El director David Lynch
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de difundir este comentario inédito de nuestro colaborador José Alfredo Pérez Alencar (Salamanca, 1994), autor, entre otros, de los libros ‘Pasiones cinéfilas’ (Trilce, Salamanca, 2020) y Iuris Tantum (Betania, Madrid, 2020). Junto a sus estudios en Derecho por la Universidad de Salamanca y a su temprano aprendizaje como poeta, también es un apasionado al Séptimo Arte. Cuando niño la imprenta Kadmos le publicó una carpeta de poemas titulada El barco de las ilusiones (2002, con 17 acuarelas del pintor Miguel Elías). Posteriormente publicó seis poemas en la antología Los poetas y Dios (Diputación de León, 2007) y otros sendos poemas en las antologías El paisaje prometido (2010), Por ocho centurias (2018), Regreso a Salamanca (2020) y El ciego que ve (2021. Formó parte del equipo de apoyo del XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, que en 2019 rindió homenaje a San Juan de la Cruz y a Eunice Odio. En 2020 lo hizo con el homenaje dedicado a José María Gabriel y Galán, dentro del XXIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, mientras que en 2021 colaboró en el XXIV Encuentro, dedicado a Antonio Colinas. También publicó cinco poemas en la revista literaria Kametsa, que se edita en Perú. Sus críticas de cine las publica tanto en la revista literaria digital Crear en Salamanca como en el portal Tiberíades. En el ámbito del Derecho, escribe artículos de contenido jurídico y social en su blog Iuris tantum, que mantiene en el periódico digital SALAMANCA AL DÍA. En los próximos meses se publicará su poemario Tambores en el abismo, en edición bilingüe español-portugués, con traducción de Leocádia Regalo.
DAVID LYNCH: “EL HOMBRE ELEFANTE” (1980)
Es una de esas películas que no ‘necesitaban’ realizarse en estilo monocromo y, por ello, se percibe de forma diáfana la intencionalidad del director. La considero una joya del cine que aborda una desoladora historia real (también desde un prisma personal, diré que es de las mejores biografías gráficas que se han hecho), la vida de Joseph Merrick. Hasta el instante en que decidí comentar este filme, desconocía quién era el director y, puedo decir, que tardaré en volver a visionar otro trabajo de este cineasta tras Terciopelo azul (1986) y Mulholland Drive (2001). La segunda no la terminé, pese a que siempre leo elogios y recomendaciones, porque su excesiva duración, unida a mi impavidez en aquel momento, jugó en mi contra. En cualquier caso, la película de este director que tengo pendiente hace años es Cabeza borradora (1977).
Realmente, yo prefiero la filmografía de otro David, de apellido Cronenberg, con filmes como: Una historia de violencia (2005), Inseparables (1988), Al cruzar el límite (1996), M. Butterfly (1993) y, para que no falte el cine de culto en estado puro, Crash (1996), la cual parece intentar mostrar que no hay límites en las motivaciones del deseo sexual.
La sinopsis de esta obra, contextualizada en el Londres decimonónico, se cimenta en la visita de un médico a una feria, con el propósito de conocer a un hombre que sufre una terrible malformación y está siendo objeto de un trato inhumano por parte de su “promotor”. El doctor Frederick Treves encarna la salvación para Joseph Merrick (su nombre en la película es John), dándole la oportunidad de sentir algo de paz, en medio de la agonía física que le acompañó hasta el momento de su muerte. Sobre la base de lo esbozado, puede que la única disensión entre la adaptación a la gran pantalla y los hechos reales, sea el maltrato por parte del propietario del circo (en la película es explícito), ya que J. Merrick, al hablar de sus vivencias, no atribuye tal conducta al primero. De todas formas, esto debe ser irrelevante habida cuenta de que está siendo exhibido como una rareza (en una de las escenas se muestra un cartel que reza: freaks, cuya traducción es fenómeno), lo que inevitablemente conlleva las mofas y demás actitudes irreverentes por parte del público.
El doctor Frederick Treves
Siempre vuelvo a ver las películas cuando voy a comentarlas, para así percibir detalles o información que considere necesario traer a colación. Me gusta ser palmario en este aspecto, porque habrá quien acuse en mis escritos la falta de más contenido sobre los filmes. Mi estilo se caracteriza por no desgranar fotograma por fotograma; es más, considero nociva esa práctica con respecto a aquellas personas que quieran verlas. Esta vez no ha sido diferente y, en su primera escena, he reparado en que el director, al intercalar la imagen de una mujer con la de unos elefantes, casi con toda certeza estaba hilando una metáfora del accidente sufrido por la madre de J. Merrick (él mismo tenía la creencia de que su deformidad tenía su origen en dicho acontecimiento). De igual manera, el rostro de su madre baja el telón de la obra, haciéndose eco el final de la enardecida devoción que Joseph sentía por ella.
