ENRIQUE GRACIA TRINIDAD: VIVIENDO SIEMPRE. ENSAYO DE ENRIQUE VILORIA

 

 

 

1 Enrique Gracia Trinidad junto al Quijote de Miguel Elías (Foto de Jacqueline Alencar)

1 Enrique Gracia Trinidad junto al Quijote de Miguel Elías (Foto de Jacqueline Alencar)

 

 

Crear en Salamanca publica este comentario  que lleva la firma del polígrafo venezolano Enrique Viloria Vera (Caracas, 1950), especialmente vinculado a nuestra ciudad por su pertenencia al Centro de Estudios Ibéricos y Americanos de Salamanca (CEIAS). Viloria es abogado, poeta, crítico de arte, ensayista de temas económicos o literarios… Posee una maestría del Instituto Internacional de Administración Pública (Paris, 1972) y un doctorado en Derecho de la Universidad de Paris (1979). Ahora jubilado, hasta hace unos meses era profesor titular de la Universidad Metropolitana, donde desempeñó los cargos de Decano de Economía y Ciencias Sociales, y Decano de Estudios de Postgrado, así como el de Director fundador del Centro de Estudios Latinoamericanos “Arturo Uslar Pietri”. También fue profesor invitado por las Universidades de Oxford, St. Antony’s College, Cátedra Andrés Bello, (Inglaterra 1990-1991) y por la Universidad de Laval (Canadá 2002). En 2015 el CEIAS publicó en Salamanca su libro ‘Comprensión de Salvador Pániker.

 

 

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ENRIQUE GRACIA TRINIDAD: VIVIENDO SIEMPRE

 

Carpe Diem.

Horacio

 

Lo menos frecuente en este mundo es vivir.

                                                                                                 La mayoría de la gente existe, eso es todo.

Oscar Wilde

 

La vida es fascinante:

 sólo hay que mirarla a través de las gafas correctas.

Alejandro Dumas

 

 El hechicero cuelga el mandilón,

se cambia de zapatos,

deja su gorro frigio en un estante,

 anuda su corbata de seda milanesa,

y se va a la oficina como todos los días.

Enrique Gracia Trinidad

 

 

 

 

El ser humano tiene una recóndita necesidad de certidumbre; con el fin de sentirse asegurado, afirmado, empedrado, rotula la realidad, promueve nomenclaturas, atesora criterios claros y distintos, tal como exigía aquel racionalista francés de nombre René, apellidado Descartes.

 La poesía no escapa a esta humana exigencia de ponerle nombre a las cosas con el objeto de nombrarlas más cónsonamente. Así encontramos una dilatada gama de clasificaciones literarias: poesía amatoria, mística, futurista, urbana, existencialista, social, intimista, de la experiencia, surrealista, cortesana, modernista, erótica, ultraísta, clásica, y ahora, – al analizar la peculiar obra poética de Enrique Gracia Trinidad -, sucumbimos también ante esa humana necesidad clasificatoria; en consecuencia, la denominaremos poesía vitalista.

 

Y no podía ser de otra manera; el más reciente libro del poeta madrileño es una prolija compilación de viejos poemas —que, como el ave fénix, cuando los releemos resucitan y adquieren otra coloratura, otro aliento, otra tesitura—, combinados con otros de más reciente confección. El poeta vitalista los agrupa en un nuevo libro que titula, dicentemente, Siempre la vida, ARS POÉTICA, Asturias, 2017. Sucumbe igualmente ml tocayo —o colombroño como prefiere llamarme—, al requerimiento, a la personal exigencia de agruparlos congruentemente, los ordena en siete cabalísticos acápites, una septena de categorías de análisis, que – con toda la mayor estima y respeto poético por el antólogo -, nos servirán de preclaros derroteros para la solidaria travesía que, a través de sus versos vitalistas, emprenderemos.     

 

3 Enrique Gracia Trinidad y Medardo Fraile

Enrique Gracia Trinidad y Medardo Fraile

 

1 EL PASILLO DE CASA

 

 Un pasadizo, un pasillo, es por esencia conjuntivo, conector; punto de distribución para los encuentros. En una casa de habitación, en un apartamento, según el DRAE, es una pieza de paso larga y estrecha, en el interior de un edificio; la foto que ilustra el capítulo de marras, no deja dudas sobre su fisonomía. Por su parte, —otra vez DRAE dixit—, un pasaje es un paso público entre dos calles, algunas veces cubierto. Nuestro poeta apadrina y propicia un literario desarreglo de ambos vocablos: “Van en este apartado distintos poemas de muy variada condición que tienen ese aire doméstico que los sitúa en la casa misma o en su entorno más directo”.

