer entre gente humilde y con mucha pasión y emoción de Patria en las venas. Mi relación con este hombre, como con Antonio Maceo, no es cuestión de historia ni de aprendizaje. Es cuestión de tierra y de huesos, de sangre y de pura vida y nada más que vida (13).

Estos ensayos sobre Martí constituyen un innegable ejemplo de las virtudes de Baquero como publicista. Esa maestría de tratar temas profundos con un lenguaje sencillo, capaz de exponer visiones personales y conceptos con prosa sobria, rítmica, equilibrada, lo pone a la cabeza de una práctica periodística de amena precisión, imaginativa, de alcance social y amplios niveles de comunicación. Lugar prominente tiene en esta sección «En el umbral de La Edad de Oro», ensayo en el que aplica un novedoso análisis para valorar el genio creador martiano en materia de comunicación y trato con la infancia. A Martí lo llama «comunicador insomne», «el hombre menos frívolo que podemos conocer», el que «inventó un modo, un tono de dirigirse a los niños, que parecía imposible de darse en un escritor de sus características», el que «no aflije a nadie. Por herido que vaya, se detiene ante el sufrir ajeno y pone su aliviadora mano en el hombro del otro. Oculta sus heridas para curar las ajenas».

Luego establece vasos comunicantes entre La Edad de Oro, Martí, personalidades y creaciones de diversas épocas y latitudes, de una cosmovisión cultural asombrosa. ¿No es una certera lección del método de análisis literario comparativo, de tanta aplicación en el mundo moderno por el cruzamiento de culturas? A la conocida bibliografía pasiva del Apóstol habrá que sumarle estos acercamientos generados por el talento y la sincera devoción de Baquero.

En «Forma sui géneris de esperanza», se reúnen los textos dedicados a temas y personalidades de la cultura cubana: Gertrudis Gómez de Avellaneda, Julián del Casal, Mariano Brull, Lydia Cabrera, Eugenio Florit, Alejo Carpentier, José Lezama Lima y Dulce María Loynaz; estas son piezas de exquisita factura en cuanto al manejo del idioma, donde se hace patente, además, una indagación profunda a cada asunto. Se suman a esta sección los ensayos «Tres siglos de prosa en Cuba», «Tendencias de nuestra literatura» y «Panorama de la poesía cubana», que han de ser de obligada y detenida lectura, lo mismo para el diletante como para el estudioso de la cultura que busque juicios y valoraciones de autorizada fuente.

«Fundación de la palabra». Conocedor de la cultura americana, de sus raíces y desvelos, Baquero no está ajeno a los fenómenos históricos, económicos y sociales que conforman el diverso árbol de la existencia americana, y en revelar claves rotundas de ese mundo, empeña fantasía y razón de ensayista agudo. En su ensayo «En un lugar de América, el 11 de octubre de 1492», despliega un astrolabio frente al fenómeno del descubrimiento (encuentro) de América (y Europa), adelantándose a la polémica generada años después alrededor de la celebración del medio milenio. Auguró y reconoció, oportunamente, el protagonismo de América Latina como continente mestizo, fruto no solo del cruce étnico, sino de la simbiosis de fenómenos muchos más complejos y disímiles. Sin olvidar el viaje al centro de las leyendas y mitos, el poeta, fabulador, hechicero de «magias e invenciones» se adentra en la búsqueda y apropiación de esas raíces con luz de cercanía martiana («de los incas a acá»), para dignificar su origen y proyectar la idea futura del continente.
Otros ensayos como «Lo perdurable y lo efímero en la obra de Rubén Darío», dedicado a uno de los grandes poetas de la lengua, cuya obra generó seguidores, fundó escuelas y renovó tendencias; y «Horacio Quiroga: una respuesta a la muerte», sobre estilo y psicología de uno de los paradigmas de la cuentística latinoamericana, son textos de madurez intelectual (el primero) y de fervorosa juventud (el segundo); además de poseer, ambos, un alto valor filológico en cualquier ámbito.

