La Alhambra, de Granada
Crear en Salamanca se complace en publicar esta entrevista realizada por Manuel Quiroga Clérigo (Madrid, 1945), doctor en Ciencias Políticas y Sociología, narrador, autor de teatro, crítico literario y periodista de la cultura, quien ha centrado su actividad en la labor poética y sus versos figuran en diversas antologías, revistas y trabajos colectivos, habiendo editado hasta la fecha dieciocho libros de poesía, entre los que están Homenaje a Neruda(1973); Fuimos pájaros rotos (1980); Vigía (1997); De Morelia callada (1997); Los jardines latinos(1998); Versos de amanecer y acabamiento (1998); Íntima frontera (1999); Desolaciones tardías. Aristas de Cobre (2000); Las batallas de octubre (2002); Mudo mudo (la aventura de Manila), (2004); Leve historia sin trenes (2006); Crónica de aves. El viaje a Chile (2007); Páginas de un diario (2010) o Volver a Guanajuato (2012), entre otros. Actualmente es secretario general de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE)
El escritor Antonio Enrique (Foto de María de la Cruz)
“HABÍA QUE REIVINDICAR A BOABDIL CON OBJETIVIDAD
Y JUSTICIA, PERO TAMBIÉN CON HUMANIDAD Y AFECTO”
Antonio (Granada 1953), ocupa el sillón Ñ de la Academia de Buenas Letras de Granada. Publicó su primer poemario “Poema de la Alhambra” (Universidad de Granada) en 1974. Desde entonces es toda la historia que gira alrededor de la permanencia de los árabes en la Península y, sobre todo, del último reino musulmán de la Reconquista en España, sus monumentos, personajes y enclaves religiosos de la cultura árabe una importante parte de su dedicación como escritor, ensayista y poeta.
Licenciado en Letras por la Universidad granadina, fue profesor de Literatura en un Instituto de Guadix desde 1984, ciudad en la que coordina el Aula Abentofail de Poesía y Pensamiento, por el cual han pasado los más interesantes nombres de la cultura. Por su intensa dedicación a iniciativas culturales le fue concedido, con el consenso de todos los grupos municipales, en el año 2001 el Premio “Ciudad de Guadix a la Convivencia”. Es Presidente Honorario del Instituto Iberoamericano de Estudios Andalusíes, en 2014 recibió la Medalla de Oro de la provincia de Granada y la Fundación Andrés Bello le concedió en el año 2016 el Premio a la Obra Narrativa Completa.
Adscrito a la Literatura de la Diferencia”, integra con José Lupiáñez y Fernando de Villena la “Academia de Oriente” y con Gregorio Morales fundó en 1992 el “Salón de Escritores Independientes” que llegó a contar con más cien miembros. Si como poeta ha firmado más de 20 libros, además de los versos aparecidos en diversas antologías y que han sido traducidos a la mayoría de los idiomas europeos, al árabe y al hebreo, vuelve a ser el mundo musulmán al que Enrique presta su pluma, su inspiración, pues en 1991 la editorial Devenir de Madrid, que dirige Juan Pastor, da a la imprenta “La Quibla” donde aparece un poeta cristiano orando a Dios ante el Mihrad de Córdoba y que es, sin duda, una muy interesante aportación lírica a la identidad misteriosa de un dios adorado por cristianos y musulmanes y, todo ello, tiene lugar en la llamada Mezquita-Catedral de Córdoba, el templo espiritual más reconocido de Europa.
Como ensayista, cuyo último título es esa reflexión a la que da como título “El espejo de los vivos (el sentido de la vida)” publicado por Mirto Academia (Publicaciones de la Academia de Buenas Letras de Granada, 2017), al que se unen cerca de otros diez libros, entre los que “Tratado de la Alhambra hermética” (Antonio Ubago/Port-Royal, Granada, 1988) constituye otra obra en la que Enrique se emplea a fondo para dar una visión amplia de la corte de los sultanes nazaríes durante dos siglos y medio repletos de historia, tradiciones y rifirrafes que, seguramente, no han sido bien relatados.
En su bibliografía destacan obras de distintos géneros como “Cuentos del río de la vida” (Temas Accitanos, Guadix, 1991/Ediciones Dauro, Granada, 2003), o la antología “70 menos uno, antología emocional de poetas andaluces” (El Toro Celeste, Málaga 2016), y un total, hasta la fecha, de nueve novelas, entre las que se cuentan “La Armónica Montaña” (Akal, 1986), “El discípulo amado” (Seix Barral, 2000), “La espada de Miramamolín” (Ediciones Roca, Barcelona, 2009) y el volumen que Enrique dedicada a Felipe II, novela titulada “Rey Tiniebla” (Almuzara, Córdoba, 2012). Pero es con “Boabdil, el príncipe del día y de la noche” (Ediciones Dauro, Granada 2016; Premio Andalucía de la Crítica 2017). En 439 páginas recupera, con su estilo personal, concienzudo, delicado, apasionado, y su visión no solo heterodoxa sino, también, amplia y repleta de connotaciones filosóficas, líricas y de insinuaciones musicales del último sultán de Granada, el que sufrió la acometida, monstruosa desde el punto de vista bélico, que supuso un tanto aparatoso y cruel, de la guerra con los musulmanes.
Portada de Boabdil, el principe del día y de la noche
En la primera parte del “Boabdil, el príncipe del día y de la noche”, que lleva como subtítulo “Los hijos de la luna nevada. La extraordinaria historia de los 24 sultanes de la Alhambra”, es el monarca quien relata las acciones llevadas a cabo en La Alhambra para rescatar los restos de casi todos sus antepasados y conducirlos a un lugar en que se encuentren a salvo de profanaciones de los cristianos. Así repasa con una entereza, que la historia al uso no ha sabido reflejar, la realidad del mundo que ha rodeado, sobre todo, a los miembros de su dinastía, ese universo completamente sangriento, casi anárquico, violento hasta extremos inconcebibles y la serie de crímenes y todo tipo de enfrentamientos entre los propios musulmanes, a veces incluso permitiendo que esta situación beneficie a los castellanos sitiadores, durante los últimos siglos anteriores al destierro a tierras de Ándarax por Fernando de Aragón. La segunda parte del libro (“El olor de la luna. La verdadera historia del último sultán”) es un extenso y detallado relato del eunuco Eleazar al-Sabaj que, con fina ironía, amplía determinados aspectos que Boabdil ha podido llegar a omitir, como es la figura de su madre Aixa Fatima La Horra y otros de gran calado histórico, todo lo cual nos permite un conocimiento más completo de los últimos días de la Conquista de Granada por los Reyes Católicos.
