El escritor y académico Adolfo Castañón
Crear en Salamanca tiene especial satisfacción en publicar algunos fragmentos del enjundioso prólogo que, para la antología de la poeta colombiana Gloria Posada, escribiera Adolfo Castañón (Ciudad de México, 1952). Desde 2003 es el sexto ocupante de la silla II de la Academia Mexicana de la Lengua. Este poeta, ensayista, editor, crítico literario y bibliófilo, estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Gastrónomo completamente autodidacta, ha sido miembro del consejo de redacción de varias revistas en Latinoamérica, entre las que se encuentran La Cultura en México, el suplemento de Siempre, Vuelta, Letras Libres y Gradiva. Entre sus obras destacan Alfonso Reyes, caballero de la voz errante (1988), Arbitrario de literatura mexicana (1995), La campana y el tiempo (2003), Viaje a México: ensayos, crónicas y retratos (2008), y Grano de Sal (2009). Entre las traducciones importantes en su carrera están Después de Babel, de George Steiner, y Ensayo sobre el origen de las lenguas, de J. J. Rousseau (ambos publicados por el FCE). Durante casi tres décadas trabajó para el Fondo de Cultura Económica, donde tuvo a su cargo diversas obras de Alfonso Reyes, Octavio Paz y Juan José Arreola, entre otros muchos autores. Ha sido investigador del Centro de Estudios Literarios, del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Su último libro de poemas se titula ‘La tercera mitad del corazón’ (2012). Ha obtenido diversos premios, entre los que cabe señalar el Nacional de Literatura de Mazatlán 1996; el Nacional de Periodismo 1998; el Xavier Villaurrutia 2008, y el Nacional de Periodismo José Pagés Llergo 2010. En 2003 fue reconocido como Caballero de la Orden de las Artes y de las Letras por el gobierno de la república francesa. En 2015 recibió el Premio Internacional de Ensayo de Argentina.
HACIA EL POEMA
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Gloria Posada (Medellín, Colombia, 1967) hizo su entrada en las letras con Oficio Divino, un primer libro que ganó el Premio Nacional de Poesía Joven de Colcultura en 1992 y le valió el reconocimiento inmediato de poetas mayores como Jaime García Maffla. El autor de Las voces del vigía (1986) y cofundador con Mario Rivero de la revista Golpe de Dados la saludó así:
“… busca y quiere, porque le es necesaria, la esencialidad, y a ella no se llega cultivando las maneras de relación con el mundo sino con la propia alma, o con el corazón que con ese mundo ha de relacionarse. Aquí unas palabras de Pierre Reverdy: “No hay objeto poético (escena, paisaje, palabra o conjunto de palabras), hay un sujeto que piensa y que, por estar constituido de cierta manera, siente dentro de sí nacer y desarrollarse una emoción que solo tiene de poética la reacción producida dentro de sí mismo”. Así, diríamos que la primera lección de Gloria Posada está en el paso del sujeto al poema.” (1)
A partir de ahí, su escritura iría afirmándose en el amplio panorama de la poesía de este continente como una de las voces más estrictas y arriesgadas de nuestra desolada época. Libros como Vosotras o La cicatriz del nacimiento, Naturalezas y, ahora, Lugares han renovado y sostenido con certera consistencia ese sitio solitario e irreductible que ella tiene ganado en la lírica de nuestros días.
La lección antológica acogida por el sello de la Editorial de la Universidad Veracruzana recapitula para el lector un itinerario sustantivo. Esa órbita solo puede ser entendida y planteada a la luz de un haz crítico que, en su nudo, nos interroga sobre el lugar del canto en la edad y el mundo contemporáneo.
En un libro antológico como éste, al lector no le resulta manifiesto que lo que aparece como en un bloque, no necesariamente, ni mucho menos, fue escrito en o al mismo tiempo. Jornadas, días, semanas transcurren, como sabe cualquiera, entre la creación de un poema y el siguiente; a veces, pasan años desde que se expresa una experiencia hasta que se da a la publicación en un libro. Para el lector crítico, para el leyente, no siempre es fácil dar cuenta de esos itinerarios, reconstruir esos saltos y a veces sobresaltos combinados con intermitencias y continuidades. Quizá él deba rehacer, bajo la superficie de los días terrestres, la máscara de la persona poética, el último rostro sintáctico que se abriga tras cada uno de los poemas.
Presentación en México de la antología Bajo el cielo
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Bajo el cielo. Antología poética 2011-1985 presenta un concentrado itinerario de esta poeta y artista plástica colombiana. Son alrededor de trescientos poemas, provenientes de ocho libros escritos a lo largo de veintiséis años. La analecta (2) tiene una singularidad: este museo verbal inicia con los textos del libro inédito más reciente y se remonta, como un salmón a la fuente, a los iniciales realizados en 1985. Este giro no parece gratuito al lector que tiene en mente algunas de las “gravitaciones” o ideas fijas que pautan la sintaxis –el rostro interior– de esta lúcida inteligencia familiarizada desde antes de la voz con el lenguaje del silencio y el sueño. Por ello, el último poema publicado es en realidad uno de los primeros en la cronología de su autora: “Recorrer / paso a paso las calles / siendo uno entre la muchedumbre / uno más / que solo entre las páginas / encuentra su rostro” (p. 366) (Enunciaciones, vii de la serie i (“Palabra / aliento que en aire/ desaparece”).
