«Crear en Salamanca», hace llegar, con satistacción, a sus lectores un poema de Emilio Quintanilla Buey, Poeta, escritor, ensayista y crítico. Nacido en Juneda (Lleida), 1932. Graduado social. Vida profesional en Madrid. Tras abandonar su actividad laboral pasa una temporada en Zaragoza dedicándose por entero a la creación literaria, hasta que en agosto de 2022 se traslada a vivir a Valladolid, donde tiene fijada su residencia. Ha cosechado éxitos y premios que le sitúan entre los autores españoles más galardonados.
Prácticamente toda su obra literaria ha sido publicada ya en el siglo XXI.
Ha sido merecedor de:
Primer premio Poesía Ibercaja, Zaragoza
Primer premio Poesía Luis Cernuda, Sevilla
Segundo premio Poesía Vicente Aleixandre, Madrid
Primer premio Poesía Viriato, El Real de S. Vicente, Toledo
Finalista premio Poesía Esquío, Ferrol,
Mención especial premio Poesía Blas Infante, Cornellá
Primer premio Poesía Alcalá de Henares
Primer premio Certamen sobre el Vino de Málaga
Primer premio y Flor Natural “Amantes de Teruel”
Primer Premio Poesía Manuel Alcántara, Málaga
Primer premio Poesía “Carmen Arias”, Ciudad Real
Accésit Premio de Poesía “Aldaba”, Argamasilla de Alba
Primer Premio Poesía “Villa de Sonseca”, Sonseca, Toledo
Primer Premio Poesía “Luis López Anglada”, Burgohondo, Ávila
Primer Premio de Poesía “Ciudad de Jerez”
Primer Premio de Poesía “Villa de La Roda”, Albacete
Finalista Premio de Poesía “Fray Luis de León”, Cuenca
Finalista Premio de Poesía “Ciudad de Ceuta”
Finalista Premio de Poesía “Angel García López”, Rota
Premio de relato “Junta de Extremadura”
Premio de relato “Cuentos sobre ruedas”, Madrid
Finalista Premio de Novela de Ciencia Ficción “Alberto Magno”, Universidad del País Vasco, Bilbao,
Premio de narrativa autores aragoneses “Villa de Benasque”
Finalista con accésit del Premio “Antonio Machado” de Cuento y del Premio “Antonio Machado” de poesía (Premios del Tren)
Primer Premio Internacional Novela Corta GIRALDA, Sevilla
Premio de Poesía “Santa Isabel de Aragón”, Diputación de Zaragoza
Premio BÚHO de la Asociación Aragonesa de Amigos del Libro
Premio IMÁN de la Asociación Aragonesa de Escritores
Emilio Quintanilla Buey
EL TRÉBOL
He encontrado, perdido entre las hojas
del libro LA CONJURA DE LOS NECIOS,
como una alegoría agazapada,
el brote tetrafólico de un trébol.
De un verde gris, planchado entre dos frases,
casi integrado ya en el argumento,
rompedizo, perdida su frescura,
como el liviano fósil de un recuerdo,
pero dando señales todavía
de un rescoldo vital; de no estar muerto.
Me ha parecido percibir, incluso,
que iniciaba un ligero movimiento
al irrumpir la luz de mi escritorio
en su nicho de sombra y de silencio,
y que por fin captaba mi mirada
sorprendido y feliz al mismo tiempo.
Como soy vulnerable a los presagios,
como creo en hechizos y amuletos,
como cualquier embrujo me encandila
por el alma tan párvula que tengo,
he visto en ese trébol de cuatro hojas
la prefiguración de un sortilegio.
Enseguida he pensado que ese hallazgo,
en ese libro, póstumo y espléndido,
no era casual, estaba programado.
Había algo simbólico en el hecho.
Una fuerza secreta y ultrahumana
estaba propiciando nuestro encuentro.
Y he querido palparle con blandura
aproximando, trémulo, mis dedos,
muy despacio y tomando precauciones
por si estaba furioso tras su encierro.
