José Jiménez Lozano
Crear en Salamanca se complace en publicar estos poemas escritos por el poeta catalán Santiago Montobbio (Barcelona, 1966), recordando al notable escritor abulense José Jiménez Lozano. Es licenciado en Derecho y en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Profesor de Teoría de la Literatura y Crítica Literaria en la UNED. Tiene publicados numerosos libros de poesía.
***
Me conmovió, como supongo que a todos los que lo apreciábamos y lo queríamos, la noticia de la muerte de José Jiménez Lozano, que me llegó la mañana del lunes en un jardín. Escribí por ello un poema. Colaboré con él cuando era director de El Norte de Castilla, por iniciativa de nuestro común amigo Miguel Delibes, y el poema lo recuerda. El poema también recuerda dos poemas previos -que él conoció y le gustaron- en los que él está presente y de los que de hecho es la causa, ya que los motiva la lectura de un cuento suyo, titulado “La masía”, además de una circunstancia personal, y es la de leerlo en Sant Jordi Desvalls, en la casa de mi madre en este pueblo, donde también los escribí. Son dos poemas que a la vez están dedicados a Antonio Machado. El poema que escribí el lunes los recuerda y se refiere a ellos. Esta espontanea elegía se une a ellos. Al día siguiente, martes, escribí otro conjunto de poemas, acompañado de la lectura de algunos poemas de José Jiménez Lozano y que hacen de comentario a éstos. Así que me he encontrado con un conjunto de poemas en torno a él y su escribir. El día sucesivo, miércoles, escribo también en este jardín que está cerca de mi casa, en Barcelona, poemas de la luz y el aire y los pájaros y los árboles que creo que le hubieran gustado a José Jiménez Lozano, y me parece que son -lo quiera yo o no, y sin buscarlo- muy de su cuerda. Estos poemas continúan a los otros, en el sentido de que les siguen, les suceden, pero no los incluyo. Sí incluyo en este conjunto una prosa que escribo hoy, también en este jardín cercano, en la mañana del jueves, y que me parece cierra este conjunto que de modo espontaneo se ha ido conformando. Porque lo completa, en tanto que se refiere más a otro importante aspecto de su escribir. Reúno poemas y prosa aquí, en este conjunto al que doy por título la raíz y el motivo con que siento ahora que ha nacido y se ha formado, “En memoria de José Jiménez Lozano”.
S.M.
Barcelona, 12 de marzo de 2020
LEO EL CUENTO “LA MASÍA” DE JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
en uno de los innumerables libros que a buen precio
he comprado este octubre en la Feria del Libro,
un surtido rico y vario que he ido ya disfrutando.
Poetas griegos, neohelenos, publicados en 1987
en El Bardo, ayer Cada cosa en su sitio de Azorín,
con afirmaciones de candente actualidad sobre
Cataluña y España, y la tranquilidad y dicha
de vivir que transmite en la limpidez de su escribir,
y un poeta argentino que no conocía y me gustó,
Fermín Estrella Gutiérrez, también, si se quiere,
en su medida o su modestia, en el primor
de su rigor. Ahora, en Sant Jordi, por no
ir al mar en este día de niebla, los cuentos
de Jiménez Lozano, que por indicación de Delibes
publicó prosas mías en El Norte de Castilla, en
Valladolid. De Delibes leí gracias a los tesoros que se pueden
encontrar en esta Feria Un año de mi vida, uno de los pocos
libros suyos que no había leído y había buscado y perseguido
y aquí por fin encontré, en esta principal calle de mi ciudad,
el Paseo de Gracia, y encontré en él reflexiones, afirmaciones
y pensamientos también de una rabiosa actualidad, y de sereno
y envidiable criterio -algo que ha faltado y no se ha tenido-
sobre Cataluña y los catalanes, su identidad y su lengua
y su convivencia en España. Ahora, entre los cuentos de José
Jiménez Lozano, encuentro el titulado “La masía”, y, al ver
su título, pienso: Pasará en Cataluña. Sí, en el pueblo
de al lado en que estoy y ahora escribo. La masía es
la casa de campo en que pasó su última noche en España
Antonio Machado con su madre y su hermano José. Es en Viladasens,
el pueblo de al lado de donde estoy con mi madre, en
su casa, Sant Jordi Desvalls, y he llamado para ir a este pueblo
a comer en el buen y popular restaurante que tienen,
al que tanto hemos ido. La vida tiene niebla y tiene
caminos y cruces de caminos. Se me aparece Antonio Machado
en este cuento de Jiménez Lozano y ahora
yo lo traigo a este poema. Tengo al lado
a mi madre mientras escribo. Lee con la atención
que suele el periódico. Ayer, al llegar
al pueblo, vi que tenían estas peras
de invierno que crecen entre manzanas
y tienen un color tostado, como cobre,
y un sabor tan singular. Son buenísimas.
