El poeta zamorano Esteban Conde Choya
“Crear en Salamanca” tiene la satisfacción de publicar esta muestra poética de Esteban Conde Choya (Zamora, 1944), licenciado en Filología Románica por la Universidad de Barcelona. Profesor de Lengua y Literatura jubilado. En 1978 se dio a conocer como novelista y poeta con Cangilones de vida, y su poemario Vuelve el río a su montaña quedó finalista en el Premio Boscán. En 1979 publicó Agua vivida y ganó el Boscán con El camino diario. Le siguieron La dura vida amada (1983) y En el cristal del tiempo (1988). Zamora, entre la ausencia y el reencuentro apareció en 1995, siendo miembro del Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”. Toro de la noche (1997) obtuvo el I Certamen de Poesía Taurina “La Tertulia” de Valencia. Cuando la infancia es siempre se alzó en 2001 con el Premio Calasanz de Poesía, y El jardín secreto de Don Quijote, con el Premio de Cuentos “El Chiscón” en 2005. Sus últimos libros hasta la fecha son: El cuaderno de Sísifo (2008), Claraboya y desván (2014) y Estos octubres (2015). Figura en varias Antologías poéticas. Presentador y prologuista de libros. Colaborador con revistas culturales y literarias de España y América.
El cielo de Salamanca (foto de José Amador Martín)
Conde Choya participó en la VII edición del prestigioso Premio Internacional de Poesía ‘Pilar Fernández Labrador’. Su libro presentado estuvo bien valorado por el Comité de Lectura, quedando ad portas de los 15 trabajos finalistas. Recordemos que se presentaron 1017 libros al concurso. Los poemas aquí publicados son una selección de sus libros publicados y no forman parte del trabajo presentado.
MIRLO
Noche en las alas.
Alba en el pico.
Escuchando el latido de las horas,
una visión,
oasis en el desierto
–infancia recobrada, huertas dulces
trinando junto al río, sazón justa
de frutas codiciadas–.
El pasado creciendo
en el alma del niño.
Y recuerda y se calla
para alargar la mano del hechizo.
Mirlo.
No hay olvido.
Sólo miedo de que cumpla la espada.
¿Está el nido vacío?
PARA HACER UN POEMA DE AMOR
Olvida las palabras, las metáforas
y ese tono estirado y relamido
que llevas a la cita con la rosa
envuelta en celofán y versos fríos.
Olvida las palabras y los ritmos
que pautan el papel de lado a lado
como estelas sin barco.
Para hacer
un poema de amor, acuna al niño,
dile cosas bonitas a tu esposa,
sé el hombre que ella espera de ti
–sencillo, cabal, que cumple siempre,
que habla poco y trabaja por los hijos.
Para hacer un poema de amor,
basta sembrar el gozo en lo vivido
y darte hasta quedar lleno de hogar
y quedarte, en el dar, casi vacío.
Olvida la palabra y siembra tiempo
de amor en el barbecho del olvido.
SI ME PREGUNTÁIS POR QUÉ
Si me preguntáis por qué,
siendo tarde, vuelvo al alba;
siendo río, olvido el mar
y regreso a la montaña,
os diré que en ocasiones
la vida al hombre trasplanta
y lo condena a vivir
alejado de su savia,
de la tierra madre donde
su raíz está clavada.
En ocasiones la vida
le hace huir de aquella casa
donde duerme la aventura
de su irrenunciable infancia,
y ha tejido una corteza
de prisas, odios y ansias
en torno a la miel primera
con el tiempo y la distancia.
Pero en vez de hacerle mal,
un gran favor le regala
porque convierte en aljibe
su identidad asombrada,
en redoma que conserva
la esencia de aquella magia
donde una ciudad pequeña
y un río que la acompañan
hablan a gritos de escenas,
de juegos y de palabras
que levantaron sin miedo
la estatura de su alma.
ADÓNDE VA LA VIDA QUE VIVIMOS
¿Qué habrá sido de aquella golondrina
cuyo viejo cadáver un verano
asomado quedó a la claraboya
como un fantasma fiel a su pasado?
¿Qué habrá sido de aquel verano niño
dormido en la arboleda entre los pájaros?
¿Qué habrá sido de aquel cristal atento
al día y a la noche,
de aquel marco
que llenaba mis ojos de altos vuelos,
de celajes y azules campanarios?
¿Adónde van las plumas que volaban
en las nubes benditas de mi barrio?
¿Adónde va la vida que vivimos,
la infancia y la aventura que soñamos?
EL ÁRBOL DE CARNE
A Nato
Un árbol tiene hojas
y las pierde sin quejas cada año.
Lentamente el veneno del otoño
las va en silencio ajando.
Pero vuelve el milagro con el tiempo
a habitar de hojas nuevas sus ramajes.
