La poeta Amarú Vanegas
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de difundir esta muestra poética de Amarú Vanegas (Mérida, Venezuela, 1977). Ciudadana del puente. Poeta, ingeniera, actriz y productora de teatro. Jefa editorial de Nueva York Poetry Review y curadora de Ablucionistas. Magister e investigadora en Literatura. Fundadora de Catharsis Teatro y Púrpura Poesía. Ha realizado tertulias artísticas desde el 2012 en varios países de Suramérica. Publicaciones: Mortis (monólogo) y Criptofasia (relato). En poesía: El canto del pez, Dioses proscritos, Añil, Cándido cuerpo mío, Fisuras y Fiebre. Premios: V Concurso de Relatos SttoryBox, España (2016), Premio Internacional de Poesía Candelario Obeso, Colombia (2016) y Alfonsina Storni, España (2019), Premio Ediciones Embalaje del Encuentro de Poetas Colombianas, Museo Rayo (2020) y finalista del Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, España (2021).
Su libro presentado al prestigioso Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador quedó entre los 15 finalistas. Se presentaron 1304 trabajos a esta VIII edición, que fue ganada por el mexicano Margarito Cuéllar y cuyo Accésit recayó en la española Carmen Palomo.
DESPRENDIMIENTO
Algún asesino más poderoso
más fuerte
me interceptó cuando cruzaba
el callejón de los cuchillos
y me atajó.
Miyó Vestrini
La que cuenta sus caídas
está dispuesta a contar
sobre las aguas que la atraviesan.
Ríos de mercurio trajeron sombras
y otros pánicos a nuestras bocas.
Amontonaron sus sonidos en idiomas esquivos.
Es que las bocas quizá
fueron obra de cuchillos sembrados
en todas las partes del cuerpo
y cada grieta habla una lengua
al interior de la herida.
Así saltaron también nuestras manos quemadas,
pieles grises remontaron los cauces
donde ningún árbol se persigna.
Todas fuimos ofrendadas al apocalipsis
en medio de la plaga y los excesos.
Golpes de fiebre, oro, fluidos corporales
y el corazón intacto en las orillas.
Se sigue abriendo el hueco,
un efímero vacío que grita sus deseos.
Se entierran los hachazos,
se aprieta el puño,
se apunta el arma.
Y esas fuerzas vigorosas hostigan,
reclaman el tributo de las fosas.
Machete y bala sostienen su armonía
orquestando el contrapunto.
Contamos las caídas, sí.
Pero también respiramos la paz de la sonrisa.
Perdonen nuestras ofensas
y que el peso de estas carnes
haga inclinar sus balanzas.
De Fiebre, Nueva York, 2021
IREMOS A LA INTEMPERIE
No llevaremos dioses
ni orquídeas de guerra.
Hablaremos sin imágenes para los otros,
en voces incomprensibles;
con música escondida en la carne.
Seremos indigentes,
nos acusaran de rotos
y otros nombres indignos de mencionar.
Abrazaremos las alambradas,
volveremos a nacer
en la rasgadura del borde:
su ebriedad.
Seremos muchos,
marcharemos por el camino descubierto.
Llevaremos el pensamiento
en los huesos,
la fiebre amarilla
y las ruinas asimétricas del destierro
Iremos a nosotros mismos.
De Fiebre, Nueva York, 2021
Hilemos, señores,
es tiempo de relevar
a las Parcas
Chantal Maillard
Recuperas los ojos
del cadáver de tu hijo.
Ves más allá de su vacío.
No conoces lágrimas
en sus cuevas sin sueño.
El aire esquiva tu rostro.
Una lámpara ardiendo
recién deja ver las cruces
bordadas en tu vestido,
simulando los matices del amanecer.
La luz termina por rehuir los pasos
que heredaste. Apenas logras
arrastrarte hasta la puerta de los Propíleos.
Otro secreto sacro es violado,
entonces cedes a la locura.
No mereces la muerte, pero cuánto la anhelas.
Madre loca amante de dolores,
¿cuántos crímenes cometiste antes
de llegar a este infierno?
De Fisuras, Colombia, 2020
Dirán que te has vuelto loca,
que tienes el demonio en los ojos.
Nadie sabrá
cómo construyes los puentes en la nada.
Serás peligrosa
con la piel que brilla en la arena nocturna.
Portarás la transgresión en la boca
con esa forma de orar entre risas.
Hasta las velas
se harán cómplices de tus horas.
Alguien te enseñará a utilizar tus encantos
¿o lo sabrás desde el comienzo?
No tendrás gesto más propicio para el desacato
que la alegría.
Elegirás no ser la compañera silente
de los discursos bélicos,
entonces
la tormenta vendrá por ti.
De Fisuras, Colombia, 2020
EL FUEGO DE LA NOCHE
Es noche de presagios.
En la oscuridad
unos brazos rodean el samán
de un patio incógnito,
estrujando los gemidos
de un cuerpo contra el árbol.
No se sabe si el ruido es de horror
o de gozo.
Pero algo se sabe:
la noche sangra las prendas
de la joven narcotizada,
recién entrenada en el litigio
de los rones más baratos
en la licorería de la esquina.
Hay luces de colores
dando vueltas en la cabeza,
de ambos,
pero en el patio
es la hora del corte eléctrico.
