Alfredo Pérez Alencart, Lilliam Moro, Pilar Fernández Labrador y Carmen Ruiz Barrionuevo (foto de Jacqueline Alencar)
Crear en Salamanca se complace en publicar el texto de presentación del poemario ‘Contracorriente’, de la poeta cubano-española Lilliam Moro, libro ganador del IV Premio Internacional de Poesía ‘Pilar Fernández Labrador’. El acto se realizó este 18 de enero en el Centro Cultural de España, en Miami. La presentadora fue María Cristina Fernández (1970), narradora y crítica cubana residente en Miami, EE.UU., quien ha publicado los libros de cuentos Procesión lejos de Bretaña, El maestro en el cuerpo, y No nací en Castalia (Miami, 2016) además de otros dos volúmenes para niños. Textos suyos han aparecido en revistas y antologías de Cuba, Estados Unidos, México, Italia y España.
Lilliam Moro y María Cristina Fernández, con las ediciones en español y portugués del poemario
EL MENOS ACADÉMICO DE LOS TEXTOS
Para hablar de Lilliam Moro y su libro Contracorriente voy a referirme al salmón, a su esforzado viaje río arriba a desovar. El rito de la fecundidad lo llama. Debe dejar el mar, ese amplio escenario donde no falta el alimento, y volver al sitio donde nació, al origen, a cumplir su papel en la reproducción de la especie. Muchos no llegan a su destino. Hay obstáculos, está la presencia bajo muchas formas de lo que llamamos adversidad. Lilliam Moro es una poeta que ha ido sobradas veces contra la corriente a cumplir su misión: fecundar la página en blanco.
Tal vez porque su misión no estaba cumplida, contra todo pronóstico regresó a la vida, río arriba, con “el espasmo que crea una nueva realidad”. Es entendible que de un viaje semejante no se vuelve igual. Hay un desgajamiento, una bifurcación, que permite a la parte renacida ver con ojos distanciados a la que ha quedado atrás: “Sólo sé que esa otra, mi mejor enemiga/ era un deber diario,/ un miedo perseguido por el miedo,/ un pasado más largo que la vida.” Los que conocemos a Lilliam, su devenir y su poesía, podemos identificarla con este verso de “El individuo milenario”: “Siempre he tenido que vivir en estado de sitio”. Un verso contundente como un epitafio, como esas líneas de expresión que van definiendo con los años el mapa de nuestro rostro.
Enemiga de verdades absolutas, pero eterna buscadora de absoluciones donde otros no ven más que signos de excentricidad o desvarío: “¿Cómo hacerle entender que a mí solo me salvan/ un par de certidumbres o ninguna,/ los errores que me son tan queridos,/ y hasta este fuego inútil/ que como un dios me limpia el alma?” Contracorriente es un libro en gran medida vertebrado en torno a una función humana que Lilliam acierta a cuestionar, a bajar de viejos altares y restituir a lugares menos reverenciados. Ningún otro ser vivo precisa de una escatología para vivir; solo el ser humano se coloca bajo el foco de esa luz que busca mirar a la vida más allá de la vida, más allá de los límites de espacio y tiempo que nos tocan. Pero, ¿salvarse de qué y para qué? Si más tarde o más temprano la muerte nos cerrará los ojos.
Ya desde su libro anterior Tabla de salvación, recogido en su Obra poética casi completa, la poeta se afanaba en el tema. No podemos salvarnos del destino, pero sí del desatino. Si el uno nos excede, el otro puede rendirse perfectamente a nuestro obrar. Queremos vivir con un propósito, aún cuando a nuestro lado caigan los ídolos de barro y los altares de la Historia. Lydia Cabrera pintando piedrecitas eludía pactar con la mediocridad de un medio con el que desentonaba, un medio gris, huérfano de color, de gestos y bondades. No importa que estos gestos contravengan “el discurso que hace añicos mi vida”; la salvación no está en manos de aquellos que pretenden administrarla como un bien más de consumo, llámese política, religión, o alguna otra de las mútiples afiliaciones humanas. Prefiere tal vez la “ausencia de todo/ para obtenerlo todo”, como puede leerse en el poema que le dedica a una mujer excepcional llamada Aung San Suu Kyi
La gracia del anonimato, la bondad de los desconocidos, no son elementos nuevos en la poesía de Lilliam Moro, pero en Contracorriente hay una intención de subrayado, de reafirmación: “…me dio gusto cruzarme con personas sin nombre”. Como una brújula que marcara un norte donde se posesionan los desasidos, la voz de la poeta se pronuncia por los otros. Si bien puede retratarse como la mujer que abraza un saco sucio y harapiento, antes colmado de buena voluntad, no puede dejar de mirar al lado, buscando el corazón del semejante, como en su poema “Los náufragos” donde descubre a aquellos “que imploraron piedad a la tormenta,/ a los gendarmes guardacostas,/ al Misterio que tiraba de ellos hacia el fondo”. En Contracorriente hay lugar para los perdedores, para esa especie peculiar que llama los poetas poetas que se arriesgan al olvido, para los equilibristas en “un circo de espectadores ciegos”. Hay lugar para el cuerpo aterido por el miedo, la oscuridad, los amores volátiles, la vejez engañosa pero terriblemente lúcida.
Otro momento de la presentación del poemario en Miami
Lilliam Moro es una aventajada. Ha tenido la oportunidad de regresar. Este poemario lleva una dedicatoria agradecida al doctor César Mendoza Trauco, a quien llama hacedor de Dios, que la devolvió a la vida luego de que su corazón, vamos a decirlo poéticamente, estallara en pedazos. Un evento tan súbito como el que se llevó a las víctimas de los atentados a unos trenes urbanos, y al que le dedicara su “Elegía de Madrid” en el libro antes mencionado, Tabla de salvación, y donde se pregunta en el último verso: “¿Cómo quedan, Señor, los que no saben que se han muerto?” Vivir una experiencia límite le dio la posibilidad de escribir una poesía mucho más centrada en sí, donde caben todas las capitulaciones, los desasimientos, donde los recursos del lenguaje tienen la misma liviandad que una silla vacía, un espejo, un saco roto. De los arrobadores deslumbres de poemas anteriores como “Ávila en el corazón” o los entrañables de su Cuaderno de La Habana, no hay nada equiparable en este poemario.
El único poema que ha merecido esta ciudad que hoy nos convoca se llama “Miami Street”. Más que una ciudad pareciera que nos habla de un atajo, un callejón sin salida: “…pueblo con muchas caras pero ningún rostro/ agitando en el aire, entusiasmado,/ distintas banderitas de papel”. Pero ha sido esta ciudad y no otra donde hemos tenido la suerte de tenerte y conocerte, de andar de tu mano por caminos despojados de falsas ilusiones, de mentiras piadosas. No es la voz de la resignación, sino de la más clara aceptación, la que dice: “El tiempo se nos ha ido echando encima/ y ya no hay nada que perder ni que ganar”. No puede haber certezas sin dudar de lo que no es, no puede haber luz si no es por contraste, no puede sentir la liviandad quien no cargó antes, como Sísifo, una piedra como destino. No puede el salmón regresar al río del origen si no sabe que como todo viaje a las esencias lo guiará su intuición, el saber primero, pero también lo acompañará el riesgo de ir a contracorriente.
Marcelo Gatica, Paura Rodríguez Leytón, Cristina Vale, Lilliam Moro y Joao Artur Pinto (foto de Jacqueline Alencar)
Miguel Elías haciendo entrega a Lilliam Moro del cuadro Don Quijote
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