Alfredo Pérez Alencar.
Foto: David Arranz.
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar este comentario escrito por José Carlos De Nóbrega (Caracas, Venezuela, 1964), ensayista y narrador, licenciado en educación, mención lengua y literatura, por la Universidad de Carabobo (UC). Ha publicado los libros de ensayo ‘Textos de la prisa’ y ‘Sucre, una lectura posible’, ambos en 1996, y ‘Derivando a Valencia a la deriva’ (2006) o, ya en narrativa, ‘El dragón Lusitano y otros relatos’ (2012). Fue director de la revista La Tuna de Oro, editada por la UC. Forma parte de la redacción de la revista Poesía, auspiciada por la misma casa de estudios. En 2007 su blog ‘Salmos compulsivos’ obtuvo el Premio Nacional del Libro a la mejor página web. Este texto fue leído en el marco del Seminario “La Mirada Crítica”, auspiciado por la 13ra., edición de la Feria Internacional del Libro de Venezuela (Filven), el pasado 10 de noviembre de 2017.
ENMUDECER ANTE EL MAR EN EL DECIR
“Em frente do mar, emudeci / Ante el mar, callé” (Labirinto, Fafe, 2017) del poeta peruano-salmantino Alfredo Pérez Alencart, es un conjunto poético, bilingüe y orgánico [traducido en portugués por Eduardo Aroso] de 20 cantos y un poema final que funde paisajes diversos para honrar el (la) mar en una pasión oceánica. La bitácora enamorada y salerosa así nos lo advierte desde su apertura: “Y el asombro, que no flaquea, intacto como aquel día de verano, cuando en Lima sus tíos llevaron a conocer el Pacífico a un niño recién llegado de su selva encantada, de su Amazonía primera”. Sin pretender un pretencioso y acomodaticio respaldo culterano, observamos la inscripción de este poemario en la tradición de la poesía latinoamericana tocante a la configuración de una paisajística propia y entrañable, con las silvas de Andrés Bello, el “Canto General” de Pablo Neruda, el diálogo de paisajes en “Mi Padre el inmigrante” de Vicente Gerbasi o los poemas proverbiales que Lêdo Ivo dedicó a su Maceió natal. Ello supone una pulsión de retornar [y reconstruir refundando] el origen en el vocerío poético, incluso desde la experiencia paradojal del exilio físico e interior.
En el primer canto o rapsoda, la alusión al diluvio es evidente para no sólo recobrar la infancia y la tierra del origen siempre promisorias, sino también vindicar el ejercicio sagrado e intimista de la Palabra: “Una paloma volvía de su sueño / y era misterio presente, diálogo con la brisa cual voz / enterrando vida con mi corazón, / nutriéndolo para que siempre sea amanecer, alba / o luz temblando por la Playa / de la Claridad”. Lo que en la mirada del poeta venezolano Teófilo Tortolero es avistamiento terrorífico de la tierra después del Diluvio [con sus aves picoteando frenéticamente el Arca], Pérez Alencart traduce una experiencia mística y estética en la transparencia. Importa el fin equívoco del Decir poético y no una tramposa teología del premio y el castigo: “Y ya el verbo será el fin del principio”. La Paradoja es el caldo nutricio tanto de la experiencia mística como de la recreación poética. Considerar el paisaje y sus accidentes, a los fines de refundar el espacio topográfico e interior. “Ejercito la pasión por el sosiego que rescata. / Ejercito el sosiego por la pasión que desgasta”, estos versos del canto II apelan a la anáfora, la inversión de los términos clave y la asonancia en un Ejercicio espiritual jesuítico que prescinde de la delación y la disuasión a través de su Infierno crudo y sus cuerpos achicharrados.
