“DESDE HOY SIEMPRE SERÁ DE NOCHE”: LA POESÍA DE INGRID VALENCIA. PRÓLOGO DE CARMEN RUIZ BARRIONUEVO

 

 

 

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Ingrid Valencia, leyendo en el Aula Magna de la Facultad de Filología

Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar el prólogo que escribiera Carmen Ruiz Barrionuevo, reconocida catedrática de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca, para el poemario ‘Oscúrame’ (Diputación de Salamanca, 2016),  de la mexicana Ingrid Valencia, ganador del III Premio Internacional de Poesía ‘Pilar Fernández Labrador’, cuyo acto de premiación se realizó en el Teatro Liceo de Salamanca, el pasado 18 de octubre y dentro de los actos del XIX Encuentro de Poetas Iberoamericanos.

 

Reportaje fotográfico de Jacqueline Alencar

 

 

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 Oscúrame, de Ingrid Valencia, ilustrado por Miguel Elías

“DESDE HOY SIEMPRE SERÁ DE NOCHE”:

LA POESÍA DE INGRID VALENCIA

 

 

Para Ingrid Valencia la poesía existe aislada en el mundo pero se ejercita en la palabra y en la fuerza o sutileza de sus sonidos. Es así como el poema nace del esfuerzo del poeta y su fin es rescatar algunos momentos, porque es difícil abordar la poesía y mucho más plasmarla en el poema. La poesía existe, entonces, es un “enemigo rumor”, como dijera José Lezama Lima, y se puede encontrar en los más variados ámbitos de la vida, en los que a su través se produce la conexión con los otros.  Esta sería la idea matriz de la concepción poética de Ingrid Valencia (Ciudad de México, 1983). Poeta y editora, conductora de radio, gestora cultural y directora de la revista La Manzana, arte & psique que fundó en 2005 y dirigió hasta 2010. Sus títulos han ido elaborándose desde la exigencia empezando por ‘La inacabable sombra’ (México, Literaria editores, 2008); ‘De Nebra’ (México, La Ceibita / Conaculta, 2013); ‘Taxidermia’ (México, Ediciones el Humo / Conaculta, 2015), ‘One Ticket,’ con traducción al francés de Odelin Salmeron, (Quebec, La Grenouillère, 2015) y Un círculo en otro sol, con traducción al inglés por Don Cellini, México, The Ofi Press, 2016. Pero también no ha dejado de publicar poemas en revistas, como es el caso de Su obra empezó a ser resaltada en algunas antologías como ‘Diez y nota’ (Secretaría de Cultura de Jalisco, 2010) y ‘Anuario de poesía mexicana’ (Fondo de Cultura Económica, 2006), entre otras.

 

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Ingrid Valencia en el balcón del Ayuntamiento, con poetas de Venezuela, España, Puerto Rico y Costa Rica

 

 

La publicación de La inacabable sombra en 2009 fue el punto de partida de una obra que hasta ahora culmina en su poemario Oscúrame que, en este año 2016, ha obtenido el premio “Pilar Fernández Labrador”. En ese primer título unos versos de Virgilio Piñera procedentes del comienzo del poema “Un chistoso túmulo”, recogido en La vida entera (1937-1977) (2005), marca el tono del libro y encauza el sentido de su hacer: “Ésta es la tarde perdida en que las gentes se borran /como empañados cristales frotados por una mano / que sale de un río negro”. El poema del cubano continúa haciendo alusión al silencio en el que se van apagando los recuerdos y produciendo los olvidos y termina con un verso significativo: “y créanlo o no, ésta es la muerte, la muerte”. No hay que pasar por alto que este poema es una necrológica transgresora, irreductible y de un radical existencialismo, así que la elección de Ingrid Valencia signa su primer libro mediante la sombra inacabable y su contrapartida de la luz, con el dominio de la primera, por lo que puede hablarse de pliegues de claroscuros en sus versos. En consonancia, la intencionalidad del poemario está bien delimitada en la primera parte a través de los cuatro poemas iniciales. En “Días”, el poema que abre el libro,  la sombra que cubre la ciudad es vista como extraña y ajena, por eso “Dejaba de pertenecerme / La inabarcable sombra en la ciudad / El permanente exilio de los pájaros azules” y también “Dejaban de pertenecerme / las cosas muertas /  Los días  / Las cosas muertas”. Se advierte el impacto del sujeto poético frente a un entorno que no reconoce, y una primera parte, de las tres en que se divide en poemario, en la que el tiempo, la sombra, el exilio, las cosas rotas y sin vida dominan e interrogan. Si lo fluyente persiste es un “Río negro” o es un río subterráneo, en los que inevitablemente se busca al otro. El cuarto poema “Después del muro” incluye el factor del miedo y la soledad para concluir: “Tu madre no lo sabe. /Desde hoy / siempre será de noche”, unos versos que retornarán en recurrencia en su último poemario, ‘Oscúrame.’