Esta mañana he ido a por unas cajas.
Nos pasaremos un mes comiéndolas.
Pero la vida es esto. La vida es el mar
al que no se va y no se llega porque
hay niebla, es llamar para ir a comer
en el pueblo en que pernoctó por última vez Machado en España
y que te salga al encuentro -como las peras de invierno-
un cuento en que esto se recrea, y lo haga de modo
imprevisto. Imprevisto es el arte y su misterio, imprevisto
es Dios y es el vivir. Imprevisto es el hombre, es
el poema. Imprevisto es este verso que se encamina
hacia el final y todo lo que hasta él ha conducido.
Sant Jordi Desvalls, 14 de octubre de 2017
EL ENCUENTRO CON LA POESÍA. LA APARICIÓN
de la poesía. En tu nombre, Antonio,
Antonio Machado, y lo que para mí
y para todos eres, Antonio de España,
para España y esta Cataluña también,
que al destierro y a la muerte te vio
pasar, y para la poesía. Esto quería
decir en el poema escrito antes
de comer en el pueblo en que dormiste
en tu país por última vez, y ahora
caigo, mientras termino por la tarde
este libro de cuentos de Jiménez Lozano
en la terraza de casa, habiendo ya
allí comido, que se me pasó y lo
olvidé, o quedó omitido o anegado
por otras fuerzas que convocaron
en su ímpetu las emociones. Y pienso
que lo quiero decir. Que es la misma poesía
quien me sale de manera mágica al encuentro
en este cuento, “La masía”, en tu nombre y tu figura
y tu última noche aquí. Así aparece la poesía
como sorpresa siempre, de improviso. Es encuentro
e inesperado hallazgo. Es luz sobre la noche
y en la noche. Viene, siempre, de la mano
del misterio, y esto es algo que tú también
sabías y a tu manera dijiste, Antonio Machado,
y quiero recordarlo, por saber quizá que es por esto
que esta mañana así has venido, como una
aparición en este pueblo del campo de Cataluña
en que leo y escribo, y tu presencia siento,
y en ti y con ella la de la poesía
que me sale al encuentro en un cuento
o los caminos. Que es luz y sorpresa.
Que misterio es, y lo sigue siendo, y otra
vez así me lo dice al así aparecer,
de la mano de tu memoria triste y dulce,
tal de esta manera cae a veces la lluvia
sobre la tierra.
Sant Jordi Desvalls, 14 de octubre de 2017
SOL EN LAS NUBES, EN LAS RAMAS DEL ÁRBOL,
sobre la Pedrera desde este jardín. Aire fresco.
Leo en la revista de prensa de la Asociación de Escritores de Cataluña
que ha muerto José Jiménez Lozano. Murió ayer.
Recuerdo los poemas que con motivo de leer su cuento “La masía”
escribí, su memoria y presencia y causa de hecho
en esos poemas junto a la de Delibes y la de Antonio Machado.