 

El escritor tiene la virtud de trastocar las palabras: un término es, a la vez, él mismo y otro; pasillo es pasaje, pasaje es pasillo, en su poética de viceversas.  El pasillo íntimo, al que se asoma en ropas menores, en bata de casa o en pijamas, es indubitablemente intestino; sombrío, alcahuete de victoriosas nocturnidades. Gracia Trinidad confiesa sin remilgos:” En los pasillos siempre se hace fuerte la noche, / resiste, / rebelde, agazapada y terca / vence la hostilidad de la mañana. // Mientras fuera es de día, tal vez martes; / o tal vez también noche / aunque la de la casa no lo sabe. // Nunca se han entendido la sombra de la noche / y esa otra noche del pasillo a oscuras”.

 

Dejando atrás el pasillo familiar, su ropa nómada, díscola, desobediente, libertaria, sale a sus anchas y sin que la noten, a sentarse en un café de su comarca; el pasillo le abre franco paso para que atraviese el pasaje que va de adentro hacia fuera: El poeta, prescinde por un rato del  pasillo interior, para — trasmutado en rebelde Gato de Ursaria—, iniciar un ambicioso y planetario viaje: “Cuando Gato de Ursaria alza su rostro / sabe que no ha salido de su casa, / que Siberia es el blanco mantel del desayuno y el desierto la luz en el azucarero. / Sabe que cuando corre las cortinas, / larga velas del barco bucanero / que navega el Caribe de sus noches / siempre desde el pasillo a la terraza. // Gato de Ursaria explora sin descanso / una selva de encaje por la colcha / y el Amazonas virgen que eriza la cocina. // Nadie marchó jamás tanto y tan lejos. // Sus ojos están ciegos de horizonte porque saben del rito y su conjuro, / del milagro que ocultan / estas cuatro paredes con olor a despensa”.

 

Aunque salga sin haberse ido, aunque llegue sin haber salido, en fin, aunque nos confunda con sus ir y venir poéticos, de confundidos pasillos y embrollados pasajes, sólo una cosa es innegable en la morada del poeta, en su palacete del verbo, y es Ella… la siempre presente, la que nunca está ausente, la que no va ni viene, esa terca inquilina, huésped inevitable, convidada que no es de piedra, quien —sin pudor y envalentonada—, se agazapa, se acurruca, feliz se acomoda en los versos de Gracia Trinidad:

 

Circula por mi casa

sobre todo, en la oscura y silenciosa

hora del desaliento, de la descalza madrugada,

cuando son explosiones los chasquidos

de este despertador fosforescente,

cuando cruje de gozo la ventana,

y un mirlo hace cosquillas a las hojas.

 

Circula por mi casa, es invisible,

discreta, hecha de nada como siempre,

de latido inaudible,

de voz antigua que resuena pálida,

de serpiente que apenas roza el suelo.

 

Va como el agua de esa lluvia

que ha dejado de serlo

y ahora es un manso río, hilo de espejo

que vino por las calles de la noche

que se ha tornado brillo, luminoso silencio.

 

Circula por mi casa,

sabe que tiene mi permiso.

Apenas la conozco

pero sé de su voz y sus hazañas.

Ya estoy acostumbrado y no me importa

que se coma los restos de la cena.

 

 

4 E. Gracia Trinidad por Miguel Elías

  E. Gracia Trinidad por Miguel Elías

 

  1. LA CALLE PARA CORRER

 

 

 

Gracia Trinidad no se mimetiza con Gato de Ursaria, no es un heterónimo, forma parte integral de su ciudadana identidad, de sus datos personales; no los recoge su DNI porque el espacio no alcanza. Enrique Gato de noche sale a recorrer las calles, se trepa en los árboles, fisgonea a través de las ventanas, sube a tejados y altillos para contemplar el quehacer de la gente y vibrar al ritmo de la capital del reino.

