Crear en Salamanca tiene el privilegio de dar a conocer, por vez primera, el discurso leído por Stuart Park, el pasado 25 de abril y en el Colegio Fonseca de la Universidad de Salamanca, donde se celebró el VI Encuentro Cristiano de Literatura organizado por la Asociación Cultural Evangélica Jorge Borrow con el apoyo de la Alianza de Escritores y Comunicadores Evangélicos de España (ADECE). En dicho acto también se realizó la entrega del Premio Jorge Borrow de Difusión Bíblica. El premiado de este año es un inglés que domina el castellano como el mejor. Se trata del escritor y biblista Stuart Park, nacido en Preston y vecino de Valladolid desde 1976. Es autor de más de veinte libros.
El nombre que distingue al Premio ‘Jorge Borrow’ de Difusión Bíblica coloca un listón muy alto para quien tiene el honor de recibir este prestigioso galardón. El escritor José Jiménez Lozano, gran admirador de Borrow, le considera «el Príncipe o primero de los Hispanistas españoles», y destaca «la simplicidad y el encanto» de su «maravilloso libro», La Biblia en España, virtudes ambas que adornan la obra de aquel consumado observador de la condición humana en general, y de las idiosincrasias de los españoles en particular. La rutilante narrativa que recrea la vida del aventurero incansable que vivió como colportor o vendedor de Biblias en España, proporciona el marco perfecto para las agudas observaciones de un hombre dotado de una sabiduría y de un sentido común que no siempre acompañan a la actividad evangelizadora, especialmente en un hombre tan joven como él.
Al margen del talento literario de Borrow y de su portentosa capacidad lingüística —se dice que tenía conocimiento hablado o escrito de un centenar de idiomas o dialectos— atrae su capacidad de comunicación con el pueblo llano, que le interesaba mucho más que las clases pudientes o la alta sociedad. Admirable, también, es su gran sentido del humor, y como muestra, este botón:
Los que desean hacerse entender de un extranjero hablándole en su propio idioma tienen que hablar a gritos y vociferar abriendo mucho la boca. ¿Es de extrañar, pues, que los ingleses sean, en general, los peores lingüistas del mundo, ya que siguen un sistema diametralmente opuesto? Por ejemplo, cuando intentan hablar en español —la lengua más sonora que existe— apenas abren los labios, y, con las manos metidas en los bolsillos, farfullan perezosamente, en lugar de aplicarse al indispensable menester de la gesticulación. Con razón los pobres españoles exclaman: estos ingleses tienen un hablar tan cerrado que ni el mismo Satanás los entiende.
Quien les habla lleva casi 40 años viviendo en Valladolid, y aún no ha aprendido la lección.
Con todo, el aspecto de la personalidad de Jorge Borrow que más llama la atención es su espíritu abierto y nada sectario, características, de nuevo, que no siempre se dan en el ámbito de la religión. Escribió que como divulgador, su idea «no era la de propagar los dogmas de una secta particular, sino [trabajar] con la esperanza de difundir la Biblia, manantial de cuanto es útil y conducente al bien de la sociedad; que no me importaba lo que la gente profesara, con tal que tuviese por guía la Biblia…». Estas palabras definen, a mi juicio, la misión de Borrow, y las suscribo plenamente, como trataré de explicar a continuación.
Stuart Park y Rubén Lugilde, en la entrega del premio (Foto MGala)
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La Sociedad Bíblica, fundada en 1804 para ofrecer al lector común una versión de la Biblia sin notas en su lengua materna, encajaba perfectamente con la visión de Borrow, su agente en España, para quien la presencia de notas explicativas condicionaba, cuando no ofuscaba, la interpretación del texto, y con la feliz idea de burlar a las autoridades en Madrid publicó la versión española del Nuevo Testamento de Felipe Scio en Londres, en 1826, sin notas. Su intento no prosperó. El gobernador civil de Madrid secuestró la edición y Borrow acabó con sus huesos en la cárcel. La Sociedad Bíblica, dicho sea de paso, posee una colección de más de 39.000 ejemplares de la Biblia en unas 2.000 lenguas, con sede en la Biblioteca de la Universidad de Cambridge. He visto allí la edición príncipe de la Biblia del Oso de Casiodoro de Reina, y he tenido en mis manos la mencionada versión que encargó Borrow, en prístinas condiciones ambas.
