La poeta y ensayista colombiana Luz Mary Giraldo
Crear en Salamanca se complace en publicar este ensayo que, sobre el último poemario de Mary Luz Giraldo, ha escrito Cristo Rafael Figueroa Sánchez. Doctor en Literatura y Director del Departamento de Estudios Literarios de la Pontificia Universidad Javeriana. Autor de los libros ‘Barroco y neobarroco en la narrativa hispanoamericana. Cartografías literarias de la segunda mitad del siglo XX’ (2007); ‘Germán Espinosa. Señas del amanuense’ (2008); ‘Luis Fayad. La madeja desenvuelta’ (2011). Como especialista en Literatura Neobarroca Latinoamericana, ha publicado numerosos artículos en revistas indexadas nacionales e internacionales.
Luz Mary Cruz Giraldo está invitada a participar en el XX Encuentro de Poetas Iberoamericanos, a celebrarse en Salamanca el 25 y 26 de octubre próximo.
Las imágenes son esculturas del notable escultor de Popayán Edgar Negret.
De artes y oficios
DE ARTES Y OFICIOS, DE LUZ MARY GIRALDO:
CONSTRUYENDO, DESTRUYENDO Y REHACIENDO EL AMOR.
Para los lectores de poesía de Bogotá y del país, la trayectoria lírica de Luz Mary Giraldo, integrada por ocho poemarios: El tiempo se volvió poema (1974), Camino de sueños (1980), Con la vida (1996), Hoja por hoja (2002), Postal de viaje (2004), Sonidos de la luz (2010), Llévame como un verso. Poemas del exilio (2011) y De artes y oficios (2015) y tres antologías personales: Poemas (1998-inglés y español-), Diario vivir (2012) y Canto de pájaros ( Rumania 2015-español, inglés y rumano-) conforma un universo poético que permanentemente decantado, visibiliza la riqueza de su sensibilidad y se constituye en una percepción peculiar del tiempo, de la vida, del misterio de la muerte, del poder de la palabra, de las contingencias cotidianas, y en el poemario que hoy nos ocupa, del amor, de su dolorosa destrucción y de sus renovadas reconstrucciones. En efecto, dentro de las vicisitudes de su proceso creativo, el yo lírico, como una nueva Penélope, teje y desteje urdimbres de palabras, de voces, de ecos que lo atraen y con las cuales dialoga; así mismo, poco a poco, la cobertura de su poética se detiene en lo cotidiano y en la trayectoria vital asumida con madurez como reeducación permanente de la mirada, y por tanto cada vez más el poema se concibe y se realiza como un acto de resistencia frente al silencio, como un espacio de combate para ahuyentar las ausencias y como una forma de conocimiento no ilustrativo que descubre fisuras y coherencias secretas, capaces de instaurar otros órdenes dentro de nuestra experiencia existencial.
Pájaro
Precisamente, el último poemario de Luz Mary Giraldo, De artes y oficios, centrado en la construcción/destrucción y reconstrucción del amor, resulta extraño en la reciente geografía lírica del país, en la cual no son abundantes, salvo ilustres excepciones- Darío Jaramillo, Raúl Gómez Jattín, Giovanni Quessep o Miguel Mendez Camacho-; sí son abundantes en cambio, poemas sueltos sobre el amor, el erotismo y las plenitudes afectivas en muchas de las poéticas colombianas y latinoamericanas, y especialmente, sobresale la cantidad de poemarios sobre el desamor en varias de nuestras tradiciones literarias. Esta asimetría entre poéticas del amor y del desamor quizá se explica porque este tópico contiene una memoria literaria acumulada por miles de años, procedente de la casi totalidad de latitudes culturales; resulta entonces un riesgo y un reto intervenirla, pues es fácil caer en el lugar común, en ámbitos lacrimógenos, en desahogos exacerbados o en patetismos que no alimentan ni potencian el quehacer y el saber lírico de Colombia y del subcontinente latinoamericano. En este sentido, el proceso creativo de De artes y oficios se viene gestando desde el anterior poemario de Luz Mary Giraldo, Llévame como un verso-Poemas del exilio, en el cual el amor/desamor atraviesa el denso tejido de destierros interiores y exteriores que hemos sufrido; además, en casi toda su producción lírica, existen poemas de amor/desamor como entidad que está en y con la vida.
