El poeta José Antonio Valle Alonso en el Casino de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)
Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario sobre el poemario de José Antonio Valle Alonso, escrito por Manuel Quiroga Clérigo (Madrid, 1945), poeta, narrador, autor de teatro, crítico literario y periodista de la cultura, quien ha centrado su actividad en la labor poética y sus versos figuran en diversas antologías, revistas y trabajos colectivos, habiendo editado hasta la fecha dieciocho libros de poesía, entre los que están Homenaje a Neruda (1973); Fuimos pájaros rotos (1980); Vigía (1997); De Morelia callada (1997); Los jardines latinos (1998); Versos de amanecer y acabamiento (1998); Íntima frontera (1999); Desolaciones tardías. Aristas de Cobre (2000); Las batallas de octubre (2002); Mudo mudo (la aventura de Manila), (2004); Leve historia sin trenes (2006); Crónica de aves. El viaje a Chile (2007); Páginas de un diario (2010), Volver a Guanajuato (2012), Isla/País de colibriés (Ediciones Vitruvio, Madrid, 2018); Crucero cisnes trópico castillos (ediciones Endymion, Madrid 2018); Rúas (Respirando Lisboa) (ediciones Búho Búcaro, Madrid 2018); Alrededor (Ediciones Vitruvio Madrid 2019) y Poemas de la ciudad y de la vida (ediciones Amarante, salamanca, 2019), entre otros. Forma parte de Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), Centro Español de Derechos Repográficos (CEDRO) donde figuro en la Comisión de Préstamo Bibliotecario, Asociación Colegial de Escritores de España (ACE), Colegio Nacional de Doctores y Licenciados en Ciencias Políticas y Sociología, Asociación Castellano-Manchega de Sociología, Fundación Cervantina de Guanajuato, etc.
“FIEBRE EN LA HUELLA”
DE JOSÉ ANTONIO VALLE ALONSO
Portada de Fiebre en la Huella
Ya el sol en Cáncer amanece, continúa, el verano. Si Juana Rosa Pita escribió “Tiempo de siembra: el día de los hombres se avecina”, ahora estamos cerca del tiempo de recogida, cuando las cosechas pasan a los graneros, a los silos, a los almacenes y pronto vendrá la vendimia, el momento de los días espléndidos de canto y abundancia, eso si el prometido cálido verano no sigue secando los campos y las algunas conciencias, ya bastante deterioradas. Y en esta tesitura, seguramente, aparece esa “Fiebre en la huella” de que habla José Antonio Valle Alonso en su libro publicado, otra vez por Vitruvio, nº 746 de la Colección Baños del Carmen. Nacido en Villamor de los Escuderos, Zamora, en 1950, el autor con profusión de libros publicados e importantes galardones literarios en su haber, como el Premio Nacional de Poesía “Jorge Manrique”, Nacional de Poesía “Ateneo de Valladolid” o Premio Internacional de Poesía “Justas Poéticas Castellanas” fue coordinador de “Los Viernes del Sarmiento” en Valladolid y su anterior libro publicado es “La flor de Lis o Lirio de los Valles”.
Nos interesan destacar algunas de las palabras que el autor pone en el preludio a su libro: “Fiebre en la huella”, un halo metafísico, un poemario de reflexión sobre la propia existencia, el paso de cada día, llegando hasta el principio de la memoria, haciendo el bagaje especial de los sentimientos de cada momento, de cada circunstancia”. Y así, al releer su poemario, se nos ocurre un comentario en torno a la cumplida y bien alineada obra. En primer lugar, como en el caso de Santiago Redondo Vega hay que congratularse del detenido y solemne trato que da a la lengua, a nuestra lengua, últimamente tan perjudicada por políticos, gente de la televisión, tertulianos, deportistas para quienes el hablar a trompicones, el usar latiguillos frecuencias, el crear frases defectuosas parece algo normal que nadie es capaz de corregir. Así que alegra el que un poeta, un escritor, se detenga a hablar con el lenguaje y lo exponga de manera clara y vehemente como si fuera, que lo es, parte importante de nuestra existencia.
Lectura de José Antonio Valle Alonso (foto de Jacqueline Alencar)
Alguien ha dicho que el poeta escribe siempre el mismo libro. No es ni verdad ni mentira. El poeta tiene sus preferentes, sus paisajes, sus amores. Y, eso sí, habla de ellos aunque parezca que se refiere a algo distinto. En este caso Valle dedica el libro “A vosotras, el amor de mi vida” y de una u otra forma está hablando con delicadeza a quienes tiene presente, seguro, por encima de todo. Y en ese tener presente aparece el afecto, la alegría pero, también, la cautela, como si cada soneto, cada poema, cada verso fuera a ser leído solamente por las personas a quienes van dedicados aunque ya sabemos que, una vez publicado, el libro vuela sólo y cada lector va a sentirse parte de la biografía del poeta. “Yo me sucedo en mí cada mañana/con la misma verdad en las paredes/y recostada vertical la noche/sueño estrellas de nieve en el camino” comienza escribiendo el autor y en el último delicado poema, titulado “Cuando pases al lado de la estación que habito”, se siente náufrago en la existencia y requiere insistente una llamada, tal vez para eliminar la soledad de un plumazo o, simplemente, para convivir en la plenitud de todos los días: “Ya sé que apenas tengo la huella de los sueños/porque se me emborronan detrás de los tapiales/alzados de desvelos que anidaron las sombras./Y apenas hoy los astro encienden las alturas…Llámame…/Llámame”.