Ahora bien, anécdotas aparte, el asunto de las notas explicativas no era, ni es, en absoluto baladí. La crisis abierta por la Reforma Protestante planteó una cuestión que ha afectado a toda la historia posterior del cristianismo: la de autoridad e interpretación. Rechazada la autoridad del Papa para definir la conciencia de los fieles, y rechazado el magisterio de la Iglesia para imponer su ortodoxia doctrinal, ¿en qué consiste la autoridad de la iglesia, y quién tiene autoridad para interpretar la Escritura? La Biblia como fuente única de autoridad (la Sola Scriptura de los Reformadores) tiene que ser interpretada. Pero, ¿por quién, y con qué garantía de fiabilidad? La proliferación de denominaciones formadas por luteranos, calvinistas, anglicanos, metodistas, bautistas y un largo etcétera, parecería dar la razón a quienes desconfían de una lectura «libre» de la Biblia, aunque las causas históricas que motivaron tanta diversidad hayan sido otras.
La situación se ha complicado a partir de la segunda mitad del siglo XX con el auge de los movimientos neo-pentecostales y carismáticos que conforman aproximadamente el 50% del protestantismo en términos numéricos, y del que se prevé un crecimiento aún más espectacular en el futuro. Estos movimientos ofrecen una relación «directa» entre Dios y el creyente, que contempla, o en la práctica puede contemplar, la propia Biblia como un elemento interpuesto, incluso como un estorbo. «Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada» ─escribió S. Pedro─, y la hermenéutica bíblica no puede depender del capricho personal o de la iluminación fantasiosa del lector. Entre los extremos opuestos de una interpretación «oficial» frente a una interpretación «libre», ¿cómo ha de entender la Escritura el lector no profesional? A esta cuestión he dedicado gran parte de mi vida como expositor, y con la venia de mis oyentes, esbozaré brevemente el criterio que ha informado mi propia obra escrita hasta aquí.
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Al margen de interpretaciones dogmáticas o sectarias, la propia naturaleza de la narrativa bíblica exige una hermenéutica respetuosa con los principios literarios de sus autores originales, los cuales se expresan de manera escueta, sin prodigarse en el análisis psicológico de sus personajes o el enjuiciamiento moral de sus acciones. Esta aparente ingenuidad forma parte de un concepto de economía verbal único en el mundo, una tradición que llega a su máxima expresión en los relatos evangélicos que registran la vida, pasión y muerte de Cristo, donde el lector buscará en vano cualquier atisbo de adorno en la narración del suplicio al que fue sometido Jesús. La sencillez descriptiva manifestada por los evangelistas, muy alejada de la elaboración artificial propia del mito o de la leyenda piadosa, obedece a una finalidad concreta: la de implicar al lector en el relato, no con «palabras persuasivas de humana sabiduría» (1 Corintios 2:4), sino mediante el poder de convicción que poseen en sí mismos los hechos brutos de la historia.
Público asistente (Jacqueline Alencar)
Erich Auerbach, en su seminal estudio Mímesis, la representación de la realidad en la literatura occidental (trad. esp., Fondo de Cultura Económica, México 1950), llamó la atención sobre esta característica de la literatura narrativa del Antiguo Testamento:
Las figuras están trabajadas tan solo en aquellos aspectos de importancia para la finalidad de la narración, y el resto permanece oscuro; únicamente los puntos culminantes de la acción están acentuados, y los intervalos vacíos; el tiempo y el lugar son inciertos y hay que figurárselos; sentimientos e ideas permanecen mudos, y están sugeridos nada más que por medias palabras y por el silencio; la totalidad, dirigida hacia un fin con alta e ininterrumpida tensión, y, por lo mismo, tanto más unitaria, permanece misteriosa y con trasfondo.
Auerbach contrasta la narrativa bíblica con los poemas homéricos:
Los poemas homéricos, cuyo refinamiento sensorial, verbal, y, sobre todo, sintáctico parece tan superior, resultan, sin embargo, por comparación muy simples en su imagen del hombre, y también en lo que respecta a la vida que describen. (…) En los relatos bíblicos, todo esto es completamente diferente. Su intención no es el encanto sensorial, y si a pesar de ello producen vigorosos efectos plásticos, es porque los sucesos éticos, religiosos, íntimos que les interesan se concretan en materializaciones sensibles de la vida. Pero la intención religiosa determina una exigencia absoluta de la verdad histórica.
