El poeta Humberto Avilés, en Salamanca
Crear en Salamanca se complace en publicar dos textos que leyó Humberto Avilés Bermúdez (Granada, Nicaragua, 1953), en el homenaje al poeta y narrador nicaragüense Edwin Yllescas Salinas, celebrado en Managua el pasado 24 de junio. Avilés se licenció en Derecho y se doctoró en España (Estudios en las Universidades de Salamanca, Málaga y Complutense de Madrid). Ha sido catedrático en diversas universidades de su país y sus poesías se han publicado en revistas, periódicos y libros colectivos. Supo esperar y, con motivo de la IX edición del Festival Internacional de Poesía de Granada (Nicaragua), su ciudad natal, en febrero de 2013, presentó Perfil del Olvido, un volumen donde acopió poemas de diez libros suyos, a saber: Estigmas de silencio(1976); Catarsis (1978); Hipótesis del amor (1979); Pequeño sol (1981); Retornos (1983); Pequeño todo (1999); Imágenes (2000); De la palabra y sus orígenes (2001); Libro de Lisis o el Debido amor (2005) y Adoneceres (2007). Posteriormente publicó, en Amarante (editorial salmantina) su poemario “Poética de la simpleza”. Avilés participó en el XVI Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado en Salamanca en octubre de 2013.
CASTELLANA
A Edwin Yllescas Salinas,
homenaje a su castellano linaje.
¡Ah, Castilla!
Suavidad del surco
endurecido
en la entraña.
Sol secular,
fecunda tierra
de sombras nacidas
en el rostro de una pena.
Bebe mi sangre
del grito,
del grito que me desgrana,
alma reseca de encinas…
Huella profunda
en la simiente tristeza
del beso,
horizonte de alamedas
encarnado en la llanura.
¡Castilla,
sorda dulzura
encinar de sombra!
Viña desnuda y sola
raíz mordiente,
caricia de uvas
en el corazón del vino
palpitantes
las riberas del Duero.
Húmedo vientre
del delirio que
tus campos riega…
¡Seas para siempre
una espiga del mejor trigo
que mis manos labren!
EXTRAVIADA EN LA NOCHE DEL EXTRAÑO PAÍS
(Poema de Edwin Yllescas Salinas)
Extraviada en la noche de un extraño país
en las desteñidas letras de mi nombre
he visto a un sujeto caminar por calles de pálida existencia.
Me asomé a lugares que rotan en el ojo
volví al ojo sin encontrar centro de rotación
y un fino rayo de luz perdió el haz de su propia energía.
Hay un sitio donde todos los hombres son el mismo nombre
una sombra
un fantasma escorado en la estación de un tren.
Hablo de la energía disecada en la esquina de los días.
Hay un reloj que nunca marcó la siguiente hora.
El tiempo se quedó inconcluso en su propio mecanismo.
Hay un pequeño desierto compartido por miles de hombres.
Hay un hombre que no quiso montarse en el Arca de Noé
y permaneció en tierra junto a su diluvio personal.
No esperó ninguna ramita; supo que no la había ni la habrá
él fue su propia rama, su particular olivo, su única gongolona.
.
Hablo del encadenado a sus propias verdades y mentiras
me refiero a quien no posee ni verdad ni mentira
al nombre que enciende la bujía en su cabeza
vislumbra el último deseo ―la sonrisa de la pianista
enciende la noche anegada por el rastro del olor
y la sinuosidad del humo apaga el calor de la noche.
Hay un pequeño desquiciado
nada le dicen la cola de los mandriles;
no quiso apostarse ni apostar a la rueda de los ruleteros
Se quedó en la acera en la cuneta de toda acera
y su espíritu no fue manoseado por ningún diluvio.
Una mano en la noche retiene la mirada de una mano
cuál será la próxima línea, quién la dicta quién la escribe
cómo la escribe
quién grabó, quién deletrea los signos en las paredes de la ciudad.
Al amanecer una mujer aprisiona el sudor de la noche
su espejo su fragancia su bolso sus pasos van y vienen
sin moverse espera y aguarda la chispa del trigo.
Encerrado en su cuerpo el oficinista escucha el rumor del día
alejado de su torre cerca de su cuerda
busca una solera para colgar su jolgorio de harapos.
Hablo de ese hombre.
Las líneas en su cabeza se vuelven horrendo coro.
En el bar de siempre conoció a Sulaika la sarracena
su largo pelo negro le mostró ilusiones puertos ensenadas.
Hablo del que espera en el bar
y sin esperar nada
su espera confunde la suerte esperada.
En su memoria no existe ni calle ni dirección ni adiós
tampoco existe su memoria, sólo reflejos de algo que tampoco existe.
Hablo del caminante por la calle que la ciudad no reconoce.
Veo al hundido por los afanes sin rostro.
Hay un tiempo perdido en los derroteros de algo que no fue.
Hay un hombre perdido de la cabeza
no posee ni desea significado alguno.
Extraviado en la noche de un extraño país
hablo de una vida que nunca quise definir.
Cartel del homenaje a Edwin Yllescas
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