Crear en Salamanca tiene especial satisfacción al publicar esta entrevista por la que el poeta y ensayista Remigio Ricardo Pavón, participante en el XVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos (dedicado a Gastón Baquero), obtuvo el Premio Nacional de Entrevista «Orlando Castellanos» 2015, concedido el pasado mes de marzo en la ciudad de Ciego de Ávila (Cuba). La entrevista se realizó originalmente en el baqueriano Café Literario «Palabras en la arena», que Pavón organiza y conduce los terceros miércoles de cada mes desde hace cuatro años, el cual siempre empieza leyendo un poema del notable Gastón Baquero y donde se obsequia a cada invitado con una foto ampliada de la casa natal de Baquero, en Banes, ciudad donde el pasado 4 de mayo presentó, junto con Luis Yseff, la antología de ensayos de Baquero, «Una señal menuda sobre el pecho del astro», preparada y prologada por Pavón. Fue un detalle para celebrar el 101 aniversario del natalicio del poeta de Banes, de Madrid y de Salamanca…
Fotografías de Lilien Aguilera
JOSÉ LUIS SERRANO: “ESCRIBIR ES AÑADIR REALIDAD A LA REALIDAD”
José Luis Serrano Serrano (Estancia Lejos, San Felipe de Uñas, Gibara, Holguín, 2 de febrero de 1971) Poeta, miembro de la UNEAC, graduado de Ingeniero eléctrico.
Con Bufón de Dios en 1997 la AHS inauguraba Ediciones La Luz. El autor tenía 25 años de edad y el hecho pasaría intrascendente, 15 años después pudiera pensarse en una revelación de destinos. José Luis Serrano es hoy uno de los poetas más intensos de su generación. Ante tanta poesía anecdótica y ausente de vibraciones verdaderas de ciertas zonas de la poesía actual, la de Serrano afianza su virtud en una vocación transgresora, en la forma y en el uso de la palabra como impulsiva daga que abre y multiplica las paradojas; su talento poético y su amplia cultura le permiten jugar, polemizar, parodiar, aislarse y converger, quebrando las molduras de resobadas convenciones y replantearse sistemas en los que conviven filosofías y paroxismos. De modo que sus décimas y sonetos más que estructuras clásicas nos parecen palimpsestos sospechosos de herejía.
Ha publicado: El mundo tiene la razón, en coautoría con Ronel González (1996); Bufón de Dios (1997); Aneurisma (1999); Examen de fe (2003); La resaca de todo lo sufrido, en coautoría con Ronel González (2003), Los inquilinos de la Casa Usher (2005); El yo profundo (2005), y Tráfico de influencias (2012).
– ¿Dónde fue tu nacimiento, cómo transcurrió tu infancia, la vida familiar…?
Nací en el Hospital Vladimir Ilich Lenin. Mi infancia transcurre en Estancia Lejos, un disgregado caserío a tres o cuatro kilómetros de San Felipe de Uñas, en el municipio de Gibara. Iba a la escuela en bicicleta desde el primer grado. En días de lluvia mi padre me ensillaba el caballo. Los canarreos de Estancia Lejos se ponen intransitables con un chubasco. Cuando pienso en aquellos años lo primero que me viene a la cabeza son las campanillas. Me gustaba atrapar abejas en las campanillas cuando regresaba de la escuela.
– Cuéntame cómo y cuándo fue tu inicio en la literatura.
La electricidad llegó a Estancia Lejos con el siglo XXI. Este pormenor resultó crucial en mi relación con la literatura. Nunca tuve que elegir entre los libros y el televisor. Mis padres eran lectores voraces. Mucho Salgari, mucho Verne y Balzac y Polevoi y hasta algún que otro Dovstoievski. Muy pocos policiacos y absolutamente nada de poesía. No puedo decirte que leyéramos la Ilíada o el Quijote, pero mi relación con los libros viene de ahí. Así que puedo garantizarte que todo comenzó en un lugar de Gibara de cuyo nombre siempre querré acordarme: Estancia Lejos.
A los doce años me becaron en la Escuela Vocacional y seguí leyendo. Entré a la Universidad de Moa con las narraciones completas de Poe debajo del brazo. Y es allá, en Moa, donde me incorporo a un taller literario. Corría el año 1991, había muy poco que comer y demasiado que leer. De milagro no me achicharré como Alonso Quijano. El taller literario no funcionaba muy bien, pero conocí a Edurman Mariño, Miguel Ángel Martínez, Fernando Cabreja y Freddy Laffita. Gracias a ellos me incliné por la poesía.
