Crear en Salamanca se complace en publicar este poema de Celia Camarero (Burgos, 1962). Es Doctora en Filosofía por la Universidad de Salamanca, Diplomada en Magisterio por la especialidad de Lengua y Literatura españolas y Profesora Superior de Piano por el Conservatorio Superior de Música de Castilla y León. Se dedica a la enseñanza de su instrumento como Profesora titular del Conservatorio Profesional de Música de Salamanca, donde reside desde 1990. Como poeta, en 2009 recibe el Premio Gerardo Diego de la Excma. Diputación de Soria por su libro El círculo y la herida. Con posterioridad ha publicado los poemarios Sima de Pájaros (Ibioculos, 2011), Oscilación armónica y penumbra (Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes, 2018), Una mujer de carne (2023) y Un caudal de música (Crear en Salamanca, 2024). Ha participado en diversas antologías: Poetas con el Sur (Salamanca, Ciudad de Cultura y Saberes, 2017) que incluye su colección de poemas “La estridencia del hambre”, La sombra de la cruz entre palabras (Junta de Semana Santa, Salamanca, 2017), De la intimidad. Homenaje a Teresa de Jesús (Renacimiento, 2019); Sembradora de poesía. Homenaje a Jacqueline Pérez Alencart (Ed. Azul, Valladolid 2021) o Laurel poético. Homenaje lírico a Miguel de Unamuno (Edifsa, 2022), Treciembre 2023, Coro de voces (Ed. Azul. Valladolid 2023). Colabora habitualmente con la revista Papeles del Martes y ocasionalmente en otras revistas literarias.
(*) Fotos de José Amador Martín
DIARIO DE UNA CLASE DE PIANO
Il faut rêver, pas jouer.
Alfred Cortot
Il faut rêver, il faut chanter, pas écrire.
Bung-Chul Hang
(Lunes)
En la balanza pongo lo liviano
porque es lo que más pesa:
una sonrisa, un pájaro en tus ojos,
la música que huye
por más que tus oídos la imaginen
y tus manos pretendan atraparla,
el sentir que te queda
después de amamantar la última nota
con el pezón de un ruiseñor bastardo
y aceptar que jamás, pero jamás,
habrá de aproximarse lo bastante
al indefenso encanto de su trino.
¿Sigues ahí?
—Preguntas
al corazón que hirieron con sus alas
las mariposas crueles del silencio—
¿Sigues ahí?
Escúchalo, ese canto
cuyo origen apenas desconoces
porque ya estaba en ti, ya lo intuiste
antes de descifrar su ligereza.
Pesa tanto el amor como una escala
que ascendiera al umbral de la armonía
y tus dedos lo saben.
(Martes)
Siempre, el curso, comienza con nostalgia
y pececillos de oro en un estanque,
como tesoros vivos nadando en la quietud.
Recuerdo que tenía solo veintitrés años.
Amaba yo la música, como si la armonía
de un jardín japonés
⸻agua, piedra, ciruelos
en flor para los ojos⸻
habitase la luz de cada acorde.
Como si de un remanso, de un retiro monástico,
de un cielo aquí, en la tierra, se tratase.
Llegué a las aulas con las manos
vacías y antorchas en la voz.
Amaba los sonidos, como he llegado a amar
las palabras ardiendo en el poema.
El teclado temblaba entre mis dedos
por transmitir belleza
y crecía en mi ser
⸻como los cedros entre los bambúes⸻
mi empeño de pincel, sus trazos siempre
de grosor diferente, sus matices de tinta.
Todo estaba pensado, calculado, medido
para educar en la delicadeza.
¿Qué se perdió por el camino? ⸻Pienso,
aunque lo que ha cambiado
no impide que lo bello
siga hiriendo la zafiedad del mundo.
¿Qué me hace sospechar que corren malos
tiempos para la escucha?
Educar la atención como primera
necesidad, la experiencia
de estar en medio de las cosas
indefenso, desnudo,
la disciplina de dominar un átomo
siquiera, de tu cuerpo,
y abandonar el resto al albedrío
de la Naturaleza. Abrir una Invención
de Bach, como un fragmento
de Virgilio, y callar.
Callar hasta que suene,
hasta que salte el pez en la cascada
y vuelva limpia, la alegría, al aire.
(Miércoles)
Brahms, Intermezzo Op. 118, nº 2
Al pianista Rodrigo García Gozalo
οἶον τὸ γλυκύμαλον ἐρεύθεται ἄκρωι ἐπ’ ὔσδωι,
ἄκρον ἐπ’ ἀκροτάτωι, λελάθοντο δὲ μαλοδρόπηες,
οὐ μὰν ἐκλελάθοντ’, ἀλλ’ οὐκ ἐδύναντ’ ἐπίκεσθαι.
Safo: Fr. 105a
Las puntas más sensibles del anular, primero.
Después del corazón y del meñique.
Has de hundirlas despacio
en la membrana viva de la música
para tocar con emoción, con mimo
ese comienzo mágico.
Y luego, hazlo crecer.
