‘EDGAR ALLAN POE EN EL SIGLO XXI’. ENSAYO DE GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN

 

1 Edgar Allan Poe y el cuervo

Edgar Allan Poe y el cuervo

 

Crear en Salamanca se complace en publicar un profundo ensayo escrito por nuestro colaborador Gabriel Jiménez Emán (Caracas, 1950), escritor venezolano destacado por su obra narrativa y poética, la cual ha sido traducida a varios idiomas y recogida en antologías latinoamericanas y europeas. Vivió cinco años en Barcelona y ha representado a Venezuela en eventos internacionales en Atenas, París, Nueva York, México, Sevilla, Salamanca, Oporto, Buenos Aires, Santo Domingo, Ginebra y Quito.

 

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EDGAR ALLAN POE EN EL SIGLO XXI

UNA EXISTENCIA VERTIGINOSA

Deben haber corrido ríos de tinta tratando de desentrañar la obra de Edgar Allan Poe, un escritor por muchas razones considerado fundador de un tipo de ficciones, ensayos y poemas que le granjearon un lugar muy destacado en la literatura de cualquier tiempo. No resulta sencillo justificar estas razones, aunque éstas sean harto conocidas. Sin embargo, habría que intentarlo de un modo muy sumario.
Poe nació en Boston, Estados Unidos, a comienzos del siglo diecinueve (1809) y vivió sólo cuarenta años (1849) de una existencia poblada de incidencias fuertes, agobiantes, que le llevaron a definir una serie de fenómenos estéticos y vitales configuradores de su modo de concebir el mundo. Los datos más conocidos de su vida se inician con la muerte de su madre cuando sólo era un niño de tres años, (fue hijo de dos actores ambulantes, David Poe y Elizabeth Arnold, que no tenían cómo mantenerlo; murieron ambos casi al mismo tiempo, dejando en el abandono a tres hijos de corta edad) y el posterior abandono de su padre, por lo cual debe ser confiada su crianza al señor John Allan, acomodado comerciante de Richmond, Virginia, y de su esposa Frances Allan, madre adoptiva, quien también fallece estando él pequeño. De John tomó su primer apellido, y mantuvo con él una tensa y conflictiva relación. El joven Edgar viajó con sus tutores entre 1816 y 1820 a Escocia y Londres, donde su padrastro iba a hacer negocios, y allá estudió en colegios ingleses donde eran importantes los deportes y la rudeza física. Por eso, el aspecto de Poe nada tiene que ver con el de un endeble poeta ebrio; era un hombre no muy alto pero atlético, fuerte, de cuerpo proporcionado. Le gustaba practicar el box y es famoso el episodio donde nadó seis millas por la corriente de un río. Tenía una faz noble de ojos penetrantes, tristes y negrísimos, y una amplia frente.
La cultura inicial de Poe proviene primero de su infancia, donde tiene contacto con el folklore sureño; es tratado por nodrizas negras y criados esclavos, en una niñez poblada de aparecidos, relatos sobre cementerios y cadáveres deambulando en selvas. Por otro lado, está el contacto durante su adolescencia con la lectura de revistas trimestrales escocesas e inglesas repletas de historias populares. Con su nodriza negra, de seguro, asimiló los ritmos de la gente de color que le prodigan fuerza a sus versos; luego, la presencia del mar y los capitanes de navío con quienes trataba su padrastro en los negocios de ultramar, que narraban historias marineras, han debido impresionarlo.
Luego John Allan lo envía a estudiar a la Universidad de Virginia, pero el joven Edgar presenta tendencias constantes a la bebida y al juego que le impiden cumplir cabalmente sus estudios, razón por la cual el padrastro le retira su apoyo económico. Después de esto, intenta el ingreso a la academia militar de West Point, a donde se acostumbra menos, imposibilitado de adaptarse a la disciplina militar. Comienza entonces a leer mucho y a escribir poemas, artículos y relatos donde muestra sus tempranas dotes. Aprovecha y cultiva estas aptitudes y marcha a la ciudad de Baltimore, donde comienza a trabajar como crítico literario en diversos periódicos de la época. De ahí en adelante, este será su principal oficio y su modo de mantenerse, junto al de editor y director de revistas (Southern Literary Messenger); y ello hay que tenerlo muy en cuenta en el momento de valorar una existencia transcurrida entre la precariedad material, una ardiente imaginación y una vocación indeclinable por la literatura, hasta sus últimos días.
