EL CINEASTA GRIEGO YORGOS LANTHIMOS: UNA “LOCURA” INGENIOSA

 

 

El director Yorgos Lanthimos

 

Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar una nueva crítica de cine escrita por nuestro colaborador José Alfredo Pérez Alencar (Salamanca, 1994), quien hace pocos meses publicó sus libros ‘Pasiones cinéfilas’ (Trilce, Salamanca, 2020) y Iuris Tantum (Betania, Madrid, 2020). Junto a sus estudios en Derecho por la Universidad de Salamanca y a su temprano aprendizaje como poeta, también es un apasionado al Séptimo Arte. Cuando niño la imprenta Kadmos le publicó una carpeta de poemas titulada El barco de las ilusiones (2002, con 17 acuarelas del pintor Miguel Elías). Posteriormente publicó seis poemas en la antología Los poetas y Dios (Diputación de León, 2007) y otros sendos poemas en las antologías El paisaje prometido (2010), Por ocho centurias (2018), Regreso a Salamanca (2020) y El ciego que ve (2021. Formó parte del equipo de apoyo del XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, que en 2019 rindió homenaje a San Juan de la Cruz y a Eunice Odio. En 2020 lo hizo con el homenaje dedicado a José María Gabriel y Galán, dentro del XXIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, mientras que en 2021 colaboró en el XXIV Encuentro, dedicado a Antonio Colinas.  También publicó cinco poemas en la revista literaria Kametsa, que se edita en Perú. Sus críticas de cine las publica tanto en la revista literaria digital Crear en Salamanca como en el portal Tiberíades. En el ámbito del Derecho, escribe artículos de contenido jurídico y social en su blog Iuris tantum, que mantiene en el periódico digital SALAMANCA AL DÍA. En los próximos meses se publicará su poemario Tambores en el abismo, en edición bilingüe español-portugués, con traducción de Leocádia Regalo.

 

EL CINEASTA GRIEGO YORGOS LANTHIMOS:

UNA “LOCURA” INGENIOSA

 

Siempre he sido reacio a tener géneros predilectos en el cine. Esta idea es la que he pretendido transmitir en las diversas oportunidades en las que plasmo mis vivencias cinematográficas, lo cual me ha permitido aunar un mayor conocimiento en la materia. Algunas veces paso por ciclos en los que trato de exprimir al máximo una temática o una actriz/actor que me impacta, lo cual me suscita querer ver más películas con su sello, aunque carezco de oposición a la hora de tratar con diversas épocas o estilos. Esa ausencia de barreras no se traduce en un aprecio o admiración indiscriminados. En concreto, la ciencia ficción es mi talón de Aquiles, pero debo reformular esta afirmación desde que he comenzado a escudriñar la amplia variedad de filmes contenidos en ella. 

 

En tal sentido, procedo con una de las personas “culpables” en el mutar de mi parecer y deseo aclarar que el título se debe a la lectura de un artículo que lo tilda de “genial y loco”: el cineasta griego Yorgos Lanthimos (Atenas, 1973). Pero antes hago un breve inciso con el fin de plasmar algunas ideas, pues en este sentido debo trazar una triple división, diferenciando tres grupos de filmes: los reales, los ficticios y un tertium genus (una categoría híbrida o intermedia) en la que los cineastas optan por evitar la disociación de los dos primeros. En este tercer grupo entraría El sacrificio de un ciervo sagrado de Yorgos Lanthimos. Seguidamente, y a modo de curiosidad, me llama la atención el sector que versa sobre tecnologías o robótica, ya que lo que en la actualidad parece fantasía, más adelante puede formar parte de la normalidad (una ficción pro futuro).

 

El nombre de Lanthimos, la figura que enarbola las dos obras (tan solo he visionado tres películas de su filmografía) que han generado mi deseo de dedicarle estás líneas, quizás no sea tan conocido, pero con sus trabajos, cargados de una excentricidad sin reparos, supone un maravilloso cambio de aires.

 

Descubrí a Lanthimos en la lista de las cien películas más polémicas de la historia, publicada por el diario Marca (aprovecho para transmitir mi tristeza por la creciente devaluación de la prensa deportiva). El título en cuestión era Canino (2009). Yo la definiría con los términos de irreverente y peculiar (los calificativos de Netflix están haciendo mella en mí); además, señalaría que en contraposición con las que continuaré citando, no considero que haya ningún componente ficticio.

 

 

En aras de respaldar mi aseveración anterior, aporto esta sucinta sinopsis sobre Canino: una familia cuyos progenitores mantienen a sus hijos ajenos al mundo que hay más allá de los límites de su propiedad, sometidos a un desconocimiento abrumador y a ciertas perversiones. En otras críticas he podido leer frases al estilo de: “enfermizo y surrealista”. Respaldo lo de enfermizo, pero debo mostrar mi disensión con surrealista, trayendo a colación una película (tal vez no sea el símil más acertado). Es La habitación (2015), con Brie Larson, no siendo la más fiel fácticamente hablando, que evoca la ominosa historia ocurrida en la ciudad austríaca de Amstetten (en los dos últimos años se han hecho producciones más cercanas a los hechos). El caso de la familia Turpin tampoco se quedaría atrás, es decir, en Canino hay una clara esencia de la maldad que se reproduce en la sociedad. Es lógico dudar de que este tipo de conductas ocurran y, me viene a la mente otro ejemplo cinéfilo: La saga Hostel de Eli Roth. Sería suficiente leer algo de información sobre las actividades acaecidas en la Deep web para darnos cuenta de que no es “surrealista”.