 

 

 

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Pilar Fernández Labrador e Ingrid Valencia

 

 

 Este planteamiento de los cuatro textos iniciales se despliega en la segunda parte de La inacabable sombra. La lenta agonía de todo lo vivo está expresa en poemas como “Camino sobre lo que ya no está”, o en “Esta es la tarde”, donde el olor a podrido y la tiniebla inacabable genera la pregunta sobre la luz “¿A dónde va la luz? / ¿Bajo qué párpado habita Dios?”. Así se compone una  sensibilidad que abarca cosas y seres, como pueden ser los casos de “Habito el grito de una  esquina” y “Macetas en el patio” que proclaman lo borroso de los recuerdos. Aunque en “Dibujada en mis manos” se aboga por la potencialidad de la palabra que, en definitiva, no será sino un intento de comunicación fracasado. Por eso en la tercera parte del poemario se advierte la tentativa de sobreponerse a un mundo en declive en la conciencia de que todavía se puede frenar el acabamiento, “Aún hay tiempo para nombrar / bajo la montaña / la luz que se escurre en el polvo”, versos en los que cabe una cierta esperanza de nombrar, de establecer el acto mediante la palabra, en el seno de un paisaje huidizo y hostil.

 

Su segunda entrega, cinco años después, De Nebra, es un libro que, sin romper la trayectoria inicial, explora nuevos ámbitos. Su título puede hacer alusión al disco celeste de Nebra, que es, hasta el presente, la representación más antigua de la bóveda celeste. Se conoce con este nombre a una placa redonda de bronce descubierta en el año 1999 en el monte Mittelberg, cerca de Nebra (Sajonia-AnhaltAlemania) y que pertenece a una cultura de hace 3.600 años. En todo caso, si el título hace alusión a ello o no, la simbología central se construye en torno al escarabajo, cargado de connotaciones a partir de las creencias religiosas del antiguo Egipto, donde representaba la vida y lo sagrado, al estar relacionado con la creación, la resurrección y la inmortalidad. En este simbolismo está apoyada la primera parte del poemario constituido por ocho poemas, en los que se sucede el canto al amor a través de los días con la superación del proceso temporal; este canto y la persistencia de ese encuentro darían la clave de la interpretación de la bóveda celeste: “Es Venus / en el círculo/  hacia otro sol”. La misma temporalidad aparece en el resto del poemario y en su segundo apartado, “Cueva de bronce”, donde destaca el simbolismo de la bóveda y del disco solar: “El escarabajo / en la cueva, // con la galaxia / en su vientre// sabe que ha bebido/ un sol”. Es ahí donde la isla se establece como círculo concéntrico que asocia el escarabajo y el mundo, entre los que solo cabe el intento de la tercera parte del poemario donde la palabra apunta como la única solución posible: “Arrojo piedras al río / cuencas y mandíbulas / en torpe encuentro”, porque “La isla / sostiene el cristal. / Cómo nombrarla / sin el deterioro”.

 

 

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Ingrid Valencia, por Miguel Elías

 

 

Si la trayectoria de la poeta es corta en cambio se justifica por su solidez, es  intensa y coherente, incluso algunos poemas dispersos pueden ser citados para delinear su producción muy centrada en el hacer poético. Es así, como los tres poemas publicados en Ofi Press en 2014 [http://www.ofipress.com/valenciaingrid.htm], el primero de ellos habla del oficio de poeta, la persecución y apresamiento de las imágenes, pero cuyo intento de plasmación produce el oscurecimiento de los objetos y “se apagan en su inmortalidad, en su destino de olor a manzana”. Por eso asoma una resistencia a ejercer ese oficio, citamos el poema entero:

 

Las imágenes andan descalzas, pisan los clavos de la cotidianidad. Apenas

se abre una ventana los objetos comienzan a oscurecer se apagan en su

inmortalidad, en su destino de olor a manzana. Los árboles caen antes del

hacha, los objetos son enterrados antes de existir, los niños nacen

antes de ser concebidos.

