Crear en Salamanca se congratula en publicar cuatro poemas de José Luis Vega (Santurce, Puerto Rico, 1948), actual director de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española, quien ha sido profesor de literatura, director del Departamento de Estudios Hispánicos y decano de la Facultad de Humanidades en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Fue también director ejecutivo del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Sus poemarios publicados son: Comienzo del canto (1967), La naranja entera (1983), Tiempo de bolero (1985), Bajo los efectos de la poesía (1989), Solo de pasión. Teoría del sueño (1996), Techo a dos aguas (1998) y Sínsoras (2013), publicado en México por Seix Barral y Ediciones Callejón. De esta edición tomamos los textos. Por otro lado, la editorial Visor publicó en Madrid una antología de su obra, Letra viva (1974-2000), en 2002. Para A. P. Alencart, poeta y profesor de la Universidad de Salamanca, “La poesía de José Luis Vega va desde las navegaciones del cuerpo hasta la memoria que habita instantes de decantada pureza; desde las preguntas sin respuestas hasta la verificación del mediodía del ser. Pero siempre haciendo justicia a la Palabra poética y al más exquisito castellano”.
PALABRAS SON PALABRAS
A María Vaquero
Un poema es una plaza blanca poblada de palomas.
Una plaza cualquiera, con tal de que haya gente
que les dé de comer. ¿Recuerdas las sílabas antiguas
sobrevolando el aire de Zocodover? ¿O aquellas
que en la Mayor de Salamanca al frío
corrían a guardarse bajo los soportales?
¿Recuerdas las torcaces de Asturias
y las que en Cuba el viento echó de vuelta al viento?
¿Y el dorado cantón de San Millán
que abrigó los sonidos cuando apenas
si cañones tenían en las alas?
¿Las plazas de la Isla, las recuerdas,
una plaza ella misma sobre el inquieto mar
de las pronunciaciones? ¿Y el mar muerto del Zócalo
con millones de voces envueltas en sarapes de smog?
Así son las ubicuas picoteras.
En San José comieron de tus manos
en el patio vetusto de un hotel; en Managua
se asaron en sus jugos de pobreza; en la Plaza de Mayo,
fricativas, volaron de las bocas de las Madres
rumbo a los mármoles de La Recoleta.
Y en Asunción, con otras también dulces,
se juntaron volando con las tuyas.
Palabras son palabras, afirmaste,
pero ellas te contaron de sus marinerías
hasta colmar el yodo de tu copa
y dejaron oscuro en tu despacho
el enigma perpetuo del zureo.
A por ellas te fuiste en los aviones,
en lanchas, en tartanas, en camiones
repletos de verduras hasta el mar otra vez.
Hoy son ellas que vienen a tu nombre
como al lugar de las conversaciones.
Helas aquí en bandadas, las mansas, las ariscas,
las prohibidas, las nuevas y las viejas, las sabias,
las eméritas palabras: plazuela, placita, placeta,
placentuela, pleamar, plaza, poesía,
que las contiene a todas, y tú al centro,
echándoles maíz, panizo, mijo,
zara, capi, abatí, canguil, zahina,
echándoles al viento las doradas semillas del idioma.
ALEGORÍA DE LA MUJER DE LOS HOTELES SOLOS
Cierro los ojos y apareces
en la luz de la oscuridad.
Serás amor o serás muerte
o cualquier cosa que dirán,
pero en las noches de los hoteles
entras desnuda sin llamar.
Ni las metáforas te nombran,
aunque Marea tal vez te va.
Cierro los ojos y te expandes
hacia una luna de alquitrán;
cierro los ojos y me anegas
en otras aguas de más allá.
Abres tus piernas de bahía
y me convidas a zarpar.
Ya no es posible resistirte,
por ti me voy, por ti se van
los melancólicos a acostarse
en las arenas de la mar.
INVOCACIÓN A LA VIEJA RIMA
¡Señora de los sastres, son del loco,
a contrapelo de lo que dirán,
te invoco!
Venga a nos tu silvestre participio
y, a falta de mejor don o milagro,
danos tu vino amargo, tu pan magro,
espántanos la abulia con tu ripio.
Suelta la sierpe que tu cuerpo enrosca
y las madejas de tu oscuro rostro,
abre tu cola de marino mostro
y háblanos otra vez en lengua fosca.
Suenen los golpes duros de tu aldaba
y el secreto rumor de tus ensalmos;
ponte el sombrero de los trucos almos,
y acomoda las puntas en tu aljaba.
Muéstrese el esqueleto de tus números,
tu exacta cantidad, tu aquel ligero.
Entre todas tus cifras, sume el cero,
entre todos tus huesos, brille el húmero.
Más puedan tus milagros de tahúra
que los prodigios de una virgen muda,
y más tus cuentos de solar, bocuda,
que el cruel silencio de la piedra dura.
Baje tu lengua de pentecostesa
a acariciar el petalón reseco;
bésenos, como antes, con su eco
tu boca desdentada de princesa.
SÍNSORAS
Cuando muera, iré a la calle de la Cruz.
Bastará este deseo de viandante
y la eficacia del atardecer.
Iré a esa calle que de cielo a cielo
parte en dos la ciudad.
Sabré la cifra de sus adoquines
y por qué su inclinada geografía
me devuelve a Lisboa, a Éfeso,
a cierta esquina de Valparaíso
o a otros puertos translúcidos, sin nombre.
Bajo un paraguas, que nadie me verá,
descenderé silbando hasta la Dársena
donde fondea una barcaza oscura.
En las aguas pesadas y oleosas
habrá restos flotando a duras penas
y unos ojos exactos de aguaviva.
Será a la hora de soltar amarras.
A dónde iré cuando la noche caiga,
eso ya no lo sé.
agosto 22, 2013
Magnífico poeta. Gracias por presentarlo desde la hermosa ciudad de Salamanca.