El poeta es un madrileño agradecido, redacta un mentidero que no compite con el que ubica calles y direcciones urbanas, es más poético y filosófico que geográfico.  Munido con su cámara fotográfica, estilográfica en ristre, ataviado de sombrero y capa, mesándose la barba cana, escribe en particular homenaje a la villa del oso y del madroño: “Nada te debo a ti, ciudad amarga y fiera, y todo te lo debo. Esta insistencia dolorida y turbia, esta costumbre de vagar sin rumbo, de asomarme a la vida como se asoman los lagartos desde la herida de la piedra, cautelosos, apenas entrevistos, apenas hierba, musgo apenas. Te debo este cansancio que es casi resistencia contra todo —da igual—, contra la propia muerte, siempre cercana, siempre atenta. Este olvido te debo y no te debo porque no te lo pago, aunque lo quieras, aunque exijas la parte que te toca, la que reclamas, la que debe ser nuestra y tú la robas. Esta desilusión te debo y pago de vez en cuando como deuda antigua, deuda del corazón, de la niñez, del tiempo que enroscado por tus calles se alojó en mis entrañas hace tanto que ya es sustancia de mi propia sangre. También te debo esta alegría, estas ganas de alzar el rostro y respirar de frente, sin miedo a la nostalgia, sin vergüenza de ti ni de mí mismo. Esta risa que es risa de alquitrán, risa de apresurado contratiempo, risa que habita la mañana, respira por las tardes y parece que duerme por la noche, aunque es sabido que tan solo finge. No he de pagar mis deudas al final. Las voy pagando poco a poco, al tiempo que recorro tus calles, tus palabras, el griterío de tus plazas, el susurro punzante de todas tus esquinas. Y cuanto más te pago más te debo”. 

 

Al poeta le gusta la conexión, el enlace, el vínculo, la unión, la alianza que propician pasillos y pasajes, los puentes de la ciudad también son material urbano para construir una infraestructura poética, una teoría de este distintivo elemento de las citadinas y cotidianas relaciones entre los hombres y mujeres que habitan la urbe. Escribe el ciudadano madrileño:” Los puentes son la historia de la desdicha misma. De la felicidad también y de otras muchas cosas. Depende de los ojos, quiero decir los ojos del que cruza, no los ojos del puente (…) Puentes hay cuya lengua es misteriosa, sonríen sobre el agua como un recuerdo grato, como una reposada caricia que emborrona el perfil de la nostalgia (…) Algunos hay que pierden su vergüenza de madera y de cuerda y atraviesan la selva como quien va a la muerte. Su temblor es mayor, su vida es húmeda. No saben que la historia se está escribiendo en piedra que también se hace amiga del polvo, pero mucho más tarde (…) Se alzan sobre la vida como para salvarla de sí misma. Siempre acaban amando la distancia y componiendo músicas celestes, músicas profanas para la eternidad que dura poco y no lo sabe”.

 

Nuestro escritor es urbanícola, aunque no a ultranza, sin mayores presiones o amenazas de autoridad alguna confiesa: “La calle es el paisaje más auténtico de los poetas nacidos en una ciudad o de los que viven en ella. Es mi caso. Cierto que el paisaje campestre o marítimo tiene mejor fama y más adeptos, pero para poetas urbanitas tiene mucho de falso deseo o de impostura. (…) En todo caso, si el lector no puede resistirse a los trigales, la orilla del mar o las ovejas pastando, bien puede extrapolar cuanto sea necesario: Una calle podría equipararse a la vereda en la orilla de un río y la panorámica de una población, su skyline, mimetizarse con un horizonte de sembrados, bosques y montes”. Y para que no quede duda de su pasión por la calle y la gente versifica: 

 

Este paisaje humano es el que busco, 

escritura de carne entre las calles,

arañazo de piel

que avanza hacia las horas de la tarde,

gente.

 

Espectáculo vivo, improvisado,

que hace suyas las plazas: 

hijos del laberinto, 

corriendo a los oficios y las cárceles, 

desde el humo a las páginas,

desenredando la madeja 

para encontrar después la ruta de regreso.

 

5 Enrique Gracia Trinidad en el Teatro Liceo de Salamanca (foto de José Amador Martín)

Enrique Gracia Trinidad en el Teatro Liceo de Salamanca (foto de José Amador Martín)

 

  1. PANTALLAS, TEBEOS Y ESCAPARATES

 

 

A juzgar por la cantidad, extensión y complejidad de los poemas dedicados a esta trilogía de temas, parece que Gracia Trinidad —sin desdeñar vidrieras y pantallas—, prefiere arrellanarse en el sofá de su infancia para disfrutar de sus inseparables tebeos. Dejemos a sus lectores que apaguen la luz a fin de disfrutar y comentar las películas, la filmografía del poeta, y que el fin de semana se vayan de vidrieras. Nosotros nos vamos de tebeo.