Es justo recordar, además, la fugaz aparición de Tania Bruguera en el tercer o cuarto año de mis estudios en Moa. Tania es una importante artista plástica cubana. Importante y polémica. Con ella visité la nutrida sala de arte de la Biblioteca Municipal. Allí podías encontrar lo que buscaras sobre arte contemporáneo. Alguna organización caritativa había donado todo aquello. Tania me dejó una especie de índex. Sus recomendaciones iban desde unas espléndidas monografías sobre Pablo Picasso, Marcel Duchamp, Andy Warhol, y un largo etcétera de pintores famosos, hasta textos fundamentales como “Las vanguardias artísticas del siglo XX” y “Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas”.
– ¿Cuáles fueron tus lecturas de aquellos años de infancia, adolescencia, juventud… autores, obras?
Mis lecturas de infancia y adolescencia ya te las dije. Ahora, es en el Instituto Superior Minero Metalúrgico de Moa donde me gradúo como lector. Allí me devoro a Carpentier y García Márquez íntegros, que son autores importantes y muy fáciles de conseguir. Hay muchos en el mundillo literario que se alimentan exclusivamente de incunables. Saldé la vieja deuda con la Ilíada y la Odisea. Me leí por fin el Quijote, el Dante, “La montaña mágica”, “El tambor de hojalata”, “Rayuela”, “Bomarzo”, “El nombre de la rosa”, “Palinuro de México” y cuanto libro gordo se me puso a tiro. Después los títulos recomendados por la Bruguera. Como te darás cuenta, consumo más narrativa y ensayo que poesía. De esta última, principalmente a Vallejo y Lezama, mis autores de cabecera. Te confieso que el Cucalambé y Naborí nunca fueron manjares apetecidos por el joven estudiante de ingeniería eléctrica.
– ¿Cómo te encaminas hacia el cultivo de dos modelos de composiciones clásicas como la décima y el soneto, en realidad pocos frecuentados por los poetas actuales?
El primer impulso vino de José Luis Rodríguez Alba, que pasó por la Universidad para presentar “Una cosa es con guitarra”, libro con el cual había ganado el concurso 26 de julio. Las décimas de Rodríguez Alba fueron una revelación a mis 21 años. Después cayeron en mis manos “Algunas instrucciones para salir del sueño” y “Todos los signos del hombre”, cuadernos con los que Ronel González se había agenciado un par de Baibramas.
Había en mí cierta predisposición métrica. Nunca he tenido que escandir con los dedos. Así que aquellos libros me embullaron y en 1994 le mostré a Ronel mis primeras décimas. Al año siguiente ya nos estábamos ganando el Premio Cucalambé con un libro escrito a cuatro manos, “El mundo tiene la razón”, un verdadero parteaguas en la escritura de la décima. Y no es presunción mía, unos cuantos socios eruditos sostienen que hay un antes y un después de ese libro. Tratamos de repetir la hazaña con “La resaca de todo lo sufrido”, que obtuvo el premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara en el 2002, pero ya habíamos perdido toda inocencia. No es un mal libro “La resaca…”, pero nos quedó un poco desajustado, las costuras se le notan a la legua.
5.- En alguna parte has expresado: «Personalmente, me he propuesto borrar las fronteras entre versos libres y escrituras silábica». ¿Pudieras explicar esto?
Es cierto, en el corazón de mi poética, si es que tengo alguna, está aniquilar esa aborrecible parcelación. Me incomoda ver en los datos de un autor el membrete de “poeta y decimista”. Es como decir “unión de escritores y artistas”. Algunos no captan la sutileza. Según esa aritmética, ni los escritores son artistas ni los decimistas, poetas. Tal vez por eso proliferen los androides en nuestra cultura. Es muy difícil que sorprendas a un poeta en estado puro. Siempre te lo vas a encontrar en estado de hibridación: “poeta y novelista”, “poeta y ensayista”, “poeta y dramaturgo”, “poeta y escritor para niños”, “poeta y realizador de programas radiales”, qué se yo, cualquier cosa nos parece mejor que presentarnos como poetas a secas. José Martí, Rubén Darío, Pablo Neruda, César Vallejo eran poetas y ya, aunque también hicieran de las suyas en otros géneros.
