DOS FRAGMENTOS DE “NO QUIERO LLANTO”, NOVELA DE LA CUBANA DOLORES LABARCENA

 

 

 

La escritora cubana Dolores Labarcena

 

 

Crear en Salamanca tiene la satisfacción de difundir los dos primeros fragmentos de la más reciente novela de la escritora Dolores Labarcena (Santiago de Cuba, 1972), publicada por la Editorial Betania, dirigida por el poeta Felipe Lázaro. Labarcena, poeta y narradora, publicó el cuaderno de poesía Las puertas dialogadas (Editora Abril, La Habana, 2004) y recientemente Tundra (Casa Vacía, Richmond, Virginia, 2018). Ha publicado además las novelas Kruschov (Editorial Verbum, Madrid, 2015), Cachemir (Aduana Vieja, Valencia, 2016) y Diario de un Tuátara (Baile del Sol, Islas Canarias, 2018). Codirige la publicación digital de literatura Potemkin ediciones. Reside en Barcelona.

 

 

LA VIRGEN Y LA MENDOZA

 

 

La información llegó por dos guajiros que capturó el capitán Santiago Piñeiro. Vivían en los alrededores del cuartel. Son ochenta soldados, indicó uno. Así es, ochenta, confirmó el otro. Por consiguiente, el Comandante en Jefe mandó a cuarenta de los nuestros. Cebo. Aquellos guajiros nos utilizaron como cebo. Chivatones de la guardia rural. De todas maneras combatimos. Nos dividimos en cuatro grupos. Yo iba en la Escuadra número 1, en la retaguardia, de ayudante del teniente Eutimio Palomero. ¡No tenía arma! Pero el Héroe del Sombrero Alón quería que cogiera fogueo, que cogiera experiencia. Eutimio Palomero era un blanco gordito y supersticioso del Cobre. Siempre iba lleno de collares y con la virgen a cuestas. La virgen de Eutimio Palomero pesaba casi veinte kilos y medía cuarenta y cinco o cincuenta centímetros de altura. La llevaba en un jolongo. Para él era más importante que su ametralladora mexicana, una Mendoza. Un día de estos te contaré cómo fue mi entrenamiento en el Ejército Rebelde. Pero volviendo a la acción, la cosa comenzó a las dos de la madrugada. Disparen a discreción cuando les avise, dijo Yeyo. Eutimio Palomero me había encomendado el jolongo con la virgen porque tenía los pies planos y con ella no podía correr. Cuídala como si fuese tuya. Cosas de la vida, nada más intentar disparar, la ametralladora se encasquilló. ¡Chivo, corre y dile a Yeyo que me preste la baqueta! La baqueta era un alambre para sacar el cartucho atascado. Salí corriendo con el jolongo atrás, y a unos diez metros, o menos, oí una explosión y a la vez un clamor: ¡La virgen, carajo! Vaya bazucazo. Regresé y llamé a Eutimio Palomero, pero no respondía. Por eso me vino la idea, más tarde supe que era un gravísimo error en medio de un combate, de encender un fósforo. Y lo vi, boca arriba, con los ojos como pescado en tarima y un boquete en medio del pecho del tamaño de un puño. Me tumbé a su lado porque las balas silbaban. No era un paripé. ¡Retirada! ¡Retirada!, escuché. Al rato se acalló el fuego. Y yo allí, con la virgen, el cadáver y la Mendoza. Cuando me di cuenta de que estaba solo, no supe qué hacer. ¿Me llevo la virgen o la Mendoza?, me preguntaba ininterrumpidamente, pues tenía orden de Eutimio Palomero de no abandonarla. Luego