 

En un ensayo escrito en Caracas, Venezuela, recogido luego en el libro- antología La Poética del vértigo, Editorial Jirones de azul, Sevilla, 2007, hace ya diez años, escribí este texto que —creo—, mantiene su vigencia:

 

Acompañemos entonces, apoltronados en el mullido sillón de la sala de estar de su poesía, comiendo palomitas, al trovador apócrifo, al escritor deshechizado que dejó de ser fabulada rana de leyenda y estanque,  por efecto directo de castos besos de inocentes princesas, en la lectura y comentario de sus personales tebeos y odiseas, actuales y antiguos, contemporáneos y clásicos, de este siglo y de aquellos otros que vieron nacer los más recónditos mitos que el hombre acunó, preservó y difundió para, a la vez, crear y demoler a sus más remotos y desemejantes dioses:

 

  • Gilgamesh: Al invencible valiente de mil y una aventuras, el poeta le advierte: “Escucha (…) Uruk, donde los cedros abrigaban tu trono, / ya no existe. / La serpiente comió la verde rama de la inmortalidad / y nadie ha vuelto a ser lo mismo. / Los héroes como tú no tienen una hazaña que llevarse a la espada”.
  • Indiana Jones: Como el idílico Ulises se perdió – tiempo ha – en las lejanas y cantadas islas del olvido, el poeta reconoce que el auténtico aventurero en nuestros días es indiscutiblemente: “Indiana Jones quien regresa a su casa / silbando una canción de Tina Turner; / arañas hacendosas, en los techos del mundo, / ven pasar su sombrero”.
  • Robín Hood: Con el pulso tembloroso, poco atinado ahora en el ilustre oficio de templar arcos y tirar flechas, el bien amado malhechor de los bosques de Sherwood observa, desde su sempiterna atalaya vegetal, como “el Pequeño Juan da clases de gimnasia / para artistas de Hollywood”.
  • Aquiles: El más veloz y celebrado héroe de la legendaria Grecia visto por los contemporáneos y cínicos ojos literarios de Gracia: “tiene artritis y tose con frecuencia, el talón le ha crecido, / y anda vendiendo vasos de cerámica / para turistas sudorosos”.
  • Superman: El rey de los tebeos de mi infancia, el Aquiles contemporáneo, el superhombre –no es un ave, no es un avión – de mis nunca prescritos tiempos, el líder indiscutible de mi íntimo club de superhéroes, el Clark Kent con capa y sin gafas, “el que más corre, el que vuela, / el que sujeta el mundo con sus manos / mientras Atlas se sienta en un banco del parque / para dar de comer a las palomas”, no es, sin embargo, el preferido del escritor. En efecto, Gracia Trinidad confiesa sin remilgos su personal y justificada predilección por El Fantasma: “Y qué decir de ti, Enmascarado Duende – Que – Camina, / The Phantom, Mr. Walter, / mi indiscutible favorito. / Heredaste de tus antepasados el trono de la calavera y hasta un anillo cátaro…”

 

  • Schwarzenegger: Más que el victorioso gobernador de la California, de la mítica isla-país de Las Amazonas de Sergas del Esplandián, Arnold, el fortachón, es, hoy por hoy, el vencedor indiscutido de Sansón, “al que incluso le pagan una buena fortuna por luchar con los malos / sin que le caiga encima un templo”.

6 Hugo Mujica, Luis Arturo Guichard y E. Gracia Trinidad (Foto de Jacqueline Alencar)

Hugo Mujica, Luis Arturo Guichard y E. Gracia Trinidad (Foto de Jacqueline Alencar)

 

 

  • Guillermo Tell: El destino final e imprevisto del héroe helvético por antonomasia es recogido e informado por la irónica prensa roja del poeta: “Guillermo Tell asesinó a su hijo, / la flecha dio en el ojo limpiamente / y dos fotos redondas, de manzana exclusiva, ilustran el suceso”. Y, por si fuera poco, el escritor nos da también regocijadas noticias rosas de otros héroes en olvido: “y la Venus de Milo fue sorprendida un siglo de estos / acariciando con pasión, / es un decir, / a los siete enanitos y al último mohicano”. Y es también capaz Gracia Trinidad de formular, en tono de comentarista de farándula y de experto en cotilleo de la televisión española, un subrepticio reclamo por la virilidad y fertilidad de tantos prodigios, por la evidente falta de descendencia de tan atrevidos y aguerridos superhéroes: “Siempre me pregunté si el Capitán Trueno y Sigfrid / hicieron algo más / que dirigirse lánguidas miradas, / detrás del castillo de Thule. / Lo mismo me pasó con Superman / y aquella periodista menudilla / que se llamaba Luisa. / Y qué decir de ti, Enmascarado Duende – Que – Camina (…) sigue pendiente tu asunto con Diana (…) Dale Arden y Flash Gordon huelen a goma de borrar / de bachiller antiguo; / si no fuera por Zarkov y por Ming / nos habría matado tan largo aburrimiento: Todos igual. / Menos mal que la Dama y el Golfo vagabundo / fueron una excepción con prole numerosa, pero el resto…”   

 

  • Peter Pan: “Uno quisiera haber sido Peter Pan. / Uno quisiera – repito -, / no haber crecido nunca (…) Todo esto me tiene triste, me aburre incluso (…) como me aburre incluso que no me llamen James / y que me llame Garfio hasta el mismísimo cocodrilo. // Pero así son estas cosas (…) Permítanme que acabe este poema, tengo un barco que dirigir / y se me ha terminado el papel”.