Nos parecía de especial interés comentar tan documentada obra con su autor, Antonio Enrique, por cierta necesidad de recuperar una historia que, junto a los momentos en que se va a consumar la unidad de los reinos cristianos, nos permite conocer extremos como la evolución de la cultura árabe, su sabiduría de siglos y, al tiempo, aquellas dosis de crueldad innecesaria que fue permitiendo a los castellanos el recuperar los territorios que habían sido habitados por los musulmanes durante casi ocho siglos.
-Lo que más sorprende en este relato histórico, “Boabdil. El príncipe del día y de la noche”, es la continua desavenencia, luchas por el poder, violencias extremas y crímenes entre los musulmanes que con estas cuestiones dejaban de continuo desguarnecido el escaso territorio que aún conservaban en Andalucía.
-Así fue la Historia. La dinastía nazarita se mantuvo en el poder durante dos siglos y medio, a través de 24 sultanes. Su territorio abarcaba la actual Andalucía Oriental hasta bien entrado el reino de Murcia y buena parte meridional de la Andalucía Occidental, hasta Algeciras. Hubo de mantener sus fronteras al norte con Castilla y al este con Aragón, más las constantes presiones de los reinos del norte de África. Una presión devastadora que obligaba a la dinastía a un equilibrio diplomático exasperante, siempre inestable, con un juego de alianzas permanente. Sin embargo, las luchas de poder más acusadas fueron de orden interno, entre los diversos clanes y familias. Es una historia de sangre, pero también de esplendor artístico y cultural, además de desarrollo científico notable en la medicina y botánica, entre otras ramas del saber. Estos sultanes, de perfil humano inquietante muchos de ellos, incluso extravagante, como se pone de manifiesto en la primera parte de la novela, donde se hace el recorrido por toda esta fastuosa dinastía, pésimamente estudiada hasta fechas recientes, al punto de no estar clara su sucesión, y éste fue el gran problema que me suscitó, estos sultanes, digo, gobernaron con la escrupulosidad de considerar el reino como hacienda propia. Sultanes como Muhammad V, octavo de la dinastía, o su padre Yusuf I, fueron monarcas modélicos, equitativos y promulgaron la justicia social, con la creación de hospitales gratuitos, además de hombres sabios y ecuánimes. Así reconocieron sus homólogos cristianos.
-El Chico parece más preocupado por recuperar los cadáveres de su dinastía, exceptuando el de su padre al que él mismo califica como despreciable, convertido en una obsesión que le hacía olvidarse incluso de las tareas de gobierno, ¿sólo le interesaba evitar las posibles profanaciones de los cristianos o era, más bien, una manera de mantener cierta autoridad ante la decisiones de los ocupantes, como queriendo perpetuar su dinastía a salvo de los vencedores?
-La novela comienza en ese trance. Granada ya ganada, hacia el mes de febrero o marzo de 1492, Boabdil pide permiso al Rey Católico para exhumar los cadáveres de sus antepasados en la Rauda Real de la Alhambra y trasladarlos a un lugar ignoto y secreto, lo que le es concedido con la condición de que se haga de la manera más sigilosa y discreta, en evitación de altercados, dada la tensión extrema que en la ciudad se vivía. El cortejo fúnebre, con unos sesenta cadáveres reales, parte con nocturnidad y no se le permite entrar en pueblo alguno del trayecto, que rinde final en una aldea perdida, de nombre Mondújar, en el camino de la costa. ¿Qué le movió a semejante traslado? Está claro que la evitación de las profanaciones. Él era muy consciente de que con él se extinguía la dinastía.
-Parece que El Zagal, figura tristemente curiosa en toda esta historia, intrigante y todo lo demás, tenía una buena comunicación con Fernando de Aragón, ¿no habría sido mejor que Boabdil hubiera confiado en él, siendo tu tío y teniendo cierta autoridad, para una entrega de Granada sin tantos aplazamientos, en vez de dilatar el problema para al final terminar vencidos y claudicar en unas peores condiciones?
-El Zagal es una figura enormemente controvertida. Su leyenda nos lo pinta ciego y mendigo por las calles de Fez. Comenzó siendo el modelo militar de su sobrino Boabdil, quien le adoraba entre otras razones por compartir su propio nombre, Abú Abd Allah Muhammad. Parece que era hombre arrojado y valeroso, de ahí su apodo, al par que de carácter abierto y gentil. Sin embargo, pronto las cosas se complicaron. Un hermano de Boabdil, Yusuf, fue decapitado en Almería, asesinato bajo su responsabilidad, mediante la acusación de sedición. Cuando murió Abul Hasan, esto es Muley Hacén, Mulhacén, en 1485, hermano suyo, con quien había querido congraciarse mediante tan horrendo asesinato, trató de usurpar el poder a su propio sobrino Boabdil intentando casarse con la viuda de aquél, Aixa Fátima la Horra, quien ya le odiaba. Él mantiene la bandera de la resistencia, pero no hasta el final. De hecho, entrega Guadix en 1489, de la que era señor, de manera mansa, aceptando su venta y las ventajas materiales y nobiliarias que le reportó aquella transacción miserable.
-Perfectamente dibujado el personaje de Boabdil el Chico aparece la figura de su madre La Horra como un ejemplo de fortaleza, viveza y estrategias políticas consumadas, y eso frente a los propios varones de su familia, el padre de Boabdil, el célebre Mulhacen, a quien llama asesino al tomar a Soraya como concubina porque asesino fue del anterior esposo de la mujer, de sus hijos y parientes con el interés último de mantener su reino en medio de un enjambre de conspiraciones y violencias de todo tipo, ¿era el temor a los castellanos lo que hacía a los musulmanes comportarse de esa manera?