Durante veinte años he roto lanzas contra esos molinos. Soy un poeta a secas que, para colmo de males, se ha enquistado en la décima y el soneto durante veinte años. Me he batido a full time con la mecánica clásica. Alguien, cuyo criterio estimo en alto grado, me dijo hace poco “Vamos, J. L., lo que pasa es que tu no sabes hacer otra cosa.” Y no le faltaba razón. Claro que lo mismo pudiera decirse de Umberto Eco, tan enquistado en la novela y el ensayo como yo en el soneto y la décima.
A los poetas se les mira con lástima y, en el mejor de los casos, con indulgencia. Nadie le diría a un narrador: “Muy bien Fulano de Tal, sus novelas son bastante ejemplares, pero, ¿cuándo se arriesgará con la poesía?” Sin embargo, el poeta tiene que soportar a cada rato la quisquillosa preguntica. “¿Cuándo vas a escribir un ensayito, una novelita… un cuentecito, vaya?” Este tipo de segregación es inaceptable, pero entendible, la poesía no vende como la narrativa, no se puede vivir a su costa… Lo que nadie me ha podido explicar es eso de “poeta y decimista”, “poeta y sonetista”…
Está bueno ya de fronteras, Remigio. Vamos a dejar la cardona para el corral de los puercos. Me lo he propuesto, sí. Destruir el abismo que algunos ven entre la mecánica clásica y el verso libre es mi obsesión. Las armas que he utilizado pudieran llamarse encabalgamiento, intertextualidad, interdiscursividad, en fin, cualquier recurso que me permita ingresar materias primas extrañas en esas poderosas máquinas de significar que son el soneto y la décima. Hasta destornilladores y alicates he dejado caer en sus engranajes. Me interesa que la gente vea que las estrofas funcionan perfectamente en el siglo XXI. Sí algún mérito hay en mis escritos debe buscarse más o menos en esa dirección.
– En otro momento mencionas a «quienes creen escribir en verso libre (y) en realidad practican una métrica defectuosa». ¿Qué me puedes comentar?
Así es, hay muchos kamikazes del versolibrismo que son tan métricos como Lezama Lima o Nicanor Parra. Fíjate bien en la escritura de Carlos Augusto Alfonso. Si no le he subrayado 307 endecasílabos, 99 heptasílabos y 153 alejandrinos a cualquiera de sus libros, te regalo un totí magenta. Siempre utilizo a Alfonso como material de estudio porque es un excelente poeta, muy estimado por los contrarios al metro y la rima. Te garantizo que Alfonso no es un caso aislado. Son muchos los poetas métricos que se venden como versolibristas. Algunos muy malos, por cierto.
Ah, un detallito que se me olvidaba, las traducciones… Los detractores de la métrica castellana, esos que le viran la cara a la décima y al soneto, se disparan cómodamente las obras completas de MatsuoBasho traducidas del francés por Pello el Afrokán. Baudelaire y Hölderlin son sus maestros. Míralos como se deleitan con esas flores malévolas y esos himnos nocturnos subtitulados por Palmera Record. Óyelos como declaman sonetos en prosa. Tal vez escriba un ensayo sobre el tema, ya tengo el título: “Consejos de un discípulo de Tomás Navarro Tomás a un fanático de William Carlos Williams”.
– ¿Crees que has logrado transgredir algunos paradigmas de la escritura de la décima y el soneto?
Of course. De lo contrario de qué estaríamos hablando. Hace poco vi un documental sobre un japonés que se dedica a fabricar “clavos de mil años”. Los clavos se utilizan para reconstruir pagodas que tienen más o menos esa antigüedad y se supone que el próximo remozamiento debería ocurrir dentro de un milenio. Así que ese es el trabajo del tipo. Día tras día dale que dale con la fragua, el yunque y el martillo para fabricar exclusivamente clavos. La dureza, el temple de los clavos, no siempre es el mismo. Algunas veces se requieren clavos capaces de evadir un nudo para que la madera no se raje y en otras oportunidades el aguijón debe perforar tablones duros como el mármol. Las cabezas y puntas de esos clavos deben martillarse con infinita ternura. Sus vástagos deben observar sutilísimas variaciones conforme al tipo de madera. Hay que estar o muy loco o muy convencido para dedicarse a semejante faena. Ahí está el secreto. El herrero japonés nos ofrece un paradigma digno de reverencia. Yo, en mi trabajo con las estrofas, trato de imitarlo punto por punto.