 

Y muchas más noticias frescas tenemos de los héroes que alimentan la fábula de sus fábulas. En poemas que son un verdadero viaje en el tiempo, del pasado al presente, que actualizan situaciones, oficios y destinos ciertamente imprevisibles, descabellados, Gracia Trinidad nos informa – convincente – que, por un lado: “Guillermo Tell quedó para contar sus aventuras / a unos nietos que piensan en binario / y ya no le comprenden. // Conan, el gran cimerio; San Jorge y su dragón; / Sigfrido el valeroso, que también tuvo el suyo como tantos; / el propio Peter Pan, que al final ha crecido; / y tu amigo Enkidú, / y el mismo Quijote de la Mancha. / Todos los esforzados paladines de mi mesa camilla; / están haciendo cola / para ver si le dan subsidio al paro”.

 

 Y por otro lado, más minucioso y detallista, el escritor nos rinde cuenta del quehacer de otras tantas de sus heroínas y malvadas de su infancia y juventud: “Las hadas buenas de los cuentos viejos / son de una ONG y llevan vaqueros, // Blanca Nieves montó su propia empresa, tiene siete enanitos repartiendo comida a domicilio: // Alicia y el conejo, dejaron de correr / pusieron un casino y se forraron. // Todas las brujas malas consiguieron sanar sus caídas, / hoy son bibliotecarias, cuidan gatos, / y hacen páginas web para Internet: // Cenicienta se divorció del príncipe / y trabaja por horas en una empresa de limpieza. // Caperucita empuja carros llenos / de tazones con sopa y arroz blanco / por los pasillos de una clínica”.  

 

 En la medida en que los dioses se disipan, los héroes cercanos al poeta, en franca camaradería, van envejeciendo, se van retirando del imago contemporáneo, para habitar en el recuerdo enternecido del escritor. Convencido Gracia Trinidad de que la realidad es como es, ni buena ni mala, sino simplemente real, concluye su narración detallando como quedó el siglo XXI que transcurre y continúa sin ellos ni ellas: “Desde que ellas salieron de sus cuentos: / a las varitas mágicas las come la carcoma / los príncipes azules están verdes, tienen reuma y cataratas; / donde dice “bebedme” no hay más que Coca – cola; / nadie fabrica ya zapatos de cristal / y en el bosque del lobo / hay urbanizaciones y piscinas…” 

 

Y como guinda en codiciado pastel de un cumpleaños infantil celebrado con toda pompa y circunstancia en un parque de atracciones a cielo abierto, el poeta utiliza a Pulgarcito para dejarnos esta reflexión.

 

Eché migajas de pan en el camino,

y vinieron los pájaros

para darse un festín

con mi memoria.

Luego llené de piedras de colores

el sendero del bosque que recorro sin tregua,

y alguien las recogió.

para hacer el mosaico de un templo sin altares.

Me abrí las venas

y dejé gotas de aliento por el suelo,

pero la tierra tuvo sed,

no fue visible el rastro

de mi sangre.

Con furia, hice pedazos mi máscara de siempre

y los dejé caer con el dolor de haberme desnudado,

pero resulta difícil

hallarse entre los restos de mil máscaras.

 

Opté por no dejar ni rastro,

huir hacia adelante,

perseguir la sospecha de no volver jamás.

Algún jirón de sueños se quedó entre las ramas.

Y descubrí que estaba andando en círculos,

que encontraba mis huellas una vez, otra vez

y otra vez siempre.

Dejó de preocuparme el porvenir.     

 

 

7 Enrique Gracia Trinidad y Pilar Fernández Labrador (foto de José Amador Martín)

  Enrique Gracia Trinidad y Pilar Fernández Labrador (foto de José Amador Martín)

 

  1. NACIDOS PARA COLABORAR

 

Gracia Trinidad es un próximo prójimo en términos de Benedetti, ejerce a plenitud y a conciencia la projimidad predicada por Pérez Alencart. No puede, no podía, ni pudo ni podrá transigir con esas crueles y desalmadas desviaciones de la conducta humana que defienden y propician el acoso sexual, la discriminación racial el fanatismo religioso, la tortura y el asesinato por razones políticas, el sicariato, el bullying, la emigración masiva con sus miles de “enterrados” en el Mare nostrum, la pederastia, la discriminación social, los perros de la guerra, la ablación del clítoris, los atentados terroristas…en fin, la desvalorización de la existencia humana, el imperio de la exclusión y la muerte.