Y es, hermano, cuando pienso en nosotros,
en nuestro tronco común de limpia carne
que formaron un día allá en Castilla
con honrada madera nuestros padres.
Y veo en nuestras ramas sus reliquias,
y en nuestras hojas su savia renovada,
su savia hecha de Duero y de Zamora,
de recuerdos que abonan nuestra marcha.
El árbol de corteza y cicatrices
un día morirá de puro viejo
o un hacha segará su verde vida
o un hogar con él hará su fuego.
Pero el árbol de carne que formamos
crecerá cada día sin otoños
porque el agua que riega sus raíces
brotando está de manantial sin fondo.
Y LLEGÓ EL AMOR
A Nasi
Y llegó el amor orlado de jazmines
y cipreses nevados por la magia del beso
multiplicado en tardes de guateques,
cubalibres y sombras de silencios abrasados.
Y luego fueron noches que nacían
suavemente por las calles más altas
en abrazos de esquinas temerosas
de que llegara el tranvía apresurado
que me llevaba al otro lado de Barcino.
Y siguieron sesiones discontinuas
en los cines de barrio, días al sol
en playas de Garraf sin que la prisa
confundiera los besos y las manos
–besos profesores, manos doctas
exploradoras de la piel amada
y abrazos que soñaban en la arena
convertirse en fieles alianzas–.
Y al final, fuego limpio sin ceniza,
anhelo de formar sólo una llama.
MI MAR
No es mi mar el mar que ruge en olas
de tinta en prosa y verso.
Mi mar es el que veo,
esta fuerza sin paz que se enamora
del barco y de la roca,
y con el cielo
estrena la alta vida en un inmenso beso.
Mi mar, antes de verlo,
era ya este mar que me persigue
en andamio y en sueño,
en soledad o en gozo
o en las voces que visten mis silencios.
Es tanto ya este mar para mi vida,
que brama en los latidos de mi pecho,
camina con mis huellas
y quiere con mi anhelo.
Si me alegro, se alegra
y baila con los mástiles del puerto.
Y llora en los cantiles solitarios
y sufre si yo enfermo.
Mi mar es uno más de la familia:
con él vivo a diario y con él muero.
Y si quiero,
hasta puedo ceñirlo en olas quietas
de tinta en prosa y verso.
PASEO OTOÑAL
De repente, entre cepas agotadas,
apareció la muerte traicionera
en algunos cartuchos oxidados
y en la piel de una liebra casi tierra.
En barrancos de luz las encendidas
granadas esperaban nuestras manos
mientras los olivares despedían
la magia de sus tordos amagados.
Nuestras sombras, de vuelta, se alargaban
sobre la tierra arada de las huertas,
y a lo lejos lloraban los senderos
entre lutos de escuálidas higueras.
En las almas soplaba el viento frío,
y en los ojos luchaban los paisajes
por no ceder a octubre sus matices
de amor y de esperanza aquella tarde.
TORO
No quiero que seas más toro de lidia,
ciclón de sangre que reclama el luto
en el cerco arenoso de una tarde.
Sigue siendo el toro de la dehesa
que embiste al aire matinal del campo
y cumple, masculino, con las hembras.
No quiero que seas más rayo vencido
por la burla escarlata de un capote,
por la sombra afilada de una espada.
Quiero verte en la yunta laborioso
y en la noche soñando mientras rumias
el heno de la calma en el establo.
No quiero que seas más asta sin luz,
trofeo de salón, andamio oscuro
de donde cuelga el tiempo sus hastíos.
Prefiero contemplarte en óleo y lienzo,
en campos de cerámica encendida,
en duradero bronce recreado.
Porque tú eres el hijo de aquel toro
que pasta eternidad sobre Guisando.
Porque tú eres, soñado en piel gigante,
la mágica metáfora de España.
MI BIBLIOTECA
¡Qué amiga más leal!
¡Con qué solicitud me abres los brazos
cuando al vencer el día vuelvo a casa
en busca de sosiego,
cuando tras un viaje
entro de nuevo en tu paisaje escrito!
¡Qué vivo me contemplo
en tu cristal de magia!
Tú me dices quién soy
sin fanfarrias ni heraldos.
En tus surcos de tinta
sembrada está mi infancia
con semillas de Verne y de Salgari.
Y en tu árbol sin fin
trepa mi juventud por ramas de Neruda,
de Bécquer y Machado
hasta anidar la madurez en copas altas
de Borges y Cervantes.
Me alejarán de ti
llevándome los pies ya sin caminos,
las manos derrotadas sobre el pecho,
el traje rubricado con tiza todavía…
Pero tú seguirás hablando
desde tu blanco bosque
de lo que yo escribí
en tus linderos.
Como un Quijote humilde viviré entre tus hojas,
las únicas que no tendrán otoño.
Foto de José Amador Martín
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