El poeta Lázaro Álvarez en el Patio de la Casa de las Conchas (foto de Luis Monzón)
Crear en Salamanca se complace en publicar este texto escrito por el destacado poeta, periodista y ensayista venezolano Alberto Hernández, en torno a la poesía de Lázaro Álvarez (San Felipe – Estado Yaracuy, Venezuela, 1954), profesor de Filosofía, de Literatura y de Lengua y Tradición Cultural en la Universidad Nacional Experimental del Yaracuy. Es Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela, Magíster en Literatura Latinoamericana por la Universidad Simón Bolívar y asistente durante dos años de la Cátedra Internacional de Literatura venezolana J. A Ramos Sucre de la Universidad de Salamanca, España, donde realizó estudios doctorales. Fue Director de la Colección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional de Venezuela. Ha desarrollado un trabajo literario diverso en distintas publicaciones e instituciones de su país (como coordinador de talleres de creación verbal y asistente de proyectos editoriales) y ha publicado traducciones del francés y el portugués y textos de poesía y de crítica literaria en revistas y periódicos de Venezuela y otros países. Ha participado en congresos de literatura y lecturas poéticas en España, Brasil y Venezuela. Coordinó el Taller Literario del CELARG en el año 1998. Fue redactor de La Oruga Luminosa y Vertientes. Colaborador habitual en revistas, suplementos culturales de periódicos nacionales e internacionales, como Verbigracia de El Universal, Papel Literario de El Nacional, Tal Cual, donde escribió reflexiones políticas y culturales, etc. Entre sus libros de poesía publicados están: Asidua Luz (1982), Vivir afuera (1990) y Paisaje Reunido (1993). También el libro Ensayos (1986). Lázaro Álvarez participó en el V Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado en Salamanca en octubre de 2002 y dedicado a homenajear a José Hierro. También el IV y en el XXI, dedicado a los ocho siglos de la Universidad de Salamanca.
Foto de José Amador Martín
EL POEMA Y LA POESÍA
EN LÁZARO ÁLVAREZ
1.-
Pedro Salinas lo escribe: “Si la lectura pide su tiempo, tiene su tiempo…”, y así lo deja al arbitrio de quien no pierde el tiempo quien lee y sabe que el poema se construye con las manos y la poesía con el pensamiento. La lectura ha sido escritura desde el silencio, de allí que el tiempo nos lleva de la mano hasta los textos que han vaciado los poetas mientras su paso por el mundo es casi inadvertido. Más adelante, el mismo Salinas nos dice: “Pide la lectura su ámbito al mundo, como se lo exigen los pulmones al aire para vivir. Necesita el lector crearse su hueco, instalarse en un especial habitáculo, que varía infinitamente según la persona…”, y en esa persona, en la escribe porque ya somos sus lectores, aparecen San Felipe del estado Yaracuy en Venezuela, donde nuestro autor vio la luz por vez primera, y Salamanca, la ciudad castellana, donde Lázaro Álvarez nació otra vez desde el asombro por la ciudad, la misma que lo ayudó a tener el poema siempre a la mano para saberse poesía mientras admiraba la antigua comarca por donde pasaron los personajes del aquel siglo que aún sigue siendo parte de nuestros sueños.
Ser lector de Lázaro Álvarez deviene lección de acercamiento a lo que mucha gente ignora de él: es uno de los poetas más importantes de Venezuela, pero igual es uno de los más alejados de tumultos. Hablar con Lázaro desde sus poemas es advertirlo en persona: su silencio nos acerca en lugar de alejarnos. Es un ser humano cuyo talento anda como en puntillas. Su poesía, rica en reflexiones, en matices e imágenes, nos lleva por esos primeros años de su pasión por las palabras, aquellos de su juventud tropical, y también nos conduce por los pasillos del conocimiento desde las paredes de la arquitectura de su universidad en Salamanca.
Es decir, la poesía de Lázaro Álvarez es la poesía del poema. Siempre anda con la poesía en la mirada, al resguardo de ruidos y sonsonetes del día. Construye la poesía, luego el poema. Otros, al contrario, arman las palabras, como un crucigrama, como un puzzle, y después le buscan la poesía a las palabras, cuando debería ser que las palabras se encuentren con la poesía o se hagan poesía mientras el poema guarda silencio.
Por eso, la lectura, como dice el poeta español, “tiene su tiempo”, como la escritura. El poema es una lectura. La poesía es su interior, la pasión, la aventura de decir el poema, leerlo ya como poesía.
Foto de José Amador Martín
2.-
Desde las primeras horas de “Asidua Luz” (1982), pasando por “Vivir Afuera” (1990) hasta llegar a su “Paisaje reunido” (1993), la poesía de Lázaro Álvarez ha sido seleccionada en diversas antologías, sobre todo en la vieja ciudad castellana donde trabajó al frente de la Cátedra “Ramos Sucre” de la bella universidad de Unamuno.
Y desde esas primeras luces no ha pasado algo que subestime el paso de nuestro poeta por las palabras. Las conserva, las guarda, las vigila y luego las entrega, desde el poema que hizo con las manos hasta la poesía que se reveló en brillo.
Los temas, los distintos paisajes viajados por Lázaro, están presentes en estos textos que ahora, tomados por el recolector de asombros, Alfredo Pérez Alencart, fueron hechos materia para estas palabras que hoy escribo desde la lectura cuyo tiempo ha sido siempre parte de ambas revelaciones: la lectura y la escritura. La artesanía de las palabras y la imaginación de sus poderes.
(*) Los poemas a los que alude Hernández, pueden consultarse en: https://www.crearensalamanca.com/poemas-del-venezolano-lazaro-alvarez-fotografias-del-salmantino-luis-monzon/
El poeta Alberto Hernández
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