Costas de Cabo Mondego
Confesión de partes poético sin relevo de pruebas en la autenticidad y sentido del estilo. Se desprende el acto de afirmación del yo y su coro abigarrado en la contingencia y la contradicción, materia prima de la vida y la factoría lírica: “Y soy la palabra a la intemperie, cuerpo que sabe de retornos. / Toda comunión parte del asombro, / parte del paisaje del alma, parte del ritmo velocísimo de las olas”. “(…) Y oigo plegarias del Atlántico / hasta que se humedecen los ojos” [III]: La voz del mar sólo se hace audible para el oído atento y el habla salvaje del niño, no obstante el fluir sosegado del discurso poético. No funciona como rompeolas sino en tanto nave entusiasta caracoleando sobre la mar picada. El canto finaliza así “El amanecer reproduce una luz para la ternura”, de tal manera que el colofón esperanzador no falle ni fracase en un optimismo metafísico desencaminado. La rapsoda cuarta se avoca a trazar un retrato marino de Fernando Pessoa, “Libélula impaciente, desde el 35, / sea Álvaro / o Bernardo, sea Ricardo o Alberto, / sea Alexander o Antonio al vaivén del repliegue en sí mismo, / absorto en otras existencias que apresan su insaciedad / y le marcan como hierros lejos de su cuerpo”. No estriba en lucir un referente susceptible del egotismo propagandístico propio. La conversación poética se desliza respetuosa e impunemente en la arena dorada, invitando al lector a una celebración del poema padre [por demás polifónico]. Este canto marino establece un diálogo placentero con la «Oda Marítima» de Álvaro de Campos y, por qué no, con ese enternecedor poema de Pessoa para Sá Carneiro al modo de una despedida desde el andén ferroviario.
Alfredo Pérez Alencart no deja abandonados a su suerte los compañeros de ruta tanto en lo geográfico como en lo poético: Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz y su colega docente en la Universidad de Salamanca, Fray Luis de León. “La calma reluce otra vez / y vence a la desazón de una creación intransferible. // ¡El corazón no está hecho para tan grandes penas!” [V]. Alusión interpuesta al libro de Job traducido, comentado y recreado en tercetos por Fray Luis. “¡Placidez o mansedumbre, y un beso al costado de la herida!”: El tenor místico no es Imitación de Cristo forzada ni literal, por el contrario, supone una sustitución metafórica [no megalómana] tal como lo sugiere el soneto atribuido a Miguel de Guevara: «Que -a ser yo Dios y Vos hombre terreno- / os diera el ser de Dios que tuviera / y en el que tengo de hombre me pusiera, / a trueque de gozar de un Dios tan bueno».
La voz poética no pretende desfigurar el mundo, movida por la envilecida manipulación del lenguaje del que se ufana el autoritarismo literario. Tampoco, traduciendo torcidamente el Habla de Dios, nos impone una falsa conciencia de Ultratumba. Se ocupa más bien de atar cielo y tierra por vía de la empatía, la solidaridad y la contristación con el Otro: “Mas yo no busco paraísos. / Lo mío es firmar tratados de amistad, prolongar abrazos… / Por ello mi ofrenda a las aguas (dulces y saladas), / los salmos de profunda religación” [VI]. “¡Mojaré mi lengua con tus aguas!” [VII, homenaje al río portugués Mondego]: El río, un afluente imprescindible del mar, toca la poesía del mundo desde los tiempos bíblicos. El Tigris, el Eufrates, el Nilo, el Jordán, el Támesis, el Tajo, nuestro Orinoco o el gran Amazonas. Heráclito sigue navegando el suyo cada día, siendo un hombre diferente cada vez.
A. P. Alencart en Cabo Mondego (Figueira da Foz, 2011. Foto de Jacqueline Alencar)
Contrapunteo de paisajes éste que involucra al bosque, la selva y la costa. Excede la interiorización paisajística como reencuentro con el origen y apuntalamiento de la legión interior: “¡Sepan que cuando regrese traeré árboles extraños / para plantar mi propia selva arriba de Boa Viagem!” [VIII]. “¡Mis ojos niños recuerdan un mar que no conocía! / ¡Era el Pacífico! // Ahora mis ojos adultos contemplan el Atlántico / (hoy no quieren estar en otra parte). // ¡Tenaz hermosura el de este ahora!” [IX]. ¿Recuerdan los poemas de Lêdo Ivo que re-configuran a Maceió? Especialmente, «La muerte de Elpenor» [do prazer habitual de respirar, junto às putas de minha cidade, o cheiro de jasmim que se casava, como o doce e longo coito regido pelo mormaço, a todos os perfumes do Oceano], prosa poética que evoca el apetito pre-adolescente; o el “Poema en memoria de Éber Ivo” [os poetas continuam sendo os timoneiros do mundo / nâo te esqueças das minhas histórias e das minhas paisagens / mesmo porque te tornaste um timoneiro do barco de Cristo], endecha dolorosa de la infancia.