Los altos niveles de elaboración poética a que Luz Mary Giraldo sometió la materia prima de su último poemario, lo alejan de la afectación y transforman en sustancia lírica autónoma experiencias íntimas, desgarramientos interiores o tendencias confesionales. Como es ya característico de su poética, le apuesta a una modalidad de lirismo en la cual el yo lírico al fundirse con su objeto de interiorización, se transmutan en estado de ánimo, traducido en un tipo de enunciación que suscita emociones y en enunciados condensados que visibilizan significados; unas y otros generan complejas redes de significación que surgen o son inherentes al proceso de armarse el amor (primera parte), de desarmarse (segunda parte) y de convertirse en oficio de en-redar que muta en diversas formas y habita el mundo de las tecnologías actuales (tercera parte).
Mariposa
En la poética que anima el libro se prioriza la materialidad de la página, en la cual la escritura arma y desarma las palabras como se arma y se desarma el amor: tiene el poder de ajustar y de pegar los trozos/trazos de éste y como en un milagro los hace “respirar” en el poema (De nuevo la página); su acto creador acaricia, borra o tacha las palabras, rasga el papel, lo arruga o lo bota al cesto de la basura; a su vez, rescata sentidos exiliados de aquéllas y plancha la página hasta obtener “el diccionario del dolor”: los poemas conforman entonces la pregunta desnuda por la ausencia, que al manifestarse, colma de tachones los cuadernos como de remiendos el corazón; por eso en la enunciación lírica se hermanan las imágenes residuales del amor- página estrujada- con las alusivas a la ruptura del cristal en infinitos fragmentos. Por su parte, el metapoema Oficio de amor establece la diferencia entre el oficio y el arte de amar, dos quehaceres que se constituyen en ritual creativo del poemario en el sentido que señalara el poeta Hugo Mojica: apertura, acogida, recepción; en efecto, la dinámica que quizá explica mejor el acto creativo en este libro es la apertura del oído del yo lírico, que al haberse abierto a la escucha, puede oir la voz del Amor, el cual actúa como un sujeto autónomo, es decir, su afirmación y sus efectos constituyen lo dicho en el poema, no tanto lo que la autora de carne y hueso evoca o siente en circunstancias determinadas. Entonces, mientras el oficio de amor se conecta más con la contemplación, el arte de amar es identificable con la plenitud de “ojos que se miran,” ritual según el cual “el amor vuela y se consume en las llamas”, por eso, el yo lírico señala con total convicción: “SI dos se aman/cuando el sol arde como delicia incomparable/sus alas se abren hacia el infinito/y se elevan más allá de todo cielo/” (Oficio de amor).