 

Tampoco transige el poeta con las invenciones del hombre que favorecen la guerra y la destrucción: la bomba atómica, los misiles nucleares, la bomba sólo mata–gente, las armas químicas, los campos de concentración, las cámaras de gas, los portaviones, los helicópteros artillados, los escudos anti- misiles, las lacrimógenas y los perdigones.

 

Armado de poesía entra en el combate a favor de la paz, la armonía y el respeto del otro, del disímil, del diferente; indignado, dolido, demandando justicia, escribe:

 

No hay bandera que valga un sólo muerto.

No hay fe que se sujete con el crimen.

No hay dios que se merezca un sacrificio.

No hay patria que se gane con mentiras.

No hay futuro que viva sobre el miedo.

No hay progreso que exija la injusticia.

No hay tradición que ampare la ignominia.

No hay honor que se lave con la sangre.

No hay razón que requiera la miseria.

No hay paz que se alimente de venganza.

No hay voz que justifique una mordaza.

No hay justicia que llegue de una herida.

No hay libertad que nazca en la vergüenza.

 

 

 

8 Juego de Damas

  Juego de Damas

 

  1. RUBIAS

 

Muchos y buenos son los poemas en los que Gracia Trinidad versa sus encuentros amorosos: los de verdad, más o menos duraderos e intensos, y los de cachondeo, en los que –  como renovado Quevedo -, ironiza y hasta se burla de sí mismo, y de sus pretendidas pretensiones., verdaderamente platónicas e ilusorias.

 

Las rubias sus rubias, es una categoría de análisis subsumidora, en ella caben también los viceversas del poeta, es decir, una morena es rubia, una rubia morena es rubia, todas son contradictoriamente rubias a los ojos de la emoción de este bardo con vocación de tinte de pelo, mechitas y permanente incluidas.

 

Empero a su modo, en su propio estilo —a la manera graciatrinidad—, encontramos entre sus resueltas y aventureras letras, entre su reiterado desenfado, unas palabras de afecto, pasionales, unos versos amatorios que ciertamente nada tienen de fórmulas gastadas.  Ahí va pues ese poema de amor —que tantas horas, dudas, tinta y caviles supuso para el escritor, y que al final pergeñó, armó, construyó, escribió y comunicó—, disimulado y anhelado triunfo de sus letras para que fuera tan propio y distinto como sus adentros lo requerían:

 

El Paraíso debe estar vacío,

si tú no estás, quién va a querer estar.

Sé que andan de tertulia por la puerta,

incluso Dios mira el reloj y fuma

y se hace el remolón hasta que llegues.

Entonces todos entrarán de golpe.

 

Y para que no quede duda alguna del rigor de sus últimas decisiones pasionales. Enrique Gracia Trinidad en versos que expresan un decidido arrojo y un enconado ardor por amparar a todo trance a su Soledad, compañera más allá de ella misma y de cualquier posible ruptura, despedida, escape, huida, desencuentro definitivo, castellanamente —y muy en serio—, el poeta le advierte:

 

Si te vas no te olvides

de acuchillarme antes

para que me desangre sin remedio.

Si te vas no permitas

que yo me quede vivo

y recordando por los dos el tiempo

en el que fuimos jóvenes y hermosos.

Antes de abrir la puerta

hiéreme en el costado,

que mi sangre derrame

cuanto quede de ti si algo te dejas.

Que el último susurro de mi herida

sea ciega memoria y rojo olvido.

 

9 El poeta Enrique Gracia Trinidad (fotografía de Jacqueline Alencar)

  El poeta Enrique Gracia Trinidad (fotografía de Jacqueline Alencar)

 

 

  1. SENSUS DIVINITATIS

 

 

Sin tapujos ni cortapisas, el poeta expone su religiosidad, católica en sus orígenes, que, sin embargo, a pesar de las renuncias y distancias, no está ausente, aunque la conciba de otra manera: “El «sentido de la divinidad», término acuñado por Calvino, es algo difícil de aislar en el conjunto de una obra poética. Por acción o reacción, por uso o por defecto, siempre están presentes en los seres humanos un dios, unos dioses o, al menos, cierto sentido de búsqueda o alejamiento, de contacto más o menos con lo espiritual.  No puedo ni quiero renunciar a mi educación, dentro de la Iglesia católica, aunque me haya alejado de ella sin acercarme a cualquier otra confesionalidad. Sí mantengo cierta tendencia espiritual que de no adscribirla a una aproximación al deísmo volteriano no sé dónde podría hacerlo.  Sé que no he elaborado nunca poesía mística ni poesía religiosa más confesional, pero cada uno es religioso o no lo es a su manera”. 

