Crear en Salamanca se complace en publicar una nueva crítica de cine escrita por José Alfredo Alencar (Salamanca, 1994), quien acaba de publicar sus libros ‘Pasiones cinéfilas’ (Trilce, Salamanca, 2020) y Iuris Tantum (Betania, Madrid, 2020). Junto a sus estudios en Derecho por la Universidad de Salamanca y a su temprano aprendizaje como poeta, también es un apasionado al Séptimo Arte. Cuando niño la imprenta Kadmos le publicó una carpeta de poemas titulada El barco de las ilusiones (2002, con 17 acuarelas del pintor Miguel Elías). Posteriormente publicó seis poemas en la antología Los poetas y Dios (Diputación de León, 2007) y otros sendos poemas en las antologías El paisaje prometido (2010), Por ocho centurias (2018) y Regreso a Salamanca (2020). Formó parte del equipo de apoyo del XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, que en 2019 rindió homenaje a San Juan de la Cruz y a Eunice Odio. Este año lo ha hecho con el homenaje dedicado a José María Gabriel y Galán, dentro del XXIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos. Sus críticas de cine las publica tanto en la revista literaria digital Crear en Salamanca como en el portal Tiberíades. En el ámbito del Derecho, escribe artículos de contenido jurídico y social en su blog Iuris tantum, que mantiene en el periódico digital SALAMANCArtv AL DÍA. Durante el curso 2019-2020 coordinó, con Christian Marcos, el programa radial “Studi et laboro”, de contenido jurídico-laboral y emitido en Radio Usal, medio de comunicación de la Universidad de Salamanca. Finalmente, dirige su propio blog, ‘La palabra Liberada’, con participación variada de poetas, ensayistas y personas vinculadas al mundo jurídico.
Isabelle Huppert en La pianista
DE ‘LA PIANISTA’ A ‘ELLE’:
ISABELLE HUPPERT, QUINCE AÑOS DESPUÉS
En esta ocasión hablaré de la actriz francesa Isabelle Huppert, con un gran talento y muy destacada en el panorama europeo. Lo hago puesto que, fruto de la casualidad, hallé un símil en dos de sus interpretaciones, entre las cuales media un marcado limbo temporal.
En 2016 el director holandés Paul Verhoeven otorgó a la actriz el protagonismo en Elle. Por el tema que trata es indudable la conexión con La pianista (2001), película del director austríaco Michael Haneke. Quizás el segundo de los directores no resulte tan conocido, al menos para mí, pues debo reconocer que sólo he visionado dos de sus filmes (el otro es el remake de Funny games, dado a conocer en 2007). Pero en el caso de Verhoeven basta mencionar uno de sus trabajos, Instinto básico (1992), con Michael Douglas y Sharon Stone, actriz que protagonizó la famosa escena del cruce de piernas en medio de un interrogatorio policial (pareciera que ese momento es el emblema de la obra).
La pianista fue una película polémica por su contenido. Quizás lo más acertado sería decir que trata sobre una desviación en el terreno de los gustos sexuales. Huppert, en el filme de inicios del siglo XXI, encarna a una reputada profesora de piano (Erika Kohut) que vive con su madre, con la cual mantiene una tortuosa relación y está sometida a su control desmesurado. No tardaremos en darnos cuenta que estamos ante una persona reprimida e hipócrita, pues además llega a infligir daño a causa de su envidia. Su devenir queda marcado por conocer a un chico más joven que ella y con talento en el ámbito musical (Benoît Magimel), generándose entre ellos una atracción que tiene matices, dependiendo de si nos centramos en uno u otro. Difieren, porque ella tiene como fetiche conductas sadomasoquistas. Recordemos que en esta temática se encuentra Quills, del año 2000, una buena película con un reparto difícilmente mejorable, destacando las figuras de Kate Winslet, Joaquin Phoenix y Geoffrey Rush. Pero no nos equivoquemos, La pianista no es una compilación de lo burdo o lo soez.
Haré un inciso para aclarar que la temática antes referida se presenta con manifestaciones proporcionadas, por lo que no será necesario que, tras ver el filme, el espectador realice una catarsis de imágenes desagradables. Puede englobarse en el cine de culto, aunque a mi parecer ese calificativo pertenece a un grupo “selecto” y aquí no sería merecido (en este sentido, sí lo es la película Nekromantik, de 1987, la cual no recomiendo).