No invocaré a nadie más.

 

‘Un círculo en otro sol’ aparece en este mismo año, 2016, es por tanto coetáneo de ‘Oscúrame,’ y es también una compilación centrada en el trabajo del sujeto poético desde el epígrafe de Rafael Cadenas, “¿Qué hago yo/ detrás de los ojos?”. Son trece poemas que abundan en la búsqueda, en el intento de salir hacia los otros, pero lo que se encuentra son las propias sensaciones que se traducen en imágenes fragmentadas, como establece “Veo labios dentro de mis labios”: “Veo manos dentro de mi boca. /Veo gente en el vidrio. / No hay más tierra ni casa, /sólo un rostro en el muro”. Reconocer, encontrar el sentido, exige también una actitud vigilante: “He esperado mi regreso, /cada tarde escucho / un zumbido lagarto / en la esquina. // A veces, hay una flauta”. Se pugna por el intento de delinear una forma, porque todo existe porque se construye como bien expresa la “(Canción del sol)”: “Comenzaré a inventarme / un muro pequeño, /oleré el exterminio /de la fortuna / en el óleo de las calles, // comenzaré a inventarme / la plaza de la lluvia atada / al abrir de puertas, // al sol quebrado en el tibio / regreso de las manos”. Es por eso por lo que el poema de cierre, “Improvisa el tacto de las cuerdas”, insiste en el imperativo de la construcción de las imágenes, “Reaparece en el piano, / en el aspa, en el pozo quirúrgico / de las aves cuando cantan. / Oscúrame”. Justo es esta última palabra la que tiene que ver con su concepción poética, la que tiende un puente hacia el poemario siguiente estableciendo desde ya mismo la continuidad de su trayectoria.

 

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 Ingrid Valencia, leyendo en Teatro Liceo

 

 

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El concepto de lo oscuro para referirse al recinto de lo poético tiene antecedentes prestigiosos. La oscuridad creadora aparece en los poetas místicos y también en los románticos alemanes y en los surrealistas, pero si nos referimos a la poesía del siglo XX y en nuestro idioma, dos poetas muy diferentes han incidido en este concepto, el cubano José Lezama Lima que asocia la oscuridad creadora con la infancia del niño que capta la sensualidad de las palabras, y el chileno Gonzalo Rojas para el que lo oscuro está asociado a lo germinal poético como bien se explora en su libro ‘Oscuro’ (1976). Ingrid Valencia asume el concepto de otro modo, como un imperativo y una urgencia que marca la esencia naciente de lo poético. ‘Oscúrame’ es, según la autora, un libro de diálogo, nacido por necesidad, un libro que lanza llamadas a mirar el mundo en transformación, de ahí la existencia de imágenes inconexas en las que se potencia sobre todo la palabra y sus sonidos. Al preguntarle por su libro la autora responde:

 

Los poemas del libro ‘Oscúrame’ surgieron por necesidad. Es decir, necesité escribirlos.  La poesía alivia. Es un llamado a mirar las marcas de lo que se transforma, desde la relación con los otros hasta el lenguaje. Por esta razón surgió el título.  Me interesa lo que las palabras ocultan y sus sonidos. Incluso cuando los poemas son concebidos como universos privados, están relacionados por imágenes como si no terminaran nunca. (http://salamancartvaldia.es/not/112437/ingrid-valencia-poesia-encuentre-ojos-lectores-atentos-ya/ 8 de abril de 2016)

 

 

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Un grupo de poetas del XIX Encuentro, en la entrada del Centro de Estudios Brasileños de la Usal

