En la mañana, en este incesante fulgor
se desvanece suavemente el sueño prisionero de la noche,
cual un filamento de arena que, sin saberlo apenas,
muestra la faz de la mañana.
La luz, la intensa luz salpica la alborada,
la hierba y el aliento, atados al matorral, verde y fluido
y contornea la silueta del rosal igual que una sonrisa.
Y el sol, cual néctar puro de lo solitario,
apenas atraviesa con sus rayos los flancos del rocío.
Arde el sol con la escarcha ante las horas que giran,
en torno a la mañana, desplegado en sí mismo,
mientras asciende entre árboles al fuego del origen
y es sólo un instante en que el astro enseña su prodigio,
lejos y cerca, dentro de la sangre, diaria rosa tallada
sobre las piedras, de innumerables signos que renacen
en la que el río profundo de la vida descubre su belleza.
Fotos y texto: José Amador Martín
agosto 7, 2012
Magnífico como siempre.