Recuerdo hablar con él por teléfono -usted llama de Barcelona-
cuando era director de El Norte de Castilla de Valladolid
y yo colaboraba con él. Recuerdo el placer, la alegría
con que he seguido de modo fiel sus cuadernos,
sus preciosos libros de anotaciones, desde que los descubrí.
Este año es el del centenario de su amigo Miguel Delibes,
el de Joan Perucho, el de mi padre, todos de 1920
-Perucho era de su misma promoción de Derecho-,
los chicos que fueron tan jóvenes a la guerra.
Leo que Jiménez Lozano hubiera cumplido 90 años en mayo.
Es una España que se va, la memoria de un tiempo
y de una fe, de un sentir y creer que se pueden
hacer mejor las cosas, la de un cristianismo abierto
que acoja y sea un lugar para todos.
Recuerdo y tengo el peso ligero de esta memoria
y las razones y valentías de ese tiempo
en el corazón, mientras escribo este poema.
Da más el sol. Da más el sol a mi madre
mientras lee el periódico, y yo purgo
la noticia que me llega de una muerte
en un jardín, mientras lo cruza algún mirlo
y pían otros pájaros. Pienso que a José Jiménez Lozano
le hubiera gustado que me llegara así,
y también que esto me dice
que es él fiel a su vida hasta en su muerte.
Barcelona, 9 de marzo de 2020
“PASA, LENTA, UNA CARRETA DE HENO TODAVÍA,
arrastrada por bueyes,
en la maravillosa mañana de setiembre.
¡Ah, si el tiempo
fuese criatura tan humilde como el heno,
y viajase en carreta!
¡Qué mañanas tan lentas y tan claras
tendría el mundo”
Éstos son los versos
del poema titulado “Setiembre” de José Jiménez Lozano,
de su libro Elegías menores. Es el libro
que me ha salido al paso en casa, y lo he cogido
para leerlo ahora en un rato de la mañana
en este mismo jardín en que ayer me llegó
la noticia de su muerte. Escribí que le hubiera gustado
que me llegara esta noticia triste aquí,
al recordar cómo la naturaleza está presente en sus poemas
y sus anotaciones, en su escribir, y con qué sigilo,
con qué humildad está y lo hace. También
con qué maravillado asombro. Pían pájaros
en este jardín y lo pienso y recuerdo de nuevo
también al leer los poemas de este libro,
que pienso una buena elegía -su lectura- y hasta
casi oración por él. Las lunas, los pájaros,
los meses, las estaciones. El paso sigiloso y asombrado,
el candor puro de este asombro, el asistir
a lo sagrado de la vida también en sus detalles
más mínimos, en todas sus santas vidas
y santas cosas -vidas del pájaro y del árbol,
de la luna y del cielo, encarnaciones todas
de Dios y del misterio del tiempo. Llego a este poema
que he transcrito, “Setiembre”, y pienso
que es el tiempo humilde y también sabio y dulce,
o se hace así, así podemos sentirlo y yo lo siento
cuando leo estos poemas ahora en un jardín.
Son elegías menores. Dice que es la vida el aire
que mueve ahora las ramas de los árboles sobre mí.
Juegan las sombras. El sol, el aire.
El píar de los pájaros. José Jiménez Lozano
ha hablado en estos poemas también del viento
y del agua y la libertad. En el que está al lado de éste,
“Noviembre”, habla de “las hojas/ secas de los árboles,/
por el viento arrastradas”, y dos poemas más allá,
en “Niebla”, de un pequeño jardín de invierno.
Esto miro y aquí me quedo, aquí -quiero decir- escribo.
Escribo un poema y celebro con él la vida,
que gracias al carácter sagrado en ella de las vidas y las cosas
podamos sentir también ligero el peso de la muerte y el dolor.