-Es terrible, pero es un hecho. Abul Hasan mata a Muhammad VIII, el Pequeño, monarca 14 de la dinastía, y a sus hijos, hijos a su vez de Aixa Fátima la Horra, hacia 1430, siendo ésta jovencísima, en una dependencia del Harén de la Alhambra. Tiempo después se casa con ella. Eran primos entre sí. Como se sabe, terminará repudiándola para tomar como esposa a quien adoptó el nombre de Soraya, conocida por el nombre de Isabel de Solís, quien, con los siglos, será el detonante de todas las leyendas. Pero tal nombre castellano tiene todos los visos de una gran patraña: habían de buscarle identidad nobiliaria y dieron en endosársela a la paternidad de un noble de segunda fila muerto años antes, o sea, que no pudiera hablar, don Sancho de Solís. De hecho, no aparece sino después de la Toma, cuando esta desvergonzada mujer se retracta del mahometismo para asumir la religión de los vencedores, de la que había apostatado al convertirse al Islam. Su descendencia, no obstante, con el tiempo, conoció la miseria, aun los títulos con los que los gratificaron. Los historiadores, además, no se ponen de acuerdo del pueblo de su origen, lugar en el que fue raptada, si Martos, Aguilar u otras plazas fronterizas. Todo induce a pensar que fue parte de un plan para terminar de dividir a la sociedad granadina, ya muy escindida por entonces, pues se recordará que hubo tres sultanes reinando simultáneamente, por no aludir a un cuarto, “el Tapado”, que no era otro que Yahya al-Nayar, el defensor de Baza, nieto de Yusuf IV, monarca 16 de la dinastía. Yahya al-Nayar cedió Baza, a trueque de prebendas, y fue quien convenció a su primo el Zagal para que entregase Guadix. En la novela se apuesta por que Soraya fue parte de una conjura urdida por el cardenal Mendoza con la aquiescencia del Católico, obsesionado, como bien se sabe, por dividir, sin importarle esperar. El tiempo obraba en su favor: mientras más la ciudad se resistiese, mejor sería su posición a la hora de las exigencias.
-Aixa Fatima La Horra alentaba a los faquíes para que estos vivieran en una rebelión perpetua ante los acontecimientos que se iban avecinando, “deseosa -leemos incluso- de que la maten de una lanzada pero en La Alhambra”, con lo cual demuestra ser un personaje de profundas convicciones políticas, anteponiendo el valor del Reino a su propia vida. Parece que los varones, incluido Boabdil, no tenían ese mismo temple.
-Era muy anciana por entonces la Horra. Y sentía sobre sí el orgullo y la dignidad de toda la dinastía. Entendía que, si nada había ya que perder, mejor morir matando. Es falsa, de toda falsedad, la imagen pusilánime de Boabdil en todo este negocio de la entrega de la ciudad, y digo negocio en el doble sentido: asunto, pero también transacción económica, ya que, en realidad, la ciudad fue vendida. No fue el último sultán nazarita hombre pusilánime, como acreditan sus gestas bélicas, entre ellas la defensa de Loja, donde batió al Católico; era de hecho un jinete prodigioso, y su valor rayaba lo suicida. Sus tropas le veneraban. Esto sí, era hombre a su vez reflexivo, y por esto dubitativo hasta la indecisión. Hoy diríamos que influenciable. También un hombre extremadamente cortés. Pero “era quien era”, esto es, hijo de un hombre epiléptico, sanguinario y cruel, y de una madre probablemente afectada de virilismo hipofisiario, con sus secuelas de hirsutismo y atenuación del instinto genital, acaso frigidez. La leyenda interesada vuelve a pintárnosla no ya como ejemplar fisiológico escorado hacia lo masculino, como tantas mujeres hay, y dotada por consiguiente de cierto desarrollo óseo y muscular, sino con vello en la mejilla y voz excesivamente espesa. Era por el contrario, y aun con estas limitaciones propias de la acromegalia contrasexual, una mujer cuya entereza y altivez, fácilmente identificables con un tipo de presencia seductora, no le privaban de cierta belleza, y aún así, bella de rostro no obstante; esto trascendió en quienes tuvieron el privilegio de ver su cara, casi siempre tapada por los usos de aquella monarquía, muy rígida en cuestión de protocolo.
-A la vista del tratamiento que los gobernantes dan a las mujeres en la Granada a punto de perecer, agravado por el estado de esclavitud sexual en que viven, parece increíble que no hubiera una rebelión del elemento femenino frente a sus opresores, estupradores, fornicadores permanentes y despreciadores de sus propias esposas, concubinas, hijas, hermanas.
-En la Granada de entonces regían los usos maliquíes religiosos, sumamente estrictos. Sin embargo, existen muestras de que tales observancias se fueron atenuando con el tiempo. Por ejemplo, la prohibición del vino. En la Corte, al menos, sabemos de banquetes reales donde éste se ingirió, si bien a los postres, y con aquiescencia del alfaquí: vino de la Axarquía, que llamaban charib, y es vino dulce, de pasas. Y con el cannabis otro tanto ocurría: la Sala de la Sangre, hoy llamada de Abencerrajes era, en realidad, el aschim, fumadero. Referente a la mujer, en Granada tenían la libertad de salir y entrar sin compañía masculina, así como llevar el rostro al descubierto. En Ronda, por ejemplo, los atuendos femeninos recortaban el vuelo de la falda. Hoy conocemos también las costumbres en el harem real. No se permitía entrada a varón que no fuese el sultán, eunucos aparte; pero sí a las antesalas previas, incluidos mercaderes que acudían a presentar sus prendas, para recreo de aquellas mujeres, que por cierto eran procedentes de todas partes, singularmente las francas, que era como se conocían a las norteñas. La Horra recibía con cortina interpuesta. Las mujeres, aquí en Granada, gozaron de mayor libertad de la que se supone. Y en el Harem, esto es “lo prohibido”, ellas eran las que mandaban, pudiéndose unir, bien que amistosamente, contra el mismo sultán.
