Crear en Salamanca se complace en publicar los poemas que Héctor Ñaupari leyó durante la presentación de su obra poética reunida “La boca de la sombra”, editada en Madrid por Unión Editorial, la cual tiene prólogo de Antonio Colinas, pinturas de portada e interiores de Miguel Elías y texto de contraportada de Raquel Lanseros.
Precisamente, este pasado martes 26 se celebró el acto de presentación, promovido por Editorial Summa, en la Feria Itinerante del Libro organizada por la Municipalidad de Lima a través de su programa LimaLee y en alianza con el Fondo de Cultura Económica. Acompañaron a Ñaupari los poetas peruanos Harold Alva Y Alfredo Pérez Alencart, así como la poeta española Raquel Lanseros. El presentador fue Alex Suyo y en los controles estuvo María Gómez.
Héctor Ñaupari (Lima, Perú, 1972), poeta, ensayista, abogado, conferencista internacional y profesor universitario. Fue integrante de los grupos literarios peruanos Neón y Vanaguardia en los años noventa. Ha vivido y estudiado en Lima, Madrid, Salamanca, Quetzaltenango y Ciudad de Guatemala. La boca de la sombra reúne toda la poesía creada de nuestro autor en los últimos veinte años de su trayectoria literaria en un solo volumen. Comprende los poemas En los sótanos del crepúsculo, de 1999; La rosa de los vientos, de 2006; y, Malévola tu ausencia, de 2019. Asimismo, contiene una sección denominada “Otros poemas”, que incluye creaciones suyas publicadas en diversos libros y antologías hispanoamericanas entre los 2007 y 2019.
Ñaupari está muy vinculado con Salamanca, donde vivió y estudió algunos años en la Facultad de Derecho. También con los Encuentros de Poetas Iberoamericanos, donde ha ha sido invitado a varias de sus XXIII ediciones.
Foto de José Amador Martín
BREVE IMPRESIÓN DE SALAMANCA
Apareces invicta en las mesetas.
Ni siquiera la lluvia pedregosa ciega a quien te observa.
Tampoco el aire que parece quebrar el espacio que crean tus calles discretas
invadiéndolo todo, como un amor encontrado tras décadas
de dolorosa búsqueda.
Y es que de tanto escuchar el filoso repaso de las páginas de libros y volúmenes,
de tanto saber acumulado que desafía al polvo y al olvido,
tú misma, pálida ciudad, no te has abandonado a la humedad que reverdece la piedra
de tus edificios infinitos,
ni a la perturbación de las mareas, que traen exiliados y náufragos de lejanos confines,
y solo transcurres calma entre ellos,
como un tornado contenido en una bóveda de cristal.
EN LOS SÓTANOS DEL CREPÚSCULO
XXV
Toda pasión es un lenguaje indescifrable
como estas flores del cielo.
Enrique Verástegui, Angelus novus
Niña imposible vestida de azucenas amarillas, el verano inventa las
orillas de tu cuerpo y el sol bebe las frutas de tu boca, mientras yo
oculto mi soledad en las tenues corolas de la palabra.
Entonces, del silencio estival que provocan los vacíos de los hombres
en sus corazones, nace el crepúsculo. Hirviente como la desolación, yo
trato de defenderte. Sin embargo, tu falda me envuelve como un viento
jamás apacible, preveo el sabor a geranios debajo de tu lengua y destilo
los fulgores del mar atardecido de tus ojos diluyendo tu virginidad en
nombre del silencio.
Te reconozco tímida en cada invierno que tocas, desnuda de anónimas
miradas donde no puedo defenderte, y sin embargo apareces intacta
a pesar de las inundaciones, donde sigo penetrando los lugares de mi
cuarto invadidos de tu cuerpo, gacela enloquecida por el leopardo
salvaje como soy, en el último minuto de tu sueño.
Entonces renaces delirante avasallando crisantemos nocturnos y te
alimentas del rumor continuo de los sauces, a pesar de que soy el
símbolo ausente de la noche.
Portada de ‘Malévola tu ausencia’, en el Colegio Fonseca de la Universidad (foto de Jacqueline Alencar)
SALAMMBO
Diosa
si el filo de la espuma está conforme
con el diseño de tus labios,
tu sonrisa repite lo levísimo
del azul que te dio vida perenne
Aníbal Núñez, Nacimiento de Venus
Y todavía está en mis pupilas tu rostro abandonándome.
Esa lágrima última, salada como el sudor que nos cubría cada
tanto, cada desenfreno callado, cada apalancarte en mis caderas
y mover al mundo entero, nuestro mundo, a tu compás
deslavado e inmisericorde.
Y todavía sueño.