Maíz
Así mismo, el poemario establece y rescata memorias de amores y desamores por medio de un diálogo con poemas y poetas procedentes de variadas tradiciones literarias en una suerte de interculturalidad lírica; tan intenso es este dialogismo que unas veces el yo lírico pareciera afirmarse en los versos de otros poetas, y otras veces, es todos ellos y ellas desdoblados en su propio proceso de enunciación. La polifonía de epígrafes del libro no sólo es selecta, sino que establece trayectos del Amor/Desamor provenientes de series y sistemas literarios de diferentes latitudes: desde la resonancia intervenida y transformada del emblemático Arte de Amar de Ovidio, hasta facturas líricas de voces femeninas centradas en la poetización de distintas instancias amorosas: guiños a Dulce María Loynaz, Blanca Varela o Sara de Ibáñez; homenajes a Wislawa Szymborska, Alda Merini, Rosario Castellanos o María Inés Saldívar; vínculos secretos con Marta Canfield, Márgara Russotto o Ana AJmátova. Así mismo, se destacan voces masculinas de reconocida trayectoria literaria, cuya inscripción recontextualizada en varios poemas, establece nuevos derivaciones semánticas: resonancias de voces de rancia estirpe literaria: Góngora, San Juan de la Cruz, Luis Cernuda, Ernesto Cardenal o Eugenio Montejo, hasta gestos de exaltación lírica y de sutiles reelaboraciones: Osbaldo Lamborghini, Emilio Adolfo Westpalen, Jaime Sabines, Juan Gelman, y Giovanni Quessep, o meticulosa atención de enunciados poéticos de János Pilinski, Sándor Márai, Shigueyi Tsuboi o Alfonso Romano de Santanna.
La primera parte del poemario, De Artes y oficios desarrolla una tópica característica: el Amor concebido como un sujeto independiente de quien lo siente o lo vivencia, su intenso transcurrir, el largo alcance de sus efectos por medio de aconteceres breves o pequeñas acciones la efectividad de su poder, los intentos de definirlo, sus metamorfosis inquietantes y las vicisitudes de quienes se aman. En efecto, el Amor lentamente inclinado “ante la página”, se introduce en el poema y se manifiesta por medio de palabras que un Tu cercano escoge, acaricia, oye y cuenta “ como quien aprende sílabas (Esto es amor?); por eso, la pregunta por las acciones del amor se le hace a la poesía y no las personas; el amor redirecciona con frecuencia sus flechas y las acciones que desencadena se expanden y transforman el mundo: sustituye la soledad por canto, su potencia reactiva la aventura de Venus, llega a los más anodino de los días, otorga “tono a las palabras y a los gestos/ y acompaña la entrega secreta de dos fieras” (Qué hace amor?). Otras veces, su llegada desbordante, más poderosa que la muerte, desordena el mundo y su fuerza desafía el silencio más ancestral (Más poderoso que la muerte); su dinamismo es tal que adopta la forma de una frase lírica que deviene en gato saltón, el cual persigue inclementemente su presa, sonríe, juega con ella y como un mago cae sobre el sueño (Canción de cortesía)
Varios poemas focalizan el motivo de los efectos del amor en aconteceres diarios: se escuchan sus pisadas cuando todo está solo, entra con sigilo a las habitaciones, enciende lámparas, acaricia lo doméstico, en fin, no es posible sustraerse de su llamado, por eso su voz no nombra a nadie en particular, pero se oyen sus graznidos con ecos recónditos de un “pájaro llamando a su par” (Llamando a su par). En veces, la llegada del amor construye un orden peculiar del mundo que genera confusión súbita y ante la intensidad de su presencia, el yo lírico oye su llamado y como premio recibe la boleta para entrar por un instante al paraíso hasta desaparecer en la levedad de “un solo de música” (Cuatro estaciones)
Así mismo, el amor como el demonio, se metamorfosea, adopta máscaras y personalidades diversas, llega al centro del alma, altera el ritmo y se posa en el cupido de ojos vendados de la mitología clásica que va lanzando flechas indiscriminadas. (Felino caprichoso). Incluso, en el poemario casi desaparece el yo que ama, en reemplazo suyo queda la fuerza del amor como un significante de múltiples aristas: mariposa orientada a la llama, ancla que se posa en el corazón o gato doméstico enrollado al cuerpo amado. Es tal la intensidad de su presencia que el yo lírico oye el amor con los ojos cerrados (Quietud) o herido gravemente por él queda suspendido y no tiene conciencia del tiempo que pasa (Pasos de ciego). Incluso, la búsqueda del amor conduce al encuentro con la pareja primordial Adán y Eva y desde el paraíso se desdobla en parejas-cuerpos emblemáticos de uniones irrenunciables- Ariadna-Teseo, Romeo y Julieta, Paris y Helena, quienes luego de encontrase se pierden en las fronteras entre la vida y la muerte. (Canto ebrio)
En ocasiones, los protagonistas del poema son los amantes, detrás de quienes el yo lírico se silencia; en estos casos se dibujan sus trayectos existenciales: se buscan, se encuentra, se escriben mutuamente los cuerpos y al despedirse identifican el olvido (Sobre el cuerpo amado); precisamente por eso, los vaivenes de los amantes- Amor/Desamor-, están tallados en la escritura que los contiene en permanente tensión, al primero como “elegía anunciada” y al segundo identificado con el abandono que “atropella las sílabas y la esperanza” (Canción sin palabras). No por casualidad en el poema Armar y desarmar, condensación de las dos primeras partes del poemario, el amor se concibe como un duelo, identificado con la “algarabía” y al mismo tiempo con “la zozobra de las aves en vuelo”. De todas maneras, si bien algo se muere con el amor, su resplandor permanece como memoria de plenitud personal y colectiva.