Antes de cumplir los treinta casó con su prima Virginia Clemm, (había tenido dos novias en su época de adolescente, Helen y Elmira) con la que estuvo unido por once años, al morir ésta de tuberculosis, hecho que le sume en una depresión nerviosa. Aunque ya había publicado en 1840 sus Cuentos de lo grotesco y arabesco, su verdadero reconocimiento como escritor se inicia con la publicación del relato El escarabajo de oro en 1843, texto donde se advierten sus facultades: claro dominio de un estilo propio, capacidad deductiva, amplia cultura científica y filosófica, y una imaginación febril heredada de la tradición gótica inglesa del siglo XVIII, remozada con peculiares toques de elementos nuevos, que se mueven entre la alteridad de los personajes y su mundo psíquico, así como en los territorios de lo poético y lo tétrico (los cuales forman parte de su concepción sobre el arte del grotesco), de ahí que se le tenga como a un maestro del cuento de terror y de la novela policial (el análisis de pistas y datos que permiten dar con el culpable de determinado asesinato, aparecen por vez primera en Los crímenes de la calle Morgue), al tiempo de considerársele un poeta romántico y una suerte de decadentista, precursor de la ciencia ficción (por el uso de elementos de razonamiento científico en el diseño de mundos utópicos) y del llamado espíritu moderno, al establecer el choque de un mundo espiritual e independiente con el de la incomprensión materialista de la sociedad masiva utilitaria, consecuencia del mundo industrial capitalista. Esta condición de avanzada es reconocida en Europa por el mismísimo Charles Baudelaire, quien llevó a cabo la versión íntegra de sus obras al idioma francés y escribió para ellas un prólogo revelador, que lo coloca de inmediato en la cúspide de la literatura europea. Baudelaire y Rubén Darío coinciden en el contexto fundamentalmente materialista y pragmático, casi insensible, donde se desenvuelve la vida de Poe, en unos Estados Unidos “ciclópea, monstruosa, tormentosa, irresistible capital del cheque” como la llama Darío, que no puede ser propicia a un alma delicada y refinada como la de Poe. Mientras, Baudelaire nos dice que los Estados Unidos son “un país gigantesco e infantil, naturalmente celoso del viejo continente. Satisfecho de su crecimiento material, anormal y casi monstruoso, este recién llegado a la historia tiene una fe ingenua en la omnipotencia de la industria; está convencido, como algunos desventurados entre nosotros, de que terminará por devorar al Diablo” . Por su parte, nuestro Ludovico Silva nos dice que “Tal vez sea Edgar Allan Poe –y la elección no es arbitraria— la primera víctima de la revolución industrial, y el primer representante genuino de la contracultura. Defino a la contracultura, provisionalmente, como el modo específico de ser cultural de la sociedad capitalista, y se caracteriza por su oposición implacable a los valores de cambio en que se basa esta sociedad.”
Otro escritor notable de América Latina, el argentino Julio Cortázar, se propuso traducir la obra completa –excepto la poética– de Poe al castellano, acompañada de sendos estudios críticos , logrando versiones difíciles de superar. Éste se ha pronunciado en otro sentido cuando nos dice: “El cuervo conmovió los círculos literarios y todas las capas sociales, hasta un punto que actualmente resulta difícil imaginar. La misteriosa magia del poema, su oscuro llamado, el nombre del autor, satánicamente aureolado con una “leyenda negra” se confabularon para hacer de El cuervo la imagen misma del romanticismo en Norteamérica, y una de las instancias más memorables de la poesía de todos los tiempos”.
Al mismo tiempo, Poe es deudor de poetas románticos ingleses como Byron, Coleridge, Moore, Keats o Shelley, y de seguro fue muy influido también por los cuentos fantásticos del alemán E. T. Hoffman. En 1845 salen publicados finalmente sus Cuentos (Tales), así como el importante volumen poético El cuervo y otros poemas.

