Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario de Milagros Mata Gil (Caracas, Venezuela, 1951), escritora, profesora de Castellano, Literatura y Latín, periodista, editora, narradora e investigadora en literatura venezolana. Miembro correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua desde 2011. Autora de la letra del himno del municipio Heres del estado Bolívar. Entre su obra publicada se puede destacar los libros de ensayo: Héroes y tumbas en Armas Alfonzo; La Cuenca del Unare según Alfredo Armas Alfonzo; La Rebelión de las Ficciones; El Pregón Mercadero (Crítica Literaria e Integración Latinoamericana); Ensayos diversos, Sobre una ciudad campamento (In Loco Remoto); Una reflexión sobre el espacio en la novela venezolana; Los Signos de la Trama; El Orinoco es una Identidad; Balza: el cuerpo fluvial; Tiempo y Muerte en Alfredo Armas Alfonzo y José Balza; Elipse sobre una Ciudad Sin Nombres. Las novelas La Casa en Llamas (1986); Memorias de una antigua primavera (1989); Mata El Caracol (1990); El Diario Íntimo de Francisca Malabar (1992) o El caso del Pastor Acosado (2019); Entre los premios que ha recibido, están: Premio Fernando Pessoa (1986); Premio Casa de Cultura de Maracay (1986); Premio Narrativa de Fundarte (1987); Premio Miguel Otero Silva Editorial Planeta (1988); Premio Cuento Juan Rulfo (1988); Premio el Internacional Novedades- Diana México (1988) o el Premio de novela de la III Bienal de la Literatura Mariano Picón Salas (1995), entre otros.
LA CRÓNICA
La crónica, a mi entender, es el género literario que mejor representa la evolución de la escritura en este tiempo de crisis y de pandemias: es la historia intima de la sociedad, la intrahistoria. Salvo la poesía, que es la intérprete por excelencia del sentido humano, es la crónica la que mejor representa la ansiedad y el desconsuelo. El cronista trata de darle sentido al entorno, a veces tan caótico y transmitir además un conocimiento sobre la vida para que el lector reflexione, analice, cuestione, se pregunte. «Para escribir una crónica han de cumplirse tres etapas: tres momentos que constituyen la esencia del trabajo del cronista» Eso establece el escritor peruano Joseph Zárate.
Él determina como el primer momento el del surgimiento de la idea, que hay que pensar no solo desde el punto de vista temático sino desde las emociones, sensaciones, sentimientos y conocimientos que se quieren transmitir al lector. Una crónica posee dos niveles: la anécdota propiamente dicha y las reflexiones contenidas en ella. Su ligereza necesita elevarse por encima de lo cotidiano para afincarse en lo literario. Eso implica pensar sus abordajes. Es decir, para el lector, la crónica luce como un divertimento. Ignora la cantidad de trabajo escritural, consultas y lecturas que requiere.
Un segundo momento sería la escritura previa, el encuentro con el otro, la complacencia del cronista que imagina, pensando en el lector. En una crónica hay personajes y acciones, conflictos y resoluciones, elementos que permiten construir su estructura (todo texto es una construcción). En la escritura previa, el cronista ha de encontrar y seleccionar muy bien los elementos que han de soportar el relato.
Finalmente, la escritura: escribir implica desarrollar un ejercicio morfosintáctico y semántico. Más allá de los atributos naturales que tenga el escritor, hay que tener lecturas y más lecturas para afinar las herramientas, , porque en la lectura se encuentran matices del lenguaje y formas de representación que alimentan los textos.
Para su construcción, el cronista toma del cuento la economía del lenguaje. Del teatro, los diálogos y el manejo de las escenas. Del ensayo, las formas de argumentar y cómo se sustentan esos argumentos. De la autobiografía, elementos para exponer asuntos personales que aportan al relato su dinamismo y verosimilitud. Adicionalmente, la crónica está muy cerca del cine por la vividez de sus imágenes y su dinamismo.
EL HUMOR
A veces, el cronista piensa que la seriedad es un discurso complaciente y asume el humor como discurso de rebeldía. El teórico de la comunicación Marshall McKenzie (2007) sostiene que el humor hace que los ciudadanos presten atención a la cuestión política. Es decir, el humor tiene una función concientizadora y socializadora. Esa salida indirecta de la tensión espiritual y psicológica que provoca la risa proporciona algún alivio del estado anímico, la sensación de estarse rebelando contra una realidad opresora mediante la captación del chiste, sea éste fácil o elaborado.
