Javier Alvarado y Marcelo Gatica en el Teatro Liceo de Salamanca
Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar 12 fotos inéditas del acto de entrega del II Premio Rey David de Poesía Iberoamericana, concedido al panameño Javier Alvarado; y el Accésit del mimo, concedido al poeta chileno Marcelo Gatica. Dicho estuvo enmarcado dentro del XXIV Encuentro de Poetas Iberoamericanos de Salamanca, y se realizó en el Teatro Liceo de Salamanca. El premio lo convoca Tiberíades (Red Iberoamericana de Poetas y Críticos Literarios Cristianos) y cuenta con el patrocinio de la Sociedad Bíblica de España y del Fondo Jacqueline Alencar para la Difusión de la Poesía Bíblica. Las pinturas son obras d Miguel Elías, reconocido artista y profesor de la Universidad de Salamanca. Se incluyen los dos prólogos del libro premiado, así como el escrito para el Accésit.
Luis Fajardo entregando el premio a Javier Alvarado
UNAS POCAS PALABRAS
PARA UN TEMA COMPROMETIDO
La poesía que busca su verdad se explica por sí misma en la lectura. Sin embargo, algo tendríamos que decir, por muy fundamentado, antes de la lectura de este libro y, en mi caso, por haber participado en el Jurado que concedió el “Premio Rey David de Poesía Bíblica Iberoamericana” al panameño Javier Alvarado. En primer lugar, el valiente tema elegido por el autor. Me refiero al protagonismo que en él tiene el humanismo en su más amplio sentido, por más que en el título se haga alusión a un tema y a un humanismo muy concretos: el cristianismo de raíz bíblica. En él también se alude a un rey, poeta y músico, que, junto a Salomón, su hijo, marcan un antes y un después en el Libro de Libros por su sentido literario, órfico y superador de contiendas y sangres.
Pero no estamos sólo ante un humanismo meramente literario, sino como hemos dicho, valiente porque va a contracorriente de lo usual, de cuanto en nuestra época se escribe de manera tan simple como plana. En este libro se apuesta por uno de tantos humanismos de los que debiéramos echar mano en este tiempo para buscar un poco más de luz para los seres; pero sabemos que, más allá de esas resonancias primeras bíblicas, o del de otras culturas, este poemario apuesta por un cristianismo de raíz evangélica.
Hay otra circunstancia osada en este libro que nace en este tiempo medroso y a él destinado, y es el de la forma que el poeta ha elegido para conformar su mensaje: el del soneto. Resulta así la prueba de este libro, más allá de otras posibles que el lector puede extraer de en su interpretación personalísima, un doble reto: el de apostar por formas y contenidos nada usuales y, por ello, nada fáciles.
Reto hubo y hay, en fin, en este premio que no es cualquier premio, sino que viene a apostar por una temática igualmente tan osada como necesaria en este tiempo tan desinformado y, por desinformado, desnortado en cuanto se refiere al campo del humanismo y la espiritualidad. Se convierte así, una vez más, la poesía en un medio trascendental, como siempre lo ha sido en los momentos cimeros de la Historia.
ANTONIO COLINAS
Salamanca, verano de 2022
Palabras de agradecimiento de Javier Alvarado
Palabras de Luis Fajardo
Intervención de Alfredo Pérez Alencart , Presidente de Tiberíades
LA VOZ DE LA SÚPLICA
Y DE LA INVOCACIÓN
Con Acuérdate de mí cuando estés en tu paraíso, Javier Alvarado se inscribe en la riquísima coordenada de la poesía castellana denominada como poesía religiosa, un vasto horizonte temático en el cual fulguran cantos de alabanza a lo Divino o a Santos, recurriendo a pasajes bíblicos como los referidos a la vida terrenal de Jesús y a muchos otros segmentos de semejante dimensión. Y en esa coordenada diacrónicamente considerada, se verticalizan nombres como los del Arcipreste de Hita, Jorge Manrique, Garcilaso, Quevedo, Santa Teresa de Jesús, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Góngora, Bécquer, Rosalía de Castro, Gabriel y Galán y de muchos, muchos más.
Y si ampliamos este razonamiento inicial, fue solo para resaltar que, de modo general y con exclusión de los poetas considerados místicos, el brote expresivo puesto en verso, raramente recurre a un yo estricto y personalísimo – escritura con preciso contenido nutriéndose en los más profundos sentimientos y en las más vívidas experiencias de comunión con lo Divino y como sustancia de dimensiones confesionales.