 

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VIDA FUNDIDA A LA OBRA

No debemos separar los rasgos antes señalados con los de la personalidad de Poe, de su alcoholismo compulsivo, del uso que hizo de drogas como el opio y el láudano, de su deambular por tabernas sórdidas, debido a lo cual su salud se debilitó; ello, sumado a la muerte de su esposa y a las continuas deudas contraídas por su afición al juego, le llevaron a encontrar la prematura muerte en medio de un delirium tremens en un suburbio de Baltimore. Poe es sobre todo poeta, y como tal asumió todo lo que hizo y deshizo, como un poeta se plantó ante el mundo y escribió sus sonoros versos, sus ambiciosos ensayos estéticos, sus cuentos tormentosos y su novela inconclusa sobre un navío perdido en océanos lóbregos.
Citemos apenas algunos poemas suyos como El Cuervo, Ulalume, Annabel Lee, El Coliseo, La durmiente, El palacio encantado o Un sueño dentro de un sueño, que terminaron por consolidar aún más su fama, y requerirían de una consideración aparte; en sus ensayos críticos revela una aguda capacidad de observación (sentido histórico, contexto de época, revisión formal exigente, intuición prodigiosa, método comparativo, juicios éticos oportunos, etc.) entre los que destacan Filosofía de la composición, El principio poético, los fragmentos aforísticos denominados Marginalia, pero sobre todo Eureka, ensayo cosmológico donde revisa las leyes del retorno, la gravitación, el universo limitado, las partículas cósmicas, las propiedades de atracción y repulsión de la mente humana. También son muy importantes sus ensayos sobre Longfellow, Hawthorne y Dickens. Muchos críticos, entre ellos Edmund Wilson, le consideran mejor ensayista literario que narrador o poeta. Citemos finalmente su inconclusa novela Narración de Arthur Gordon Pym, que da cuenta de un naufragio en una embarcación perdida en la soledad de los mares glaciales. En lo tocante a la relación que se ha querido establecer de su obra con la ciencia ficción, se mencionan sus relatos La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall, Revelación mesmérica y Balloon Hoax. En cuanto a la referencia que suele hacerse de Poe como precursor de la ciencia ficción, nuestro escritor pone al personaje Hans Pfaall en un viaje en globo desde tierra firme a la luna en unas condiciones francamente inverosímiles, incluyendo en el viaje a un parto de gatos. Los datos científicos que suministra no encuentran justificación. En cambio, sus deducciones tienen todo el atractivo de sus especulaciones poéticas. No será sino hasta Julio Verne en su novela De la tierra a la luna (1865) donde se justifiquen tales datos, lo cual convierte al texto de Poe, frente a éste, en no poco menos que una descabellada e infantil aventura por el aire, aunque con los aciertos literarios del caso.

 

 

RESEÑAS DE ALGUNOS DE SUS CUENTOS

Es arduo discernir cuál puede ser el más representativo de sus cuentos en tal o cual tendencia, y pueden ir desde el más sutil logro poético hasta la más inconsistente truculencia. Lo cierto es que en ellos están subrayados los elementos definidores de su estética literaria: las atmósferas góticas trabajadas al amparo del horror, el carácter fantasmal de muchos de sus personajes y la articulación del yo-narrador a la trama del relato, no tanto como el relator omnisciente, sino como narrador testigo. En el caso de La caída de la casa Usher tenemos que el dueño de esa mansión, Roderick Usher, teme más al peligro que al terror, pues en si mismo encarna el terror, huye del fantasma del miedo y se encuentra atado a las supersticiones de su propia mansión, rozando la locura, cuando se duele de la muerte de su hermana lady Madeline. El narrador testigo comparte mesa y actividades con Roderick Usher mientras éste pinta, toca la guitarra, oye valses y comparte secretos con él, entre ellos el de la desaparición y sepultura de su hermana, hasta la ruina moral y física de los personajes y la casa.
En El barril de amontillado el viaje es a través de la galería de una bodega de vinos, un recorrido por unas catacumbas de mostos amontillados, los personajes se van internando por esos sótanos entre la embriaguez y la muerte. En El entierro prematuro Poe aborda uno de sus temas predilectos: el límite estremecedor entre lo que podríamos llamar una muerte en vida y una vida penetrada de muerte. En Leonora, Berenice, Ligeia y La caja oblonga se ha dicho que Poe prefiere a sus mujeres puestas en un ataúd; opta por enviarlas al cielo o al otro mundo para así idealizarlas, no sin antes inyectarles una buena dosis de necrofilia.

 