 

En efecto, una divinidad resbaladiza se hace presente en los versos de Enrique Gracia Trinidad para convivir – emplazada y expatriada – con otros irreales y cotidianos semidioses que la ilusionada imaginación del hombre alienta para que la vida tenga su aliviadero abierto y la existencia otra razón de ser más allá de la que le otorga la previsible biología. Con su habitual desenfado registra el escritor esta personal ambivalencia: “El Señor de las Moscas tiene el culo de azufre, / sonríe, / hace gala de dientes / y de puro placer le cruje el esqueleto de la Historia. / Nosotros, agrupados / en torno a los conjuros y los rezos, / tenemos el aliento enrarecido; / una roja penumbra nos invita a la muerte: / Y Dios se nos escapa de las manos como una pesadilla interminable”.

 

Dios está presente y no en la poesía inmensamente humana de Gracia Trinidad, convive a duras penas con el hombre y es definitivamente exiliado por el escritor; lo exhibe en sus versos para convertirlo ruidosamente, escandalosamente, estridentemente, en ausencia distinguida: “Para que Dios despierte algunos días / hay que hacer mucho ruido al levantarse (…) Toser, si es necesario, cada cinco minutos, / como el que tose para ser notado. // Para que Dios despierte, / llegue a tiempo al trabajo, / y recuerde que estamos aquí, donde nos puso, / habrá que armar barullo esta mañana”.

 

Cansado de los dioses y de los hombres, solitario y ensimismado, un tanto harto de todo y de todos, pero sin perder la esperanza, las ganas de una buena sobremesa, de un buen café y un pitillo, el poeta de la vida vivida y por vivir, se declara intermitentemente feliz, cavila y comunica.

 

10 Angélica Morales y Enrique Gracia Trinidad, en el XVIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos de Salamanca

Angélica Morales y Enrique Gracia Trinidad, en el XVIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos de Salamanca

 

Primero invité a Dios a frecuentar mi mesa,

pero él estuvo ajeno,

distante,

y parecía necesario, al escribir su profesión,

poner la “D” mayúscula que no fue imprescindible

en ningún otro oficio.

Siempre huele a lejano, como su inmensidad,

y sentarle a la mesa

era correr el riesgo de verse devorado

por esos ojos glaucos, ojos mar,

ojos charca

erizada de juncos y atrevida bajo las cúpulas del cielo.

Dios no estuvo dispuesto o no lo estuve yo.

 

También hubo otros dioses invitados,

cada cual, con su rígida liturgia,

con su pan bajo el brazo

y el número preciso de adeptos y profetas.

Cuanto más sutil el templo más voraz la doctrina.

Ya no volví a marcar esos teléfonos.

 

Luego ofrecí a los hombres compartir mi comida,

pero conversaciones aburridas y tediosos monólogos

devoraban el tiempo.

Resultaron vulgares como yo

y ya es bastante esfuerzo soportarme a mí mismo.

Así que pronto me cansé

y ellos también se fueron disgustados.

Como los dioses,

los hombres siempre ponen un precio a cada cosa;

dispendio que no quise jamás satisfacer,

al menos no del todo,

al menos no tan alto.

 

Ahora suelo almorzar sin compañía

sin ojos avizores, sin bendecir la mesa.

No tengo agua de fuentes milagrosas

ni vino de buen precio;

no me obligo a decir «sírvase otro pedazo si le gusta».

Yo soy el alimento, el comensal, la mesa,

el plato de cerámica, la copa,

la locura.

Soy hasta el perro que atesora toda el ansia en sus ojos

esperando las sobras,

un mendrugo de pan o un simple hueso.     

                                                          

Y soy feliz a ratos,

después de un buen café,

cuando dejo perderse la mirada

por estos laberintos del mantel, por la vitrina,

por el rastro que deja la aguja del reloj

camino de las cuatro,

tiempo de sobremesa sin reproches,

perfil oblicuo de manzana.

 

 

11 Artículo de A. P. Alencart

 Artículo de A. P. Alencart

 

 

 

  1. LOS ASUNTOS PENDIENTES

 

Todos los seres humanos —en mayor o menor medida—, los tenemos, son como una piedra en el zapato, una picazón en la planta del pie derecho a las dos de la mañana, una mosca revoloteando a la hora de la cena, un zumbido de insecto, las migajas del hojaldre, la nata de la leche, una basurita en el ojo, la arena en los pies, el sudor en el cuello en las crudas noches de verano, en fin, son un verdadero incordio que gravita sobre la vida.