Mito andino
Finalmente, el tópico de la persecución de la palabra que pueda de verdad enunciar el amor es también característico de la primera parte del poemario; su decir por medio del yo lírico, tiene efectos grandiosos en la naturaleza, pues no sólo ella “parlotea” con su contacto, sino que los cuerpos se “deletrean mutuamente” y la realización del amor es luz que se introduce en cada letra del abecedario poético (Digo te amo), incluso, el amor se eterniza en su propia realización porque puede olvidar la transitoriedad (Amarte en esta tarde) o le abrevia al yo lírico la distancia entre el cielo y la tierra por medio de una cometa que simbólicamente acorta la lejanía entre uno y otra (Entre el cielo y la tierra).
En otras ocasiones, el yo lírico interviene el viejo tópico del Carpe Diem de rancia tradición literaria en Occidente: el aprovechamiento del momento para el disfrute del cuerpo-manjar deviene en degustación de un “sorbo” de vida con el cual es posible batallar con la nada. Así mismo, el poema Antes del olvido se constituye en una versión triste de este viejo tópico, pues si bien el yo lírico encuentra refugio y alimento existencial en el amor- saborea y acaricia los frutos-, desea hacerlo, identificado con el yo poético de César Vallejo, “antes de la caída honda/ de los cristos del alma”. Finalmente, en un momento especial, el yo lírico se hace notar en el poema para insistir en el ir y venir de dos que se esfuerzan por superar las dualidades en el instante de “ inventar” palabras que por momentos permiten el canto del agua, cuyo goteo “acompasado” propicia la coincidencia de contrarios.
En la segunda parte del poemario, Arte de desarmar, el yo lírico sin dejar de fusionarse con su objeto poético- desarme y ruina del amor-, suele recurrir a instancias narrativas para soportar el lirismo, desde el cual se crean imágenes memorables, pero usualmente dolorosas por medio de la poetización de motivos asociados con el adiós, el abandono, la ausencia, el olvido, los finales, el desamor, la desposesión afectiva y la herida incurable en el corazón. Precisamente, el esquema lírico que se sigue en varios de los poemas de esta segunda parte, consiste en enumeraciones significantes direccionadas a cercar y encuadrar uno o varios significados conectados semánticamente con dichos motivos.