Pero antes, en las más de cien páginas que contiene el ejemplar, hay otras afirmaciones, otros lamentos, nuevas insinuaciones, interrogantes, heridas, fiebre, dudas. “Hoy me sabe distinta la alegría,/me llega hasta la voz como el que llega/después de un largo exilio, trasnochado,/y aprendiera a beberse las palabras”, escribe Valle y reafirma lo que ya dejó dicho: “…mi poesía yo no la explico nunca, porque creo que la poesía no se debe explicar, la poesía nace envuelta en un velo de intimidad, desnuda, sí, pero envuelta en un sutil velo sugerente, la poesía es luz, luz verdadera, sin necesidad de argumentarla, de dilucidarla”.
Todo cierto aunque en el caso de las críticas, comentarios o recensiones, como ya no es el propio autor quien analiza su pensamiento, todo sirve para penetrar de una manera más lineal en su obra, para aclarar su postura ante la vida o para re-conocer su itinerario poético. Célebre es el poema del catalán Pere Gimferrer: “Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos”, la mecánica de las mareas, de la belleza de sus aguas, de la horizontales de sus lejanías; los símbolos del acercamiento, la ternura de la caricia, la expuesta posibilidad del dolor… Es que lo cotidiano puede afectarnos, y lo hace con la agitación del pulso, con la incertidumbre de la duda, con el desorden de nuestros afectos. Y si, además, afecta a nuestra huella, a nuestro paso por esa cercanía de los demás, entonces el dolor no está lejano.
Valle Alonso en primer plano. También Sagüillo y Redondo (foto de Jacqueline Alencar)
Y de eso hablan los poetas, este poeta. Perfecto el poeta de la contraportada, que se titula “Así” y reproducimos completo: “Sin más vestido que la sombra/en la hora del sueño, con olor a cansancio/y la mirada corta. Sin alba en el camino/me he parado a esperarte./Así, como jugando con la pena en el nido/mientras le crecen alas. Octubre está cruzando/el río tras los árboles, y se queda el silencio/al despertarle el agua./Y me llega la linde de la melancolía/una cita olvidada y un abrazo vacío/desde ayer para siempre./Y te sigo llamando porque sé que mañana/madrugaré los ojos, para verte dormida/en el mármol sin luna”. Desvalido el poeta se interroga, acuda a lo que desea tener al lado. Ahí está su vitalidad, su capacidad para renovarse. A veces incluso se exalta, se ruboriza, es cuando escribe “Hoy me sabe distinta la alegría…”, en la primera parte del libro. Rafael Soler ha dicho que la poesía sirve para salvarnos, es nuestra tabla de salvación. “Arrójame tu mano…” pide la valenciana Dolors Alberola. Es el poeta ante la solicitud de lo amado y utilizando para solicitarlo el arma que tiene más cerca, o sea en su corazón, la poesía.
De todas formas es tan ancho el mundo de la lírica que cualquier palabra se convierte en promesa, en recado a los demás: “Hoy me duele el pensamiento…y ando…”, leemos en “Y apenas un albor”. De “Nocturno” elegimos el poema “Así”, arriba reseñado. Y del romántico espacio denominado “Amor, estás lloviendo…” recomendamos “Hoy tengo hambre de cielo” (“Y el sueño vuela bajo./Y de nuevo florece la inocencia/junto a la fuente íntima, contigo”.
En su preludio José Antonio Valle requería “…que mis poemas de Fiebre en la huella os den la claridad suficiente para que veáis vuestro amor a la medida de vuestros sentimientos”. Lo intentaremos pero además nos quedamos con los versos de “Hoy todavía espero”: “Todos los corazones/arden”, de “Mientras la vida pasa” (“Voy a llenar mis ojos de silencio”), de “Ella”, cuya parte requeriría un estudio psicológico profundo por su preciosidad inédita: “Esta vez me quedo sólo,/está anocheciendo el alma”.
Y de la última parte, además del poema ya mencionado, se nos clava en el alma ese intenso interrogante. “¿Dónde?”. “¿Dónde ese amor que sabe a lejanía…?”, compendio de la desazón del poeta enamorado, del ser humano envuelto en la soledad, de quienes vagan por las tinieblas de la sinrazón.
Majadahonda, 24 de Junio de 2019,
solsticio de verano, hogueras de San Juan, vida.
Valle Alonso, Sagüillo y Redondo Vega, con sus libros publicados por Vitruvio (foto de J. Alencar)
El poeta y crítico Manuel Quiroga Clérigo
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