Estos versos trazan una correspondencia con el inicio de la antología, con los poemas inéditos de los últimos años. Allí, el “Lenguaje” precisa una situación en el mundo y en la palabra: “Paisaje y cuerpo: / ¿Contorno / define límites? // Mirada / separa partes / del Todo / Voz pronuncia / el aquí y el allá / Donde cielo / tierra y hombre / se escinden” (p. 35).
En “Lenguaje”, se lanzan, como en un arte poético, los elementos del decir y de su dignidad: el paisaje y el cuerpo, la definición de los límites y los contornos, pero sobre todo la mirada y la voz que están en el origen y cumplen el oficio de la separación (¿creación?). Dictado que dispone las categorías del ser (“el aquí y el allá”) donde la posibilidad del enunciar está en la escisión de “cielo”, “tierra” y “hombre”.
Los versos titulados “Aliento” confiarán: “La palabra es mi luz / el fuego interior / donde caliento mis manos” (p. 124). En Bajo el cielo… se recogen las ascuas donde calienta sus manos una mujer que se sabe a la vez amada y solitaria, amante y dueña de una singular percepción que le permite advertir: “Todas las mujeres / que no fui / me esperan / a lo lejos” (p. 170).
La experiencia de la soledad transmutada ilumina al mundo con una nueva luz: “Crees estar sola / mientras todo palpita” (p. 49). Se da en la intemperie una experiencia interior: “Fuego es tu morada / un calor interno alimenta / y como agua evapora / Viento desciende / Aire te habita entre sol y sombra” (p. 48). Sabe que su hogar es el ascua de la vida y que la oración –en el doble sentido– se consagra al silencio que une cuerpo y paisaje.
En el presente libro aparece un testimonio sobre la acción urbana Ser ángel por un día, realizada en el mes de septiembre de 1995 con cien niños trabajadores de Bogotá, Colombia (p. 355). Este decir, que es a la par un hecho, evidencia la profunda unidad que recorre la obra de Gloria Posada y que fluye desde la ética a la antropología, pasando por las artes plásticas y la escritura. Esas palabras son, a su vez, un signo de la integridad de la experiencia que está en juego en su quehacer donde los horizontes y las estribaciones de los acontecimientos estallan y luego se funden en una sola pregunta que parece dirigida a los lectores: “—¿Quieren ser ángeles por un día?” (p. 355).
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La escritura de Gloria Posada se concentra en una prosodia severa y despojada. Desaparecen los adjetivos y muchos de los artículos, los verbos en infinitivo o en presente cobran una peculiar, mineral rotundidad. Aun el cielo se expatria, como en “Lenguaje”, poema citado al inicio de este prólogo.
Estas palabras caen como redobles en el tenso tambor de la intemperie y del despojamiento. Semejante a la hierba que florece entre las piedras, surge aquí una lección ética y estética.
En el proceso de escribir estos poemas se da una singular visión de la historia, un atisbo de la otra ciudad que deslindan nuestros pasos anónimos y que se nombra universalizándola como en “Vestigios”: “Mundo continuará / sin nuestros pasos / Otros llegarán / donde no hemos estado / Habitarán iguales cuartos / Fundarán nuevas naciones //” (p. 59).
Moradas expuestas a la intemperie, estas letras deletrean un alfabeto incandescente tallado por la reflexión y la experiencia: se desgranan como runas, se descifran como nudos de una tapicería ritual que se da en ofrenda. Los poemas dejan ecos que invitan a la quietud y a la contemplación. No es, entonces, una música clamorosa atravesada por el aspaviento. La palabra acompasa un tono secreto, “Insondable”: “Choque de aguas / viaje sin regreso // Sin transparencia / cielo no atraviesa tierra” (p. 41).
No asombra por ello que se dé una fraternidad hacia lo terrenal y lo elemental, como en la lección de los románticos alemanes, por ejemplo Novalis, que encaraban al cielo estrellado con una exigencia sostenida por la imperiosa necesidad de luz. En Gloria Posada esa búsqueda es de una “Lejana luz”: “Nubes / Lluvia / No dejan ver estrellas // Fulgor traspasa / profundidad de océano / savia del árbol / oscuridad de sangre / capas en Tierra / y piel” (p. 61).
En el lema “Bajo el cielo” se despliega una poesía al filo de lo trascendente que, en apariencia, busca lo sagrado, pero en rigor solo es leal a la escritura de la experiencia; de ahí que el lugar del canto coincida con el de la persona que lo enuncia.
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Estos signos inscritos incisivamente en la piel del lenguaje están gobernados, más que por una imaginería ornamental, por un repertorio de cifras, figuras, íconos, máscaras agonistas asumidas, cada vez, desde la vida como límite y riesgo. Tal sacrificio de la identidad es renovado en el altar de un rito, a la par oscuro y luminoso: el de la palabra a contraluz que surge en esta red de signos que son afectos, con el brillo y la fluidez de una tregua soñada en el poema.
En cada uno de los textos aquí reunidos, el leyente podrá abrirse al asombro de saber que, entre nosotros, alienta alguien capaz de reinventar, con el lenguaje, la experiencia del mundo, al descifrar y traducir la unidad apenas visible que mantiene en suspenso al universo bajo el cielo.
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(1) Revista Casa Silva, núm. 7 (enero), Bogotá, 1994.
(2) Los diccionarios registran la voz en plural: analectas. José Lezama Lima la empleó en singular en el título de su libro de ensayos: Analecta del reloj (Orígenes, 1953).
Germán Martínez, de la Editorial UV, Gloria Posada y Adolfo Castañón
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