Antonio Enrique
-La primera tregua de Fernando III con el gobernador almohade de Córdoba data de 1235. Desde entonces la penetración cristiana en Andalucía es constante, ¿cómo pudieron aguantar los musulmanes más de dos siglos y medio hasta la llegada de los Reyes Católicos cuando entre ellos, más que entre las filas del norte, había tales divisiones, crímenes, traiciones y violencias que apenas podían convivir entre sí?
-Es una buena pregunta. En efecto, la frontera apenas se movió en ochenta años, una vez fijada, posteriormente, en la línea de Martos-Antequera-Algeciras. Ello se debió a las propias disensiones en el bando castellano, lo cual puede rastrearse en las crónicas. Pero, sobre todo, a dos consideraciones: primero, su autoabastecimiento, ya que es zona de una espectacular riqueza, a la que coadyuvaban las frecuentes algaras o incursiones cada primavera, como también el comercio con todo el Mediterráneo, incluidos los estados cristianos; y en segundo término, su fastuosa caballería, un ejército verdaderamente deslumbrante. Uno ha de convenir que a la propia Castilla favorecía el status quo impuesto por el tiempo y la costumbre, consistente en el vasallaje nazarita; así los castellanos percibían unos altos impuestos, sin que la Corona hubiese de arriesgar sino el mantener las apariencias de confrontación. Todo ello se vio alterado por la toma de Alhama, en tiempos de Abul Hasan. A partir de aquí, se abren los diez años de guerra que constituyen el tramo final de aquella dinastía.
-¿Por qué no prosperó aquella idea de convertir a Granada en un pequeño reino vasallo de la corona de Castilla y como adelantado en las relaciones con los musulmanes africanos, ya que el propio que el Rey de Túnez preparaba una invasión en medio de aquella, digamos, sugerencia (la de Granada siguiera subsistiendo en un pequeño territorio)?
-Por razones fundamentalmente religiosas. El sultanato de Granada, en efecto, supuso una oportunidad histórica de establecer un estado-puente, algo así como un reino basculante entre la Cristiandad y el Islam, que habría evitado el enfrentamiento abrupto entre ambas concepciones políticas y vitales siglos más tarde; lo que hoy llamaríamos un estado-colchón. Pudo ser, naturalmente bajo la Corona de Castilla. Las Capitulaciones apuntaban a ello, si bien de forma no expresa, pero sí implícita. ¿Qué otra cosa, en realidad, significa el respeto a la lengua y las costumbres, la religión y las leyes, todo ello garantizado por la rúbrica real en cada una de sus cláusulas? De vasallos, los granadinos hubieran pasado a ser súbditos. Pero a ello se opusieron los intereses de integrismo religioso, tanto más absorbentes por cuanto en ellos se basaba la unidad del nuevo Estado, a partir del cual ya puede hablarse de España. Pero, a partir de aquí, el nuevo Estado se concibió por exclusión de una parte, no por la integración de lo diverso y distinto. Por eso, la toma de Granada, con el incumplimiento de las Capitulaciones, supuso un vuelco jurídico en relación al Derecho de gentes y una oportunidad perdida en pro de un Estado más vertebrado y acorde a las poblaciones marginales. Pero la Historia, entonces, hubiera sido otra.
–El gran muftí de la Mezquina Aljama, dice a Boabdil: “Recuerda que todos tus antepasados murieron reyes de Granada y que si tú la entregas, el reino y la dinastía mueren en ti”, como situando al Chico en un callejón sin salido ante la acometida de Fernando, Zafra, etc.
-Cosa que también le dijo la Horra a su hijo, desde el balcón central de la Sala del Trono, teniendo a sus pies el Albaicín y la ciudad entera. De sobra lo sabía Boabdil; estaba incluso en sus pronósticos de nacimiento. Lo que debe de hacernos poner en su situación, singularmente dramática: si entregaba la ciudad, corría el riesgo de que los suyos propios se sublevasen, empezando por el bando regalista y toda la minoría religiosa; y si se resistía, tanto más agravaría las consecuencias del desenlace ineluctable: deportaciones, expropiaciones, muertes violentas, destrucción de la ciudad por la artillería aragonesa, que había demolido Málaga meses antes. ¿Qué hacer en una situación así? Pongámonos en su lugar: resistió hasta el mismo punto en que ceder era ya lo único posible para no perjudicar más los intereses de la población autóctona. Y si tuvo enfrente a diplomáticos formidables, no menos conspicuos fueron los suyos y arduas sus negociaciones con tal de ganar tiempo aguardando un milagro último por parte de sus correligionarios norteafricanos, el de Túnez, el de Fez, incluso el de Egipto. Cuando vio que éste nunca se produciría, ya todo fue fijar fechas y condiciones últimas. Visto con el trasluz del tiempo, fue un diplomático hábil, naturalmente no a la altura del sagaz y experimentado Fernando de Aragón.
-Es precisamente Hernando de Zafra, Secretario de los Reyes Católicos el que denomina a Boabdil El Chico pero no por su estatura sino por su juventud cuando hemos leído en algunos documentos que se trataba de un hombre endeble, poco ambicioso y sin ideas, tal vez para desprestigiarle o dar valor a la talla de político decidido de Fernando de Aragón.
-No endeble, sino brioso y ágil, el duque de San Pedro de Galatino dedicó buena parte de sus investigaciones a este asunto. Era de talla algo más alzada que lo común, delgado, esbelto, con ojos que, a la luz, parecían claros, y de cabello fino y no espeso. Caminaba con majestad, hablaba con finura; también en romance, que le había enseñado en su prisión don Gonzalo de Córdoba, quien fue su gran amigo y valedor, pero no en público por temor a los errores. Ambicioso, esto sí, no lo era, o no lo mostró, antes bien impuesto de su linaje y su responsabilidad, que ciertamente le rebasó en algún momento, tal vez por sentirse demasiado solo. Es posible que en sus instantes depresivos, se manifestase abúlico, y en muchos otros abrumado: ¿quién no teme así adoptar decisiones que afectan la seguridad y bienestar de todo un pueblo? Era, sin embargo, hijo de un padre epiléptico (en la época, tocado de alferecía), padre que le causaba pavor desde niño, un padre que deseó su muerte para dar el trono a los hijos de Soraya, y de una madre afectada de virilismo hipofisiario como acabamos de decir, absorbente y dominante, irreductible y obstinada, violenta en ocasiones, pero de una entereza proverbial. Su vida, además, pendió siempre de los malos augurios: Zogoybi, desgraciado, se le llamó. La consecuencia psicológica de todo ello redunda en timidez y carácter sugestionable, en psiquismo débil durante su infancia, precariedad a la que fue sobreponiéndose con los años.
