Hoy en «Crear en Salamanca» una nueva colaboración de Ánibal Fernando Bonilla Flores publicada en Diario El Telégrafo / 21 Oct 2014
Cultura: piel propia y de los otros
Las manifestaciones artísticas engloban en sí una amplia compenetración social. La creación -como enunciado estético- es un mecanismo válido dentro de la opción de vida de las personas. Es así que el oficio del escritor(a) se asume desde el espacio solitario tendiente a la exteriorización de ideas y líneas inventivas de emancipación comunitaria.
El creador(a) contribuye a desacralizar la identidad, cuya construcción fragmentaria de partes comunes acrecienta el reconocimiento a la otredad. La identidad permite con causa histórica concebir lo diverso y entendernos desde las particularidades. Y es argamasa que abre nuevos caminos. Según Jorge Enrique Adoum: “…nuestra identidad está constituida, en su mayor parte, por factores positivos que olvidamos en el fastidio de cada día, y apunta al futuro más que al presente”.
Las diversidades culturales deben asumirse desde los componentes: étnicos, generacionales, etarios y de género, los mismos que encuentran canales democráticos a partir de los derechos culturales, en disidencia a una imposición colonizadora que atenta la esencia de los aprendizajes. La antigua discusión: cultura–Estado–sociedad es consustancial a realidades permanentes cuyo signo integrador es vital, tal es el caso del fenómeno social entre rostros diferenciados de la urbe y la ruralidad. El otro yo asignado en el vértigo diario también forma parte de la cimentación de la ciudadanía, en donde emergen corresponsabilidades desde el eje de la palabra -matriz del escritor(a)- y desde la motivación a la lectura: en el ámbito educativo y del hogar.
La cultura comprendida como torrente de un río es susceptible de subvertir la formalidad de lo inocuo en la lógica oficial, para lo cual hay que subrayar en lo heterogéneo en una indispensable tarea que se junta con la memoria colectiva. Es pertinente romper con paradigmas de élites culturales circunscritas a enfoques maniqueos y regresar la mirada al alma popular, en donde la creación también motiva a la capacidad del asombro y al desarrollo del pensamiento.
La cultura -especialmente la de piel latinoamericana- reivindica el hecho emancipador ante una globalización devoradora del hombre, instalada en las fauces de las estructuras de poder (en la superestructura económica estatal desde donde también se fragua el acumulado cultural). Por eso es necesario que el Estado asuma sus directos compromisos a través de políticas culturales debidamente planificadas y presupuestadas, con una amplia perspectiva territorial, en donde se conjuguen las diferentes miradas de una misma nación, y no se reduzca a convertirse en un aparato ministerial de sobrecarga burocrática. Bien dice el propio Adoum: “La cultura -considerada como el espíritu del pueblo al que pertenecemos- es indetenible y avanza, a veces, pese al Estado y no gracias a él”.
Las identidades definen preceptos ideológicos, que permiten ahondar en el sentido de pertenencia: tal como Benjamín Carrión planteó en la década del 40 del siglo XX, con su célebre apostolado de volver a tener patria. Invocación latente que nutre a la esperanza ciudadana.
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