Sueño con calles estrechas o escaleras que descienden a la nada
en la noche, sin llegar nunca a la acera final, como esa tarde en
que por tu culpa, tu gran culpa, buscábamos desesperados el
cuarto definitivo de ese hotel laberíntico, centro de Lima a
media luz, semanas de no vernos y tanta prisa y ropa por dejar
abandonada como un lastre o un ejército en el que no se desea
combatir más, pero si pelear en nuestros cuerpos hasta
dejarnos la piel en la batalla y encontrarnos en el génesis de lo
que debimos ser y en tan pocos momentos fuimos.
Y todavía sueño.
Sueño con cada caricia tuya que está hecha
a imagen y semejanza de la primera, Salammbo.
Por eso soy un incendio que sucumbe.
Y todavía sueño. Me sueño condenado a ser tu sombra,
Salammbo: tan próximo a tu cuerpo y sin poder tocarte. Tan
estrechamente mirarte y verte pasar sin poder enhebrarme a ti
con cada uno de mis hilos. Hoy que somos enemigos severos
e implacables, nuestro amor yace al lado de tantas cosas
abandonadas y yermas, olvidado cariño al que ninguno llama.
Tan sólo imagina la daga de la memoria enterrada en el corazón
y cuya hoja, oxidada ya, hecha una con el cuerpo, se saca
arrasándolo todo para volverse a clavar en la misma llaga.
Maldita sea esta nostalgia tuya que me acuchilla el corazón,
Salammbo.
Y todavía te sueño arrebatada en los peldaños de mármol de la
casona donde nos tuvimos. Yo me fui del mundo, de mi
destino, me fui de ti, fui tu fantasma, y todo para qué. Aún estás
allí, llamándome desde tu boca que me abandona y se aleja.
Y todavía está en mis pupilas tu rostro abandonándome.
DULCINEA DEL TOBOSO
Tu nueva piel seré.
Omar Lara, Pregunta.
En la viña de tu boca cada beso tuyo es un vino nuevo, amada Dulcinea.
Mil caminos se multiplican en tus caderas, ciudad mía. No tendré
tiempo para recorrerlos todos en mi desventurado transitar.
Pero, cuando me atisbo en mí, no recuerdo con qué mañanas
o con qué rocíos tuve que inventarte,
teniendo solo a mi espada por imperfecto alegato para concebir tu
cabellera de tordos o tus albos pezones
seguro de entregarme a la muerte silente de tu olvido
en esa tierra pagana que es ahora mi memoria.
Temeroso siempre que al soñar en ti
no estés conmigo,
y que preso de mi devoto amor seas únicamente mi imaginación
jugándome una broma macabra, bella Dulcinea.
O peor aún, que tengas a otro por creador y dueño
según me han dicho un manco sin fortuna y sin honor
andante sí, pero nunca caballero.
Y si soy un burlado amante
que confunde molinos de viento cual colosos,
que intenta tocarte cuando eres agua que se desliza sin más por los
cauces de los arroyuelos
querer asirte entre mis manos es adentrarse en un derrotero lúgubre,
tocarte una empresa imposible porque eres tan solo una palabra que
sale de mi garganta fanatizada por los apremios de mi propia locura,
no obstante, cuando el deseo apremia
toda rama es aire
y entonces te invoco con las manos,
te abrazo con los ojos,
te llamo con la voz secreta de mi sangre, jugando a condenarme, Dama mía
Alfredo Pérez Alencart, por José Amador Martín
HERMANO ALFREDO
Tu amistad fue la casa
que albergó a mis primeros poemas.
Ella transformó sus paredes y zaguanes
en la tierra fértil donde estos versos crecieron, dieron frutos
ascendieron de los sótanos del crepúsculo hacia la luz,
hallaron su camino por la rosa de los vientos
y desdeñaron, malévola, a la ausencia.
Tu amistad fue la mesa
donde serví mis últimas cenas.
En ella fluyó con abundancia el vino,
se multiplicaron panes y pescados, que nutrieron y saciaron a todos.
se sentaron a mi lado mi último romance y mi primer amor verdadero,
inesperadamente.
Cómo no, compartieron risas y abrazos
amigos de todas las patrias.
Tu amistad fue la puerta donde pasaron todos mis recuerdos.
Los antiguos y los nuevos.
Pasaron también los últimos años de mi juventud primera,
los que llevo en cada ocaso,
y los que me despiertan al despuntar el alba.
Tu amistad fue Salamanca
donde fui joven y poeta.
Ciudad cenital, con sus férulas y su vientre a cuestas —vallejianamente —
de noche intensa, cerrada, babilónica, de tantos vagamundos, en ella
obtuve consistencia, estatura, caos, silencios y alondras
lluvias y heladas que ceden el paso a primaveras vertebrales.
Por ella amé Palominos y Libreros, la Clerecía y San Esteban.
Y pude llamarte hermano, Alfredo,
tú que eres mi casa, mi mesa, mi puerta. Y nuestra Salamanca.
PLaza Mayor de Salamanca, foto de José Amador Martín
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