Retrato de Miguel de Cervantes, de Miguel Elías
Crear en Salamanca se suma a la celebración del Día Internacional del Libro y del idioma español, recordando a Cervantes y publicando poemas de Miguel de Unamuno, Jorge Luis Borges, Gloria Fuertes y Alfredo Pérez Alencart. También un hermoso texto de la Premio Nobel Gabriel Mistral, en torno al Libro de los Libros. Agradecemos al destacado pintor Miguel Elías, profesor de la Universidad de Salamanca, por los retratos de los poetas aquí reunidos. El notable poeta Rubén Darío decía: “El libro es fuerza, es valor/ es poder, es alimento;/ antorcha del pensamiento/y manantial del amor”. Y estamos de acuerdo con él. Lo mismo respecto al idioma, en estos precisos versos del dominicano Evaristo Ribera Chevremont: “Verbo macizo y señorial, lenguaje/ de recia y transparente arquitectura./ Voz extrañada de la tierra pura,/ la tierra paridora del linaje”. Aquí, en esta Castilla se gestó nuestro idioma.
Retrato de Miguel de Unamuno, de Miguel Elías
MIGUEL DE UNAMUNO
LEER, LEER, LEER, VIVIR LA VIDA
Leer, leer, leer, vivir la vida
que otros soñaron.
Leer, leer, leer, el alma olvida
las cosas que pasaron.
Se quedan las que quedan, las ficciones,
las flores de la pluma,
las solas, las humanas creaciones,
el poso de la espuma.
Leer, leer, leer; ¿seré lectura
mañana también yo?
¿Seré mi creador, mi criatura,
seré lo que pasó?
Retrato de Borges sobre carta manuscrita suya dirigida a Unamuno, de Miguel Elías
JORGE LUIS BORGES
MIS LIBROS
Mis libros (que no saben que yo existo)
son tan parte de mí como este rostro
de sienes grises y de grises ojos
que vanamente busco en los cristales
y que recorro con la mano cóncava.
No sin alguna lógica amargura
pienso que las palabras esenciales
que me expresan están en esas hojas
que no saben quién soy, no en las que he escrito.
Mejor así. Las voces de los muertos
me dirán para siempre.
Retrato de Rubén Darío, de Miguel Elías
RUBÉN DARÍO
LIBROS EXTRAÑOS
Libros extraños que halagáis la mente
en un lenguaje inaudito y tan raro,
y que de lo más puro y lo más caro,
hacéis brotar la misteriosa fuente;
inextinguible, inextinguiblemente
brota el sentir del corazón preclaro,
y por él se alza un diamantino faro
que el mar de Dios mira profundamente…
fuerza y vigor que las alas enlaza,
seda de luz y pasos de coloso,
y un agitar de martillo y de maza,
y un respirar de leones en reposo,
y una virtual palpitación de raza;
y el cielo azul para Orlando Furioso…
Retrato de Gloria Fuertes, de Miguel Elías
GLORIA FUERTES
DON LIBRO ESTÁ HELADO
Estaba el señor don Libro
Sentadito en su sillón,
con un ojo pasaba la hoja
con el otro ve televisión.
Estaba el señor don Libro
Aburrido en su sillón,
Esperando a que viniera… (a leerle)
Algún pequeño lector.
Don Libro era un tío sabio,
que sabía de luna y de sol,
que sabía de tierras y mares,
de historias y aves,
de peces de todo color.
Estaba el señor don Libro,
tiritando de frío en su sillón,
vino un niño, lo cogió en sus manos
y el libro entró en calor.
idioma castellano
Retrato de Alfredo Pérez Alencart, de Miguel Elías
ALFREDO PÉREZ ALENCART
LOS LIBROS QUE ALBERGO
Para José Alfredo Pérez Alencar
Leo los libros más aprisa
y más despacio,
porque no todos son iguales:
tampoco lo son
todos los árboles del bosque
ni los hombres saben
orientarse por igual.
Los libros que albergo
son aquellos que me donaron
su abundancia tras
dejarse crucificar por mis ojos,
pasando
de la cabecera del lecho
a nutrir la memoria
de mi corazón.
Yo, frágil lector,
desbrozo el camino
con el hambre por sumar
alguna otra joya inagotable.
Biblia, de Miguel Elías
GABRIELA MISTRAL
LIBRO MÍO, LIBRO EN CUALQUIER TIEMPO…
“Libro mío, libro en cualquier tiempo y en cualquier hora, bueno y amigo para mi corazón, fuerte, poderoso compañero. Tú me has enseñado la fuerte belleza y el sencillo candor, la verdad sencilla y terrible en breves cantos. Mis mejores compañeros no han sido gentes de mi tiempo, han sido los que tú me diste: David, Ruth, Job, Raquel y María. Con los míos éstos son toda mi gente, los que rondan en mi corazón y en mis oraciones; los que me ayudan a amar y a padecer. Aventando los tiempos viniste a mí, y yo anegando las épocas soy con vosotros, soy vuestra como uno de los que labraron, padecieron y vivieron vuestro tiempo y vuestra luz. ¿Cuántas veces me habéis confortado? Tantas como estuve con la cara en la tierra. ¿Cuándo acudí a ti en vano, libro de los hombres, único libro de los hombres? Por David amé el canto, mecedor de la amargura humana. En el «Eclesiastés», halle mi viejo gemido de la vanidad de la vida, y tan mío ha llegado a ser vuestro acento que ya ni sé cuándo digo mi queja y cuando repito solamente la de vuestros varones de dolor y arrepentimiento. Nunca me fatigaste, como los poemas de los hombres. Siempre me eres fresco, recién conocido, como la hierba de julio, y tu sinceridad es la única en que no hallo cualquier día pliegue, mancha disimulada de mentira. Tu desnudez asusta a los hipócritas y tu pureza es odiosa a los libertinos, y yo te amo todo, desde el nardo de la parábola hasta el adjetivo crudo de los Números. Los sabios te parten con torpes instrumentos de lógica para negarte; yo me he sentado a amarte para siempre y a apacentar con tus acentos mi corazón por todos los días que me deje mi dueño mirar su luz. Los profesores llenan de cifras y sutilezas tu margen; tarjan y clasifican; y te amo. Me basta con latir a tu sombra, me basta con hacer vivir para gozo de mi corazón tus hombres y tus mujeres. Tu resplandor, sin que me lo mostraran lo miré. Ninguna hora me lo ha apagado; de ninguna sabiduría salí desdeñándote o desconociéndote. La voz que suba sobre el lamento de Job me llevará tras de sí. ¿Cuál será esa voz? El pedagogo que me empañara, la mujer fuerte de los Proverbios, se llevaría mi corazón. ¿Dónde está? El que me hiciera llorar con mayor río de dulzura que las Bienaventuranzas te venciera en mi corazón. Pero yo no lo he visto y estoy en la mitad de mis días. Canción de cuna de los pueblos, eterna nodriza con candor y sabiduría, te necesito para siempre. No me dejes. Siempre seré demasiado niña para que me parezcas ingenua; siempre me bastarás hasta colmar mi vaso hambriento de Dios.»
Niño leyendo, de Miguel Elías
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