– Insisto en que hablemos acerca de esas transgresiones. En el caso de la décima es evidente tu desmarque en cuanto a las temáticas sacralizadas con aires de campiña por los cultores en nuestro país, pero es que también te proyectas con otros tonos, otras tesituras y otros conflictos muy distantes a lo conocido. ¿Qué me puedes comentar sobre esto?
Es cierto que me alejo de lo bucólico. Esta es una ganancia de los poetas de los 80, los que se dignaron a escribir décimas por aquellos años. Hubo una reacción contra el Cucalambé. Una revuelta contra Naborí y Adolfo Martí estalló en los 80. Ellos eran los culpables de un estado de cosas. Así que se arremetió con saña contra dichos baluartes. Entonces se cometió un grave error. A lo bucólico se le opuso lo citadino. Sobre la guardarraya se extendió una delgada capa de asfalto y asunto concluido. Se cambiaron las escenografías, pero la estrofa quedó donde mismo. Hablaba diferente, es verdad, pero sus modos y maneras se mantuvieron incólumes. El viejo truco de la redondilla inicial que expone un tema, el puente que no dice nada y la redondilla final con un cierre restallante. Eso es lo que vas a encontrarte en la décima de los años 80 y principios de los 90. Era muy claro que la décima no aguantaba más. Hasta que la bendita paloma regresó con la rama de olivo. Mi escritura es hija de esa circunstancia. Formo parte de un grupo de poetas a los cuales no les quedó más remedio que poner las cosas en su lugar. Llevamos veinte años en el poder y hoy somos una suerte de generación histórica que debe ser reemplazada.
Ahora bien, ¿cómo lo hicimos? ¿Cómo conseguimos el triunfo? Nadie lo sabe. Nadie parece saberlo. No hemos recibido ningún abordaje crítico que valga la pena mencionar. Una aproximación seria, quiero decirte. Una mirada exterior que sopese con detenimiento nuestras virtudes y defectos. De que hemos protagonizado una asombrosa revolución dentro de nuestras letras, no te quepa la menor duda. Sin embargo, nadie habla de ello. Se prefiere continuar examinando a los origenistas. Como ves, trato de responderte en plural, un plural que no es de falsa modestia, sino de simple y llana pluralidad. El salto que aprecias en mi escritura es el resultado de un esfuerzo más o menos colectivo, generacional. Pero si me insistes, te diré cuál es mi rasgo definitorio, en qué, supongo, se diferencia mi escritura. En su prosaísmo. A mis sonetos, a mis décimas, les interesa el ritmo pero desdeñan con insistencia el cantábile. Más armonía que melodía. Es una escritura envidiosa del ensayo, de la narrativa y hasta del periodismo. De ahí esos tonos, esas tesituras que justamente aprecias en mis décimas.
– En la décima y el soneto logras establecer una atmósfera de caos, donde combinas recursos múltiples entre ellos los estilísticos (uso de las esdrújulas), también advierto lo lúdico, autorreferencial, paródico, intertextual y cuestionador, todo un fenómeno bastante cercano a lo que muchos están llamando todavía postmodernidad. Dime ¿poesía del caos, decimista posmoderno? En fin, quiero provocar una autorreflexión sobre tu escritura poética.