El sociólogo francés Jacques Ellul ha escrito que «el lenguaje humano adquiere su valor de lo que no se dice y de los márgenes. Lo que no se dice no dice nada, por supuesto. Pero comienza a tener pleno sentido cuando se relaciona con una palabra dicha. La palabra omitida, escondida, evitada que captamos implícitamente es lo que enriquece el diálogo y lo hace humano. Los márgenes juegan el mismo papel: para tener un margen uno debe tener un texto. Y en estos márgenes están todas las glosas, adiciones e interpretaciones que permite el lenguaje». (What I Believe, Grand Rapids, Mich.: Eerdmans Pub. Co., p. 27). Los autores bíblicos nos invitan a adentrarnos en los intersticios de las historias que cuentan por medio de su ingenioso manejo de la intertextualidad. El genio de los narradores bíblicos consiste en relatar eventos que el propio lector es invitado a interpretar en el marco de toda la Escritura.
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Hemos puesto énfasis hasta aquí en la narrativa bíblica, y esto no es casual ya que la Biblia cuenta una historia, y gran parte de su contenido está formada por historias, algunas de ellas entre las más bellas del mundo. Escribió el políglota George Steiner, en su Prefacio a la Biblia hebrea (Ediciones Siruela, Madrid 2003):
Lo que tienen ustedes en la mano no es un libro. Es el libro. Esto es, desde luego, lo que significa «Biblia». Es el libro que define, y no solo en el ámbito occidental, la noción misma de texto. Todos nuestros demás libros, por diferentes que sean en materia o en método, guardan relación, aunque sea indirectamente, con este libro de libros. (…) Todos los demás libros, ya sean historias, narraciones imaginarias, códigos legales, tratados morales, poemas líricos, diálogos dramáticos, meditaciones teológico-filosóficas, son como chispas, muchas veces desde luego lejanas, que un soplo incesante levanta de un fuego central. (…) No hay otro libro como este; todos los demás están habitados por el murmullo de ese manantial lejano (hoy en día los astrofísicos hablan del «ruido de fondo» de la creación).
Conviene recordar que la inmensa mayoría de las grandes doctrinas cristianas del Nuevo Testamento surgen de la interpretación del Antiguo Testamento por parte de los evangelistas y apóstoles del Señor. El propio Resucitado, en su diálogo con los discípulos de Emaús, explicó el sentido cristológico de la Escritura:
Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían. (…) Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén (Lc. 24:27, 44-47).
El hilo conductor de la Biblia se encuentra, en su aspecto diacrónico, en el pueblo de Israel, cuya vocación en el mundo era preparar el camino del Deseado de las naciones, el esperado Mesías; y en su aspecto sincrónico la Escritura revela, a través de la ley, los profetas y los salmos, la Persona y Obra de Cristo. El Antiguo Testamento ha de leerse, por tanto, desde Cristo, de acuerdo con el célebre dictum de Agustín de Hipona: el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo, y el Antiguo Testamento se hace patente en el Nuevo. El Antiguo Testamento cobra pleno sentido a partir de Cristo, cuya impronta está presente en toda la Escritura. Mi propia labor interpretativa ha procurado seguir con fidelidad las directrices marcadas por el magisterio del Señor en el camino de Emaús.
Elías entregando su cuadro a Stuart Park (Jacqueline Alencar)
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Hay otras maneras de leer el texto sagrado, claro está, y el enfoque cristológico es uno entre muchos más. El crítico textual fragmenta los escritos en busca de un hipotético texto original, con la esperanza de encontrar los ipsissima verba de Jesús, o las fuentes de los evangelios sinópticos; es decir, con la finalidad de buscar un pre-texto que se esconde detrás del cuerpo canónico. Otros estudiosos rastrean el texto para conocer el contexto histórico y cultural de la narración, o se limitan a analizar estructuras literarias al margen de cualquier concepto de historicidad. El crítico de Yale, Harold Bloom, considera que Yahvé y Jesús son «creaciones literarias», y desde cierto punto de vista no le falta razón. Solo podemos acceder a la figura de Yahvé a través de las páginas del Antiguo Testamento, y a la figura de Jesús en el Nuevo, por medio de las palabras de la Escritura. La Biblia, no obstante, posee un poder que va más allá de las meras palabras, como confesó el propio profesor Bloom en la conclusión de su libro Jesús y Yahvé, Los Nombres Divinos (Taurus, Madrid 2006):
Yahvé, al que he eludido durante las tres cuartas partes del siglo que he vivido, posee la asombrosa capacidad de no desaparecer nunca… Deseo enormemente descartar a Yahvé… Pero estos días me despierto entre medianoche y las dos de la mañana, porque tengo pesadillas en las que se me aparece un sardónico Yahvé en forma de varios seres… Bajo dificultosamente al piso de abajo, porque no quiero despertar a mi mujer, y desayuno un té y pan moruno mientras releo una vez más el Tanakh, extensos fragmentos del Mishnah y el Talmud, y los inquietantes textos del Nuevo Testamento y La Ciudad de Dios de Agustín. A veces, mientras escribo este libro, me defiendo murmurando el apotegma de Oscar Wilde de que la vida es demasiado importante para tomársela en serio (pág. 279).