 

 

4 Baquero por Alencart (1993) Baquero por Alencart (1993)

«Ensimismamiento y huella», reúne ensayos referidos a ciertos paradigmas de las letras españolas: Miguel de Cervantes, Miguel de Unamuno, Jorge Manrique, Gustavo Adolfo Bécquer, Ciro Bayo, Ramón Menéndez-Pidal, Pío Baroja, José Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas y Luis Cernuda. Sobresale entre ellos «Monólogo con don Quijote»; concebido a los veintitrés años de edad, sorprende por su virtud de convertir el lenguaje en un campo de acción de la sociocultura. En este ensayo, Gastón trenza con mano maestra la dualidad de contenido y forma a través de un discurso de connotada implicación estética, en el que la cogitación va a articular progresivamente nuevas demandas sobre el tópico del destino trágico español. Se trata de una reflectante triada de espejos: Cervantes, Quijote, Unamuno, plasmada en breve texto, cuyo objetivo es servir de preámbulo a un trabajo más ambicioso sobre el pensamiento del controvertido escritor español de la Generación del 98, Miguel de Unamuno. Asimismo, despliega suficiencia en el ejercicio de la crítica creadora de participación e interpretación en el ensayo «Eternidad de Juan Ramón Jiménez», donde escudriña con agudeza las fuentes nutricias de la creación juanramoniana y el umbilical nexo con el muy especial misticismo en su pensamiento cristiano. Y finaliza esta sección del libro con «La poesía de Luis Cernuda», un acercamiento sensible y pleno de juicios muy atinados sobre la progresión creativa de uno de los más interesantes y polémicos poetas españoles de la Generación del 27.

«Caminos recorridos, mundos por descubrir». Desde su raigal cubanía parte Baquero a cumplir su vocación latinoamericanista, luego crece su vivaz pasión por el legado hispánico para, con una prueba irrefutable de múltiple asimilación cultural, abrirse a lo ecuménico: «Introducción al bicentenario de Goethe», «Emily Dickinson o de las maravillas pequeñas», «Primera nota sobre Paul Valéry», «Significación de T. S. Eliot» y «Saint-John Perse, Cronista del Universo», ensayos de exquisita factura, tanto por las estructuras en que cada uno va a concertar las ideas, como por el contenido semántico que se vierte en ellos. Elementos narrativos, historiográficos y biográficos, que hacen funcionar lo discursivo como evento, aportan originalidad al horizonte de conjeturas e interpretaciones de una hermenéutica que ofrece juicios, concita al lector y lo involucra. Cabe destacar el dedicado a T. S. Eliot, en el que la lucidez del crítico y ensayista llega a penetrar e iluminar aguas profundas en la obra de uno de los grandes poetas del siglo XX. «Significación de T. S. Eliot» es, sin duda, uno de los más agudos ensayos, escrito en español, dedicado al autor de La tierra baldía.

«Esencialidad de la poesía», reúne seis textos típicamente baquerianos en cuanto a su concepción de la poesía como misterio y gesto sacro; a la vez que creación trascendente en su praxis y dinámica social.

Ensayos propiamente concebidos para teorizar acerca de ese enigma que gravita sobre el ser humano desde su más lejana presencia sobre la tierra. Médula de todas estas reflexiones alrededor del acto poético como conjura salvadora, es el ensayo «La poesía como reconstrucción de los dioses y del mundo». Su llamado está dirigido a romper la adinámica que se ha entronizado en el hombre; va contra la tendencia a ser testigo inmóvil, la petrificación generada por el ocio mental y la ausencia de misterio, de fantasía, de capacidad lúdica y asombros. Influenciado por el gnosticismo occidental, Baquero amalgama su saber con estructuras más prácticas de la inteligencia y la fe en las incógnitas del mundo, arcanidad que existe para seguirla, desafiarla, creer en ella, oponerse y reproducirla con nuestra propia creación: «La poesía se ha encargado —este fue en el fondo su oficio de siempre— de recordarnos que somos un misterio, una sustancia, o ligada a otra superior, o abyectamente condenada al vacío» (14).

La creación poética de este momento requiere, según sus postulados, el instinto bienhechor de marchar junto a los proyectos de vida de las comunidades humanas, contaminarse de sentimientos colectivos, sin desconocer que los seres comunes, los más sencillos seres, pueden tener una existencia llena de secretos, misterios, magias, sacramentos y fantasías: «Inventarse una realidad superior a la circundante fue siempre el deseo del hombre» (15).

