Crear en Salamanca, comentario de Andrés Alén

 

Crear en Salamanca es llorar. No, no debería empezar así  de desmoralizador, hasta de inoportuno, aquí en una página que Amador mima exactamente igual que si el mundo entero la estuviera mirando. Menos aún cuando, a pesar de todo, como aquí se demuestra, no se esconde el talento solo entre las cultas doradas piedras de su historia. Sé que no se derribaron todas las murallas, que muchos se empeñan en levantarlas otra vez, también reconozco la miopía provinciana y como muchos la cultivan con regodeo; del mismo modo advierto al que religiosamente admite como concluido todo lo creado porque al séptimo día descansó y hasta me callo cuando muchos como ancianos despotrican de lo nuevo por la pura vaguería de no poderlo alcanzar. Muchos, muchos muchos, esos muchos que por mi se disolverían en la nada si no causaran tanto mal.
Comprendo la dificultad de estar a la altura que la ciudad exige, que estos nobles edificios que la conforman, no lo son por esa piedra arenisca de color otoñal, sino porque son catedrales culturales que muchas veces cuando nos miran, nos hacen sonrojar. Así y todo, ese respeto debe de distar mucho de esa ideología de los amigos de todo lo inmóvil, que campan revestidos de ovejitas conservadoras, paralizando por aquí y por allá, creyentes de su propio ombligo, replicantes con sordina de sus propios delirios mesiánicos. No, no debería seguir por aquí, porque ya he dicho que esta  gente como los veinte años no es nada, y porque la página de Amador no es merecedora penosos sermones, ni de un tío que solo venga a hablar de su libro.
El tema, ni para reír ni para llorar, es el la posibilidad de crear en Salamanca, que para mí viene a ser casi lo mismo que creer en Salamanca y que es la única manera que tiene Salamanca de crecer- crear, creer, crecer-Amador me echa.
Algunos sabéis que pertenezco al mundo de artisteo, que en su parte más seria consiste aprender a sacar de dentro de uno, ciertas obras que creemos nos ayudan moralmente a crecer y nos dan la posibilidad de comunicarnos con cierta intimidad con los demás, y a esto, no lo vuelvo a decir, lo llamamos generalmente crear. En la distancia y con la limpieza inmaculada de las letras de Woord en la pantalla, esto es relativamente fácil de comprender, más que visitando la caverna platónica y poco aséptica del estudio del artista en el trance de no saber en qué lugar del cuadro embutir la mancha oleosa de color que empiece a dar sentido a su trabajo. Pero con todo, es la parte más limpia de este oficio, quizás la única sincera, en sus éxitos y sus fracasos, si no se es un engreído que piensa que todo lo hace bien. Puertas afuera ya es harina de otro costal. Sales y la ciudad te espera anhelante de ver tu cuadro, en otros casos de escuchar la delicada rima o de aplaudir lo bien que va la polonesa, y no te espera, pienso, porque no tiene por qué tener la obligación de esperar, y el que se crea especial, que este mundo es muy engolado, creo que desprecia a los demás.
Salamanca es el destino primero de nuestras obras, no la bella ciudad turístico-renacentista mientras no cambien la decoración de La Purísima-Dios no lo quiera, si no los ciudadanos que la dan vida, nos la pueden aceptar o rechazar, admirar o denostar, disfrutar si alcanzamos el éxito social, sin ninguna obligación, pero como ciudadano que soy… Sí si debería finalizar así, la página de Amador lo merece, lo que sí tengo, yo y todos los que frecuentan esta página, es vocación de recibir el arte, la poesía, la música, la prosa, el pensamiento. Vocación de agradecer el parto silencioso de la cultura, la riqueza palpable de lo original que nos ensancha, la vibración de ese esfuerzo gratificante y gratuito.
Yo creo que el séptimo día se puso a dibujar o a escribir un libro.
Andrés Alén

Un comentario
  • Montse Villar
    noviembre 19, 2012

    «Cuánto de acuerdo» estoy con algunas de tus afirmaciones, y qué valor demuestras al escribirlas.

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