La escritora Belkis Rodríguez Blanco
Crear en Salamanca se complace en publicar dos relatos contenidos en el libro ‘La punzada del guajiro y otros relatos’, publicado recientemente por Betania, editorial dirigida por el poeta Felipe Lázaro, vinculado a Salamanca a través del Encuentro de Poetas Iberoamericanos. La autora es Belkys Rodríguez Blanco (Batabanó, Cuba, 1968). Estudió Periodismo en la Universidad de La Habana. Ha trabajado en diferentes medios de comunicación en la capital de la isla caribeña y en Las Palmas de Gran Canaria, ciudad que la adoptó en el año 2006. Ha publicado varios relatos en publicaciones colectivas. Su primer libro de microficciones, Relatos en minifalda, vio la luz en el año 2014. Luego, en 2016, publica su segundo volumen de relatos cortos, Miradas al descubierto, junto a las escritoras Lidia Caballero y Lucía Martín. Varios de sus poemas han sido publicados en Poetas cubanos en Canarias (Cuaderno La Gueldera). Fue premiada con accésit en la XXV Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria con el microrrelato Rebelión. Ha trabajado en periódicos digitales en Las Palmas de Gran Canaria. En la actualidad es editora de la revista digital L&B Actual.
LAS PROFECÍAS DE GELASIA
A mi abuela Eulalia
Se lo susurraron los caracoles. Le dijeron que él me quería. Ella nunca lo había visto, ni siquiera en fotografías. Más de seis mil kilómetros de océano los separaban. Su certeza me dejó boquiabierta. Y luego me contó otras cosas que sucedieron tal y como ella las había vaticinado.
Fumaba un puro mientras hablaba. El humo formaba extrañas figuras que luego se escurrían como fantasmas por la ventana. Le cambiaba el tono de voz cuando invocaba el espíritu de la negra esclava. Sacaba los caracoles del cuenco, los desplegaba con elegancia sobe la mesita de madera oscura e interpretaba sus mensajes ocultos. El olor dulzón del tabaco me adormilaba, mientras las profecías de la negrita ponían en movimiento los labios de la
abuela.
Todos venían a consultarla. Se fiaban de su honestidad y su experiencia. Los asuntos amorosos llevaban la voz cantante. Gelasia poseía a la abuela y recomendaba hierbas, miel de abeja, cascarilla, flores blancas y paciencia. Había cosas que no podían resolverse en un par de días. Una vez alguien le pidió que hiciera un trabajo para “amarrar” a su amante. Pero la abuela tenía claro que cuando no había amor, poco podían hacer los espíritus.
Nada de magia negra. Ella solo hacía el bien. El mal envenenaba el alma y los sentidos. Por eso el mundo estaba como estaba. Se le ensombrecía el rostro, mordía con fuerza el puro, soltaba una gran bocanada de humo y la voz le salía más grave de lo normal. “Eleguá abre los caminos para que entren el bien y la felicidad. Es el dueño del destino y al mal lo mantiene a raya en esta casa”, aseguraba aquella voz ancestral que emergía como un torrente de su garganta.
Ayer la abuela se despidió de sus santos y sus caracoles y se marchó con Gelasia al mundo de los espíritus. Se fue apagando como el cabito de vela que iluminaba la habitación. Fumaba con deleite un puro e iba con la cabeza erguida, la mirada serena, el pelo blanco y su vestido rojo vaporoso cubriéndola hasta los tobillos. La negrita estaba encogida en un rincón del cuarto canturreando aquella canción africana que le enseñaron sus antepasados. Tenía la mirada húmeda y perdida y sostenía entre sus manos los caracoles. Un pañuelo de colores luminosos cubría su cabeza. Llevaba un vestido amarillo muy largo e iba descalza. La abuela le habló con su voz firme y ronca y le prohibió las lágrimas. Gelasia buscó los ojos de la anciana y soltó una carcajada. Juntas se marcharon envueltas en el aroma del tabaco, susurrándole un cántico de amor a Ochún, reina de la delicadeza y la sensualidad, que bailaba alrededor de una hoguera al ritmo de los tambores
ESPEJISMO
A Ramón, mi Andaluz
El piloto anunció turbulencias y pidió a los pasajeros que se abrocharan los cinturones. Ella se agarró con fuerza a los brazos del asiento, cerró los ojos y comenzó a repetir un viejo mantra como una letanía. En el asiento contiguo, él sonrió y le rozó discretamente la mano. Ella giró la cabeza y descubrió primero sus labios, luego su mirada serena y por último su voz. La tranquilizó diciéndole que aquel era el medio de transporte más seguro, que solo eran baches, como sucedía en la propia vida y luego volvía la calma. Hablaron de literatura, cine, animales, del principio de aerodinámica, de las coincidencias, del destino o el azar; de lo que algunos llamaban causalidades, de sus vidas.
El avión subía y bajaba esquivando la tormenta, pero ella solo pensaba en la transparencia de aquel rostro y en la parsimonia de las palabras que la arrullaban y le devolvían el sosiego. No supo en qué momento se durmió y, al despertar, la aeronave había tocado tierra y los pasajeros se disponían a abandonarla a toda prisa para no perder las conexiones. Amalia miró hacia todos lados y desconcertada comprobó que su vecino de asiento había desaparecido. Buscó desesperadamente entre la multitud, sin embargo ningún rostro tenía su sonrisa.
Ciertas habilidades con el pincel le han permitido dibujar un retrato que ha publicado en sus redes sociales con un breve texto: Chica del asiento 8A del vuelo 3467 de Air Europa que cubría la ruta Madrid-Venecia necesita encontrar al chico del 8B. Solo quiero darte las gracias por tus palabras sinceras y escuchar una vez más tu voz. Tus argumentos me convencieron y ya no tengo miedo a volar. Puede parecer absurdo y descabellado, pero creo que te quiero.
La compañía aérea ha intentado ayudarla sin resultados. Le aseguran que el asiento 8B no estaba ocupado. Amalia cree que es por culpa de la ley de protección de datos. Está convencida de que no fue un espejismo. Era un hombre de carne y hueso, probablemente la persona por la que había estado esperando toda su vida. Un pequeño milagro que todos los meses la empuja a subirse a un avión, con la esperanza de que alguna tormenta le devuelva el sonido de aquella voz con la que sueña cada noche
La autora, con sus mascotas
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