Muy distinta fue la conclusión de otro erudito, Saulo de Tarso, aunque él también durante un tiempo dio coces contra el aguijón. Convertido en el «apóstol de los gentiles», Pablo difundió la Palabra de Dios por Europa y Asia Menor, con este hermoso lema: «…no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús. Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Co. 4:5-6).
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Jorge Borrow también fue movido a difundir la Palabra de Dios por muchos países del mundo, entre ellos España. El premio que lleva su nombre se define como de ‘Difusión Bíblica’, el móvil que ha informado mi propia labor como autor. Permítaseme terminar, por tanto, con una nota personal. En mi último libro, titulado La palabra suficiente, doy cuenta de los años pasados en una misión estudiantil que dedicaba los meses de verano a la difusión de la Escritura por muchos países de Europa, entre ellos España, y en una labor evangelizadora en la Universidad Complutense en Madrid entre los años 1967 y 1971. En este sentido guardo cierto parecido con la obra de Borrow en tierras hispanas, aunque de manera mucho más modesta, desde luego, y mucho menos valiente. A diferencia de él, nunca me sentí cómodo en el papel de colportor, y anhelé la oportunidad de llegar a los hogares sin tener que tocar el timbre de sus puertas como un sectario cualquiera. Esta oportunidad se ha dado por medio de los libros que he tenido ocasión de escribir durante estos últimos años, todos ellos publicados con el fin de divulgar la Palabra de Dios sin ánimo dogmático, fundamentalista, o sectario.
Alencart, Park, Lugilde y Glasscock (S. Casado)
José Jiménez Lozano, Premio Cervantes de Literatura y Premio Nacional de las Letras, me escribió, a propósito del Premio Borrow, lo siguiente:
Querido Stuart, le pongo dos líneas para felicitarle por un Premio que lleva un nombre tan amigo nuestro, como George Borrow, aunque yo creo que tuvo una tarea mucho más fácil que la suya, que fue la de mostrar España caminando por ella con sus biblias en la maleta, mientras usted camina por dentro de la Biblia y nos muestra lo que ve y que por sí solo el lector no vería. Y dicho como quien no quiere la cosa, y aquí no se trata de recontar una historia de una determinada manera; se trata de entender la Palabra de Dios, que es de otro orden de cosas infinitamente más serio, y a mí también me ha interrogado.
Creo que se trata del encomio más bonito que he recibido. Caminar por dentro de la Biblia para mostrar lo que por sí solo el lector no ve, e interrogarnos acerca de la Palabra de Dios, ha sido y es mi máxima aspiración.
parte posterior del cuadro, con un Ave del Paraíso (J. Alencar)
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ENCOMIABLE TRAYECTORIA DE PARK
Stuart Park nació en la ciudad inglesa de Preston, condado de Lancashire, en 1946. Tras cursar estudios en el Preston Grammar School ingresó en el Downing College de Cambridge, donde se licenció en Filología Románica. Colaboró intensamente con la Christian Union de la Universidad, dedicando sus veranos en España a la misión internacional Operación Movilización. Entre 1967 y 1971 participó, junto con David F. Burt, en los comienzos de los Grupos Bíblicos Universitarios (GBU) en Madrid. En 1970 se casó con Verna Reed, oriunda de Castile en el Estado de Nueva York, que colaboraba en la misión universitaria, y tienen cuatro hijos y seis nietos.