Eso que llamas, no sin razón, atmósfera de caos no es otra cosa que mi entropía esencial. Me agrada mucho que adviertas tales peculiaridades en mi obra. Las teorías del caos ejercen sobre mí una incuestionable fascinación. Una de las características de un sistema caótico es que tiene una gran dependencia de las condiciones iniciales. De un sistema del que se conocen sus ecuaciones características, y con unas condiciones iniciales fijas, se puede conocer exactamente su evolución en el tiempo. Pero en el caso de los sistemas caóticos, una mínima diferencia en esas condiciones hace que el sistema evolucione de manera totalmente distinta. Mi escritura ha ido derivando hacia el Kaos. Me interesa como posibilidad de comunicación. Tiendo hacia una escritura estocástica como posibilidad suprema de comunicación. Soy un defensor a ultranza del pensamiento lateral. Muchas veces lo obvio obstruye la visión de una mejor posibilidad. Así que más que escribir, lo mío es estar alerta, escucho frases, giros, locuciones que anoto en todo momento, en cualquier parte. Estoy conversando contigo y de repente me ves anotar algo y echarme el papelito al bolsillo. Luego rumio, mascullo constantemente, todo el tiempo paladeo palabras. Trato de sorprenderlas en posiciones críticas. Husmeo constantemente en los diccionarios. Es muy útil conocer la vida oficial de las palabras. Hay que saber la parcela asignada a cada vocablo. Está claro que las palabras tienen un alcance mucho mayor. Sin embargo, es muy útil saber hasta dónde les está permitido llegar por ley. Solo de esta manera estaremos preparados para obligarlas a transgredir sus límites. El soneto, la décima, son estructuras sumamente estables. Constituyen especies de “sumideros”, “atractores”, para expresarlo con términos de las teorías del caos. Es sabido que los sistemas caóticos no lo son tanto. Tienen esos centros alrededor de los cuales de cierta forma orbitan. Por extraño que pueda parecerte la poesía no se comporta de otra manera. La tarea del poeta es encontrar esos atractores o sumideros alrededor de los cuales orbita el sentido. El poema es, según Octavio Paz, un espacio vacío, pero cargado de inminencias. El soneto y la décima son las estructuras más estables que conoce nuestra lengua. Solo tenemos que verter energía verbal en estos espacios confinados. Al poeta le toca preparar un espacio verbal donde puede o no acontecer la poesía. A veces se olvida que es el lector quien completa el ciclo. Sin un lector eficiente, un lector capaz de establecer las conexiones necesarias, no puede haber una producción eficiente de sentido poético. El poema es un simple receptáculo. Debemos aprender a verlo como una simple jarra que puede o no contener el mejor de los vinos. Buena parte de la poesía que se escribe en la actualidad está enferma de emoción. Algunos poetas tratan de fabricar textos que piensen por el lector. Pretenden transferir sus angustias y perplejidades al poema. Suponen que el poeta “codifica” y el lector simplemente “decodifica”. Es por eso que muchos se estrellan contra los poemas de José Lezama Lima. Pretenden descifrar un criptograma. Se mueren por “entender” y no logran vislumbrar lo que está ocurriendo delante de sus ojos: Paso es el paso del mulo en el abismo. La poesía no funciona como muchos se imaginan. No existe ningún códec que puedas instalar para comprender, porque no hay nada que comprender. El poeta que pretende traducir sus experiencias incurre inversamente en el mismo error. Es imposible que encontremos nuevos caminos sin abandonar nuestras madrigueras mentales, por más confortables que nos parezcan.
– Alguien dijo que en literatura el gran tema es el tiempo. La existencia humana; existimos en el tiempo y fuera de él dejamos de existir, esa no existencia presupone la muerte. En tu caso, temáticamente la muerte es una especie de obsesión, lo tanático es parte de ese caos. En buen cubano, te preguntaría ¿qué hay con la muerte? ¿De qué forma gravita sobre el creador y su pathos lo tanático?
Hace poco, alguien de la familia me hizo la pregunta. Le había llamado la atención mi comercio literario con la muerte. Al ser interrogado por un familiar ocurrió la iluminación. Hasta ese momento pensaba que la muerte era una especie de comodín literario. Una llave que me permitía acceder a determinados ámbitos y nada más. Sin embargo, caí en cuenta de que un evento crucial había marcado mi escritura. La muerte de mi madre el 9 de octubre de 1987. A los dieciséis años hube de encarar esa terrible situación. El hecho debió dañar zonas de mi subconsciente. De repente la pregunta de mi allegado hizo visibles algunas raíces que permanecían soterradas hasta el momento. Mi obsesión por la muerte. La ausencia de escritos de índole erótica. Estoy seguro de que aquella terrible mutilación ocurrida a mis dieciséis años tuvo consecuencias no concientes en mi vida y en mi literatura. A la hora de abordar literariamente lo femenino, Eros resultó remplazado por Tanathos. De ahí que haya en mis escritos cierta sensualidad mórbida. Si te fijas bien hay cierto solapamiento, cierta superposición de Eros y Tanathos, es como si se fusionaran en una misma persona.
– De todo lo que me dices, ¿pudiéramos hablar de un sistema poético? Quizás forjado sobre el camino de la propia escritura. Qué me puedes decir de ello.