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No voy a describir la trama o atmósfera de estos relatos; me limitaré a reseñar algunos rasgos. En Berenice el terror es directo y descriptivo; por ejemplo, los dientes de Berenice son una imagen central de la vida habitando la muerte, su enfermedad convierte al amor en horror, un horror sin sorpresas concentrado en un solo personaje donde no faltan ensoñaciones de todo tipo, pues lo destacable aquí es la belleza de lo grotesco, fundamentada en la fealdad. Mientras, en La caja oblonga el suspense está más logrado y hay menos descripciones. La imagen principal es la risa histérica de la señora Wyatt, su rostro hostigante. Se trata de otro hombre enamorado de un cadáver, un amor obsesivo hasta el suicidio. En Eleonora la cuestión va por otro lado. Se contrasta aquí el paraíso –el edén, (“El Valle de la Hierba Irisada” lo llama)— con la realidad terrena a través de una enfermedad del pensamiento (se percibe la analogía de la relación con su prima Virginia); es el que prefiero de estos cuentos sobre mujeres de Poe (recordemos que en el poema El cuervo se llora la muerte de Leonora), por su belleza poética intrínseca y la descripción extraordinaria que hace del paraíso terrenal en pro del amor obsesivo, promisor de felicidad eterna. Por supuesto, el paraíso se esfuma otra vez al final, pero triunfa la felicidad.
Pero de todas las mujeres idealizadas de Poe, la que posee más rasgos de musa es Ligeia. En sucesivos párrafos el poeta describe sus ojos, su nariz, su boca, su voz. La estirpe remota de Ligeia, su voz profunda y musical, su perfecto rostro, sus grandes ojos que hablaban por si solos se aliaban a su sabiduría, a su meditada lectura de libros y a la ejecución de instrumentos musicales, su conocimiento de las lenguas clásicas, sus juicios cabales. Pero el acecho de la muerte no podía faltar. Por supuesto, se trata de la esposa de quien narra la historia. La medianoche que precedió a su muerte, Ligeia llama a su marido para confiarle unos versos extraordinarios. Fallece. El esposo se muda de Alemania (vive a orillas del Rin) a una abadía de Inglaterra, donde realiza el descubrimiento de una extraña recámara, y comete el error de volverse a casar, esta vez con Lady Rowena. Poe procede a convertir, en la segunda parte del relato, a aquello que ha sido hermoso, en una verdadera pesadilla. No se resiste nuestro escritor a transfigurar la atmósfera de la nueva vivienda para enrarecerla hasta el paroxismo. Rowena también muere y por supuesto los recuerdos de Ligeia se asocian a ésta hasta alcanzar el conocido estado de muerte-vida donde Poe suele conducir a sus mujeres. Personalmente, me parece un final predecible, esquemático. Poe dañó este cuento agregándole elementos macabros innecesarios, referidos a la reencarnación.
No es ocioso decir aquí que en sus poemas o cuentos pueden aparecer muchas veces los nombres de esas mismas mujeres, llámense Leonora, Elena, Annie, Annabel Lee, Isadora, Ulalume, Helen, Elisabeth, Ligeia, Eulalia, Berenice, Morella: todas son acaso una sola mujer transfigurada, multiplicada, con rasgos cambiantes, pero en el fondo una sola que puede ser hermana, madre, amante, esposa, sabia, erudita; en lo profundo se encuentran dominadas por algún mal o enfermedad. Asimismo, habría que acatar la observación de Baudelaire donde nos dice que en los relatos de Poe nunca hay amor, mientras sus poemas están impregnados fuertemente de este sentimiento. Y otra, donde el gran poeta francés anota que “a pesar de su prodigioso talento por lo grotesco y lo horrible, no hay en toda su obra ni un solo pasaje que tenga que ver con la lubricidad, ni siquiera con los goces sensuales.” Y para aprovechar la mención de este otro gran genio literario de lo maldito, lo popular y lo trágico que fue Baudelaire, éste ha dicho que Poe es el escritor de los nervios, que desarrolla sus historias al amparo de una “imperceptible desviación del intelecto y en una hipótesis audaz, en una dosis imprudente de la Naturaleza en la amalgama de sus facultades.(…) describe, de esa manera minuciosa y científica cuyos efectos son terribles, todo lo imaginario que flota en torno al hombre nervioso y le conduce a la perdición”.

 