-¿Cómo es posible que la Reina Isabel, mujer de hierro, prohijara a un hijo de Boabdil, Ahmed, enseñándole el catecismo en la Corte con ánimo de convertirle en religioso, cuando ambos Reyes tenían un odio cerval a todo lo que fuera el Islam, convirtiendo a Ahmed y a su hermano, los hijos de Omalfata y Boabdil en, casi innecesarios, rehenes de los cristianos?
-Bueno, conforme la conclusión del sultanato fue imponiéndose, surgió lo que podríamos llamar “maurofilia” (término impuesto por el arabista don Emilio García Gómez), cierta tolerancia condescendiente con el vencido. Ello afectó a toda la Nobleza. La exhibición del príncipe Ahmed y de su hermano Yusuf como observantes del catolicismo era una muestra más de su victoria sobre el Islam, esta vez de índole moral y por así decir publicitaria. Rehenes lo fueron porque habían de serlo como garantes de la Capitulación, así como otros muchos hijos de las mejores familias nazaríes. Lo hicieron tan a fondo que Ahmed apenas si sabía dos palabras en árabe coránico. Y por descontado, también le inocularon el desprecio a los suyos. Creo que en la novela los pasajes alusivos son bien tristes. La reina Católica, por otra parte, no es fácil de definir. Ahí entramos en un enigma histórico, pues, de la tolerancia inicial al judaísmo e Islam, pasó a un fanatismo religioso incontenible. La herencia genética ahí entiendo que juega un papel relevante, tanto por la parte de los Trastámara como de la casa de Lancaster. Y cómo no, sus relaciones sexuales con ese ejemplar tan insaciable como infiel que fue su marido, al que no cabe duda estaba fijada y no sólo emocionalmente. No fue, además, una mujer bella, aunque sí fecunda hasta la extenuación. Cara con papos, piernas gordas, etc. La verdad es que su marido era físicamente tan desagradable o más. Por lo demás, su concepto de la realeza, a la que accede tras la muerte inesperada de su hermano Alfonso, tuvo algo de paranoide. Lo que no quita, antes enaltece, sus otras cualidades de hembra políticamente capaz.
Rendición de Granad, de Francisco Pradilla
-Parece excesivo que Isabel de Castilla permitiera un extraordinario sufrimiento a Omalfata, siendo ella una madre que también sufría y se preocupaba por el destino de sus hijas, cuando no accede a entregar a los niños pese a las súplicas continuas de los enviados de Boabdil, ¿o veía esta situación como una baza política para conseguir Granada?
-La “razón de Estado” se sobrepuso a lo demás. Tanto más por cuanto tal razón venía regida por la creencia religiosa y su conducta estaba sancionada por los sucesivos pontífices, salvo Borja, Alejandro VI, quienes habían declarado la cruzada. Cabe, no obstante, reparar en que el último, Cibo, Inocencio VIII, ordenó que el tratamiento a la familia real nazarí fuese por así decir civilizado. Yo creo que Isabel, en su fuero íntimo, respetó, como madres ambas, a Omalfata, Umm al-Fath, pero se impuso el afán político, tanto más por la irrelevancia de ésta, quien, de todas maneras, no tardó en morir, al año y pocos meses de tomada la ciudad.
-¿Hay documentación suficiente acerca de las aberraciones de Fernando de Aragón que, incluso, no hacía ascos a las mujeres musulmanas? ¿Esas aficiones eran desconocidas por la Reina o, más bien, protegidas y/o encubiertas por el entorno del matrimonio?
-La incontinencia sexual del Aragonés era conocida en todas las cancillerías europeas. Tanto que, como bien se sabe, sus excesos fueron la causa de su muerte, al ingerir sobredosis de testículos de toro como afrodisiaco, casado ya, como estaba, con esa mujerona que fue doña Germana de Foix. Sus hijos naturales son, también, conocidos, entre ellos quien fuera luego arzobispo de Zaragoza. En este contexto, sin embargo, no se le conoce concubina morisca. Lo que no hubiera sido cosa de extrañar, dado el atractivo de estas mujeres: muy cultivadas intelectualmente si de clase social alta, y muy alegres y voluptuosas si pertenecientes al pueblo. La Nobleza practicó matrimonios mixtos con mujeres musulmanas pertenecientes a la aristocracia nazarita, dando lugar a determinados títulos nobiliarios, entre ellos el marquesado de Campotéjar; no se entiende bien que la propia Realeza se contuviese en tales tratos, más en la figura de monarca tan incontinente y lúbrico. Que su esposa hiciese la vista gorda, como de ordinario se dice, puede ser atribuido a mera apariencia de orgullo, esto es de concepto de honra, una cuestión, en fin, de Estado. Sus desavenencias fueron frecuentes, por más que se solapasen. El pueblo castellano lo sabía y de ahí, en buena parte, la desconfianza, incluso antipatía, que siempre deparó a Fernando.
-El tratamiento que dieron los historiadores franquistas a la rendición de Granada nunca tuvo cuenta que fue un asedio infernal. Se permitió que los musulmanes murieran de todo tipo de enfermedades, que no tuvieran agua ni alimentos en algunos momentos, ¿se trataba sólo de reivindicar a Isabel y Fernando como hacedores de la nación española o eran escamoteados los documentos a que ahora se puede acceder más o menos libremente? Se nos transmitió la idea de que Boabdil era un verdadero inútil, arrasado por la valentía de los castellanos y su deseo de destruir completamente el Reino.