El poemario, que es el más extenso de los suyos hasta el presente, está organizado en 50 poemas en los que la disposición se percibe como una tensa y apremiante exploración. El tema urbano, el ámbito de la ciudad, se impone desde el epígrafe inicial. El sujeto poético, siempre en femenino, se sorprende en el comienzo en una penosa situación con el enfrentamiento a una realidad hostil en poemas como “De la caída”, “Preludio” y “Siete cantos a Paul Celan”, que establecen los preliminares con contextos dominados por la oscuridad y el tiempo; por eso surgen imágenes agresivas, hirientes, frente a las cuales se proyecta la indefensión. En “Preludio” se plantea una poética preliminar en la que los versos del comienzo expresan el deterioro, la prisa, los gestos inútiles y las señales difuminadas; pájaros muertos, cantos abortados, agua podrida. Los verbos en presente en evidentes anáforas, dan cuenta de cómo ese sujeto pretende tomar las riendas, hacer, ordenar, frente a esa materia deshecha y deteriorada. La poesía es algo que se hace, se ordena, exige todos los sentidos. Por eso, asoman verbos que implican acción en el sujeto poético: “Escribo el sonido de mi nombre/ con las vocales húmedas de una fuente”, aunque al final se asiente la idea de la limitación de su trabajo. Planteamiento similar puede encontrarse en “Siete cantos a Paul Celan”, impresionante poema, con imágenes arriesgadas y palpitantes (“Es la playa un jardín / de pieles plásticas /tendidas como puentes”; o “como una habitación / llena de feroces manos / abiertas como el fuego”) que expresan la escisión entre la escritura y lo mirado. Un entorno agresivo hace percibir que se procede “de un mundo al reverso” en el que hasta los elementos naturales se cargan de feroz violencia. La poesía se busca en la huida de un mundo, de una ciudad que desagrada, del incómodo existir en el que solo son posibles las percepciones negativas. Por eso, a la hora de plasmarlo en la página se concluye en una recurrencia de imágenes: “Escribo como quien viene / de una casa habitada, / llena de feroces manos, / abiertas como el fuego, / encendidas como orillas”.

 

Los poemas que vienen a continuación proclaman el desgranamiento de los objetos que se visualizan y se plasman en la página, empezando por el que toma el nombre del famoso volcán “Iztaccíhuatl”, que identifica paisaje, historia y familia como señales de identidad. Varios de los poemas insisten en la exploración necesaria del mundo y en su relación del sujeto poético. Resulta lógico el predominio de poemas que inciden en la pérdida, en la temporalidad y en la fluencia (“Una tarde”), en el tiempo que se desvanece y no se recupera, como “Despedida” (“Nos lanzamos al cielo / de los que olvidan. / Desde allí, los árboles / nos señalan, nos mueven”), en el que el regreso resulta imposible y se acaba aceptando el presente borroso de lo quebrado, de lo agrietado, el humo, el paisaje de purgatorio. No es posible avanzar en ese magma siniestro de urbes que se hunden, frente a cuya imagen el miedo impide la plasmación. En el fondo se vive al final de una era, como expresa “He de poner un dedo en la cicatriz que gira”,  que justifica en otro momento: “Sospecho que he nacido / en un tiempo que se va”. Parecida idea está presente en “Los árboles se tuercen” y en “Acústica”, donde las minas estallan, el veneno se difunde y la violencia reviste al otro (“La puerta de mi país / es una lengua muerta”). Sin embargo ante el destructivo panorama, el yo poético pugna por la expresión. “La vida artificial” con una cita de Severo Sarduy, parece aclaratoria. La imagen del vaso que tiene ascendencia en la poesía de su país desde ‘Muerte sin fin’ (1939) de José Gorostiza se emplea aquí en otro sentido, ya no responde a la búsqueda de la plenitud, en un presente en el que domina la violencia. Se ha destruido el espacio de la casa y el contexto no concierta con esa forma de orden: “La vida recorre angostos túneles de transparencia artificial” por los que  “Avanza el polvo / Mejor sería confundir la piedra con un llanto / creer que esa casa conservará las palabras, los silencios, cada golpe y herida / Sólo las sombras se dispersan”. Para finalizar en la imposición no claudicante del sujeto poético: “Nadie quiere entender que la piel es más veloz que la calle / Avanza el polvo. Avanzo”

 

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Ingrid Valencia, con su libro premiado

 