Intentaré ser breve, puesto que únicamente pretendo hacer un exhorto para avivar el ánimo de ver la película. La primera de las razones que nutre esta firmeza es la participación de Anne Bancroft, John Hurt y Anthony Hopkins. El nombre de Anne Bancroft me era familiar al escucharlo mentar en Solitary man (2009), protagonizada por Michael Douglas: qué se puede decir de este actor, retóricamente hablando. Casi cualquiera de sus películas, es buena. Muchos pensaran en Instinto Básico (1992), pero yo apelo por Wall Street (1987), The game (1997) o Un día de furia (1993). Además, volviendo con Anne Bancroft, recordé Dicen por ahí… (2005), que está ligada con El graduado (1967), la cual no he visto, pero sé que en la cinta actúa Dustin Hoffman (Perros de paja de 1971, Sleepers de 1996 o El hombre del laberinto de 2019). Solo conozco una actuación más de esta actriz, y es a raíz de una de las versiones de la obra de Dickens: Grandes esperanzas (1998).
El “irreconocible” John Hurt, nunca mejor dicho. Usualmente no me detengo a hablar de la estética, del maquillaje, pero en este caso es uno de los aspectos más reseñables, si pensamos en las diez horas que se requerían para la puesta a punto del actor (otro paradigma de transformaciones en el cine se lo otorgo al papel de Gary Oldman en El instante más oscuro de 2017). Algunas de sus interpretaciones destacadas se hallan en V de Vendetta (2005) o El expreso de medianoche (1978).
El hombre elefante
Cerrando este podio, “Hannibal Lecter”, el alter ego cinematográfico de Anthony Hopkins en El silencio de los corderos (1991), donde comparte protagonismo con Jodie Foster y cuya trama en nada dista de acontecimientos verdaderos (tiene como inspiración el discurrir criminal de un asesino en serie de la talla de Ed Gein). Esta producción le proporciona una fama indiscutible, al ser el caníbal por excelencia, pero tiene más participaciones atractivas: Crimen perfecto (2007), Instinto (1999), Mala conducta (2016) o La mancha humana (2003).
En segundo lugar, se aprecia una erradicación de la dignidad que no es efímera o, siendo más drástico, la ausencia de personalidad debida a la derivación del trato vejatorio en una cosificación del ser humano. Muchas veces se asocia el daño al plano corporal, pero la vertiente psicológica puede provocar mayores estragos en una persona, hasta el extremo de alienarla completamente a voluntades o modos de vida que, sin la confluencia de esa coacción, no aceptaría. La vida de J. Merrick daría lugar a una amplia disertación sobre los Derechos Humanos, o más bien, a la reflexión del talante con el que la sociedad reacciona ante este tipo de ‘diferencias’.
David Lynch logra, sin ser demasiado crudo, hacernos entender las situaciones humillantes y dolorosas a que se vio sometido J. Merrick. Hay muestras de la maldad del ser humano, pero se contrarrestan con la compasión del doctor Treves al rescatarlo (con una dosis de fascinación, no en un sentido peyorativo, pues pretendía ayudar a la vez que estudiaba la enfermedad), o la actitud de la propia mujer de éste. Una escena clave para entender la impresión que generaba su imagen es aquella en la que la enfermera entra por primera vez entra en la habitación y, gritando, deja caer la bandeja.
Lo anterior me lleva a recordar la frase de que “las apariencias engañan”. El joven Merrick era educado y de él emanaba bondad; y no solo eso, tenía una inteligencia superior a la media. Hace ‘gala’ de ella cuando recita el Salmo 23 ante los doctores, el cual me ha parecido oportuno citar este preciso momento debido a que dicho pasaje bíblico resulta cercano para mí.
Joseph Merrick
Por último, el filme es una expresión significativa de lo que entrañan los cuidados paliativos, dado que la dolencia de J. Merrick fue califica de “misterio” médico, no obteniéndose un diagnóstico aproximado hasta décadas después de su defunción: el Síndrome de Proteus.
Tengo la intención de dedicar mi siguiente aportación a la infame Saló o los 120 días de Sodoma (1975), cuya autoría corresponde a Pier Paolo Pasolini. Cualquiera llegaría a la conclusión de que el director padeció una locura mental transitoria, pero recientemente he leído un análisis sobre ella que logra refrendar, avalar, lo expuesto en esta ‘peculiar’ cinta (no sé si estaré a un nivel tal, que me permita dar sentido al trabajo de Pasolini).
José Alfredo Pérez Alencar
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