Entre 1971 y 1972 vivió en Castile, y de 1972 a 1976 en Philadelphia, donde obtuvo el doctorado en la Temple University con una tesis sobre Don Cristalián de España (1545), novela inédita de la escritora vallisoletana Beatriz Bernal. A partir de 1976 la familia traslada su residencia a Valladolid. Stuart se dedica a la enseñanza del inglés, en 1981 funda Warwick House, centro lingüístico-cultural, y en 1996 se incorpora como director del Colegio Internacional de Valladolid, hasta su jubilación en 2012. Desde 1976 es miembro de la iglesia evangélica sita en la calle Olmedo 38 de Valladolid, donde ejerce como anciano y expositor.
Tras volver a España reanuda su colaboración con los GBU, dirigiendo estudios en campamentos estudiantiles y dando conferencias sobre temas bíblicos en diversas universidades del país. Miembro de su Comité Ejecutivo durante más de veinte años, ejerce como presidente de GBU de 1987 a 1997. Desde 1996 Stuart Park es director de Alétheia, la revista teológica de la Alianza Evangélica Española. Ha publicado numerosos artículos en las revistas Alétheia, Andamio y Edificación Cristiana. Ha prologado la obra de destacados pensadores del cristianismo español, ha traducido al castellano Según Lucas (CLIE/Andamio 1997) de su maestro David Gooding, y ha escrito numerosas reseñas de obraspublicadas.
Poetas, músicos y pintor con el premiado Stuart Park
LIBROS PUBLICADOS
En 1991, bajo el sello de Publicaciones Andamio, publica Desde el torbellino. Job: más allá del dolor humano. Siguen otros títulos publicados por la misma editorial: Bajo sus alas. Rut: más allá del amor humano, en colaboración con David F. Burt (1993). En 1995 publica In memóriam; en 1996 La señal. Jonás: más allá de la voluntad humana, en colaboración con David F. Burt. En 2000 publica El cetro de oro. Ester: más allá del poder humano, en colaboración con David F. Burt y David Pradales Ciprés; y Diez historias, en 2004. Durante este tiempo publica, bajo el mismo sello editorial, varios estudios monográficos: La Biblia. Un libro para la postmodernidad (1988), Literatura y Biblia. El Señorío de Cristo y las letras (2ª ed. 1995); ¿Resucitó Jesús? (2ª ed. 1995); ¿Cómo interpretar la Biblia? (2ª ed. 1995); y Jesucristo hoy (1997).
A partir de 2009 comienza una nueva y fructífera etapa de intensa actividad literaria. Publica libros de temática muy variada bajo el sello Ediciones Camino Viejo: Las hijas del canto. Las aves del cielo en la tradición bíblica y la poesía de José Jiménez Lozano con Prólogo del Premio cervantes José Jiménez Lozano (2009); En el valle de la sombra. Conversaciones con Sirio (2010) que relata las conversaciones con un amigo íntimo durante los últimos días de su vida. En el mismo año reedita Diez historias. En 2011 aparecen tres libros: El lucero de la mañana. La tumba vacía de Jesús, que reexamina la evidencia de la Resurrección; El camino de Emaús. Parábola y símbolo en la narrativa bíblica, que explora la hermenéutica bíblica desde el magisterio de Jesús; y Doce nombres (en coedición con Publicaciones Andamio) que recorre la historia bíblica a través de algunos de sus personaje más emblemáticos. En 2012 publica Magníficat. María la madre del Señor y reedita Desde el torbellino. En 2013 publica Cartas a mis nietos, un recorrido por la historia bíblica de forma epistolar, y El cordón de grana. Historias de mujeres en la narrativa bíblica (en coedición con Publicaciones Andamio). En el mismo año aparece Jardín cerrado. El Cantar sublime de Salomón, con prólogo de Alfredo Pérez Alencart, y en 2014 publica La vida breve. El libro de Qohélet, con prólogo de Pablo Martínez Vila, y Siete Palabras, una reflexión acerca de las últimas palabras de Cristo en la Cruz.
Isaura Díaz Figueiredo, Manuel Corral y otros asistentes en el Colegio Fonseca (foto de Pablo Rodríguez)
José Amador Martín y Stuart Park (J. Alencar)
Park firmando su último libro, La palabra suficiente
Espacio dedicado a Stuart Park en el Norte de Castilla
mayo 15, 2015
Felicitaciones. Es un discurso bien fundamentado y muy bien escrito.