Lo que se dice un sistema poético, un universo de categorías y principios a lo Lezama Lima, eso no lo tengo. He dedicado mucho tiempo a estudiar el sistema de Lezama. Es hermoso e inservible. No tiene muchas zonas de contacto con su poesía, por lo tanto es el mejor aparato de intelección que su poesía puede soportar. Es posible porque es imposible. He visto a muchos intelectuales sucumbir ante la vivencia oblicua, el azar concurrente y los súbitos lezamianos. No se percatan de que el gordo terrible simplemente se burla de Aristóteles. La poesía, Lezama lo sabía mejor que nadie, no se explica. Carece de causa, diría José Kozer. A lo más que podemos llegar es a sustituir un enigma por otro. En fin, no creo en los sistemas poéticos. Existe, eso sí, el oficio. Eso que algunos llaman poética. El poeta, como cualquier otro artista, como cualquier otro depredador, debe marcar su territorio. Debe arañar el tronco de la ceiba lo más alto que se lo permitan sus extremidades. La poesía es cuestión de extremidades. Hay que deslindar claramente un espacio. El poeta, más que producir versitos angustiados o felices, debe definir un espacio, un territorio donde las cosas funcionen a su albedrío. ¿Qué relación puede haber entre las palabras fósforo y Bósforo? En primer lugar son dos palabras de linaje, de estirpe. Son dos esdrújulas de belleza cegadora. ¿Y qué más? Ese es el punto. En mi mecánica de percepción, en mi geometría, es absolutamente natural y necesario que se establezca un puente verbal entre ambos vocablos. He deslindado un territorio donde las palabras interaccionan bajo leyes muy precisas. He fabricado una especie de acelerador de partículas donde produzco y reproduzco a mi antojo toda clase de accidentes verbales. Lo que hace distinto e irrepetible a cualquier ser humano es la manera en que responde a los estímulos externos. Cómo reacciona ante las capas de realidad que lo envuelven es lo que distingue a un individuo de otro. Es increíble la diversidad de pensamientos entre seres impregnados de un mismo sustrato cultural, atenazados por idénticas circunstancias. Eso es verdad de Perogrullo. Sin embargo, el sentido común nos hace caer una y otra vez en las trampas de la semejanza. Algunos poetas se atollan en la elaboración de objetos portadores de realidad. Se pierde mucho tiempo tratando de meter a la realidad en una cajita. Los poemas, de eso no me cabe la menor duda, son tan singulares e irrepetibles como los seres humanos que los fabrican. Hay una lógica, una coherencia en la poesía, que no es la lógica ni la coherencia de nuestras vicisitudes cotidianas. No podemos encerrar ni la más mínima partícula de realidad en un texto. Escribir es añadir realidad a la realidad. Con el paso de los años, con el incesante comercio con las palabras, uno va adquiriendo oficio. Se le va cogiendo la vuelta a la escritura. Te vas volviendo más astuto. Sabes cuales son los botones que hay que apretar y en cuál momento hacerlo.
-¿Qué papel desempeña la duda en tu visión del mundo?
Dudo, luego existo. La realidad está en tela de juicio. Hay una sola verdad: Jesucristo. De ahí en fuera lo que vas a encontrarte son vórtices, torbellinos, embudos que succionan cantidades enormes de realidad. Lo que hoy nos parece un hecho incuestionable, mañana es una superstición obsoleta. La ciencia misma ha descartado que el hombre haya evolucionado del mono. Quieres una sorpresa mayor. El siglo XX vio derrumbarse unas cuantas utopías. El XXI ha comenzado con una furia de Apocalipsis. La desilusión del hombre contemporáneo se aproxima a un peligroso límite. Así las cosas, ¿qué sentido tiene seguir tratando de salvar al hombre con el arte? El arte no salva, ni alivia tampoco. La tarea del arte es mostrarnos en su terrible desnudez el alma contemporánea. La duda, la incertidumbre que rodea al hombre sin Dios, debe ser mostrada por la poesía. Debemos asomarnos a ese agujero negro. Hacer visible la terrible oquedad es lo único que podemos intentar.
– ¿Te identificas con algún grupo literario, alguna tendencia de la poesía cubana actual?
Me acabo de desayunar con eso. ¿Existen en Cuba grupos literarios en activo servicio? Tendencias son las que se sobran, pero me revientan los tendenciosos con sus inocentadas.
– ¿Cómo ves el cultivo de la décima y el soneto en estos momentos en Cuba?