Escribo este poema y es también una elegía por el amigo que se ha ido,
por quien sintió así la vida y nos la hizo sentir y dijo
con esta humildad y esta verdad en sus poemas,
y nos la hace sentir aún. Por lo que -concluyo así
mi sentir por él y este poema- está vivo, sigue vivo.
“¿EN QUÉ LUGAR ESTÁN ESCRITOS LOS RELÁMPAGOS?
En ninguna parte, pero fulgura su belleza,
y otras veces matan.
Son palabras, entonces”.
Éste es el poema “Enigma”.
Título precioso y acertado y que me gusta,
como el poema todo. Las palabras relámpagos
en su repentino fulgor y también en su rasgar
la oscuridad. Relámpago en la noche dije que era la poesía
en las palabras que escribí para mi intervención
en el Centro Internacional de Poesía Perdu,
en Amsterdam. Relámpagos. Están escritos
en la noche y en Dios, y se dan
en la poesía. De ellos
su fulgor.
“GORRIONCILLO URBANO,
perdido entre las mesas
de una terraza, en un hotel de lujo.
Como a ti, me bastan y me sobran
las migajas del mundo.
Yo sólo quiero tu alegría”.
Esto no es una terraza
sino un jardín, pero es urbano, está en una ciudad,
la mía, desde la que hablé con Jiménez Lozano
y esto él hizo notar y la nombró
al hablar conmigo. Es el jardín de un hotel,
no sé si de muchísimo lujo pero sí podríamos
considerar que algo o que bastante, antigua casa
de unas señoras de Barcelona, cuyo espíritu en el aire
quizá queda. Aquí no sólo hay un gorrioncillo
entre mesas de terraza. Hay árboles, verdaderos árboles
y mirlos y tórtolas y más pájaros. Es un jardín.
Pero es urbano. Y ante un gorrioncillo que veo pasar
leo este poema de José Jiménez Lozano
y siento que comulgo con él. Que a mí también
me basta y me sobra con lo poquísimo.
Que sólo quiero la alegría y la libertad del pájaro,
y también pienso que quizá a fuerza de así quererlo
es ya esto lo que soy.
ME CAMBIO DE SITIO, EN BUSCA DE ALGO MÁS DE SOL
en este aire fresco. Y entonces otra vista
de la Pedrera, de una de sus como mágicas chimeneas.
Así, como una aparición o una anunciación,
como así nos hace sentir que aparecen los seres y las cosas
José Jiménez Lozano en sus poemas,
y así en verdad lo hacen, si se está
atento a ellos, a su misterio y
latido secreto.
UNAS GOLONDRINAS. ME PARECE VER POR UN MOMENTO UNAS GOLONDRINAS,
en su vuelo rápido. El primer verano,
o al menos su anuncio, su alentar anticipado.
También como una aparición o una anunciación.
Así la sorpresiva presencia y vuelo sobre este jardín
de una pareja de golondrinas. Así, en su libertad y su alegría
sean siempre, sigan siendo siempre aún los poemas
para mí. Pata todos y para mí, añado
y remacho, porque el bien y la libertad y la alegría
de la vida, su carácter santo, lo quiero
sentido y percibido por todos, así
en su poesía por todos conocido.
ÁRBOLES. LA LUZ ENTRE LOS ÁRBOLES.
El aire. El viento. Rumor de hojas.
Rumor también de los poemas.
MI MADRE LEE LOS POEMAS DE JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
junto a un árbol y una mata de romero
-que me ha señalado al llegar. Me ha pedido
si tengo un libro y le he dado éste,
pues aunque le he traído uno de cuentos
-también de José Jiménez Lozano- he pensado,
como le digo, que le pueden gustar estos poemas,
gustar, le digo, en su misma sencillez. En su, como he dicho
para mí, carácter de aparición o anunciación.
Se lo digo a mi madre de modo sencillo,
como quizá le gustaría también a José Jiménez Lozano
que aconsejara que se leyeran sus poemas.
