CUENTOS DE LA PRISIÓN MÁS GRANDE DEL MUNDO, DE ISMAEL SAMBRA. COMENTARIO DE ROBERTO LELIEBRE

 

 

1 El narrador y porta cubano Ismael sambra

El narrador y poeta cubano Ismael Sambra

Crear en Salamanca se complace en publicar la reseña que, sobre el último libro del cubano Ismael Sambra, ha escrito Roberto Leliebre (Santiago de Cuba, 1953). Licenciado en Derecho por la Universidad de Oriente, Cuba. Tiene publicados los libros de cuento: Garrafón y otros cuentos, Ediciones CASERÓN (1988); Juegos prohibidos, Editorial ORIENTE (1992) y Colección PINOS NUEVOS (1994); Entre dos luces, Editorial ORIENTE (1997); Juegos consentidos, Ediciones SANTIAGO (2002). Además, los ensayos José Ángel Buesa contra el tiempo y el olvido, Ediciones SANTIAGO (2005) con el que obtuvo Premio Ensayo en el concurso nacional “José María Heredia en el año 2000; y Buesa de lejos y de cerca, Ediciones CASERÓN (2013). Y la novela El Zafiro gris, Ediciones CASERÓN (2008). Obtuvo el Segundo Premio en el concurso “Cuentos de Monegros” (España) en el 2013. Fue miembro del Taller Literario “José María Heredia” y de la agrupación literaria independiente “El Grupo”. Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Jubilado actualmente, hasta el 2016 fue Asesor Jurídico de su Comité Provincial en Santiago de Cuba.

 

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CUENTOS DE PRISION Y LIBERTAD

 

 

Las dictaduras modernas —de derecha y  de izquierda— han practicado en sus prisiones el método  de la promiscuidad penitenciaria. Puede tener algunas variantes como las de mezclar presos de muy distintas edades o peligrosidad social; estas variantes generalmente se dan por pura negligencia gubernamental, pero hay una de ellas de origen pérfido que consiste en mezclar a los presos  de conciencia con los llamados “comunes”; sistema premeditado que permite al régimen en cuestión escamotear, al menos estadísticamente, el verdadero número de opositores, y al mismo tiempo se constituye en un castigo adicional para los presos políticos, quienes en medio de su lucha por las libertades cívicas, de pronto se ven envasados y hacinados en el mismo saco con homicidas, sodomitas, ladrones, violadores… después de un proceso viciado de raíz por el ejercicio de un poder aplastante que puede transformar legalmente en crimen el más humano de todos los anhelos sociales: el de la libertad.

 

   El autor del libro Cuentos de la prisión más grande del mundo, el escritor cubano Ismael Sambra, fue objeto, o mejor, víctima de esa práctica abusiva, solo que su estirpe le ayudó a resistir y aun combatir el abuso, y su talento innato convirtió en arte-denuncia las circunstancias más deplorables que es posible imaginar en una sociedad que no atraviesa un período bélico.

 

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   La atmósfera general del libro es bien dramática desde la primera pieza, “Las jineteras también se casan”, aun cuando el autor ha tenido suficiente pericia para deslizar con buen humor —a lo Chaplin— algunos de los crudos momentos que ha vivido la sociedad cubana dentro y fuera de las prisiones; así que el lector acaso sonríe, pero percibe cuánto drama hay en esa batahola de gente  que rodea a los turistas extranjeros para conseguir un regalo, un dólar, un minuto de atención o para sacarle la cartera si la ocasión se ofrece; o de esa misma gente que literalmente asalta la boda providencial de una de sus congéneres con un cándido extranjero y luego se lanzan con ímpetu de filibustero sobre las bandejas de comestibles y bebidas que solo han visto en sueños y revistas.

 

Y todo ello resulta más dramático porque no se trata de indígenas de una tribu ignota, sino de individuos de una sociedad que se supone “en vías de desarrollo”, muchos de los cuales son técnicos y profesionales, formados en la levadura de la moral socialista de donde debía salir el “Hombre Nuevo”. El drama de toda esa gente que vive en aparente libertad, no se diferencia del que viven los presos de la penitenciaría “Moscú” en el segundo cuento, “Testigo mudo. ¿Testigo mudo?” La angustia del cantinero  de un hotel para turistas extranjeros, quien tiene que esconder las propinas que recibe para poder comprarle zapatos a su mujer, es similar a la del presidiario que corta leña en la cocina de oficiales y de allí sustrae los “poquitos” con que le mata el hambre a su pareja de presidio. Los presos, como el protagonista de “Propaganda enemiga”, se auto mutilan por desesperación o para tomar un respiro en el hospital; en tanto los libres, como el de “Disfrutar el domingo”, se hunden en los vapores de la droga para escapar temporalmente de un vivir asfixiante.

 

4 Alencart, Sambra y Felipe Lázaro, en la Casa de las Conchas (Salamanca, foto de jacqueline Alencar)

Alencart, Sambra y Felipe Lázaro, en la Casa de las Conchas (Salamanca, foto de jacqueline Alencar)

 

   Esa atmósfera opresiva que aplasta la existencia de los personajes, ese sentirse acosado o cuando menos vigilado a toda hora, se mantiene inalterable a lo largo del libro, sea en la prisión, en la calle, en el trabajo, en la casa del campo o la ciudad, saben o presumen que siempre hay un ojo que los ve y una lengua dispuesta a delatarlos. De ahí el título, porque resulta evidente que la privación de libertad no empieza ni termina en la reja del penal, sino que se extiende por toda la costa de la isla cautiva.

 

   No obstante el autor, de largo y probado oficio en el arte escritural, sabe que cada historia tiene su atmósfera particular y también exige factura individualizada. Eso ha hecho aquí; cada cuento tiene su encanto y no se parecen entre sí, por lo que el  denominador común de Denuncia que los une, no impide que cada uno diga lo suyo y que lo haga con la expresión y la estructura más eficaces. El resultado es espléndido, pues la denuncia y el ánimo de información no aplastan la amenidad; todo el libro fluye y la angustia de lo narrado no menoscaba el placer de leer.

 

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   Otras muchas virtudes literarias acompañan a este volumen de cuentos, pero no quiero repetir las ya mencionadas en el magnífico prólogo de Pedro Corzo, o en los comentarios de contracubierta de voces tan autorizadas como Carlos Alberto Montaner y Manuel Gayol, entre otros. No obstante, debo anotar la virtud que más admiro y acaso sea la que los literatos “puros” más ataquen: es un libro visceral, de esos que primero se sufren en las entrañas y después se escriben mediante un colosal ejercicio de paciencia y contención para denunciar sin insultar ni dar falso testimonio; para hacer literatura y no arenga de poca monta.

 

Enhorabuena, colega.

 

 

6 El escritor cubano Roberto Leliebre

El escritor cubano Roberto Leliebre

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