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En La carta robada no hay nada de miedo u horror; en este caso se trata sólo de la inteligencia deductiva de Dupin, el detective creado por Poe, cuando se dispone descubrir el paradero de una carta perdida dentro de una casa, que puede comprometer el futuro político de un hombre importante. Aquí el autor hace gala de sus cualidades analíticas pero también de su sentido común, en una historia que no tiene nada de fantástico, pero sí de ironía política y de crítica al poder.
La cita tiene lugar en Venecia, en el estrambótico palacio que un príncipe ha creado para soñar allí y albergar obras de arte y visiones macabras, hastiado de la vida hasta al suicidio, a donde le precede la visión de una bellísima marquesa.
El tema del doble aparece con inusual fuerza en William Wilson. Un hombre maduro, en una apartada mansión, recuerda sus años de infancia y adolescencia, su época de estudiante en la academia, y el encuentro con un joven con su mismo nombre y su misma data de nacimiento, quien le aventaja en atributos de todo tipo, una suerte de gemelo desconocido comienza a acosarle y obsesionarle hasta puntos radicales. Lo más notable de este cuento es la sutileza con que se van tejiendo los pormenores del parecido entre ambos personajes, que rebasan lo físico para tornarse en atributos (y luego en perversiones y desviaciones) mentales a medida que la historia transcurre. Poe sabe mantener el debido suspense que le granjeó tanto prestigio como narrador. En historias no expresamente macabras o terroríficas este elemento resulta mejor manejado: sutilmente, lo fantástico va emergiendo de lo cotidiano, va haciendo irrupción en el mundo rutinario, surge el fantasma en la esfera de lo “normal” hasta convertirse en extra-ordinario, dibujando así una de las grandes destrezas de Poe en el relato.
En Silencio el verdadero protagonista es el paisaje desolado de un valle. No hay personajes sino apenas aquel que lo contempla; se trata de una fábula sobre un paisaje inmóvil dominado por la presencia de una deidad maligna, que profiere un anatema contra éste.
Revelación mesmérica trata de la conversación un hipnotizado al borde de la muerte, donde se abordan los peliagudos temas de Dios, la materia indivisa, la mente, el pensamiento, el cuerpo. Un relato esencialmente filosófico donde Poe desarrolla su concepción del dolor y del placer como fuerzas antagónicas pero complementarias, necesarias para sopesar la existencia.
El corazón delator pertenece a ese tipo de relatos construidos a partir de la cotidianidad, que logran estremecernos a través de un tratamiento logrado del espantoso latido del corazón de un hombre viejo, que se resiste a morir.
El texto de Los anteojos, narra el “flechazo” amoroso sufrido por el protagonista durante su estadía en un teatro, ante Madame Eugenia Lalande, belleza con quien su pretendiente, después de muchos escarceos, consigue una cita. Va a su encuentro, disfrutan de paseos, veladas musicales de ópera (Poe era un incurable melómano) donde Eugenia Lalande también canta. Un día ésta le pide que use unos anteojos especiales que le permiten ver, o mejor, descubrir una cruda, desagradable realidad. Una vez más Poe tuerce el curso del relato, mas no a través del terror o de incursiones necrofílicas, si no mediante el deterioro físico de la vejez de una mujer que él cree joven, pues ha sido víctima de una trampa hilada por un equipo de impostores a donde pertenece la propia madame Lalande.
Hasta aquí las síntesis argumentales. Invito al lector a un recorrido por estos extraños textos que atravesaron la mitad del siglo XIX, todo el siglo XX y arribaron al XXI aún frescos, llenos de poder sugestivo .
Un aspecto distintivo del mundo de Poe, es que es él mismo, su propia imagen, la que protagoniza sus relatos, el narrador testigo es el propio Poe que se ha convertido en el principal personaje de sus cuentos. Y esto hasta ahora, no había sucedido nunca en ningún cuentista anterior, y posiblemente tampoco ha aparecido con tal fuerza en uno posterior, con excepción quizá de Horacio Quiroga.

 

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EL ESTILO DE POE Y SU RADIO DE INFLUENCIA

Por último, voy a intentar expresar en qué consisten para mí las contribuciones de Poe a la prosa de ficción en la tradición de occidente. En primer lugar, Poe es más un narrador de ideas y atmósferas que de determinadas anécdotas o hechos sometidos al arte literario. Es un narrador que filosofa a medida que avanza en la historia, y está más interesado en descubrir qué sienten o piensan los personajes, que en describir los motivos de sus actuaciones en el cotidiano existir, se deba ello a su propia voluntad o conducidos por convenciones sociales; más bien se sumerge en la mente de éstos, en sus gustos, decepciones o reacciones adversas, en el fatum de la propia existencia de sus seres, que en una inútil descripción de sus pareceres sobre familia, política o sociedad; está más interesado en narrar la enajenación psíquica de éstos, sus contrariedades, sus males, su dolor, que salir airoso en un final verosímil (feliz o trágico, lo mismo da) para complacer al lector; prefiere sumergirlo en una serie de dubitaciones que le induzcan a pensar en la posibilidad de creer en lo invisible, lo intangible, lo etéreo o lo metafísico mediante una suerte de trascendentalismo inducido, es decir, un modo de creer en un más allá, en una dimensión superior idealizada, propia del romanticismo, que incluye, por supuesto, un culto a la muerte, pero ese culto se realiza mediante una organización de la mente analítica, de la existencia de una esfera superior donde puedan habitar seres, sentimientos o intuiciones poderosas que incluyen la idea de Dios, más que a Dios mismo; de ahí su permanente distanciamiento de cualquier religión. Cuando parece estar cerca de Dios, Poe y sus personajes (o bien Poe convertido en personaje de sí mismo, su principal logro estético, literario y filosófico), ponen un cerco al todopoderoso para que éste no aparezca, y así sus personajes idealizados, desdibujados, tomen el lugar de éste, convertido no ya en una deidad, persona o entidad religiosa, si no en una suerte de energía cambiante, de potencia estética a donde Poe desea conducir su mundo.
Poe fuerza la barra permanentemente, y al no encontrar respuesta para sus personajes perdidos, extraviados, desconsolados o angustiados, describe los entornos o ambientes de éstos de un modo fantasmal, imprime un carácter quimérico a los deseos de éstos y los sume en atmósferas interiores abigarradas rodeadas de esculturas, muebles, pinturas, retratos, camafeos, perfumes, olores, hasta propiciar ambientes saturados, recargados a conciencia, poblados de referencias culteranas, eruditas, musicales o plásticas. La principal arma descriptiva de Poe es la pintura, opera como un artista que hace un retrato a través de pinceladas, colores, toques perfeccionistas aquí y allá en el logro de perfiles, rostros, gestos, texturas, detalles; luego los suspende en el tiempo, congela las imágenes y después apela a la música, al ritmo y cadencia de su escritura para conducir al lector a una especie de embriaguez sonora de donde le sea difícil salir, pues nuestro escritor tiene esa capacidad de colocar siempre en las historias a un personaje en segundo o tercer plano para que éste opere como bisagra de la narración, y así ofuscarlo aún más con nuevas descripciones de este tipo, lo lleva hasta el paroxismo, y aunque éste lector no comulgue totalmente con la historia o se identifique con los personajes, no tiene más opción que concluir la historia. Con esto, creo, Poe aporta a la prosa romántica nuevos elementos, ingredientes que no habían sido avizorados en la prosa romántica europea desde Goethe, Hoffman o Hugo.