De seguidilla agradecida también, tenemos su abrazo a otro poeta portugués de sus afectos: “Alguien lo vio el 43, entregado a la faena, // orilla a orilla de una Iberia que es encuentro y desgarradura, // poesía por playas y trigales; / utopías y sebastianismos precipitándose / al fondo de la esperanza” [X]. Se reitera la polifonía del discurso a través de la voz poética propia y del Otro, poeta padre o hermano de oficio. Miguel Torga (1907-1985), médico y escritor luso, quien también dialogó con Job al igual que Fray Luis de León, Carl Gustav Jung y José Saramago. Convocar a Amália Rodrigues en XI [¡Canciones saudosas, / como el humo de los barcos cuyo destino se supone lejos!”], va más allá del gusto melómano. Aquí, claro está, no se imposta al Fado, sino que se lo vincula a la Poesía portuguesa en todos sus estadios: desde los Cantos de Amigo del Medioevo; pasando por las endechas, la épica nacional y los sonetos de Camoens; hasta Pessoa, sus heterónimos y herederos poéticos hoy. El décimo segundo canto, amplía esta aproximación marítima desde varias locaciones y paisajes, valga sus afanes amorosos: “¡Figueira, interrógame desde el fondo de tus edades, / desde tu orfandad que se confiesa al cielo, desde tu propio destino! // Entonces me abraza mi mujer, / llevándome al borde de la playa donde se prolonga San Julián”. En cambio XIII, refiere el paisaje como ensoñación que apuntala la voz poética que se desplaza física y ontológicamente: “Asumo sueños en la densidad de mi frente viva”.
Oliveira, Alencart, Regalo y Pinto, en la presentación del poemario
(foto José Amador Martín)
Pérez Alencart, recala en el mito de Jonás invirtiendo los roles del profeta y la ballena: “Sueño que una ballena está nadando en mi propio vientre, / sacudiéndose arpones, gimiéndome / su soledad perecedera…” Poetas venezolanos del Decir como Alberto Arvelo Torrealba [Florentino y el Diablo] y los Angulo Urdaneta, el padre, y Rivas, el hijo [Viento barinés], se valen de la copla popular para atizar la fogata interior en la que la llanura se les va incrustando en la sien, eso sí, tomando el caballo por la crin y cabalgando en su lomo pelado. Por lo que el poema catorce se regocija en la vida, conciliando los fenómenos marinos de la tormenta y la calma [así sea chicha]: “Benéficos el mar y el Tiempo; también / los elementales regresos / con alta temperatura conmemorando / el apogeo del entusiasmo”. Asumir una disposición entusiasta no es la contracara bipolar de una enfermedad del alma, sino compulsión poética por la vida.
No podría echarse de menos a Don Miguel de Unamuno, ello en un retrato marítimo a punta de palabras tan sugerentes aludiendo lo mejor de la imaginería pictórica española: “He de volver a la playa para saludar al viejoven Rector. / He de aprovechar que ahora lee periódicos portugueses / y sus hijos se bañan y su esposa se ausentó / por un momento”. Se vale al inicio de una reescritura dialógica del Cristo crucificado de Velázquez y Unamuno [“Bajo la luz de Dios asoma el martirizado”]. La intención didáctica y ética no es posible en un mustio poema pedagógico, sino en una celebración inmediata que nos los rescate de la memoria a contracorriente de los clichés culteranos.