Sí deben gustarle. Porque lee uno tras otro,
y casi con una sonrisa. Ahora para
un momento. Mira el jardín. La lectura
de poesía es contemplación. Mira el jardín
un rato, poco, y reemprende la lectura de los poemas.
Los poemas son también contemplación.
Te contemplas en ellos, y a la vez ellos
te muestran el mundo y lo reflejan.
Continúa el rumor de las hojas de los árboles
mientras corre el aire, también quizá el de los poemas
en el corazón de mi madre mientras los lee.
UN LEVE SOL. UN LEVE SOL -PORQUE EL CIELO SE HA NUBLADO
UN RATO- mientras mi madre lee
los poemas de José Jiménez Lozano y corre
el aire. El aire, el aire nuestro. Corretea y salta
junto a nosotros un mirlo. Aparezca siempre
un pájaro, aparezca de pronto, sin aviso,
aparezca por sorpresa y como lo hace el poema
y lo haga siempre así hasta el fin,
y nos diga de esa manera
que aún somos de la vida.
De la poesía.
Jiménez Lozano
UN MIRLO BLANCO. SIEMPRE SER UN MIRLO BLANCO,
todo en el fondo así ser. Recuerdo la expresión
mientras de nuevo cruza un mirlo este jardín,
que es otro o el mismo y desde luego negro.
Recuerdo la expresión y esto siento y me digo.
Todo poema es un mirlo blanco. Todo en el poema
se hace un mirlo blanco. Porque el poema
da en el blanco de la pureza, y consagra
la vida en su misterio. No se puede ser poema
y no ser un mirlo blanco. Y todo, en el fondo,
es un poema. El hombre -y todo,
si lo dice un poema- en el fondo
un mirlo blanco.
LA EXCEPCIÓN, LA SALVACIÓN, EL CARÁCTER RESTITUTORIO
de lo sagrado en las palabras que se lleva a cabo
en la poesía, la excepción constante y permanente
que en ella se da, el hacer de cada momento
y cada poema un mirlo blanco.
ALGO DE SOL. ALGO DE SOL AÚN.
En un jardín. Un poema aún,
otro poema todavía, aparición
o anunciación en que se da
de manera sagrada la vida.
CORRE EL AIRE, AIRE CASI YA VIENTO.
El viento hasta el fin, los poemas
al final hojas secas. Pero antes vivas,
razón de amor y razón de vida,
rumor de la poesía, rumor del viento.
Barcelona, 10 de marzo de 2020
DE NUEVO EN EL JARDÍN. Otra mañana. Con libros de José Jiménez Lozano. He traído el de cuentos en que se encuentra “La masía”, que es El santo de mayo y está leyendo mi madre, aunque creo que ya lo leyó en su día. Pero leer es releer, volver a encontrar. Las Elegías menores, los poemas que ha empezado, por si quiere leer alguno -o yo también-, y, por si ella lee éstos, otro libro de poemas que creo fue el primero de José Jiménez Lozano, Tantas devastaciones, publicado por la Fundación Jorge Guillén. Y uno de sus cuadernos, de los libros de anotaciones que tanto he disfrutado y he seguido de manera fiel, el que me sale al paso, el que me encuentro y es Advenimientos. Por si lo quiere leer mi madre. Pienso que estos cuadernos son una lectura para ella, y que los disfrutará de verdad. Porque lee siempre con gran interés cosas así en la prensa. Y esto es como lo mejor que se puede encontrar en la prensa, pero quintaesenciado y elevado. Traía ya ayer otro libro, que reúne artículos publicados en prensa, en el semanario Destino. José Jiménez Lozano reunió una selección de los que publicó allí en su sección Cartas de un cristiano impaciente. Lo traje ya ayer, pero no los leo -no leo nada, disfruto de estar al aire y en el jardín y escribo algunos poemas. Hoy lo vuelvo a traer, con el resto de artillería pesada y ligera que son los libros y en ellos el espíritu de José Jiménez Lozano. Ayer mi madre, al ver los dos libros reflexivos señaló que el de Advenimientos debía ser más de ahora. Sí, así en principio ha de ser. También por su cauce de