 

Hay asuntos pendientes cotidianos siempre relacionados con los desagradables imperativos del tienes que…, es necesario qué…debes de … ¿y entonces?, son las frases que usualmente los acompañan. Con tiempo y algo de voluntad se resuelven; otros – como los que desearía solventar el poeta son más complejos; no militan en la cotidianidad del existente, son ontológicos, su resolución no depende sólo del propio hombre.

 

En efecto, Gracia Trinidad lidia con asuntos pendientes de altos quilates existenciales, trascendentes, cardinales, absolutamente vivenciales, como son:

 

  • La duda: Al decir del poeta: “tiene nombre de mujer / con ojos tristes, / es hija de la luz y los espejos, / besa como jamás besó su hermana la certeza, / y a veces, por la tarde, se viste con un traje de alquitrán / y acapara la noche. // Es una puta descarada / que nos sonríe por oficio, / una perfecta zalamera / de la que nos enamoramos”.

 

  • Las preguntas: Una y otra vez se pregunta y pregunta acerca de las preguntas, y confirma: “Y vuelven las preguntas / a trenzar con sus lánguidos cabellos / una cinta sin fin que no nos sacará del laberinto (…) Es urgente seguir con las preguntas. / ¿Dónde estará la puerta que habrá que atravesar para salvarnos?”.

 

 

  • La ira: No puede esconderla nuestro poeta, el recuerdo de un millón de muertos, de un sinfín de cadáveres regados a diestra y siniestra en la geografía de su amada patria; amargo resultado de una absurda y cruel guerra fratricida, aviva su ira, lo angustia y desazona, impotente implora y reclama: “Ahora yo también / me pudro, escucho el huracán, / pregunto, ladro, gimo, fluyo como la leche… / pregunto a Dios / y no responde nadie”.

 

  • La tristeza: Siempre hemos sostenido que a Gracia Trinidad lo acompaña, lo invade, una tristeza inconmensurable y constitutiva, lastimero y quejumbroso así la concibe: “La tristeza es la uña que persigue los sueños en el dibujo de una mesa. (…) Todo es espalda. Adiós. Todo es cansancio. / ¿Adónde vas? ¿Por qué me dejas solo? ¿Cómo sabré quién soy? / ¿De quién es hijo este dolor? / ¿Por qué?”

 

 

12 Enrique Gracia Trinidad (foto de José Amador Martín)

Enrique Gracia Trinidad (foto de José Amador Martín)

 

 

Pero no todo es frustración, situación límite, borderline, suicidio en puertas, el poeta recurre a un par de poetas sanadores, solidarios amigos de siempre: Quevedo y Ruiz de Torres, para, con ellos y en ellos, revivir y siempre vivir, leamos:

 

Aunque amenaces con el descalabro,

aunque extiendas tu dedo represivo

y atenaces mi mano de escribir,

mi cuello, mis pulmones, mi saliva,

a tu poder enfrentaré mi aliento;

al clamor de tu grito, mi susurro;

al peso de tu fuerza, mi esperanza;

mi oculta libertad frente a tus reglas.

 

No temblarás, pero sabrás que existo,

te reirás, pero yo no estaré triste,

pasarás por encima, pero entonces

como el junco oriental me alzaré luego.

Así ha de ser la pura resistencia

que mi orgullo alzará contra tu estirpe.

 

No he de callar hasta que acabe el plazo

que a mis días conceda el infinito,

y como Ruiz de Torres, por entonces,

dejaré algún papel donde se diga:

Vivir valió la pena.

 

Finalmente, querido y fraterno tocayo, un hasta luego – luogo -, pronunciado con acento de gato madrileño, en espera de tus próximas y muy bienvenidas epifanías poéticas, verdaderos auto evangelios, plenos de metáforas, palabras, moralejas y enseñanzas que hombres y mujeres, de acá y acullá, de allende y aquende… disfrutamos.

 

Salamanca, 2017

 

 

 

13 Alencart, Cameron, Miguel Elías, Gracia Trinidad, Park y Soler (foto de José Amador Martín)

Alencart, Cameron, Miguel Elías, Gracia Trinidad, Park y Soler (foto de José Amador Martín)

 

 

PEDIDOS

 

El poemario se puede adquirir en librerías, previo encargo o directamente a la editorial.

 

Por Internet, en http://www.arspoetica.es/libro/siempre-la-vida_43752/

 

O en el teléfono: 984 701 911

 

 

 

 

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