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¿Qué ocurre después de Poe? Lo que ocurrió con todo el romanticismo en el mundo entero: o se reacciona contra él, como hizo el neoclasicismo, o se le intenta innovar o asimilar desde otros movimientos como el simbolismo, el dandismo, el decadentismo o el modernismo hispanoamericano. Pongamos unos pocos ejemplos: Oscar Wilde, el último de los grandes dandis, absorbe directamente la estética de Poe; en Italia, en la obra de otro dandi como Gabriel D’Annunzio; en Francia lo hace Guy de Maupassant en sus cuentos obsesivos y delirantes, y en los parnasianos franceses; en toda la novela policial, desde Robert Louis Stevenson, Arthur Conan Doyle hasta Henry James y Wilkie Collins, pasando por las novelas de Agatha Christie, Georges Simenon y los estadounidenses Raymond Chandler y Dashell Hammet (a mi entender los mejores); también en la literatura fantástica propiamente dicha en obras como las de Howard Philip Lovecraft, Franz Kafka y los ingleses Blackwood, Harvey y Kettridge; luego en América Latina su influjo más fuerte es en el cuento en autores como Horacio Quiroga, Pablo Palacio, Juan Rulfo, Julio Torri, Julio Cortázar, Julio Garmendia, José Antonio Ramos Sucre, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges o Gabriel García Márquez; o en poetas que escriben cuentos fantásticos como Rubén Darío, Leopoldo Lugones, César Vallejo o Vicente Huidobro; en narrativas posteriores como las de Virgilio Piñera y Salvador Garmendia se percibe a Poe, y hasta en la mal llamada subliteratura, el comic, la historieta, la ciencia ficción y el microrrelato Poe anda paseando por ahí, campante. Incluso hasta por contraste, por reacción contra él y su obra, se percibe. De modo que no será fácil librarse de su influjo.
Es cierto que los lectores del siglo XXI hemos adquirido unas características muy distintas a los lectores del siglo XIX y XX, habituados como estamos a asistir a los diversos modos de un relato ecléctico donde puede fundirse el cine , el arte, la música, la fotografía, el video, el internet, los periódicos, las revistas o las páginas web en un solo día; un relato que puede amalgamar todas estas experiencias como un fenómeno cotidiano. En el caso de Edgar Allan Poe, creo que éste va a continuar sobreviviendo a una experiencia narrativa y artística justamente por la capacidad de asimilación de los horrores cotidianos de quienes puedan abrir sus estados de conciencia un poco más allá de las convenciones del verismo o el realismo, y accedan a uno de esos escritores que dieron los primeros pasos ciertos para transgredir los límites entre vida y muerte, entre sueño y vigilia, entre realidad y fantasía, por todos los medios posibles.
Como nota final, ofrezco a los lectores la célebre versión que el poeta venezolano Juan Antonio Pérez Bonalde hiciera del poema El cuervo, la cual tuvo tanta repercusión en su momento y aún se considera una de las mejores versiones castellanas –o traducidas a idioma alguno– de este poema. También he incurrido en la temeridad de traducir el texto de Annabel Lee, uno de los últimos poemas de Poe, publicado el mismo año de su muerte, en memoria de su difunta esposa Virginia, poema que me indujo en mi adolescencia, por su hermosa sonoridad, a profundizar en mis estudios literarios de la hermosa lengua inglesa.