expresión, más íntimo y espontaneo, más sólo para uno mismo, pero que luego se comparte, mas conservando ese carácter íntimo, como de susurro al oído. La reunión de artículos La ronquera de fray Luis y otras inquisiciones puede parecer y resultar quizá el testimonio de otro tiempo. Me lo había llevado otras veces para leer, pero no lo había empezado. Hoy sí lo hago. Y con qué placer. Antes de empezarlo le digo a mi madre cómo se debieron leer aquí estos artículos en el semanario Destino de Barcelona, que se leía tanto, con qué interés, hasta con qué pasión. Debieron marcar una época. Sé que es así. Pero los leo, ya con una buena predisposición, por supuesto, y los encuentro frescos. Testimonio de una época y también frescos, hondos y a la vez ligeros. Qué maravilla que se pudiera leer algo así en la prensa. Qué maravilla ese semanario de cultura, Destino, con razón legendario. Y hecho aquí, en Barcelona. En Barcelona se publicaba El Ciervo. A la antología en que se publicaba una selección de lo publicado en los primeros ocho años de la revista, con el título Generaciones nuevas, palabras nuevas, le precedía y acompañaban unas palabras de José Luis L. Aranguren en su solapa. También es quien prologa este libro de José Jiménez Lozano y leo en primer lugar su prólogo. En el libro que reunía una selección de colaboraciones de El Ciervo, una de mi padre, que fue uno de sus fundadores, su “Visita a La Pira”. Fue una colaboración célebre, y a la que se le dedicó la portada de la revista. También fue portada su crónica de la elección de Juan XXXIII, que siguió allí, en la Plaza de San Pedro, desde Roma. En los primeros artículos José Jiménez Lozano habla de Erasmo y traza una comparación entre su época y la nuestra -la suya, la de entonces-, y lo que es Juan XXXIII y el Vaticano II. Es el momento de mi padre, es su época. Lo recordé por ello al escribir un poema en este jardín hace cuatro días, el lunes, al llegarme la noticia de la muerte de José Jiménez Lozano. Es también el tiempo de mi padre, su implicación en la fe, y yo soy hijo de mi padre y también de algún modo de ese tiempo, de las convicciones sinceras y de las esperanzas que en él se tuvieron, con el que se vivió. “Una afirmación en la esperanza. Para mí y para el país” dijo mi padre que era y había significado El Ciervo cuando le preguntaron esto –“¿Qué significó para ti El Ciervo en que escribiste? ¿Qué significó para el país?”- junto a otras dos preguntas en un cuestionario con motivo de los 25 años de su fundación. También fue revista de José Jiménez Lozano. Era miembro de su Consejo Editorial, como también lo fue Miguel Delibes. Leo estos artículos viejos y nuevos de José Jiménez Lozano y los leo con sumo agrado, con el frescor que da el quizá esperado asombro que los considere vivos, casi como recién escritos. Porque el verdadero espíritu no muere. Porque el reflexionar sabio y sin estridencias, el empeño por la esperanza y el poner a su favor trabajos y cuidados es algo que sigue vivo y se siente vivo, porque así merece estar y sentirse. Siguen siendo nuestro empeño. Nuestra labor, nuestra tarea. Esto siento al leer los primeros de estos artículos viejos y nuevos de José Jiménez Lozano, La ronquera de fray Luis y otras inquisiciones, palabras que dijo ayer y se siguen diciendo hoy y yo así las escucho y leo, como recién dichas, y para así señalarlo cojo esta libreta y escribo estas líneas. Mi madre lee mientras tanto con atención el periódico en este jardín.
Barcelona, 12 de marzo de 2020
El poeta Santiago Montobbio
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