Siempre hay algo detrás de la nada: este es el infierno del pensador y el paraíso del poeta. El regreso intuitivo o voluntario a la no forma de la palabra en absoluta libertad condujo a la construcción —o al descubrimiento— de un idioma poético que era por sí mismo una metafísica de la existencia humana, una nueva filosofía del Logos, suficiente para hipostasiar otra vez el predominio de la sustancia sobre la nada (16).

En sus fermentos filosóficos se notan, quizás, las huellas del romanticismo de Hölderlin, del Heidegger de Ser y Tiempo, y cierto misticismo de Ángelus Silesius. Sin embargo, donde aprecio una influencia de mayor probidad es en la idea heideggeriana de la existencia como camino hacia un fin elevado, pero práctico, para el que se ha de tener presente el hecho de que somos mortales, «ese animal superior que sabe que tiene que morir». De ignorarlo o carecer de una clara conciencia de lo que ello significa, el individuo corre el riesgo de no experimentar la plenitud ni el sentido agónico que exige la vida. Claro está, en su visión metafísica del hombre, en su percepción de origen, subyace el ser angustiado, preocupado por lo que vendrá; es alguien golpeado por el destino que ha olvidado muchas cosas, entre ellas la audacia espiritual y la capacidad de soñar; de ahí que en sus repliegues busque viejos mitos, se desespere, se ilusione con la ciencia, pero, en sus momentos de mayor soledad, siente la ausencia del diálogo con Dios. Entonces el pensador propone la poesía como una forma de salvación para la tragedia humana: «descubrir la gloria de nombrar las cosas, de fundar el mundo con la palabra», propugna Baquero para dejar sentada su teoría poética con toda diafanidad: «En esta conciencia de la reconstrucción del mundo por la purificación de la palabra poética, reside el valor utilitario de la poesía contemporánea» (17). Sin duda, alta cima, gran vértice filosófico ha trazado Baquero en su propósito de desentrañar el drama esencial de la poesía de nuestro tiempo; con estas ideas compromete su pensar poético con la visión de un humanista.

Laten muchas frecuencias en estos ensayos: un ilimitado registro de asuntos vitales, ejercicios pletóricos de inteligencia, una suerte de poéticas y de lógicas estructuras, un estado de libertad creadora y esencia humana en cada visión, además de una acusada personalidad.

Si en su creación poética Baquero tuvo que salvar el parentesco «profundamente apartado» que reina en su natural tendencia a juntar «pensamiento y poesía», en su prosa ensayística articula con destreza, talento y sensibilidad, un discurso crítico donde saber, pensamiento filosófico, experiencia humana, poesía y sentido son sustancias pertinentes no especulativas para la instancia a conquistar: el asombro germinativo del lector.

«Quien deja detrás zonas inexploradas, las tendrá siempre delante», escribió Baquero en 1955 acerca de la obra de Lydia Cabrera; y esta especie de aforismo es perfectamente aplicable a su creación literaria: su obra es desconocida en nuestro ámbito cultural actual; ahora la tenemos ahí, delante, incitadora, plena de conjeturas, signos y vocación humanística.

Como una premonición escrita en la intangible sustancia del tiempo, Baquero nos dejó este verso: «Regresaré en el aire unido a los ausentes». A cien años de su nacimiento, Baquero regresa, viene a su propio convite, «silencioso y solemne a golpear las ventanas ardientes del verano».

 

 

5 Alfredo, Gastón y Jacqueline  en la Universidad de Salamanca (1992) Alfredo, Gastón y Jacqueline en la Universidad de Salamanca (1992)

 

 

