Crear en Salamanca se complace en publicar una nueva crítica de cine de José Alfredo Pérez Alencar (Salamanca, 1994), quien dirige blog ‘La palabra liberada’. Aprendiz de jurista y de poeta, pero apasionado del séptimo arte. Cuando niño la imprenta Kadmos le publicó una carpeta de poemas titulada ‘El barco de las ilusiones’ (2002, con 17 acuarelas del pintor Miguel Elías). Posteriormente publicó seis poemas en la antología ‘Los poetas y Dios’ (Diputación de León, 2007) y otro poema en la antología ‘Por ocho centurias’ (Salamanca, 2018). Próximamente la revista portuguesa ‘Cintilações’ (de Editora Labirinto), coordinada por el poeta Victor Oliveira Mateus, publicará un poema suyo traducido al idioma de Camões. También este año dará a imprenta su nuevo libro de poemas, en el que está trabajando, titulado ‘Tambores en el abismo’. Escribe artículos de contenido jurídico y social en su blog ‘Iuris tantum’, que mantiene en el periódico digital SalamancaRTV al día. También publica críticas de cine en la revista literaria digital ‘Crear en Salamanca’. Formó parte del equipo de apoyo del XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, que en 2019 rindió homenaje a San Juan de la cruz y a Eunice Odio.
Galder Gaztelu-Urrutia (segundo des de la izquierda) y parte del elenco
EL HOYO (2019), GALDER GAZTELU-URRUTIA
Netflix como marca, a pesar de tener algunas películas bastantes buenas de creación propia, como Mudbound (2017), The perfection (2018) o Calibre (2018), se caracteriza por ofrecer un cine para el mero entretenimiento del momento, tirando a lo pésimo en no pocos casos. Ahora llega a nosotros El Hoyo. No he podido resistir la curiosidad de verla y dedicarle unas líneas, después de leer varios titulares que la ensalzaban. Está teniendo un éxito abrumador, no solo en nuestro país, sino en el plano internacional.
Es la ópera prima de este director y busca transmitirnos una idea quizás difusa al principio, pero que se va esclareciendo a medida que avanza este filme de ciencia ficción. Aprueba de manera holgada en ese aspecto y, es más, con el inicio de la película se crea un buen ambiente de suspenso (no entra en el género de terror; en todo caso roza en ocasiones con el gore) con una cárcel de dimensión vertical como escenario. Una plataforma, que comienza en el punto más alto, con alimentos, abastece diariamente a los cientos de niveles, sin la opción de conservar lo que conforma la misma. Si se está en los primeros niveles se come con opulencia. Por el contrario, la comida no llega a los últimos. En algún tramo tiene, incluso, un toque esperpéntico a lo cual ayuda mucho la banda sonora.
Quizás la carencia de la obra se halle en el elenco de actores. Comenzando por ver al protagonista, Goreng, representado por Iván Massagué, al cual únicamente conozco por ser una de las caras visibles de “Gym Tony”. Este hecho hace que uno cambie su perspectiva: tal afirmación no es una nimiedad, pues muchos actores se encasillan en papeles y ni mucho menos todos tienen la virtud de ser volátiles para no hacer notar el cambio de un papel a otro.
Su compañero de celda es el actor Zorion Eguileor, que se salva un poco oscilando en esa línea entre la cordura y la demencia, ante la necesidad. El culmen de estas actuaciones amateurs se halla con la aparición de la actriz Antonia San Juan, la cual lo hace muy bien en ‘La que se avecina’, pero que aquí que deja las escenas desaboridas.
Está claro que de haber sido otro el reparto estaríamos ante un trabajo muy notable. No nos equivoquemos: hay actores novatos en el séptimo arte que realizan actuaciones estelares en sus comienzos (Christian Bale en el Imperio del sol, 1987, o bien Kristen Stewart en La habitación del pánico, 2002). Este no es el caso, puesto que, además, los protagonistas ya han participado en otros proyectos.
El director Galder Gaztelu-Urrutia, en una entrevista enumera una serie de películas que le han influenciado para llevar a cabo su proyecto. Yo me he quedado con dos: Taxi driver (1976) y Cube (1997). Más elementos de la segunda que de la primera se pueden apreciar en El hoyo, el despertar en la celda podría ser uno, pero el protagonista sabe que entró a esa prisión de forma voluntaria. También podría ser la duda en el funcionamiento, pero su compañero se encarga de facilitarle la información que necesita. El cómo salir del confinamiento ya estaba ahí desde el primer momento, de la mano de Miharu (Alexandra Masangkay), pero será con Baharat (Emilio Buale) con quien trace un plan para salir. Con Taxi driver no veo mucha relación, tal vez desde el símil con los cuestionamientos de la sociedad que se hace el protagonista, encarnado por De Niro, si bien queda patente que ve una realidad alterada (su realidad) fruto de las perturbaciones sufridas por su mente. En este caso todos están cuerdos, la demencia es sobrevenida cuando acucia la necesidad al estar en los niveles más bajos.
La película hace reflexionar y es preferible que nadie nos explique el sentido del argumento: cada uno puede sacar varias conclusiones, pues es posible que, directa o indirectamente, el equipo haya buscado intencionalmente dejar la puerta abierta a la reflexión. En este aspecto sí me ha sorprendido, toda vez que se puede ver como una crítica o como un reflejo de aspectos de la sociedad. Seguramente no es un numerus clausus de opciones, por lo que cada quien puede extraer sus notas subjetivas. Los guionistas, David Desola y Pedro Rivero, son merecedores de loa porque, además de tender una cuerda entre la ficción y el tema social, así como enfrentar la solidaridad/empatía con el pensamiento ególatra por la necesidad de sobrevivir, tras ver el filme uno puede seguir elucubrando.
El cine está lleno de ejemplos que nos hacen cuestionar o al menos reflexionar, alegóricamente o no, sobre aspectos de la sociedad con las pautas que correspondan según qué etapa de la histórica: La estrategia del caracol (1993), Cuestión de justicia (2019), La caza (2012), Guantanamera (1995), Parásitos (2020), La Misión (1986), Club de la lucha (1999), Spotlight (2015), etc.
No soy propenso a ver “producto” español, si bien he de decir que siento debilidad por Luis Tosar, quien ha sido pieza clave del reparto en Mientras duermes (2011), El desconocido (2015) o Celda 211 (2009), pues me parece uno de los principales protagonistas de la gran pantalla española del siglo XXI. El cine nacional ha pasado por una crisis en cuanto a calidad, ya no en cuanto a lo visible en las películas, sino en su contenido, situación que parece irse superando con proyectos cada vez más notables (Contratiempo, 2016 ). De igual forma que en otros campos, España exporta no solo actores sino también directores (Alejandro Amenábar es un muy buen ejemplo de ello: Los otros, 2001, Regresión, 2015 o Ágora, 2009) al cine de reconocimiento mundial, por lo que ese oasis negativo vivido hasta hace escasos años es difícilmente entendible.
José Alfredo Pérez Alencar (foto de Joao Artur Pinto)
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