Bien, a tenor de lo que acabamos de escribir, es como se inserta -del primer al último poema-, el libro de Javier Alvarado. Claro que el mito del Paraíso perdido ha sido objeto, a lo largo del tiempo, de múltiples aprovechamientos interpretativos (Milton no es la excepción). En verdad, el presente libro admite modulaciones originalísimas del mito, singularizando el itinerario del Poeta-creyente expuesto al exilio existencial de la peregrinación interior, como si de un destierro se tratase. Y en este destierro se busca efusivamente la conciliación entre pérdida y esperanza en el retorno a su primitiva belleza. Entonces se suplica a lo Alto el drenaje esculpido en los meandros de la propia alma, afirmándose la desnudez, el despojamiento del arrepentimiento posible y del posible perdón por la falta cometida, ¡Cuánta caducidad en aquello que se estimó perenne!… ¡Cuánta culpa recóndita buscando ser redimida!… No obstante, más a lo lejos, en la errancia por aquí, el huerto principal resurge con los albores de nueva y floreciente primavera, con sus rosales. Porque, finalmente, el huerto donde, en intención divina, también creció el árbol con su ciencia (indicio sutil que tiene que ver con el libre albedrío) – ese huerto renovado surge “confirmado en hermosura”.
Estamos ante un libro sorprendentemente marcado por el rigor en las parcelas del mensaje, es cierto, pero también debe destacarse la opción de Javier Alvarado por las formas rítmicas y métricas de la tradición poética (el soneto, por ejemplo). Lo cual, dígase de pasada y sí tenemos en cuenta su maestría en el manejo de dichas formas, incrementa la calidad del libro premiado en Salamanca.
Desde Portugal, le envío mi enhorabuena.
ANTÓNIO SALVADO
Castelo Branco, verano de 2021
POEMA DEL LIBRO PREMIADO
Dios me llega. Me llega en la mirada.
Dios me llega.
Evaristo Ribera Chévremont
XXXV
Este elogio que vuelve a despertarme,
esto de ganar siempre los colores
en este almacenar de los primores;
el Amado que tiembla para amarme.
Este volcán que nace por quemarme
en el agua lustral, los resplandores;
cuando vienen los ángeles cantores,
cuando me gozo pleno al desposarme.
Tu grandeza me vive y disminuye;
tu palabra me amaina y me acelera
en la carta del viento sucedido;
con ráfagas, me empieza y me concluye
en ansias de corola venidera,
por tu lecho de yerbas concedido.
Lectura de Javier Alvarado
Intervención del pintor Miguel Elías
Alfredo Pérez Alencart entregando el Accésit de Marcelo Gatica
SALUTACIÓN DE BIENVENIDA
Un poco antes, el silencio; un poco después, todo vuelve a pertenecerle. En medio, el ser humano, con voz asombrada, insatisfecha, y el estupor delante de la pequeña historia, que solemos edificar con ínfulas siderales. De esta realidad, el poeta Marcelo Gatica Bravo hace oír su voz con que sabe nombrar el cielo y aducir una constancia mayor, Suma Presencia, origen y plenitud que esperan las jornadas del tiempo. Esta palabra poética es la rehabilitación de una memoria olvidada por los días efímeros, de la que no podría prescindir la conciencia despierta. En tanto, las ruidosas figuraciones que identifican el tejido electrónico no salvan de la insuficiencia y del vacío.
La voz del poeta reconoce esa vigilia, porque su palabra se hace cargo de una realidad humana, más amplia y profunda:
“bajo la piel que me recuerda
que soy imagen de otro mundo”
Epígrafes de la Sagrada Escritura y de citas contemporáneas anuncian los textos; mejor aún, los iluminan. Y es que el poeta ejerce el oficio de enfatizar la filiación de criatura que nos alcanza: ve en el paso una invitación; en las circunstancias, un mensaje; en la caída, una seña de salvación. Desde luego, contrasta los perfiles y gestos de un mundo inhóspito, anegado de artificios y devorador de imágenes cansadas, repetidas, aglomeradas, respecto de la acción redentora del Señor. La historia de cada quien sería, en buenas cuentas, darse cuenta y admitir esa Presencia activa, o, en contrario, reiterar incontables explicaciones secundarias acerca de esto y de aquello, dejando fuera el motivo y la finalidad de la vida.