-Esa apreciación con respecto a Boabdil es bastante cierta: ya se sabe que, para exaltar una figura, es necesario denigrar a la de su oponente. Es hábito no sólo español. Al franquismo, sin embargo, lo que le importaba era la unidad de la España imperial, encarnada en Isabel y Fernando, quienes ampararon de manera excluyente el catolicismo intolerante, reivindicado ahora por el nacional-catolicismo. Pero no todo fue brocha gorda en los historiadores de la época. Muchos de ellos se desmarcaron de esta demagogia grosera. Y algunos de ellos, como el biógrafo de Boabdil Fidel Fernández, defendieron su figura caballeresca.
-Sabaj el eunuco, Ibrahim Eleazar al-Sabbagh, nacido cristiano, apresado joven en Cieza y liberado, aunque emasculado, gracias a la intervención de Fátima La Horra, viene a clarificar algunos aspectos de la toma que el Zogoybi deja inconclusos, ¿es esta una figura histórica real en todos sus extremos o, más bien, es un recurso para la mejor comprensión de los sucesos?
-Estimado Manuel, la veracidad o no del eunuco Sabaj forma parte de la cocina literaria y me vas a permitir que me reserve el secreto de la receta. Conviene no obstante declarar que, si éste no era su nombre, bien pudo llamarse de otra manera. Y que existieron numerosos eunucos originarios de tierras castellanas, sometidas a razias esporádicas. La misma guardia real estaba atestada de cristianos renegados, como en el bando contrario de muladíes. En la época, esa frontera moral era más porosa y maleable de lo que se supone. Lo importante es que a Sabaj no se le obliga a apostatar de su inicial creencia religiosa, con permisión del propio Corán. El mismo Boabdil le dice, la noche última a la Toma, que él estaba exento de toda culpa en ese sentido, y le ofrece la posibilidad de abandonarle en esa hora de soledad y amargura.
-La aportación del eunuco Al-Sabaj permite ahondar en muchas claves de la conquista de Granada, él mismo lo plantea como un bosquejo histórico que puede permitirnos comprender cuestiones que el Rey moro no aclaró en la primera parte del extenso relato, ¿es esa la idea del historiador, es decir, dar la clave de la actuación de los castellanos, aunque también había leoneses, murcianos y andaluces, siempre desdibujados o aglutinados bajo la denominación de cristianos, en un momento de cierta confusión?
-Como la primera parte es en boca de Boabdil, se entiende que su versión sea unilateral. En pro de la objetividad se requería una voz distinta que le completase o que contradijese aquella primera versión de los hechos, y este es el papel de Sabaj, al asumirse su voz en la segunda parte. Lo hace, siempre, con inmensa delicadeza, al tiempo que enriquece la perspectiva histórica, pues, determinados hechos son confusos, incluso contradictorios, como es el acontecimiento físico de la entrega de la ciudad. Ahí sí hubo que hilar fino. Por otro lado, Castilla en aquel instante es todo lo que no fuera Aragón. Leoneses y gallegos estaban ya integrados. Las crónicas no hacen distingos entre los mismos. Sabaj, de todas formas, dada su condición de hermafrodita, ofrece un contrapunto vital, por encima incluso del ambiental o histórico. De alguna manera, se erige en “alter ego” del sultán. Es un hombre que ha de encubrir lo que sabe, por tal de sobrevivir. Y que, sin embargo, es leal. Su amor por su señor queda siempre latente. Sin él, la narración hubiera resultado plana e insulsa, me parece.
-Es curioso el relato sobre Natán, en caballo de Boabdil, y los cuidados que se le prodigaban incluso en tiempos tan confusos y dramáticos y afecto del propio Zogoybi superior al manifestado por su propia madre, esposa, etc.
-Uno de los títulos del sultán solía ser el de “poseedor del caballo más hermoso”. Un caballo, en la conocida después como Edad Media, era algo así como la prolongación de la espada, en la que se simbolizó la propia alma del guerrero. Un caballo, así, significaba la supervivencia. Un caballo moría contigo en el campo de batalla. Pero los caballos árabes eran de raza superior, y no había regalo real más apreciado: los caballos, enjaezados con sus suntuosas sillas de montar. En la novela se habla de un antepasado de Boabdil que veneraba los caballos al punto de conocer todos los parentescos y progenie de cuantos integraban su caballeriza. La veneración por los caballos explica en parte que la caballería nazarita estuviese conceptuada como la mejor de la época.
-¿Cómo podían atender con esa eficacia, aunque gracias a sus consejeros y jefes militares, los reyes acampados en Santa Fe, cuando tenían encima otros asuntos del estado que estaba comenzando a ser España, los problemas de Navarra, las situaciones de las hijas lejos de ella, el fallecimiento del príncipe Juan, que habría de ser el heredero de la Corona de los inmensos reinados aglutinados bajo el cetro de sus padres?
-La muerte prematura del príncipe don Juan, seguramente por incontinencia sexual a su boda con la jovencísima Margarita de Flandes, hija de Maximiliano, resonó en toda Castilla con acentos de amargura y decepción, cubriéndola de luto. Fue el inicio de la tragedia que afligiría a sus reales padres, porque sus hijas van también muriendo. Parece, y es, porque así se comentó, una maldición, cuya causa sería la expulsión de los judíos, de la manera injusta y cruel con que se hizo. La conquista de Granada no fue, como bien se sabe, una sucesión ininterrumpida, pues de hecho se prorrogó mucho más de lo estipulado, pendientes los monarcas de acontecimientos más apremiantes. La unidad del Estado no se consumó hasta 1512, con la anexión de Navarra.
-Cuando Boabdil no quiere cumplir las condiciones de la capitulación, entre las cuales se encontraba la obligación de abandonar la Península y pese a ser ofrecida una serie de posesiones territoriales menores como La Malahá y los beneficios de las salinas de su jurisdicción, aunque al final se le ofrece el ser confinado con los suyos en Lauxar de Ándarax, además de pagar determinadas comisiones para los mediadores de la entrega de Granada, gente como el ambicioso Yusef Aben Comixa y el propio Abul Cacim El Maleh, el visir que estaba en tratos con Zafra y que ya había entregado Málaga.