¿Qué decir sino presenciar atónitos la Vaguada emergente, poética e insurgente que recorre la mar [y la mirada] en un milagroso curso inverso?: “Si el mar empieza a subir, allí, por la sierra, / yo resistiré hasta enverdecer” [XVI]. ¿Acaso el cambio de paisajes nos conmueve y mueve a una rebeldía endógena y exógena desde el estremecimiento en Poesía? ¿Nos revela también las maravillas del entorno que nos empecinamos en escurrir por el albañal, bien sea en el activismo compulsivo del dinero o la derrota y lasitud de un nihilismo irresponsable? Como bien lo responde el canto XVII, para ser pescadores de hombres por liberar, es menester ser pescado por la poesía y el arte como instrumentos sensibilizadores y emancipadores de nosotros mismos: “Y me lanzo a la red para que pesquen lo que transparenta mi ser, / la espuma que nunca se evapora. // Yo también pesco presagios. // Mientras, oigo un fado y mis lágrimas llegan al lecho del océano”. “Educar es un sueño realizable” [XVIII], no es un slogan cuya apoyatura es la demagogia y el despropósito. Del poema pedagógico se transita a una declaración desbocada de principios que ronda y activará la liberación del intelecto y el espíritu. Una maquinaria insólita de triturar cerebros se contrapone a la factoría escolar [contaminada por unas rutinas alienantes y envilecidas]: “Una escuela es mi hallazgo. La anuncio / como un legítimo altar para destetar cerebros”. La digresión didáctica es un pretexto para reconvenirnos que la mar puede concebirse como una mera masa de agua salada, la cual orinamos chapuzón tras chapuzón. Por el contrario, introduce así nomás un texto gustoso y marino para beneplácito de los que viajan por tierra, aire, agua y letras encrespadas: “Todo lo mastica el hambre, y más cuando suben los aromas / y el pez le rebasa / desde su mar de cercanía // bocado a bocado bajo las gaviotas de un cielo / de prodigio”.
El poemario tiene como canto o poema 20 un cierre de figura para nada parricida, de donde el optimismo futurista de la Oda Marítima de Pessoa [Álvaro de Campos], vuelve a atracar en el puerto presente del poema hijo: “¡Albas de cuando nacen entusiasmos! / ¡Adioses que siguen en pie por la relampagueante ciudadanía! / ¡Explosiones de afecto hasta abocetar un ardiente triángulo / de inmensidad a inmensidad!”. Del asombro y el entusiasmo aparentes vociferados por poetas futuristas en pos del progreso material y los inventos objetuales y estilísticos, transitamos a un entusiasmo activo y desconfiado de nuestro contexto histórico incierto, previo refugio en los afectos más caros.
Alfredo Pérez Alencart con su nuevo libro (foto de José Amador Martín)
El Poema Final o Post Scriptum en verso, nos lo ratifica e insta al ejercicio de la vida ciudadana en escurridiza, problemática pero necesaria libertad: “Mi voz les responde, / confirmándoles que la vida es llevadera, todavía, / por su mapa de agradables geografías”. La Utopía establece vasos comunicantes con la Distopía [sus ilusiones y perversiones], para desterrar de la consciencia y el corazón la cartografía maniqueísta con que los poderes fácticos nos hacen tropezar y extraviar el camino de la autorrealización en la colmena comunitaria del mundo.
Coincidimos que estos tiempos revueltos no están exentos de maravillas: Ocupémonos de reordenar poniendo patas arriba la casa, en un espíritu sosegado y libertario. ¿No les convence, querida afición, que este libro –así como otros muchos títulos- pueda aliviar el malestar al final del día? Léalo, degústelo canto a canto y téngalo al alcance en el dormitorio.
En Valencia, Venezuela, lunes 8 de enero de 2018
Sol y José Carlos de Nóbrega en la Plaza Mayor de Salamanca
enero 11, 2018
Un atractivo acercamiento a tu nuevo libro de versos llenos de poesía, apreciado amigo. Mi enhorabuena por esta nueva cosecha.