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La definición de humor tiende a ser ambigua dados los variados elementos que conforman el fenómeno. A menudo se consideran sinónimos los términos humor y risa. Porque la risa es la consecuencia directa e inmediata de la lectura del discurso humorístico. El filósofo francés Henri Bergson (1896) sostiene en su ensayo sobre la risa, que ella actúa como un mecanismo, como una fuerza de corrección social, un modo de castigo social ante los actos imprudentes de los poderosos y los tiranos. Entre la gente del pueblo que inventó la democracia, Aristófanes más que Eurípides permitía acceder al acontecer cotidiano de la polis.
Una crónica como «Se pintan casas a domicilio», del escritor venezolano Eziongeber Chino Álvarez remite a esa confluencia de literatura y humor. Álvarez es uno de los humoristas contemporáneos con mayor alcance político, y en una tierra donde desde siempre han predominado los cultivadores del humor. El suyo cultiva, muy especialmente, la ironía. Y en ese alejamiento se permite exponer, casi ensayísticamente, pero en forma subrepticia, la realidad política que lo rodea:
SE PINTAN CASAS A DOMICILIO.
Llega un momento en la vida de un hombre, en el que preguntarse vainas se convierte en un evento ineluctable que, al menos en mi caso, crece con cada día. Parece que viene atenido a la edad eso de pensar. Reflexionar supone entregarte al goce deleitante de un encuentro intelectual contigo mismo, tipo dale que te pego ¿no? Ahí, sentado, tú sabes, rumiando ideas o recuerdos.
Y desde los predios de la más íntima reflexión, tal cual sucede en las novelas de ficción, de mi cabeza brota lentamente un pensamiento como si fuera un hongo selvático que va empujando las venas de su tallo hasta llegar a ras de tierra, su casa:
«Pana, si la vida fuera teórica, los pitchers batearan .1000»
Ni a Derrida se le ocurre algo por el estilo. ¿Qué te parece, mi hermano? Ah, que no entiendes. Bueno, otro ejemplo: «Si la vida fuera teórica, los arqueros serían los máximos goleadores del torneo». Ahí, si ¿no?.
Si la vida fuera full teórica otro gallo cantaría. No existiría el ensayo y el error. Ni la tozudez que otorga el no rendirse. Ni todas esas metas que nos hemos trazado a partir de entender al menos un poco, de qué cosa está hecho el tiempo. No tendríamos noción de nada en absoluto ni nada nos interesara. Tampoco habría científicos y filósofos que se devanaran los sesos trabajando para comprender nuestro paso por este mundo. Punto importante: El asunto con Lucy, la mujer etíope que vivió hace casi 4 millones de años. Esta muchacha de apenas 1 metro y algo de estatura, ha visto truncada su carrera de modelo perpetua porque los científicos descubrieron en Grecia, huellas de pies de niños y adultos que datan de al menos 6 millones de años. Y 2 millones de años son 2 millones de años «aquí y en Pekín» dijera un tío mío.
Quisiera vivir tranquilo, en la más completa ignorancia que puedan ofrecerme las tradicionales e inmutables tesis, como las de Serafín Mazparrote en aquel libro de Biología que leímos en Bachillerato. O sea, no me fastidien. Pero no, no es posible huir. Los dramáticos cambios ambientales que sufre el planeta dado el derretimiento de los cascos polares, echan por tierra todo lo que aprendimos. Bah, los teóricos. Las imágenes deshuesan sin piedad mentiras e inexactitudes que nos acompañan desde siempre. Un poco de sindéresis, por favor, que son demasiadas verdades las que nos tenemos que tragar de un solo envión. Con cada descubrimiento, hay que replantear las bases de nuestra evolución, es decir, de nuestra historia. No obstante, será en vano, porque seguro, vendrá otro análisis más arrecho que tirará por la borda todos los anteriores. De manera que, concluyo en medio de mis debates nocturnales, no me queda otra que seguir machacando ideas y chico, el que siembra su maíz que se coma su pilón. Y ya me duele la cabeza, de tanto darle al pilón, como dice la canción.