Así, en un trayecto existencial el yo lírico al colocar en la balanza afectiva las presencias y las ausencias que lo marcan, se desdobla en un Tu que nos implica a todos y queda suspendido entre el amor y el desamor con tendencia creciente hacia éste (En la balanza). Por eso, la vuelta de página al libro de nuestra vida, transformada en la imagen desencantada de cuerpos que se dan la espalda, permite percibir en una totalidad dinámica lo amado y especialmente lo desamado. (Vuelta de página). Esta segunda sección privilegia la poetización de los desarmes del amor y frente a lo cual, con frecuencia el yo lírico busca alivio en la escritura que le permite volver a la propia casa, es decir, a la interioridad (Casa desvelada). Desde este espacio, el yo lírico siente los residuos del tiempo y sabe de la imposibilidad de borrar la soledad, que convertida en silencio doloroso, “picotea agujas en el pecho” como un pájaro asesino; la rutina de los días parece aquietarlo todo, mientras un yo quebrado arma y desarma su mismo silencio ante el derrumbe. (Mientras desarmo este silencio). Por eso, el poema Pájaros que ensordecen invierte el sentido de este motivo lírico colmado de alegría, luz y plenitud en la primera parte del poemario: en la noche del jardín destruido del amor, aquello que fue canto de alondra muta en graznido fastidioso que debilita la visibilidad, la cual es ahora incapaz de percibir “el resplandor de los poemas” (Pájaros que ensordecen).
También se destaca un grupo de poemas que enuncian el desamor o narran el doloroso adiós: frente al acabamiento del amor, no sólo son cursis y torpes los versos que intentan vehicularlo, sino que la única opción del yo lírico es concentrase “en el oficio frágil y desamparado de olvidar,” que nuevamente se identifica con un pájaro de “alas rotas ante la infinitud” (Monólogo quedo). Al desvanecerse el punto de encuentro entre los dos, el yo lírico tiene que dejar ir al otro de su adentro, desprendimiento que significativamente es herida “profunda en el costado” y /”cama vacía/en noche de invierno” (Dejarte ir); así mismo, se narra el aturdimiento del adiós y en medio de la lluvia desbordada y malsana emerge la pregunta por la inundación de la propia casa que enfrió los huesos y descompuso los días (Orquesta de cuerdas). Incluso, la acción devastadora del adiós llega hasta el lenguaje que convierte la emoción en “palabra tartamuda” o en “fotografía que se desvanece” (Caricatura del adiós). En consecuencia, la pérdida del otro genera un estado de zozobra que sume al yo lírico en la inseguridad y la incertidumbre y lo paraliza frente al ruido de la vida que fluye (Zozobra). Así pues, esta desposesión afectiva como una herida que gotea es vivencia dolorosa que atraviesa los versos; sin embargo, la voz viva en la memoria del yo lírico no permite el olvido, pues transforma la muerte en un hoy incesante que evita darle punto final a la página que lo refiere (Monólogo del solitario); por eso, la herida profunda del desamor se identifica con el cierre de una puerta que cancela para siempre la entrada de la luz (Carta del olvido), y dicha puerta cerrada deja ir la imagen amada cuyo gesto /”se deslizó a ninguna parte” (Hacia ninguna parte).
Eclipse
Así mismo, la escritura impudorosa del desamor que recorre la segunda parte del poemario, se grita a la manera de un cuadro expresionista de Munch en medio de una “luz lechosa y apagada” y de un vuelo de gaviotas “bajo el cielo gris” (Cuadro de Munch) que hunden la figura amada en la profundidad de las sombras. Precisamente, el yo lírico emprende la búsqueda inútil del cuerpo deseado por medio de una escritura que al cantar preferentemente la muerte, se identifica con “el abecedario desdichado” que “entona una elegía” (Abecedario desdichado). Entonces, los residuos que deja el desamor son devastadores, por ello el lirismo constata que el sitio donde estuvo antes la luz, es ocupado ahora por imágenes desoladas del imaginario cristian: “un árbol sin manzanas” y “una cruz que pesa” (Punto final). No es extraño entonces que el yo lírico sienta el peso físico de su corazón solitario ante la retirada del amor “hacia el punto remoto de la soledad” (Solo de amor) o sienta el debilitamiento de las palabras que frente al desgaste de la historia amorosa, se vacían de significado y pierden la posibilidad de habitar el mundo: están “deshechas”, “borrosas”, “rayadas como un disco” y no dicen nada (Oficio de monotonía).No obstante, en esta segunda parte, aún se cree en la posibilidad que tiene la escritura de “remendar,” de arreglar o incluso, de recupera; quizá por ello, el yo lírico invierte el significado de la espera de Penélope, quien no destruye el tejido por las noches, sino que intenta tejer de nuevo la colcha de un “amor desmantelado” (Remiendos).