Gabriel Jiménez Emán

 

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EL CUERVO

Edgar Allan Poe

Una fosca medianoche, cuando en tristes reflexiones,
Sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones
Inclinaba soñoliento la cabeza, de repente
A mi puerta oí llamar;
Como si alguien, suavemente, se pusiese con incierta
Mano tímida a tocar:
“¡Es –me dije- una visita que llamando está a mi puerta:
Eso es todo y nada más!”

¡Ah! Bien claro lo recuerdo: era el crudo mes del hielo,
Y su espectro cada brasa moribunda enviaba al suelo.
Cuan ansioso el nuevo día deseaba, en la lectura
Procurando en vano hallar
Tregua a la honda desventura de la muerte de Leonora;
La radiante, la sin par
Viren rara a quien Leonora los querubes llaman, ahora
Ya sin nombre… ¡nunca más!

Y el crujido, triste, incierto, de las rojas colgaduras
Me aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras,
De tal modo que el latido de mi pecho palpitante
Procurando dominar,
“Es sin duda un visitante –repetía con insistencia—
Que a mi alcoba quiere entrar:
Un tardío visitante a las puertas de mi estancia…
Eso es todo, y nada más!”

Poco a poco, fuerza y bríos fue mi espíritu cobrando;
“Caballero, dije, o dama: mil perdones os demando;
Mas el caso es que dormía, y con tanta gentileza
Me vivisteis a llamar,
Y con tal delicadeza y tan tímida constancia
Os pusisteis a tocar,
Que no oí”, dije, y las puertas abrí al punto de mi estancia:
¡sombras sólo y…nada más!

Mudo, trémulo, en la sombra por mirar haciendo empeños,
Quedé allí –cual antes nadie los soñó—forjando sueños;
Más profundo era el silencio, y la calma no acusaba
Ruido alguno…resonar
Sólo un nombre se escuchaba que en voz baja a aquella hora
Yo me puse a murmurar,
Y que el eco repetía como un soplo: ¡Leonora…!
Esto apenas, ¡nada más!

A mi alcoba retornando con el alma en turbulencia,
Pronto oí llamar de nuevo, esta vez con más violencia:
“De seguro –dije—es algo que se posa en mi persiana,
Pues, veamos de encontrar
La razón abierta y llana de este caso raro y serio,
Y el enigma averiguar:
¡Corazón… calma un instante, y aclaremos el misterio
Es el viento, y nada más!”

La ventana abrí, y con rítmico aleteo y garbo extraño
Entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño.
Sin pararse ni un instante ni señales dar de susto,
Con aspecto señorial,
Fue a posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta
De mi puerta el cabezal
Sobre el busto que de Pallas representa
Fue y posóse, y ¡nada más!

Trocó entonces el negro pájaro en sonrisa mi tristeza
Con su grave, torva y seria, decorosa gentileza;
Y le dije: “Aunque la cresta calva llevas, de seguro
Ni eres cuervo nocturnal,
¡viejo, infausto cuervo oscuro vagabundo en la tiniebla…!
Dime, ¿cuál tu nombre, cuál,
En el reino plutoniano de la noche y de la niebla…?”
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”

Asombrado quedé oyendo así hablar al avechucho,
Si bien su árida respuesta no expresaba poco o mucho;
Pues preciso es convengamos en que nunca hubo criatura
Que lograse contemplar
Ave alguna en la moldura de su puerta encaramada,
Ave o bruto reposar
Sobre efigie en la cornisa de su puerta cincelada,
Con tal nombre: “¡Nunca más!”

Mas el cuervo fijo, inmóvil, en la grave efigie aquella,
Sólo dijo esa palabra, cual si su alma fuese en ella
Vinculada, ni una pluma sacudía, ni un acento
Se le oía pronunciar…
Dije entonces al momento: “Ya otros antes se han marchado,
Y la aurora al despuntar,
Él también se irá volando cual mis sueños han volado”
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”

Por respuesta tan abrupta como justa sorprendido,
“No ha duda alguna –dije—lo que dice es aprendido;
Aprendido de algún amo desdichoso a quien la suerte
Persiguiera sin cesar,
Persiguiera hasta la muerte, hasta el punto de, en su duelo,
Sus canciones terminar
Y el clamor de su esperanza con el triste ritornelo
De: ¡Jamás y nunca más!”