Algo alejada de lo común, la película toca una de las vertientes más espinosas de la sexualidad, la misma que desde hace décadas resulta un instrumento de los muchos que utilizan el Séptimo Arte como transmisor. Tiempo atrás queda el destape: buena prueba de esto son directores del estilo Kubrick o, algún ejemplo más impactante (por suavizar el lenguaje), como Pasolini. En ningún caso abogaré por la utilización de la sexualidad sin justificación o de manera excesiva, pues considero que eso devalúa la obra. En otras ocasiones, para avalar esta afirmación, señalé el uso abusivo que tenía lugar en algunas escenas de La vida de Adèle (2013), pero hace pocas semanas descubrí un paradigma aún mejor: Love (2015), un filme que ralla lo pornográfico para expresar una relación de pareja que adolece de bastantes problemas.
El director elabora un contexto y, sin demora, nos ofrece una visión de la personalidad de los dos protagonistas. Sí es cierto que hay un deslinde con respecto a ciertos tabúes, toda vez que, por lo general, no se basa en lo convencional. Haciendo una interpretación subjetiva, puedo ver el contraste que se produce al conocer la intimidad de esa profesora con la imagen que se nos muestra de ella en la vida pública. ¿Qué pretendía el director? Acaso buscaba resaltar la existencia de dos realidades en la persona, la concepción de que entre las cuatro paredes podemos ser totalmente transparentes.
A modo de colofón al primer escenario, diré que no entiendo que suscitara tanta controversia (al menos desde una perspectiva actual y sin posicionarme a favor de lo mostrado en ella), cuando existen otras películas que se basan en temáticas que suponen una vulneración a las pautas sociales y no generan tanto rechazo: Dos madres perfectas (2013), donde dos amigas de la infancia (una de ellas es interpretada por la conocida actriz Naomi Watts) se sumergen en sendas relaciones amorosas, una con el hijo de la otra, y viceversa.
Isabelle Huppert en Elle
Por el contrario, en Elle, Verhoeven hace una mezcolanza de ideas que complementan el aspecto principal de la película. Aquí se torna el cariz de la aparición de Huppert, cuyo alter ego es una empresaria de éxito llamada Michèle LeBlanc, pues en esta ocasión ella será víctima de las perturbadoras fantasías del que, en un principio, parece ser un desconocido. Un delito de agresión sexual será el punto de partida y su estigma reaparece durante el desarrollo de la película, con menor o mayor intensidad.
Lo principal se enmascara con brillantez; no hay historias cruzadas pero sí varias vicisitudes donde la protagonista se halla inmersa, por lo que en algunos momentos estamos ante un drama de manual, con infidelidades, problemas en las relaciones paterno-filiales, enfrentamientos en el puesto de trabajo, etc. Se estudian las relaciones humanas teniendo como epicentro la actitud, entre despreocupada y arisca, de Michèle con la mayoría de las personas que componen su entorno. Estamos ante una mujer que ya hace tiempo está alienada por el devenir de su vida y que no tiene reparos en exhibir su descontento. Toda esa amalgama de caracterizaciones, probablemente, sirvan como “justificante” de que tenga una moral reprobable en algunos aspectos.
Elle debería de gozar de un mayor estatus que Instinto básico, la cual intenta integrarse, sin éxito, en la categoría de suspense o cine policíaco, quedando ese objetivo empañado por la alta carga erótica de que reviste su desenvolvimiento. El sensacionalismo es un mal parámetro en lo cinematográfico.
Ella es la clave de las obras, sobre todo, porque los desenlaces de las mismas están marcados por la forma inesperada en que Huppert, en su faceta de actriz, afronta las situaciones. No hay componente amoroso en ninguno de sus dos papeles. Por supuesto, el amor no es un sentimiento exacto, si bien se puede decir que en las actuaciones que ambos directores reservan a la actriz, no se aprecia un concepto de amor en sentido estricto, ni siquiera una relación de afectividad, al menos de forma recíproca.
Hago hincapié en esta última reflexión debido a que gran parte de la esencia, como ya he señalado antes, recala en las reacciones de la actriz, puesto que el hecho de que no haya una relación sentimental entre los protagonistas o el modo en que interactúan, tiene como resultado una conexión, aunque ésta sea paradójica. Los que hayan visto o vean las dos, encontrarán el fundamento de lo que pretendo transmitir con esta idea.
En definitiva, dos películas, dos directores y una actriz que, en ambas (sobre todo en la del año 2001) hace una actuación estelar. Pueden ser más o menos atractivas para el público, aunque bien podrían verse únicamente para quedar seducidos por la diversidad de registros que posee la actriz. Las recomiendo, sobre todo para quienes tengan interés en observar la comparativa de situaciones en las que el deseo sexual, por medio de prácticas menos corrientes, puede resultar inofensivo pero también llegar a ser un peligro potencial.
José Alfredo Pérez Alencar
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