La sección se cierra con dos poemas en los cuales el yo lírico se desdobla en Casandra que anuncia desastres (Monólogo de Casandra) y en la celosa Hera que sólo piensa en vengarse del marido infiel (Confesión de Hera). En el primer caso, los duelos que efectivamente nos rodean parecen no permitir las palabras y la escritura de lo personal: “¿cómo hablar de tus íntimas miserias/si afuera hay ojos que miran/ con sus bocas abiertas hacia el cielo?;” en el segundo caso, Hera impreca al marido distante por callar las palabras y aislarse en el silencio traicionero: “no huyas, Zeus, no te escondas,/el nuevo oráculo señala tu traición/y anuncia que has de morir/bajo el puñal de mis palabras”.
Mapa
La tercera parte, Oficio de enredar se constituye en un intento de reconstruir el amor, el cual parece encontrar nuevas maneras de manifestarse en los espacios de información y comunicación contemporáneos-pantallas de computador, correos electrónicos, chats, Skype, redes-, tecnologías que contienen formas extrañas y novedosas de presencias ausentes, de ausencias visuales y reales, de encuentros por fuera de lo físico, en fin, una nueva conciencia del tiempo originada por estos artefactos transforma la página en nueva materialidad, en espacio efímero pero real y en formas alternativas de escritura/lectura lejanas de lo sucesivo y cercanas a todo tipo de simultaneidades. Estos nuevos lenguajes y la temporalidad que les es inherente, también propician el nacimiento del poema: “Sonríe el niño de los ojos vendados/entona su música a deshoras / y con un carcaj y un arco a todos hiere/en dulce desconcierto”. Así mismo, el sujeto lírico también se metamorfosea en identidades diversas que le permiten percibir realidades o simulacros de las mismas, en las cuales, en todo caso, se viven experiencias inéditas del amor: frente a la imagen querida que salta en la pantalla del aquél se transforma en gato o en perro, ladra y maúlla para responder o siente que tiene que saltar lógicas causales para moverse en la cercanía/lejanía que genera el Skype “como una aparición que marca ausencias; finalmente, “un poema acaricia el teclado” del ordenador. (Rutinas).
Lo más interesante de la tercera parte es sin duda la atención meticulosa que se le da a las metamorfosis del amor y a sus efectos en la vida contemporánea: las redes dibujan nuevas rutas del amor y sus voces polifónicas hablan desde cualquier lugar: “Palabras incompletas/ojos sin ojos/piel sin piel/estar sin estar” (Desde una estrella) o la búsqueda de un rostro amado dibuja cartografías simuladas de una realidad, en la cual dicho rostro y su timbre de voz se pierden como el río que se aleja de viejos monasterios y súbitamente la guía de Google ubica al yo lírico en una ciudad que no conocía. (Mapa desconocido). En fin, las nuevas formas de manifestarse que el amor encuentra en las redes, lo hacen cambiar de nombre y queda apenas inscrito en el vacío que se llena con puntos suspensivos. (Enredos). De todas maneras, el yo lírico se esfuerza por captar y apresar “al amor que se sabe pasajero” dentro de una nueva red coordinada por una Penélope joven que otra vez teje y desteje nuevos signos, otros gestos, presencias efímeras, lenguajes desconocidos… no obstante, sentimos que las flechas de Cupido esta vez no sólo nos atraviesan el corazón, sino también, y especialmente la cabeza.
Bogotá, octubre de 2016
El norte es la cruz del sur
Cristo Rafael Figueroa Sánchez
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