El poeta mexicano Félix Suárez
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de difundir dos poemas de Félix Suárez (Estado de México), poeta, ensayista y editor. Maestro en Humanidades por la Universidad Anáhuac. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura “José Fuentes Mares”, 2017; el Premio Internacional de Poesía “Jaime Sabines”, 1997; el Premio Nacional de Poesía Joven “Elías Nandino”, 1988. Entre otros libros de poesía, ha publicado Peleas, En señal del cuerpo, Legiones, También la noche es claridad y Los jardines abandonados (2023). Su obra se encuentra incluida en medio centenar de antologías, entre ellas, la Antología general de la poesía mexicana y la Antología esencial de la poesía mexicana. Cien poetas de los siglos XV al XXI. Poemas suyos han sido traducidos al francés, italiano, inglés, catalán y árabe.
Estos poemas saldrán publicados en la antología de dicho Encuentro, que se celebrará en Ciudad de México, del 25 al 29 de septimbre próximo.
BALADA DE LOS PECHOS PERDIDOS
El mundo conocía entonces sólo dos direcciones
que marcaban tus pechos sabiamente,
sin error.
Nada envejece tan rápido,
oí decir un día a una mujer
sobre los pechos de otra.
No es así: la memoria (y a veces un poema)
los salva de algún modo de la destrucción:
es de noche, vamos solos tú y yo
en la última fila del autobús,
metes mi mano entre tu escote y dices:
son tuyos: me regalo contigo para siempre.
El autobús siguió su ruta. Infatigable.
Fui yo el que se bajó sin ellos, solo.
En una esquina.
En medio de la tempestad
DE LOS PAUSADOS RITMOS
Cuando mi madre me pregunta, desde el profundo pozo de sus años:
¿y tú, estás bien? Te veo flaco. Bien, contesto. Ahí vamos.
Nada más. No le cuento mis dolencias porque soy su hijo
y sus dolores no podría medirlos con los míos.
Lo digo así, en plural, ahí vamos, tan impersonalmente como puedo
o como si eso fuera asunto ya de muchos.
Pero lo que estoy diciendo en realidad,
lo que digo es tan mío, tan de mí,
que no podría explicarle: sigo aquí, mamá,
con mis riñones, mis insomnios, mi gastritis.
Con el corazón vencido por ellas.
Ahí vamos, es decir, despacio, paso a paso,
llevando nuestras vísceras tan leves, como si fueran flores,
vivísimas guirnaldas de una ofrenda;
engañados tal vez por la esperanza
que nos dice que luego, que ya pronto,
algo de todo eso dolerá un poco menos,
que alguno de los órganos volverá a sus pausados ritmos
y sonreirá por dentro, tibio, nuevo,
como si fuera un recién nacido.
Ahí vamos, digo. Nada más.
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