La poeta canaria Cecilia Álvarez (foto de Jacqueline Alencar, 2018)
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar cinco poemas inéditos (y uno publicado) de la autora canaria Cecilia Álvarez (La Palma, España, 1955). Licenciada en Filología Hispánica y Ciencias de la Información. Ejerció como profesora agregada de Lengua Española y Literatura en Enseñanza Secundaria. En 1991 y 1996, recibe un Premio de Periodismo e Investigación Histórica, respectivamente, en Santa Cruz de Tenerife. En 2008, obtiene –ex aequo-, el Premio Ángaro de Poesía (Sevilla) con El alma deshabitada. En el mismo año, publica Elogio de la juventud añeja. Le siguen los poemarios Primera luz (2009), Palabras al alba (Colección de Poesía Ángaro, 2012), Adagio del silencio (2013), El lento suspirar de la aurora (2016) y Almenara de sueños (Colección de Poesía Ángaro, 2018). Ha participado en diversos Festivales Internacionales de Poesía (Las Palmas de Gran Canaria, Macedonia, Rumanía y Madrid), así como en el Encuentro de Escritores Félix Francisco Casanova (La Palma), Encuentro de Escritores Canarios y Encuentro Internacional de Literatura 3 Orillas (Tenerife). Poemas suyos están recogidos en varias antologías, nacionales y extranjeras. Algunos de ellos han sido traducidos al inglés, macedonio, rumano, árabe… Cecilia Álvarez estuvo en Salamanca, en octubre de 2018, participando como invitada al XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos.
Estos poemas forman parte del libro inédito ‘El lenguaje de la piedra’.
Duele, Señor, duele
el silencio aterrador
que trae la noche,
sin pájaros que trinen
sin voces ni murmullos
de la gente,
sin excusas para sentir
el paso de la vida.
Sólo estoy yo
entre tanta soledad
llena de nombres,
entre tanta ausencia
de palabras,
de respuestas que sólo
la fe conoce.
Y sigues sin hablarme
como los seres que eran míos
que se han ido,
y tampoco hablan.
También les has dejado sin palabras
-eternamente-.
Y a mí
un pobre corazón
que juega con la conciencia.
Foto de José Amador Martín
No me quedan más, Señor,
ya no tengo otras mejillas
que ofrecer,
las he multiplicado
-como panes y peces-
hasta hacer de mi rostro
la pesada losa de otras iras.
Me he enjugado la sangre,
pero sigue manando
como un río invisible
que nunca llega al mar.
Préstame tu sudario,
juntemos nuestra sangre
en una misma cruz
y allí, entre los clavos y la sed,
te rogaré clemencia
para el vacío que me invade.
Foto de José Amador Martín
No hay pena
que se pueda soportar
mientras respiras,
si no tienes una mano que te alivie
que acaricie tus heridas
aunque no te toque,
y detenga el furioso curso
de la angustia.
Miras a tu alrededor,
miras al cielo,
te sumerges en las profundidades
de mares imposibles
y buscas esa mano
y no la ves.
¿Dónde está tu mano, Dios?
¿En qué cielo, en qué noche oscura,
en qué mar bravío he de buscarla?
¿Acaso no me ves?
Mira cómo levanto mis brazos
para pedirte auxilio,
mira cómo busco tu mirada
y no me miras,
cómo te hablo y no te escucho.
Dime,
¿por qué tanta zarza en mi camino?
¿Por qué tantas espinas?
¿Dónde encontraré, al fin,
un suave retal
donde reposar mi cabeza?
Foto de José Amador Martín
Buscaré a tientas
la senda de la esperanza,
pero todo está oscuro
aunque el sol deje sus rayos
sobre los prados,
sobre el trigo dorado
que nos envuelve
y alimenta.
No es ciego el que no puede ver
es más ciego el que no sabe mirar,
el que sólo ve oscuridad
aunque la luz hiera sus ojos,
mientras espera impaciente
-resignado entre el silencio-
que surja su propia luz,
para no sucumbir
entre la torpeza de sus pasos,
siempre esperando
que un resplandor le ilumine.
Y sigue la noche creciendo
entre el sol del mediodía.
Foto de José Amador Martín
Duele, Señor, duele
el silencio aterrador
que trae la noche,
sin pájaros que trinen
sin voces ni murmullos
de la gente,
sin excusas para sentir
el paso de la vida.
Sólo estoy yo
entre tanta soledad
llena de nombres,
entre tanta ausencia
de palabras,
de respuestas que sólo
la fe conoce.
Y sigues sin hablarme
como los seres que eran míos
que se han ido,
y tampoco hablan.
También les has dejado sin palabras
-eternamente-.
Y a mí
un pobre corazón
que juega con la conciencia.
Foto de José Amador Martín
POEMA DEL LIBRO “ADAGIO DEL SILENCIO”
Qué ingrato silencio el silencio de Dios.
Le preguntas, le inquieres suplicante,
pero su respuesta se extravía, le ruegas
que alce su mirada cabizbaja y te mire de frente,
que rompa su silencio y arrope tus dudas
que sus brazos abiertos te abarquen y consuelen
pero sigue allí, inerte, sin pronunciar palabra.
Y no te rindes. Intentas traducir su silencio,
asumir, al fin, que tu pesar sólo es tu pesar,
que tu naufragio es sólo tu naufragio y sólo tuyo.
Y descubres que tus brazos sí pueden abrazar,
que tus manos pueden consolar y acariciar,
que tú sí tienes voz y palabras que compartir,
vista para mirar a los que no se quejan
aunque la pena les corroa y les inunde,
oídos para escuchar a los que siempre callan,
pies para caminar, para andar siempre adelante
a pesar de la maleza y las piedras del camino.
Aún así, no entiendo, Dios, tu silencio,
pero he de aprender a entenderte,
a mirar de cerca tus clavos y tus manos,
la razón de tu rostro cabizbajo.
Quizá entonces comprenderé mejor
qué significa la inmensa palabra desamparo.
Cecilia Álvarez, Jacqueline Alencar, Araceli Sagüillo y Pilar Fernández Labrador,
en el Colegio Fonseca de la Universidad de Salamanca
(foto de A. P. Alencart)
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