Al proponerse esa última perspectiva abundarán los poemas que insisten, frente a esa disolución, en un sujeto poético activo, consciente de su responsabilidad frente a la palabra. Así en “Los días” parece tomar las riendas de las cosas que la rodean en forma de mirada o de luz, recorriendo el mundo, los seres, lo vegetal, aunque acepte la desaparición irremediable: “Miro el polvo, los días, / la jaula de las calles, / las monedas, los rostros”. Los objetos se dibujan en forma de sombra y es ese sujeto el que proyecta la luz, consciente de que la mirada los hace y los individualiza: “Soy yo en la  maleza, / en el rostro humano / que se ciega y rompo / las ciudades, las orillas, / el atardecer de los ojos / cuando estallan” (“Demasiado humano”). Ello implica el ejercicio de su responsabilidad poética por lo que pugna por asegurarse y decir: “Niego ser el que se va / ya vencido, ya dentro / de una casa amarilla / llena de grietas y gente, / de ruido nocturno” (“Entre rostros”). Se percibe que son las cosas las que provocan esa actividad como en “Abrirse paso”, donde “Las manos sujetan las flores muertas del insomnio”. El trabajo del poeta es leer esa realidad, transgredir, construir, gritar, siempre en soledad y con limitación de posibilidades, aunque sus hallazgos sean escasos porque “Estoy en la carretera contra la muerte. / No conozco un atajo hacia mi origen” (“Clepsidra”). En esa incertidumbre surge el temor y el miedo, la paralización, por lo que sobreviene la oscuridad, y paradójicamente la implicación frente a las cosas: “Tu madre no lo sabe // Desde hoy /siempre será de noche” (“Después del muro”),  versos que resultan ser eco y recurrencia de su primer poemario con el que establece esa concatenación.

 

 

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 José Pulido, Jacqueline Alencar, Carmen Palomo e Ingrid Valencia (Foto de A. P. A.)

La palabra, por tanto, es el instrumento indispensable en la poesía de Ingrid Valencia, útil y sólida herramienta arraiga en la responsabilidad frente a la escritura constituyéndola como poeta de la palabra. Una palabra que recoge de los otros, de la ciudad, como en “Soy” donde  ratifica que  “Soy la roca lanzada / hace ya varias horas / a la orilla de la calle, // de la ciudad negra / que me nombra”. Y vuelve a insistir en “Enjambres”: “Voy encendida de cosas / de sitios adentro. // Los objetos del día / están sobre la mesa”, esta vez con elementos del mundo natural con los que se amuebla el espacio externo que siembra la poeta. Es el hacer y el nombrar, como propios del hacedor que es el poeta, pero, con todo, la poesía se define en su negatividad y limitación, sucede en “El tacto”, “La mirada es una jaula / con sed de habitaciones”, ya que las palabras son siempre incierto instrumento, aunque tengan que ver con el rozamiento que atrapa en la mirada. Rescatar momentos, la luz de las cosas, ese puede ser el objetivo. La insistencia en la exploración del origen del ser es un acuciante y marcado destino. En “Espejos” concede que “No conocí mi rostro / hasta hundirlo en el lodo” incidiendo en este mismo proceso de autoconocimiento y proyección del conocer. También asoma esta idea en “Deberes”, “Debo decir que no creo en los días de sol / que manchan los dientes con espuma. / /Debo cerrar la puerta a lo que nombro”. Quizá este proceso culmine en “La morte bianca” donde expresa bien la tarea que afronta y la soledad que conlleva: “Conozco el temblor de lo único y frágil / ese extravío cotidiano / de exhalar la vida / en cada fracción de muerte // Estoy sola con todo el blanco posible”. Este poema, que concierta en sí el claroscuro, puede ser muy representativo de la trayectoria emprendida que, llegado el final del poemario, desemboca en cuatro breves poemas: “Amapola”, “Tristán”, “Gárgola” y “Amantes”, títulos que cierran con breves pinceladas el proceso emprendido, marcando la oposición luz / oscuridad en el primero de los citados (“Ramas que encienden / el cielo subterráneo”); la muerte inevitable en “Tristán” (“Habría que reconocer / la muerte en el latido / de tu compás monocorde”); el otro y el amor en “Gárgola” (suavizo el giro / de la mirada /desde ti // y huyes”) y “Amantes” que culmina con una imagen erótica el término del poemario (“En el idilio ellos / dilatan / la pesada mañana / libidinosa / la miel de las avispas”), una imagen que apertura hacia el futuro, aunque fugazmente, la persistencia de lo erótico creativo.

 

Carmen Ruiz Barrionuevo

Universidad de Salamanca

 

 

 

 

 

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