Mas el cuervo provocando mi alma triste a la sonrisa,
Mi sillón rodé hasta el frente de ave y busto y de cornisa;
Luego, hundiéndome en la seda, fantasía y fantasía
Dime entonces a juntar,
Por saber qué pretendía aquel pájaro ominoso
De un pasado inmemorial,
Aquel hosco, torvo, infausto, cuervo lúgubre y odioso
Al graznar: “¡Nunca más!”

Que aquesto investigando frente al cuervo, en honda calma,
Cuyos ojos encendidos me abrazaban pecho y alma.
Esto y más –sobre cojines reclinado—con anhelo
Me empeñaba en descifrar,
Sobre el rojo terciopelo do imprimía viva huella
Luminosa mi fanal
Terciopelo cuya púrpura ¡ay! Jamás volverá sin ella
A oprimir ¡ah, nunca más!

 

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Parecióme el aire, entonces, por incógnito incensario
Que un querube columpiase de mi alcoba en el santuario,
Perfumado. “Miserable ser –me dije—Dios te ha oído,
Y por medio angelical,
Tregua, tregua y el olvido del recuerdo de Leonora
Te ha venido hoy a brindar.
Bebe, bebe ese nepente, y así todo olvida ahora!”
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”

¡Oh profeta –dije—oh duende!, mas profeta al fin ya seas
Ave o diablo, ya te envía la tormenta, ya te veas
Por los ábregos barrido a esta playa, desolado
Pero intrépido, a este hogar
Por los males devastado, dime, dime, te lo imploro.
¿Llegaré jamás a hallar
Algún bálsamo o consuelo para el mal que triste lloro?
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”

¡Oh profeta –dije– o diablo! Por ese anchi, combo velo
De zafir que nos cobija, por el sumo Dios del cielo
A quien ambos adoramos, dile a esta alma dolorida,
Presa infausta del pesar,
Si jamás en otra vida la doncella arrobadora
A mi seno he de estrechar,
La alma virgen a quien llaman los arcángeles Leonora…”
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”

“Esa voz, oh cuervo, sea la señal de la partida.
–grité alzándome–, retorna, vuelve a tu hórrida guarida,
La plutónica ribera de la noche y de la bruma…!
¡De tu horrenda falsedad
En memoria, ni una pluma dejes, negra! ¡El busto deja!
¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho! ¡De mi umbral tu forma aleja…!
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”

¡Y aún el cuervo inmóvil! Fijo, sigue fijo en la escultura,
Sobre el busto que ornamenta de mi puerta la moldura…
Y sus ojos son los ojos de un demonio que, durmiendo,
Las visiones ve del mal;
Y la luz sobre él cayendo, sobre el suelo flota…, nunca
Se alzará…, nunca jamás!

[Traducción de Juan Antonio Pérez Bonalde]

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ANNABEL LEE

 

 

Hace ya tantos, tantos años atrás,
En un reino junto al mar,
Vivía una muchacha que podías conocer
Por el nombre de Annabel Lee,
Y esta muchacha no vivió sin otro pensamiento
Que el de amar y ser amada por mí.

Ella era una niña y yo un niño también
En ese reino junto al mar,
Y nos amamos con un amor que era algo más que un amor,
Yo y mi Annabel Lee
Con un amor que hasta los alados serafines en el cielo
Nos protegían a ella y a mí.

Y esta fue la razón de que hace tiempo,
En este reino junto al mar,
Un viento soplara desde una nube helando
A mi bella Annabel Lee;
Y que sus nobles padres viniesen a buscarla
Para arrebatármela a mí,
Para encerrarla en un sepulcro
En este reino junto al mar.

Los ángeles no eran felices en el cielo
Vinieron entonces a envidiarnos a ella y a mí,
Sí, esa fue la razón (como todos ya saben
En este reino junto al mar)
Que desde una nube vino un viento una noche,
Helando y matando a mi amada Annabel Lee.

Pero nuestro amor fue más fuerte, mucho más
Que el amor de aquellos más viejos que nosotros,
O quizás mucho más sabios—
Ni los ángeles allá arriba en el cielo,
Ni los demonios aquí abajo en el mar
Podrán separar nunca mi alma del alma
De mi adorada Annabel Lee.

Pues la luna nunca brilla sin traerme los ensueños
De mi bella Annabel Lee,
Y las estrellas jamás asoman si no sienten los claros ojos
De mi bella Annabel Lee
Y así, durante toda la marea de esta noche yo yazgo al lado
De mi bienamada esposa Annabel Lee,
Aquí en el sepulcro junto al mar,
Aquí en su tumba, junto al rugiente mar.

[Traducción de Gabriel Jiménez Emán]

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