Dramática condición humana puesta en evidencia en esta voz, a partir de un alfabeto clamoroso y enfervorizado, tan claro como rotundo, a despecho de las insolventes versiones que muestran los desajustes planetarios.
“El Ojo es el corazón apócrifo del espíritu”
Nada le arredra decirlo. El poeta afronta el llamativo peligro que comportan las imágenes traficadas en el lenguaje artificial; el mismo código que encubre o pretende disolver, con insignificancia, el misterio, el milagro y el amor–tríada de cuanto existe–, con entera indiferencia de cuales fueren las magnitudes: cosmos o guijarro, ser humano u objeto, pues uno y otro reciben el óxido de la inercia y el del uso profano, repeticiones ayunas de admiración y de asombro.
El contraste más intenso y expreso en esta obra de Gatica corresponde, quizás, al parangón entre creación y artificio. Latido es la primera; el segundo, destreza funcional. Con los ojos del hábito sólo es dable mirar, apuntar escalafones, quedarse por de fuera; únicamente desde el ser interior, es dable ver, con generosa actitud. En acuerdo de ello, la obra entera no se priva de escuchar el pálpito de la palabra, y, en ella, la renovación a que conduce la apertura del espíritu.
“y recuerdo que la fe es un salto
en paracaídas
al cielo
cuyo único entrenamiento
es volver a ser un niño”.
No menos importante, el reavivamiento de los coloquios pasados con la abuela, en cuyos rescoldos han permanecido los significados más hondos de ser. La palabra, henchida y certera, la observación alada y el eco nimbado de silencio inicial afloran en los poemas con modulaciones de soliloquio, narración, desplante reflexivo y cartas. En dichos formatos, se dice de lo vivo y se funden en un abrazo el gesto de los días y de la conciencia. Refulge la palabra, con sencillez que abunda en riqueza y en aliento vital.
Voz de sacudimiento y despertar, los poemas de Marcelo Gatica tienen, además, la virtud de aludirnos. No dejan a uno la posibilidad de desentenderse, que miremos a un lado o a otro, como ausentándonos. Nos concierne esta palabra. Las paráfrasis de la Escritura que cultiva, abren cauce a su inquietud de testigo; cumplen con la meta de toda palabra auténtica: dar en el blanco de la inquietud en tanto ofrecen brechas, donde queda a buen recaudo la naturaleza humana, que es asombro—cuando aquella está despierta—, y disposición a descubrir sentidos y a congeniar con ese más allá, que supera la inmediatez y la rutina; por sobre todo, reconociendo a Alguien, que es promesa, don y cumplimiento pleno del anhelo e inquietud humanos.
“A esta altura os escribo
como un arqueólogo de la miel y la lámpara,
que voy extrayendo versos de rocas.
En definitiva.
-el que no cree en milagros no es realista –“
Son tantísimas más las apostillas suscitadas por este libro de un poeta chileno residente en Luxemburgo; pero es la poesía la única protagonista; los comentaristas somos tolerables en directa proporción de nuestra brevedad.
Reconocimiento y bienvenida al poeta.
Juan Antonio Massone
Santiago de Chile
Palabras de agradecimiento de Marcelo Gatica
Lectura de Marcelo Gatica
POEMA DE MARCELO GATICA
ECHO MI PAN SOBRE LAS AGUAS
Lanzo mi alma sedienta
mis ojos encarcelados por las sombras
cotidianas de un día aparente.
Lanzo y vuelvo a lanzar con todas
mis fuerzas el llanto el crujir de dientes
porque la justicia yace ciega, sorda y muda.
Lanzo y vuelvo a lanzar el pan nuestro
de cada día.
Lanzo al fondo del mar los muros que no
me permiten desplegar las alas
bajo mi costilla.
Me lanzo y vuelvo a lanzar sabiendo
que sólo hay fruto cuando la semilla muere.
Me lanzo esperando ser árbol rama de barro
que extiende sus manos al cielo.
Lanzo el pan cada día porque bajo las aguas
el fuego de la zarza permanece intacto.
Aplausos finales para los poetas premiados
Danza panameña
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