-Así es, Boabdil se encuentra tan solo que son sus propios negociadores quienes le traicionan una y otra vez. El sultán, naturalmente, no desea abandonar una tierra que había sido de sus antepasados en más de ocho siglos. Primero le ofrecen La Malahá, y después el Valle de Lecrín, camino de las Alpujarras; pero aquí la Horra se niega a permanecer, porque su propio marido se había esparcido con Soraya en la fortaleza de Mondújar. Se le ofrece Lauxar de Ándarax, donde va a permanecer hasta la muerte, en septiembre de 1493, de su amada Umm al-Fath. Ocurre, además, que Comixa, a hurtadillas, se había permitido vender aquella última posesión a los Católicos, que entonces posaban en Barcelona. Bien es cierto que Fernando no veía el momento de la partida del ya reyezuelo a África y estaba obsesionado con ello ante el riesgo de un levantamiento armado que Boabdil encabezara o propiciara. Esto era todo menos factible. Esa sublevación habrá de esperar décadas, hasta mediado el siglo siguiente, aunque es cierto que conatos sucesivos se dieron en Granada, ante las flagrantes injusticias perpetradas contra la población, entre ellas los horrendos bautizos en masa, por no hablar de expropiaciones indiscriminadas.
Antonio Enrique
-La entrega final de Granada vino a suponer el mantenimiento de los territorios nazaríes casi al incompleto y, al impedir, que el reino fuera tomado al asalto se evitó, también, la destrucción del patrimonio histórico musulmán, ¿fue al final esta una consideración tenida en cuenta por Boabdil y los suyos, excluida su madre?
-Granada, sin la Alhambra, es inconcebible. Cinco siglos después, es la mayor fuente de riqueza y de prestigio de la ciudad. Ignoramos hasta qué punto Boabdil fue consciente de la belleza extrema, la belleza inefable y singular del sagrado monumento; nació en la Alhambra, y en sus jardines y estancias se crió, de manera que hemos de contar con este apego afectivo. Sí, sin duda, que una dilación más al día de la entrega hubiera supuesto la demolición de la Alhambra por la artillería aragonesa, auténtico fundamento del poder de las armas cristianas. Era imbatible, provocaba pavor. Y no sólo de la ciudad, sino de todos los lugares que se resistiesen. Boabdil, como cualquier monarca en semejante situación, lo que sí fue, antes que nada, es consciente del sufrimiento de las gentes, que venía ya de largo por el asedio y las privaciones, tras diez años de guerra intermitente. Que quisiera ahorrar desdichas innecesarias, salta a la vista por su actitud negociadora hasta el último instante. Más no se podía tensar la cuerda, se hubiera roto. Había llegado a un punto la situación en el que el monarca aragonés no disimulaba su ira, él, que tan templado, esto es taimado, era. Los disimulos ya no le hacían falta. Su terquedad se había dado de bruces contra la pachorra, diríamos hoy, de los negociadores nazaríes, auténticos expertos en demorar los asuntos, discutir hasta la extenuación minucias, exasperar los ánimos, por tal, muchas veces, de sacar tajada por intereses particulares. Y perdió la paciencia: sería el lunes 2 de enero, o convertía en miga la ciudad. Mira lo que sucedió con Málaga, tal vez el primer genocidio civil de nuestra Historia.
-¿Porqué el resto de las ciudades que pertenecían al Reino de Granada no capitularon al mismo tiempo que La Alhambra, ¿no obedecían en su integridad a Boabdil como gobernante en decadencia y cabeza visible de todo el Reino?
-Tenían miedo. Un miedo atroz, es de suponer, a la ocupación y excesos que se les venían encima. Tenga en cuenta que los rumores de que los castellanos venían precedidos hablaban de auténticas infamias: robos, violaciones, profanaciones, raptos, esclavitud en masa. Fue una reacción de pánico, alentada por los fanáticos religiosos que mantenían el deseo de martirio. Por lo general fueron lugares minúsculos, tan apartados y escondidos que pasaron inadvertidos en las rutas de penetración: cortijadas remotas, alquerías, aldeas minúsculas.
-Cuando Boabdil firma la última Capitulación, sin acordarlo antes con su madre Aixa Fátima La Horra, pide que la entrega se haga entre iguales. ¿No recuerda esta premisa a otras que han tenido lugar a lo largo de la Historia, por ejemplo, cuando MacArthur impide la humillación de Hiro-Hito pese a los grandes crímenes de la ocupación japonesa en el sureste de Asia?
-Paradójicamente, tal minuciosidad en el protocolo, y el término “entre iguales”, redundaba en honra del bando vencedor, dada la preeminencia que se concede al vencido. Otras veces, en efecto, se ha impuesto en la Historia, y más recientemente. Este concepto de honra afectaba tanto al vencido como al vencedor; a éste porque le confería magnanimidad y a aquél porque no se le menoscababa en su valor, realzando así la relevancia de los méritos del victorioso. En la novela, y porque así sucedió en la realidad, se narra cómo, en el último momento, a punto estuvo de irse a pique la entrega de las llaves de la ciudad. Y todo fue por lo que hoy consideraríamos una minucia protocolaria: la Horra insistió en que su hijo ni descabalgara ni le besara la mano al rey Católico. Luego, es cierto que todo discurrió de manera más espontánea y, por ello, elegante: Boabdil hace ademán de descabalgar, sacando un pie del estribo, y le besa el antebrazo. El momento fue de una emotividad extrema. Se impuso la cortesía por ambas partes, en la conciencia de vivir ambos bandos un instante histórico. La reina Católica, por cierto, no estaba presente; lo digo por la creencia general de que sí se hallaba, tal vez por influjo del conocido cuadro de Pradilla de la Rendición de Granada.
-Al entregar Boabdil las llaves de Granada al enviado de los Reyes Gutierre de Cárdenas, Gran Maestre de Calatrava, comienza el relevo de la Granada mora, se consuma la claudicación musulmana. La desesperación sería alta entre los granadinos.