 

Esta clase de directores, heterodoxos o reaccionarios, se arriesgan por ser fieles a lo que quieren transmitir. Es admirable, dado que el verdadero Cine no tiene por qué hallarse en los éxitos de taquilla, ni debe tratar de contentar a la totalidad de los espectadores. Ahora bien, es cierto que en este grupo de “disidentes”, hay vencedores y vencidos: el éxito de Stanley Kubrick está exento de posibles comparaciones, aunque él supo intercalar de tal manera sus películas controvertidas con las “normales”, que consiguió hacer de las primeras también obras destacadas (baste decir que desde temprano empezó con esta dinámica, su adaptación de la Lolita de Nabokov a la gran pantalla en 1962 fue una película para todos los públicos, en comparación con La naranja mecánica, de 1971, o Eyes wide shut, de 1999).  Es más, Lanthimos en absoluto es radical, si me retrotraigo a otros cineastas de los que hablé en su momento (aplicando este baremo, incluso podríamos tildar de convencional al director griego): Tom Six (saga The Human Centipede), Takashi Miike (Audition, de 1999), Ruggero Deodatto (Holocausto caníbal, de 1980) y sumo a Gaspar Noé con sus películas Irreversible, de 2002, protagonizada por la dupla Mónica Bellucci / Vincent Cassel, y Love, de 2015.

 

En torno al reparto que le rodea, más que hablar de fijación, yo diría que reinventa a sus actores. Buenos paradigmas son Rachel Weisz (Enemigo a las puertas, de 2001; Disobedience, de 2017, o El Jurado, de 2003); Colin Farrell (La guerra de Hart, de 2002, Alejandro Magno, de 2004, o En la mente del asesino, de 2015) o también, aunque menos conocida, Ariane Labed (que participa en Langosta y en otros trabajos de Lanthimos), la misma que yo elegiría como actriz revelación de este director. Otros intérpretes que han formado parte de las filas de Lanthimos serían: Léa Seydoux (junto a Adèle Exarchopoulos protagonizó en 2013 La vida de Adèle), Olivia Colman (La hija oscura, de 2021, o Them that follow, de 2019), John C. Reilly (Gangs of New York, de 2002, actuar junto a Daniel Day-Lewis y DiCaprio mejora a cualquiera o Tenemos que hablar de Kevin, de 2011, junto a la destacable Tilda Swinton), o bien Ben Whishaw (al que no se puede obviar por su papel en El perfume, de 2006, y quien, al año 2015 interpreta al escritor Herman Melville en la producción En el corazón del mar). Un aspecto importante al hacer la comparativa entre Canino y las otras dos películas es la calidad de los actores. Sin ánimo de menospreciar la actuación del resto, sería faltar a la verdad la negativa de que una cara conocida no influye en la decisión de ver una película u otra.

 

 

En Langosta (2015), Lanthimos plantea una sátira ambientada en una distopía (en esa estela recomiendo Amor carnal, de 2016, de la directora Ana Lily Amipour) donde ser soltero no está permitido: solo los casados evitan el castigo de ser transformados en animales. La dictadura en las relaciones amorosas y la intolerancia están envueltas en un humor controlado pues, en mi opinión, el cineasta no busca crear una comedia o generar risas exacerbadas y, en caso contrario, no lo logra. A diferencia de la pausa que irradia la primera parte de El sacrificio de un ciervo sagrado, en Langosta se aborda de lleno la trama. Pese a que incluso la banda sonora “le queda bien” a la cinta, estoy en desacuerdo con quienes opinan que es el mejor trabajo de este director. Por supuesto, y a la espera de ver más de sus películas, me aventuro a decir que las grandes diferencias (en este caso) impiden discernir cuál es mejor.

 

Ver El sacrificio de un ciervo sagrado (2017) me indujo a recordar una de las primeras críticas de cine que llevé a cabo, Animales americanos (2018), puesto que participa con un papel protagónico Barry Keoghan (también interviene en el reparto de Dunkerque, de 2017, y recomiendo un documental sobre los hechos acaecidos en ese acontecimiento histórico, más que la película de Christopher Nolan). En lo que me atañe, haciendo una introspección en el marco de este lapso de tiempo, considero que, en cierta manera, he evolucionado al desligarme de formalismos o tecnicismos, pues ahora me siendo ajeno al barroquismo de elogios o detracciones al que se ven sometidos los críticos “profesionales”, y por ello me siento privilegiado.

 

 

El filme se basa en la represalia de un muchacho a raíz de una negligencia médica que, a medida avanza la trama, adquiere tintes que oscilan entre lo dramático y lo paradójico. Hay que tener paciencia con esta película, puesto que la intencionalidad no se aprecia desde el principio: es un suspenso psicológico. Aprovecho para dar mi visión del suspenso/terror psicológico, el cual implica el escudriñar o centrarse en las características de los personajes, otorgando una presentación más detallada de las características de que revisten (probablemente este atributo sea lo que convierta a una cinta de terror en cine de calidad). Este tipo de películas “lentas”, requieren de maestría en la ejecución al jugar con las expectativas del espectador. Antes mentaba Ojos bien cerrados de Kubrick, la cual es uno de los mejores ejemplos para refrendar lo expuesto. El duelo entre De Niro y Al Pacino en Heat, de 1995, una de las mejores heist movies que he visto, pese a su larga duración, no se puede traer a colación dado que el género de acción se caracteriza en muchos de los casos por su incesante intensidad sin sustancia.

 

Citar películas que tengan Grecia como escenario nos llevaría ante un amplio listado. Por ello, a modo de colofón, optaré por nombrar dos películas con el sello heleno adscrito: Suntan (2016,) de Argyris Papadimitropoulos, la versión griega de “Lolita” y, por otro lado, Señorita Violencia (2013), de Alexandros Avranas, un crudo drama sobre el terror infligido en forma de abusos por un padre sobre toda su familia.

 

 

José Alfredo Pérez Alencar (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

 

 

 

 

 

 

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