Se ha dejado tocar, aunque he notado
la contracción de su estremecimiento
y un mimoso desdén, como un reproche
por no haberle tocado en tanto tiempo.
Después le he acariciado con ternura
cuidando de no hacerlo a contrapelo,
y le he dicho unas cálidas palabras
tratando de ganarme así su afecto.
Entonces ha ocurrido algo asombroso:
el trébol se ha enhestado, se ha desmuerto,
se ha dirigido a mí, como mirándome,
poniendo vertical su tallo erecto,
y ha repetido despaciosamente,
en un tono lineal, monofonético,
con timbre de metal reverberante,
mi propia voz, como si fuera un eco.
He superado el pánico instintivo
que me ha invadido en un primer momento
aunque enseguida he vuelto al sobresalto
impactado por un recelo nuevo,
porque empezaba a ver en el prodigio
el testimonio de un desdoblamiento.
Ese trébol es parte de mí mismo;
es un trozo evadido de mi cuerpo.
Una escisión binaria repentina,
una conjugación hecha a destiempo,
crearon una yema en mi albedrío
que al germinar quiso vivir un sueño.
Su vocación estaba entre los libros,
sintiéndolos latir, viviendo en ellos,
y se marchó de mí, tras un desgarro
que todavía hoy me está doliendo.
Hemos hablado sobre nuestras vidas
y yo he querido ser claro y sincero:
mi vida es mejorable. Está preñada
de soledumbre, desamor y tedio.
Él, en cambio, me ha dicho que en el libro
ha encontrado un refugio placentero
gracias al cual conoce Norteamérica.
Está en Nueva Orleáns, y está contento.
Convive con Ignatius y su madre,
y con Mancuso, el torpe patrullero,
y con Lane, la sensual modelo porno
que tiene un cabaret cuyo portero
es Burma Jones, el negro quisquilloso,
y con Darlene, que tiene un loro en celo,
y con Dorian saliendo del armario,
y con Myrna, que estudia amor eterno…
Pronto hemos asumido la simbiosis.
Ambos somos el mismo y lo sabemos.
Primero le he mirado con envidia
pero luego he admirado, satisfecho,
su buen gusto, que a mí también me alcanza,
para elegir su hermoso cautiverio.
Después hemos pasado muchas horas
en un contemplador hechizamiento,
en una mutua hipnosis, escrutándonos
el uno al otro, como ante un espejo;
él aplomado, imperturbable, estoico,
yo abatido, confuso, pesariento.
De entre los dos, el trébol era el líder.
Él supo ser audaz; yo tuve miedo
y por eso he tomado, aunque algo tarde,
mi decisión, que es casi un testamento:
Desnudo, como Dios me trajo al Mundo,
tras frotarme con ramas de romero,
he estado un largo rato meditando
junto al libro, de bruces en el suelo
y haciéndome preguntas que hasta ahora
por cobardía no me había hecho.
Un ejercicio inquisidor, catártico,
que me ha abierto los ojos hacia dentro.
Después me he incorporado… ¡Ya distinto!
¡Ya vegetal! ¡Ya miembro de otro reino!
He mirado con ojos de emigrante
el asfixiante espacio en que me muevo,
he dado un salto hasta alcanzar la página,
me he abrazado a mi frágil complemento,
nos hemos sublimado en el abrazo
y hemos cerrado el libro desde dentro.
Cuando el hastío venga a visitarme
no podrá verme. Soy —¡por fin!— sintético.
Me he mudado a una casa muy pequeña
con un indicador alfanumérico
en una zona de la estantería
donde tengo los libros que más quiero.
Es una casa alegre, bulliciosa.
(La pena es que su joven arquitecto
se suicidó sin verla inaugurada).
Mi antigua casa flota en el recuerdo.
Contraponiendo a mi desesperanza
la infinita esperanza de mi trébol
he construido una utopía nueva.
Hoy me siento más libre y más entero,
aunque haya de vivir entre las hojas
del libro LA CONJURA DE LOS NECIOS.
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