¿Qué estamos haciendo frente a la presión extrema que supone vivir y con más razón en medio de una dictadura? Ni sé. «De la noche venimos y hacia la noche vamos», dijo el poeta. Dejémoslo hasta ahí porque no hay verdad más grande que esa. Lo cierto es que el 30 de mayo de este año, Corea del Norte presidirá un Foro de Desarme Nuclear en la ONU, pero que se sepa: la única forma que tiene ese gordito de entablar conversaciones con el mundo, es tirándole bombas y cohetes. Así no se puede, bróder. Parece que esos ejercicios militares, límpidos e inocuos, cumplen con los estándares normales que se corresponden con las dictaduras. Y por eso Corea del Norte presidirá tan importantes jornadas. Es que los dioses, a decir de Mel Brooks, deben estar completamente locos y lo que sigue, es sólo un ejemplo. Nada es lo que parece:
El otro día andaba yo por los lados de El Rosal. La idea era llevar un oficio certificado a la sede policial que queda por el sector. Todavía dándole mil vueltas a mis cavilaciones, me topo con el cartel de los carteles, colgado inopinadamente de un poste:
«Se pintan casas a domicilio»
¿Que cómo ejeso? Venga y le digo. Piso el freno de una, y de una vez, pelo por el celular:
– ¿Aló? ¿Buenas? ¿Ustedes pintan casas a domicilio?- inquirí.
– Buenas tardes, gentil hombre. Efectivamente, señor.
-Ah, pero pierda cuidado, amigo- le respondo. Yo se la llevo para abaratar los costos del traslado ¿qué le parece? La pego de la bola del Jeep, la arrastro con el güinche y pal carajo los enfermos, como decían. Nada personal.
– Excúseme señor, pero no lo entiendo.
– Me refiero a la casa…
– ¿Tiene usted un motorhome?
– No, sir. Una quintica en Oripoto. De lo más linda, por cierto. Y no es muy grande, así que no habrá problema…
(Silencio largo y espeso, como de iglesias)
– Ilustre, pero nosotros nos dedicamos es a pintar las casas a domicilio…
– He aquí el quid de mi generoso ofrecimiento, amable señor. Si le llevo la casa, a ambos nos saldrá más barato- argumenté.
– Bueno, eso sí es verdad- me respondió, sin advertir el giro bárbaro que tomaba nuestra conversa.
– Entonces de acuerdo. Allá cuadramos. ¿Se la puedo llevar tipo 9?
– ¿De la mañana?
– No puede ser de la noche, porque podrían pensar que me estoy robando la casa de frente, sir y me pueden meter preso, sir. Sería una situación tipo «Casa por cárcel», deslizo estúpidamente esperando alguna reacción.
-¿Y cómo la reconoceremos?
-Ohhh, mi amigo. No se preocupe. Mi Jeep es amarillo pollito, un color muy inusual por esos contornos.
Y así nos estuvimos, vacilándonos por un largo rato. Dos tipos más bien decimonónicos, usando un obsoleto lenguaje operativo y tratando de joderse uno al otro.
La crónica de Álvarez se desarrolla en dos escenarios que se superponen: el primero es la reflexión del cronista sobre el contexto social, político y económico que percibe. El segundo es el diálogo que establece con el pintor de casas a domicilio, que se va volviendo intrincado y absurdo. Ahí está la risa, actuando como anticlimax de la amarga reflexión.
El discurso humorístico ha venido desarrollándose vigorosamente en la Literatura Venezolana de las últimas dos décadas. Antes de ese tiempo, salvo autores como Job Pim, Ángel Gustavo Infante o Luis Barrera Linares, el humor era una especie de deshonra escritural y la crónica un subgénero narrativo. La mayoría de los cronistas ha estado publicando en las redes sociales, obteniendo un importante alcance, aunque sólo entre los venezolanos que viven en el país o los de la diáspora.
Un escritor como el Chino Álvarez no sería una excepción si no fuera por las características tan especiales de su quehacer escritural. Es, en efecto, un cronista y un humorista, provisto de una gran capacidad para captar el medio y sus lenguajes, así como el manejo cotidiano de las informaciones, un conocimiento bien fundamentado de la historia y la evolución política y un vocabulario propio riquísimo. Otra de las características de su estilo es el diálogo que entabla con el lector, comprometiéndolo. En algunas ocasiones, tiende a la procacidad, pero el sustrato moral y el poso de sus conocimientos lo salvan de la atroz vulgaridad. En fin, es un cronista que vale la pena leer para tomarle el pulso a su realidad, que muchas veces es también la nuestra.
Milagros Mata Gil. Foto de Juan Raydán
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