de pensar un poco, arrastré el cadáver y cavé una fosa poco profunda, ¡pesaba como un saco de boniatos!, le tiré unas piedras encima y lo medio camuflé. Entonces me eché el jolongo a un hombro y en el otro la ametralladora. Así caminé al abrigo de la noche, sin parar, cogiendo atajos entre la maleza. Cuando no pude más, cuando la extenuación se apropió de todos y cada uno de mis músculos, vi la entrada del campamento y ahí mismo dejé el jolongo con la virgen. Al acercarme escuché al Comandante en Jefe echándole una descarga a los rebeldes que regresaron del combate. Piropos de la Sierra: chernas, pendejos, maricones… ¡Ahí llega el Chivo! ¡El Chivo se salvó!, vociferó uno y todas las miradas se clavaron en mí. Al verme en esas condiciones, casi al desmayarme y ensangrentado, me preguntaron si me habían herido. Les dije que no, que estaba sano y salvo, que la sangre era de Eutimio Palomero. Eso trajo como consecuencia mis primeras palabras con el Comandante en Jefe: Cómo ha sido, explícate, ¿dónde está? Se me acercó tanto que pude sentir su aliento. A sus órdenes, Comandante en Jefe. El teniente Eutimio Palomero murió disparando. Se llevó a ocho o nueve por delante. Cuando gritaron retirada me dijo que no se rajaba. Chivo, si caigo no me recojas, llévate a la virgen para que cuide el campamento y allane el camino de la Revolución. ¡No te separes de ella! ¡Júralo!, dijo. Y juré. La virgen, Comandante en Jefe, la dejé a la entrada del campamento en un jolongo. Aquí está su ametralladora. Lo que dije en lugar de aplacar, pusieron más furioso al Comandante en Jefe: ¡Busquen a la virgen, carajo! Este de acá nunca había ido a un combate y fue capaz de salvar el arma. ¡Y ustedes, partida de cobardes, comemierdas, han perdido tres armas! De ahí que cinco, seis, o quizás más hombres fueran corriendo a buscar a la  virgen. ¿Cómo te llamas?, me preguntó el Comandante en Jefe y le di mi nombre. Presta atención, Germán Píriz, pronunció con solemnidad mientras alzaba el dedo índice como una espada: Quédate con la ametralladora, y óyeme bien, eh, úsala por la causa. Que el teniente Eutimio Palomero sea tu ejemplo…

 

Al terminar la anécdota, no sin cierto sarcasmo, Píriz dijo:

 

–Sí, siempre he sabido salir de los apuros. ¿Acaso iba a cargar con el muerto?

 

 

 

 

 

PRUDENCIA

 

Te presento a Prudencia. Mírala, dijo Prudencio y le enseñó una fotografía a Píriz donde se veía sonriendo con algo semejante a un radio encima de una mesa. Como todos los que han desfilado por aquí al saber la novedad, Prudencio también estuvo en la Sierra. Al bajar, el destino es así, ambiguo, enmarañado, Alfredo Guevara lo metió de sonidista en el ICAIC. Como bien indica el nombre con que la bauticé, continuó Prudencio, su principal característica es la discreción. ¿La ves? Consta de tres partes. La de arriba se llama Eco, la del medio, que es quien realmente ejecuta gran parte del trabajo, se llama Enfoque, y la de abajo, ligera e invisible, Emisión. Observa, Chivo, fácil de transportar.

 

Píriz le echó un vistazo a la fotografía:

 

–¿Qué es, un radio o una cámara de vídeo? Estás acabando, Prudencio. Este año la ANIR te premia seguro.

 

Prudencio, poniendo el portafolio en la cama, respondió:

 

–¿La ANIR?… ja, ja, ja. ¡Qué va!… Chivo, ¿desde cuándo no nos vemos? Hace cuatro años que salí del ICAIC. Ahora estoy en el ICAP: Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos. Somos eso, una máquina de hacer amigos. Mi tarea es orientar, tutelar y seguir a todos los becarios extranjeros. ¿Has visto a tu oncólogo? Lleva siete años aquí. Apréndete el apellido, Chivo. Ni Lifonisabo ni Lefunisabo. Mkuki Lifunisabo. Natural de Kinsasa. Somos eso, Chivo, una máquina de hacer amigos. Nada es gratis. Nuestra premisa no es regalar, sino compartir, enseñar, adiestrar. Tendemos, a través de nuestro Organismo, lazos de amistad con los países del Tercer Mundo. Solidarios, Chivo… Li-fu-ni-sa-bo. Apréndetelo. Es simple. Si oyeras los apellidos que aprendí gracias a la mnemotecnia: Egwuekwe, Ghoochannejhad, Alamieyeseigha, Onwuatuegwu, Chukwumereije…

 

Interrumpiendo su excéntrica habilidad, Píriz le pidió a Prudencio

ver de nuevo la fotografía.

 

–No, Chivo, te enseño mejor a Prudencia. La tengo aquí. Te expliqué que es ligera, fácil de transportar. Para que veas, vaya, la pruebo contigo.