La noche es propicia,
la hora propicia.
Los cuerpos roban protagonismo
a las sombras
con su vaivén encorvado y rítmico,
mientras
otra sombra de metal
entierra su fuego en las carnes.
Se hace la luz.
De Cándido cuerpo mío, España, 2019
ALTER EGO
Vivían uno en el otro, se palpaban
como dos pétalos no abiertos en el fondo
de alguna flor del aire.
Eugenio Montejo
El otro en mí está en silencio,
está en la sucesión de hechos íntimos,
mirada oblicua
con la que dejo de apreciar las cosas tenues.
Es su boca
la que entiende el tiempo de una manera convexa,
impropia de la huida.
Por ello existe en el no-comienzo
lugar donde la palabra asoma su mancha.
Siempre calla.
Calla con todo mi cuerpo-suyo
las muchas promesas
de gente olvidada en la tempestad de la carne
—qué pequeña la carne—
umbral de la misma
cosa volando a otras pasiones.
Allí se erige como un templo mudo:
pantera brillante que observa
relegando todo a lo constante.
Su cabeza cobra vida en los ojos
en el parpadeo inconsciente
y nunca sé realmente
con la boca de quién beso.
Soy su borde
pero no le contengo.
El otro es un dedo que acaricia
y a la vez señala.
Su miedo promete la fisura en lo finito
una escala ascendente
simulada en el vapor de la ropa.
Aquel no es la otra mejilla de la ofensa, no.
Ni un dilatarse
hacia lo ausente-clandestino.
Es un mundo abierto
y acaba roto en la tierra,
impúber, huésped de lo absoluto.
Mi intimidad
se ve extendida en esa línea que es el otro,
campo de cuerpo
que no pertenece a ningún amo.
Sin embargo,
lo llevo puesto en los hombros
y su cansancio
—presagio del cuello caído—
es el peso que me hace entender el hallazgo de los años
para asediar a la muerte
y gozar su presencia de humo.
Decir al otro con palabras frívolas no es sencillo,
llegar a él resulta una ligereza;
una farsa que me desnuda en el gesto
arrastrando los pies
con el rictus cercano al dolor de la escisión.
Allí picotea mi carne como a las cerezas
y en la piel enrojecida celebra su ademán asesino.
Ruina habitada también en el regocijo.
Ese otro
no es más otro que la superficie de mi rostro,
máscara de la despedida.
Desagravio posible
de la entidad humana que se finge viva
después de una descarga eléctrica.
De Cándido cuerpo mío, España, 2019
ÍNDIGO
Vestir los ruegos cada noche
en el esfuerzo que huye.
Una vida puesta a disposición de las sombras
y ese pájaro azul,
ardiendo
en sus vísperas de sal.
De Añil, España, 2019
Esperaba la hora
y esa pesadilla para inmolarme.
La hora en que los pájaros
cerraban sus ojos
y otros mundos se mezclaban con mi herida.
En esa hora un niño de boca sabia
─mi hijo muerto─
desconocía todo cuerpo,
todo plagio de dolores.
Entonces mis pezones
se hundían en una boca más perversa
e indolente.
Conocí el placer
y libre habité la copa del árbol.
Me llamaron bruja,
arrojaron la sal
y, prometiendo la hoguera,
temieron mi risa.
Pero la risa era el frío de una historia
que ya no me pertenecía.
De Añil, España, 2019
NOMBRE
Vértigo del territorio jamás soñado.
Sermón de barro
que teme encontrar sus respuestas.
¿Quién eres?
¿Acaso un pequeño dios sin trincheras?
Abre las puertas
y sácame del laberinto
de tu boca de guerra.
Embalsama mi cuerpo,
cruza la lanza
a través de mis aguas
y ahuyenta
a quienes invocan mi nombre.
De Dioses proscritos, Colombia, 2016
INICIADOS
El hombre la sentó en sus piernas.
Los pies de la niña no rozaban el piso,
su humanidad de 10 años es tan menuda.
Empezó a besarla,
la hería con su lengua bífida,
mercenario le apretaba las tetas
con puños acerados y callosos,
poseso la zarandeó fuertemente.
Esa víbora dormida la apuntaba como relámpago.
Prendió la guerra, le dio su golpe de hacha,
partió su cuerpo entre agonía y goce.
Sus entrañas, animal en embestida, se retorcían.
A la mujer se le peló la piel de niña
como un cuero de culebra,
se enterró cual lagarto arenoso en la humanidad del hombre.
El hombre fue poco para el fuego que tragaba dedos y abismos.
Ella engulle con hambre de otros tiempos.
Bruja la mujer, quiso más.
Sacó de su abertura sangrada un anochecer
que devoró al hombre.
El hombre perdió su alma,
se convirtió en gusano en la entraña de la bruja.
Vinieron las moscas a cuajar sus huevos en los ojos de ella.
La bruja quedó ciega del pululante larvario,
así que los planetas se eclipsaron.
Los minutos como agujas rompieron el corazón de la bruja.
Su boca supo a cadáver,
se vistió de muerte y derramó un aguacero.
Allí renació la raza humana,
no es verdad que sean del barro,
ni del polvo de las estrellas;
la verdad es que son de la muerte de los otros.
De Dioses proscritos, Colombia, 2016
Amarú Venegas
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