Hiere las teclas con el dolor mismo
con el que un ser humano cansado de vivir,
y aún enamorado,
pidió que nos doliéramos.
La hermosa indicación de movimiento
se aventura a decir: teneramente andante.
Es como la manzana
de Safo, inalcanzable fruto
que se queda en la rama,
visión tan alta del deseo
brilla, te toma, gime y se subsume
en renuncia que va quedando atrás.
(Mi clase, esta mañana, a un buen alumno
que esperaba otra cosa).
(Jueves)
Felices los flexibles.
Sus tobillos son súbitos
puntos en el espacio como estrellas fugaces.
Juan Antonio González Iglesias
¿Qué quiere decir, blanda y luminosa, la palabra flexible?
Un aroma me llega, dócil al viento, de su tallo verde,
el perfume tan tierno de la savia,
el texto que se escribe con lágrimas
para tramar una canción inolvidable.
¿Qué me hablará de ti,
sino el espliego fecundado de abejas?
¿Qué podré comprender de tus desvelos,
sino ilusión casi de niño, intacta,
renuente a crecer,
enamorada de la vida por delante?
La palabra flexible
que me enseñaron a poner junto al amor,
a no enfrentarla nunca con la justa firmeza,
a llevarla conmigo de la mano
en cualquier ocasión, a cualquier hora,
a sentarla a la mesa, a cuidarla con mimo,
a verla en la inocencia de los pies inexpertos
de quien aprende a hacer camino solo.
He dedicado mucho, mucho tiempo a educar.
He puesto mucho empeño en no empeñarme.
La palabra flexible significa
decirte la verdad sin que te duela,
darte un poco de margen
y confiar en ti, que apenas sabes
de esta dura aventura de ser hombre
lo mismo que yo sé: que cada día
comienza la esperanza y cada día
todo puede truncarse.
No hay mayor poesía que una puerta
a la maravillosa incertidumbre
por la que entrar sin miedo.
Es tiempo todavía
para escuchar del mundo los zumbidos,
para amar la cintura de la flor de lavanda.
(Viernes)
Segundo movimiento
Llego al paisaje como llega el día,
abriéndose a la luz,
reagrupando en torno los colores,
las formas, los silencios
y, sin duda, los pájaros sin nombre
—aunque alguno me sé—
que hacen audible abril en los umbrales.
Mi mundo por un mirlo,
por el topacio que en su boca canta
y convierte en sonata la alegría.
Beethoven. Opus treinta y uno, dos.
El Adagio grazioso se enciende como un aria,
y aunque no palidece mientras emula al ave,
echo de menos algo: la brisa, los aromas.
Para hacer esta música
has de llevar su aliento a cada sístole
y lamerla por dentro
como un corzo se lame las heridas.
Probado ese dolor, que se diluya,
que se pierda hacia el sol sin hacer daño,
que aprenda a reírse un poco de sí misma,
que se escuche reencarnada en pájaro.
Beethoven: ningún otro
se ha atrevido a contarnos la esperanza
como un día de campo.
(Sábado)
Al pianista Miguel Vicente Brozas
La ternura tiene nombre de muchacho
y silencios de paisaje en calma
donde, de lo profundo,
un rumoroso tremolar de auroras
se despierta en la punta de los dedos
para habitar la música.
La caricia es tan pura,
el golpe tan certero,
la ascensión al Parnaso tan llena de dolor
y la dulce respuesta del teclado, tan nítida,
tan mansamente percutida y honda
como llovizna sobre los cristales.
Hay una transparencia en el hechizo
de lo que fluye y huye
que en su delicadeza ligerísima
te gana el corazón y los oídos,
y bien vale una vida.
Por ella brindo. Juvenil, alzada
en las copas ardientes de los héroes
que saben conmoverse y conmover.
Elegida entre muchas,
tengo que agradecer sus manos dóciles,
libar su sacrificio
con el ritual atávico del aire en el que danza,
y se esfuma, y escribe con sonidos de luz
el nombre de un arcángel.
(Domingo)
Amor es comprender las cosas únicas:
el aire que hoy te atusa las orejas
y que no es el de ayer, ni el de mañana.
Saber que fuiste un niño
que te acompaña aún, porque se asombra
con todo lo que aprende cada día:
que el espesor de un pétalo
no es el mismo en la base que en los bordes,
que tocar a Chopin
cambia con el color de la estación
y nunca suena igual en primavera
que en las horas más gélidas de enero.
Amor es ser más joven, si más viejo
más sabio y vulnerable te devuelve
la herida, es recitar la piel,
no solamente tu arrugada piel,
sino la tersa seda
de un cuerpo adolescente
sin tocar ese cuerpo, venerándolo
con el mismo temor de lo sagrado
que se estremece en los paritorios
o donde algún anciano se termina.
Amor es ver la vida en su conjunto
y ponerla en papel, y teclearla
acariciando el rostro de un piano
como si fuera el alma de tu amante,
y así entregarla poco a poco. Creer
que lo real define tanta dicha.
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