-Los granadinos no sabían el día exacto. Estaban en sus casas, empavorecidos. De pronto, percibieron una enorme agitación en las calles. Fueron unos días gélidos, que no invitaban a salir. Había hambre, mucha hambre, además, y la ciudad estaba desprovista, ¿para qué salir? Y enseguida, escucharon los cánticos y vieron el tremolar de banderas en lo alto de la torre Jiafar, hoy de la Vela. El cambio de guardia, en efecto, se había producido al alba, previa la cesión a Cárdenas de las llaves de la fortaleza. Y es, también, un momento muy emotivo. Como persuadidos previamente, a la guardia palatina le sustituye la tropa castellana, y se hace sin ninguna refriega, ningún conato de resistencia. La versión me la dio un conservador de la Alhambra hace muchos años, historiador de prestigio y buen arabista. Tomada la ciudad, sin embargo, no hubo excesos destacables, al menos los primeros días. El júbilo de los cristianos debió ser indescriptible, en contraposición al abatimiento granadino. Todas las campanas de la Cristiandad habían repicado, así se propaló la noticia. La solemnidad del acontecimiento debió pesar en la moderación de los conquistadores.
-En contra de la expresión de La Horra, tan referida años atrás de “Llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre”, vemos en tu obra un diálogo escalofriante, cuando el Zogoybi responde “Morir antes o después, ¿qué más da, madre? Mejor morir de una vez que vivir muriendo siempre”. ¿No es, por el contrario, una muestra de valentía del último Rey de la Casa de Nazar que había dado al reino 24 sultanes?
-Ese dicho de Aixa Fátima la Horra a su hijo es falso de toda falsedad. Lo inventó, con su mejor voluntad, fray Antonio de Guevara, el escritor, que sería luego obispo de Guadix, para explicar de manera amena la Historia reciente a la emperatriz Isabel, en sus nupcias con su primo el césar Carlos. Ningún cronista ni árabe ni castellano la refiere, tal anécdota, anteriormente. Y qué fortuna hizo, pues tanto madre como hijo han quedado así retratados para la Historia. Forma ello parte de la tragedia que persigue a ambos tras la muerte incluso. “Morir de una vez, antes que vivir muriendo” es lo verosímil en un hombre que, para entonces, tendría no más de 35 años, y al que le quedan otros tantos de vida guerreando en África.
Los Reyes Católicos
-La intervención del Papa Inocencio VIII, que ya había animado para facilitar los viajes de Cristóbal Colón y concedido a Isabel y Fernando el título de Reyes Católicos, influido por Bayaceto II, parece que pudieron suavizar las vejaciones que se estaban llevando con Boabdil, ¿era tanto el poder los papas en el siglo XV, como luego se vio en 1494 cuando Alejandro VI promulgó la bula “Inter caetera” en 1494 para facilitar el Tratado de Tordesillas que concedía a Portugal los territorios de Brasil?
-Inocencio VIII, Cibo, basculaba entre el Islam y la Cristiandad, lo que constituye la “alta política” de varios siglos, agravada por la estancia en Roma, como rehén, del hermano de Bayaceto, Selim. Había que dar puntadas sutiles. Si, en medio de tal confrontación latente, hoy diríamos guerra fría, se perpetraban incidentes violentos, con los ojos del mundo puestos en Granada, el polvorín podía saltar por los aires. No convenía sino la mesura y buenas formas: es a lo que el pontífice incitó. El Papa, en tal tesitura, había de actuar como arbitrer, al menos públicamente. Su autoridad puede equipararse al de un auténtico tribunal internacional. Así obligaba a su acatamiento.
-Al final Fernando de Aragón tras la capitulación pagó 30.000 monedas de oro para ser propietario de los palacios reales y otras posesiones repartidas por todo el Reino, ¿era necesario o fue un último gesto de magnanimidad de quien no era magnánimo?
-Oficialmente al menos, Granada fue comprada. Así fue considerado por el bando nazarí; todo el reino se conceptuaba propiedad del sultán. El derecho de conquista lisa y llana entorpecía la entrega pacífica de la capital del sultanato. A todo asintió don Fernando para precipitar unos acontecimientos que entorpecían sus planes para el reino próximo a unificarse. Asuntos de política nacional e intereses foráneos requerían su atención. Había que salir del despeñadero cuanto antes, sin importar, por descontado, la letra menuda de las Capitulaciones. Él sabía mejor que nadie que, una vez la ciudad en su poder, serían papel mojado; se redactaron para no cumplirse, con esa conciencia previa. Fernando, ya se sabe, es el modelo de El Príncipe de Maquiavelo: la astucia permite y hasta aconseja la mentira bajo el tamiz de los hechos consumados, el que los medios se supediten al fin. No tuvo escrúpulos, nunca los tuvo; por eso, la Católica ata bien su testamento, siempre a favor de sus súbditos castellanos; fue la primera en desconfiar. Y tal incumplimiento de las Capitulaciones se consumó antes de que su tinta se secara. Bastó la llegada a Granada de Cisneros, sustituyendo al buen fray Hernando de Talavera, “el buen alfaquí de los cristianos”, como le llamaban los ya moriscos.
-Finalmente y a pesar de haber tenido ocasión de consultar la interesante bibliografía que se anota en las páginas finales, ¿ha sido un trabajo arduo, detenido y complicado ofrecer al público lector “Boabdil, el Príncipe del día y de la noche”?
-Tan arduo como placentero ha sido. Su documentación arranca de hace muchos años, cuando en La Armónica Montaña se describe la caída de Boabdil en la batalla de Lucena, origen de todas sus desdichas. Entonces yo ni me podía suponer que, corriendo el tiempo, pasados unos treinta años, retomaría el tema en la presente novela. Y nunca he dejado de documentarme sobre el pasado nazarí, por puro placer, y en tanto escribí el Tratado de la Alhambra hermética, así como determinados ensayos. Porque, si algo soy, es “hijo de la Alhambra”. Boabdil siempre ha estado ahí, en mi imaginario, como lo está en el sustrato de la conciencia granadina. Es el momento estelar de su Historia, con alcance universal. Y había que hacer algo por reivindicarlo con objetividad y justicia, pero también con humanidad y afecto.
Antonio Enrique (Foto de María de la Cruz)
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