NOTAS

(1) Citado por Salvador Bueno: Historia de la literatura cubana, 4ta. ed., Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1972, p. 101.
(2) Luis Antonio de Villena, «Gastón Baquero en días españoles», en Gastón Baquero: La patria sonora de los frutos, sel., pról., notas y comp. de apénd. Efraín Rodríguez Santana, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2001, p. 389.
(3) Felipe Lázaro, «Las manos en su sitio», en Gastón Baquero: Ob. cit., pp. 408-409.
(4) Fina García Marruz, «Gastón», en Gastón Baquero: Ob. cit., p. 336.
(5) En la compilación La patria sonora de los frutos, su antologador, Efraín Rodríguez Santana, incluyó una copia facsimilar de la Certificación de Nacimiento de Gastón Baquero en la que aparece La Habana como el lugar de su nacimiento. Este hecho suscitó un interesante debate durante el evento «Poetas del Interior», en Romerías de Mayo, Holguín, 2002, por considerarse que al publicar el documento se obviaba la memoria familiar y los testimonios de la comunidad. Sin embargo, las memorias de ese encuentro nunca fueron recogidas en una publicación que pudiera dar fe de los argumentos que probaban como errada aquella Certificación, razón por la que aún hoy es posible encontrar en revistas y enciclopedias cubanas y extranjeras más de una inexactitud en este dato de la vida de Baquero. Esperamos que de alguna manera nuestra edición subsane este error.
(6) Virgilio Piñera: Virgilio Piñera, de vuelta y vuelta, Ediciones del Centenario, Ediciones UNIÓN, La Habana, 2011, p. 59.
(7) Fina García Marruz, «Gastón», en Gastón Baquero: Ob. cit., p. 338.
(8) Carlos Espinosa Domínguez, «Un escritor y su ciudad», en José Lezama Lima: Revelaciones de mi fiel Habana, Ediciones UNIÓN, La Habana, 2010, pp. 7-8.
El Diario de la Marina recibió colaboración de connotados intelectuales cubanos y extranjeros, representantes de la vanguardia literaria, artística y política de esos años. Entre los que escribieron con frecuencia para su suplemento literario se distinguen los nombres de Raúl Roa, Enrique de la Osa, Rafael Suárez Solís, Alejo Carpentier, Andrés Núñez Olano, Manuel Navarro Luna, Luis Felipe Rodríguez, Ramiro Guerra, Ramón Rubiera, Juan Antiga, Ramón Guirao, Armando Leyva, Regino Pedroso, Lino Dou, Regino Eladio Boti, Juan Gualberto Gómez, Nicolás Guillén, Salvador García Agüero, Pedro Henríquez Ureña, Miguel Ángel Asturias, Enrique Gómez Carrillo, Jorge Luis Borges, José Bergamín, Baldomero Sanín Cano, Leopoldo Marechal, Luis Cardosa y Aragón, José Carlos Mariátegui, entre otros. Véase Diccionario de la Literatura Cubana, Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1980, t. 2, pp. 991-992.
(9) Pedro de Oraá, «Evocación de Gastón Baquero», en Gastón Baquero: Ob. cit., p. 370.
(10) Juan Marrero: Dos siglos de periodismo en Cuba, Editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 1999, pp. 92-93.
(11) «Si alguien me preguntara cuál es mi palabra, no quiero decir mensaje, porque es muy solemne, mi comunicación con los colegas, hermanos de Cuba, poetas cubanos donde quiera que se encuentren, aquí no hay más que unos poetas cubanos en todas partes, pues sería decirles que recordemos siempre que pertenecemos a una colectividad muy valiosa y muy importante. Yo creo que realmente es un honor, dentro de los méritos que cada uno pueda aportar, de lo que signifique cada persona, es un honor participar en una manifestación como ésa de la poesía en Cuba. […] Lo que quiero decir, es que me satisface pertenecer a una colectividad que tiene un significado, que tiene un sentido, que está cumpliendo una misión, la misión de mantener la presencia de la poesía en Cuba en el alto nivel que siempre tuvo». Véase Efraín Rodríguez Santana, «La poesía es como un viaje», en Felipe Lázaro: Entrevistas a Gastón Baquero, pról. Pedro Shimose, epíl. Pío E. Serrano, col. Palabra Viva, Editorial Betania, Madrid, 1998, pp. 67-68.
(12) José Luis Gómez-Martínez, «El ensayo en función social», en Varios autores: Teoría de la crítica y el ensayo en Hispanoamérica, Editorial Academia, La Habana, 1990, p. 113.
(13) Gastón Baquero: La fuente inagotable, PRE-TEXTOS, Valencia, 1995, p. 12.
(14) Ver «La poesía como problema», p. 491, de nuestra edición.
(15) Ver «La poesía como reconstrucción…», p. 517, de nuestra edición.
(16) Ver «La poesía como reconstrucción…», pp. 524-525, de nuestra edición.
(17) Ib., p. 505.

6 Gastón Baquero por Alfredo Pérez Alencart (Salamanca, 1993)Gastón Baquero por Alfredo Pérez Alencart (Salamanca, 1993)

 

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