 

Prudencio sacó del portafolio unos audífonos y se los puso a Píriz en los oídos.

 

–¿Qué es esto, Prudencio? No oigo nada.

 

–Ten paciencia, Chivo. Déjame trancar la puerta–dijo con cierto sigilo–. Eso que tienes puesto y no oyes, es Eco, la parte de arriba. Cuando lo conecte, escucharás Radio Enciclopedia y de forma simultánea, yo escucharé lo que se hable, no solo en el baño sino en todas y cada una de las habitaciones de esta planta. Ahora viene Enfoque.

 

Abrió de nuevo el portafolio y esta vez sacó un bulto de postales fotográficas, del cual escogió una especialmente para Píriz y lo invitó a observar:

 

–¡Cojollo! El presidente Urrutia y el Héroe de Yaguajay. ¡Camilo, Prudencio, Camilo!

 

–Positivo, positivo. Pero para la carreta, Chivo, tranquilo. Falta Emisión. Échale un vistazo a la postal–dijo y sacó dos imanes minúsculos, imperceptibles, y los pegó a las suelas de las chancletas de Píriz–. Ahora ve al baño. Eso emite ondas magnéticas, es el localizador. Dile a tu sobrina que te ayude. Menos Enfoque, que es quien desencadena los verdaderos sentimientos del objetivo y, por ende, las reacciones, las otras partes, Eco y Emisión, se activan gracias a un mando a distancia que llevo en el doble fondo del portafolio junto al receptor y un walkie-talkie por si se precisa intervención. El radio de acción, si no hay interferencias ambientales o de terceros, es de quinientos metros cuadrados. Hagámoslo, Chivo. Verás lo eficaz que es Prudencia.

 

Mientras tanto, Prudencio y su portafolio salieron de la habitación para saludar a Lifunisabo. Y como la curiosidad es igual o peor que el cáncer, no le quedó más remedio a Píriz que pedirle a Magdalena que lo llevara al baño. Además del palo de suero y toda la guindaleja que le cuelga, Prudencio le encasquetó a Prudencia. Y ahora qué, preguntó Magdalena mientras lo sentaba en la taza. ¡¿Que qué haces?! Dale, muévete, Magdalena. Apúrate. Coge la postal y quítame las chancletas… ¡Coño! Quítamelas. Llama a cualquiera. ¡Corre! Di que tengo un dolor que no aguanto, chilló Píriz como un descerebrado y lanzó los audífonos. En un santiamén el baño se convirtió en el camarote de los hermanos Marx. Vinieron cuatro enfermeras, Lifunisabo y Prudencio. Venga, compañero Germán. Lo ayudaremos a acostarse, dijo una. Y lo llevaron casi en volandas hasta la cama. ¿Qué le ocurre, compañero Germán? ¿Dónde le duele?, preguntó Lifunisabo. ¡En todo esto! ¡En todo esto!, clamaba Píriz formando círculos y círculos en el abdomen sin indicar un lugar concreto… Relájese. Tranquilícese, le indicaré un avafortan, expresó Lifunisabo. Chivo, perdóname, dijo Prudencio al salir Lifunisabo y las enfermeras. Y comenzó a dar un sinfín de justificaciones, por ejemplo: “No sabía que estuvieras tan jodido”. “Chivo, coraje”. “Los hombres como tú mueren de pie”. “Pide, tus deseos son órdenes”…, y etcétera. Pena me da contigo, Prudencio. Ni sé de qué va. Pero seguro que es efectivo, útil. Eres un gran innovador y racionalizador, dijo Píriz con los ojos entrecerrados.

 

Magdalena que vio a Prudencio como una gallina clueca sacando a Emisión de las chancletas, se levantó del sillón para darle a Enfoque, que la dejaba olvidada en la mesita.

 

–Mire, compañero, se le queda esto…

 

–No se me olvida, muchacha. Tu tío perteneció a la Columna

de Camilo. Cómo se me ocurre… Un hombre sencillo, leal. Un

héroe.

 

–¿Quién, mi tío?

 

–Camilo, Camilo… Mmm… Y tu tío también, también. Un héroe anónimo. Toma. Se la regalo.

 

Al deshacerse de la postal Prudencio soltó un “hasta la vista, camarada”. Unjú, unjú. Saluda de mi parte a Alfredo, respondió Píriz.

 

Otra imagen de Dolores Labarcena

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