Luego del paroxismo de los 90, encuentro muy pocas cosas interesantes. Se imita demasiado a tres o cuatro autores. Hay, no obstante, figuras aisladas. De vez en cuando te tropiezas con poetas sorprendentes en Guisa, en Niquero… La décima ha alcanzado cotas superiores a las logradas por el soneto. Hay publicados más libros de décimas que de sonetos. Pero el quid no está en lo cuantitativo. Dentro de la décima se ha explorado mucho más. Las aportaciones en el caso del soneto son menos visibles. Un número reducido de poetas ha logrado cultivar el soneto con acierto.
La décima ha sido muy sobreprotegida. Demasiado respaldo institucional. Demasiado concursito de poca monta. Tantos mimos dieron a entender que la décima se mantenía viva por los cuidados intensivos. Entraba dondequiera con el carnecito de estrofa nacional. Todas esas atenciones diferenciadas causaron sospechas. Y no es que esté en contra de ese supuesto apoyo a la décima, entiendo que se le debe iluminar y colocar en lugares de eminencia, pero me parece contraproducente que la conduzcan al estrado en silla de ruedas.
Es una verdadera lástima que al Premio Iberoamericano Cucalambé se le retirara la dotación en pesos convertibles. Han acabado con ese certamen, uno de los pocos esfuerzos en pro de la décima que vale la pena mencionar. Sin embargo, se continúa despilfarrando en el nombre de Espinel. Hay mucho personajillo medrando a su costa. Para colmo de males se ha demostrado que Nápoles Fajardo fue un ladronzuelo y no precisamente de versos.
– En «Tráfico de influencias” (2012) has compilado una selección de todos tus libros, ¿vendrá una nueva etapa en tu creación, habrá una ruptura hacia otras búsquedas y caminos?
“Tráfico de influencias” es apenas el avance de un proyecto mucho más ambicioso: “Mecánica Clásica”. Quise que mis seis primeros libros funcionaran como uno solo, pero al verlos reunidos noté que eran, en cierto modo, incompatibles. Así que tuve que hacer un exhaustivo trabajo de remasterización. Estoy muy satisfecho con el resultado.
En la contracubierta de “Tráfico…” hice un comercial que aprovecho para corregir. Se anuncia allí que “Geometría de Lobachevski” se integraría a “Mecánica…”, lo cual entonces me parecía factible y ahora considero un dislate de marca mayor. “Geometría…” es un libro que se desmarca del pelotón. Así que ya no serán seis los libros que componen “Mecánica…” Hay dos momentos en mi escritura: a) “Mecánica Clásica” y b) “Geometría de Lobachevski”. Abriremos muy pronto un inciso c) “Stop Motion”, podría llamarse.
– ¿Qué es Geometría de Lobachevski?
Es un largo poema épico escrito en sonetos binarios. Una biografía novelada. Un crucigrama. Un laberinto sin entrada ni salida. Una superficie de trabajo donde puede ocurrir cualquier cosa. He concentrado ahí todo lo aprendido en veinte años. Me siento verdaderamente orgulloso de esta obrita. Hay dos tipos de geometrías, la euclidiana y la no euclidiana, dentro de esta última se inscribe la del genial matemático ruso. Nikolai Lobachevski es el héroe de mi saga. Hay en la geometría de Euclides una importante fisura, el quinto postulado. Se trata del angustioso asunto de las paralelas. Durante dos milenios aceptamos que por un punto exterior a una recta solo cabe trazar una paralela y que dos rectas paralelas guardan entre sí una distancia finita, por lo que se cae de la mata que las paralelas no deberían interceptarse jamás. Pero llegan de pronto unos hijos de puta nombrados Carl Friedrich Gauss, BernhardRiemann y el susodicho Lobachevski y ponen la cómoda casita de Euclides literalmente patas arriba. ¿Quién ha dicho que las paralelas no pueden cortarse? El soneto necesita una sacudida como esa. Espero que mi libro le haga honor a su nombre.
– ¿Cómo evalúas el panorama de la poesía actual en Cuba?
No soy quien para juzgar en esta materia, pero percibo una tremenda confusión. Hay dos o tres mozalbetes que se quieren comer el mundo y diez o doce cáncamos empeñados en rumiarlo o defecarlo. En el medio estamos nosotros. Nadie sabe a ciencia cierta cómo va a terminar esta película. Pienso que lo más inteligente sería esperar a que las aguas alcancen su nivel. Como dice un viejo proverbio siciliano, “dóblate como un árbol y espera que pase la inundación”.
-¿Y el gusto por el jazz? ¿No se supone que por tu origen sean otras las síncopas que vibren en tus oídos?
¿Y qué esperabas? Que me deleitara con eso que llaman cultura campesina. Que todos los domingos me sentara con mi familia para ver Palmas y cañas. No tengo nada en contra de Celina González, pero prefiero a Celia Cruz. Hay supuestas tradiciones campesinas, supuestas identidades en peligro de extinción. Digo supuestas, porque los campesinos de ahora mismo están más cerca de la guataca que del guateque, aunque parezca lo contrario. La verdadera cultura campesina hay que buscarla en otras zonas del imaginario. La atención prestada por el campesino a una infinidad de indicios aportados por la naturaleza. Su conocimiento de los ciclos lunares. El pronóstico de las lluvias por la observación de las cabañuelas. La cultura oficial es siempre una máscara. No me trago eso de que el danzón, como baile, esté vivo. Lo que sobrevive del danzón es sus células madres implantadas en el jazz. Las tradiciones se desarrollan o mueren. Algo que nuestra sociología parece desconocer por completo. Es por eso que no me interesa en absoluto todo ese paquete pseudocultural que nos venden como cultura campesina, independientemente de sus legítimos exponentes, que debe haberlos sin duda. El jazz es otra cosa, amigo mío. Veo en el jazz una libertad expresiva, una vocación lúdica, que tiene mucho que ver con mi temperamento. Encuentro en el jazz levaduras que no puede proporcionarme el rock británico o el tropicalismo, por solo mencionarte dos territorios de la música contemporánea que me inquietan tanto como el jazz.
-¿Tu predilección por el jazz te ayuda para la creación poética?
Todo lo que me interesa, todo las cosas en que me fijo con particular atención, influyen en mi escritura. Las fuentes esenciales del jazz son la percusión africana y la música clásica. Un abismo, una grieta insalvable parecía existir entre esos mundos hasta que vino el jazz y estableció los vínculos necesarios. Conectar realidades disímiles y hasta antitéticas, en función de penetrar en regiones inexploradas, es la misión de todo arte. No olvidemos que la palabra arte viene del latín ars, que no es otra cosa que habilidad, profesión. Querámoslo o no hay mucha artesanía detrás de cualquier trabajo artístico. El arte vive del artificio. Entonces, claro que me resultan muy útiles algunas herramientas de los jazzistas. La improvisación, por ejemplo. Cuando digo improvisación no vayas a pensar en el repentismo, que no me interesa para nada. Introduzco palabras al azar en el texto. Hago que ingresen dentro de una síncopa predeterminada palabras y frases cuyo desarrollo, cuyas implicaciones últimas, desconozco en absoluto. Por otra parte, los jazzistas hacen un uso increíble de la intertextualidad. La base de la interpretación y el estilo jazzístico es la su constante asimilación de otras tendencias. Puedes ver como logran que elementos extraídos de otros contextos funcionen de una manera otra dentro de su espacio interpretativo. Esta es una gran lección que nos ofrece el jazz. Cuando utilizas una cita, cuando glosas un texto, nunca debes emular con el referente del cual arrancaste el fragmento. El texto ajeno debe ser amputado e injertado con entera libertad. Lo que funcionaba como pierna o nariz en el organismo donante, debe ser trasplantado como hígado o dedo meñique de la mano izquierda en el organismo receptor. Así que son muchas las cosas que podemos aprender del jazz. La geometría de Piet Mondrian es hija del jazz. Rayuela, la gran novela de Julio Cortazar, es hija del jazz. Está bueno de suspirar por el aceite de oliva. Es manteca de puerco lo que realmente necesitamos. La manteca trepidante de Chano Pozo.
¿Cómo te definirías? Por favor haz un ejercicio de autodefinición.
Soy un pedazo de carne con ojos. Alguien que escribe entre la espada y la pared. Una marioneta que buscaba a Dios en el fondo de una botella de aguardiente. Un padre capaz de hacer cualquier cosa por su hijo. Un ingeniero eléctrico que investiga accidentes laborales. Un funcionario cumplidor en la emulación socialista. Un hombre común y corriente que reconoce a Jesucristo como su Salvador.
Gastón Baquero, pintura de Miguel Elías
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