Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario escrito por Manuel Quiroga Clérigo (Madrid, 1945), poeta, narrador, autor de teatro, crítico literario y periodista de la cultura, ha centrado su actividad en la labor poética y sus versos figuran en diversas antologías, revistas y trabajos colectivos, habiendo editado hasta la fecha dieciocho libros de poesía, entre los que están Homenaje a Neruda(1973); Fuimos pájaros rotos (1980); Vigía (1997); De Morelia callada (1997); Los jardines latinos(1998); Versos de amanecer y acabamiento (1998); Íntima frontera (1999); Desolaciones tardías. Aristas de Cobre (2000); Las batallas de octubre (2002); Mudo mudo (la aventura de Manila), (2004); Leve historia sin trenes (2006); Crónica de aves. El viaje a Chile (2007); Páginas de un diario (2010) o Volver a Guanajuato (2012), entre otros. Actualmente es Consejero de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE).
Fernando Marías
“COMO TÚ”, 20 RELATOS + 20 ILUSTRACIONES POR LA IGUALDAD
Un proyecto creado y dirigido por Fernando Marías y publicado por Ediciones Anaya (Madrid 2019) en su colección Infantil y Juvenil, viene a sumarse a la literatura en torno a la mujer y sus lógicas aspiraciones de igualdad y de cooperación en nuestra sociedad.
Ya el título (“Como tú. 20 relatos + 20 ilustraciones por igualdad”) pone de manifiesto el contenido de sus más de 170 páginas donde aparecen estas colaboraciones de veinte creadores literarios y otros tantos ilustradores que hacen del libro una agradable muestra, esta vez, dirigida a todos aunque su lectura en el ámbito de la juventud parezca más adecuado para potenciar, precisamente, la necesaria educación que permita ir ampliando esas cotas de confianza que deben llevar, inexorablemente, a la igualdad en todos los terrenos. Ya el propio Marías, en el prólogo, advierte que “La igualdad entre hombres y mujeres no existe en nuestra sociedad actual. Esa carencia inaceptable, de cuya realidad estamos convencidos, reclama soluciones apremiantes que deben abordarse desde los primeros pasos de la educación de las personas jóvenes. La igualdad se conseguirá en las aulas o no se conseguirá”. Por eso este libro no es sólo un “resuelto grano de arena”, como afirma Marías sino un muy interesante volumen que aporta distintas vertientes de una misma realidad y que, de una manera decidida, quiere también ser una guía para ir reivindicando lo que se puede conseguir además de con manifestaciones como la del día de hoy, 8 de marzo, con el trabajo diario, con la concienciación a mujeres y hombres, empresarios y trabajadores, padres e hijas de que un mundo mejor es posible sobre todo si, abdicando por ejemplo de los extremados beneficios empresariales, se reparte de una manera equitativo el valor acumulado entre quienes han logrado esos beneficios, lo cual no es preciso que lo diga Carlos Marx, sino que ha de hacerse de manera voluntaria y razonable aunque podría llevarse a cabo con la intervención del Estado en el caso, ya manifiesto, de abusos permanentes por parte de quienes todo lo poseen y, con ello, son capaces de sojuzgar a quienes han logrado edificar los grandes negocios. No vamos a hablar aquí del trabajo esclavo, que existe, pero sí llamar la atención acerca de cuestiones como que a igual trabajo se merece igual salario y a similares capacidades el mismo reconocimiento, algo que a las sociedades capitalistas modernas les cuesta mucho hacer realidad, en otros sistemas económicas la problemática es la misma cuando no más difícil de asumir para lograr dar visibilidad al valor de la mujer frente al varón situando a ambos en los mismos escalones sociales.
“Una buena educación generará ecos positivos, de la misma manera que una educación descuidada, inadecuada o mala acabará antes o después por resultar nefasta. Lo demuestra la Historia y lo corrobora la vida cotidiana en nuestros días”, añade Marías en su prólogo.
En “Leer el cielo”, Ricardo Gómez, con una delicada ilustración de Alba Marina Rivera, nos habla del valor de la voluntad, de la capacidad de aprender a conseguir el futuro y del valor de quienes nos precedieron y fueron nuestros maestros en el arte de anticiparse a la dura realidad. Queda la muestra, la realidad, de que todo es posible para todos y, en este caso, también una mujer es capaz de “leer el cielo”.
Raquel Lanseros en el Teatro Liceo de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)
Raquel Lanseros nos lleva a su verso idílico y en un sencillo poema, dibujado casi exactamente por Raquel Lagartos, titulado “Origen” nos habla de la extensa capacidad del universo para contener a mujeres y hombres y su necesidad de ser unos ante los mismos horizontes: “Hay millones de hombres/millones mujeres/todos sienten, todos han sentido/todos sueñan/soñaron/morirán soñando/todos han contemplado con estupor el cielo/todos necesitaron calor, brazos, canciones/todos tuvieron alguien que los quiso/son igual de tenaces/son igual de frágiles/iguales en la risa/iguales en el llanto/iguales en lo mucho que costó construirlos”. Y así se va forjando la igualdad, la necesaria equidad que permitirá al mundo seguir un universo más justo y más sociable.
En “Invisible”, Rosa Huertas, que ha incidido en este tema en su libro “Mujeres en la cultura”, relato la (casi)biografía de Matilde Padrós, una mujer que pasó de sólo poderse examinar en el Instituto San Isidro de Madrid en 1882 a tener que penetrar en las aulas de la Universidad acompañada de su Catedrático y de un bedel ante la mirada de los varones que la apodaban “La Niña”, mientras llevaba la contabilidad de la tienda de su padre, hasta conseguir su licenciatura con matrícula de honor. Había estudiado griego, metafísica, literatura, hebreo y de ella dijo José Ortega y Gasset “Es la mujer más inteligente que he conocido”. Conseguido su título y el reconocimiento de su valor como mujer universitaria valiente y trabajadora y tras relacionarse con importantes personas en Londres, formando parte de la redacción de la Enciclopedia Británica todavía se puede contemplar en las vitrinas del museo de su instituto la mayoría de las personas ilustres que aparecen en las fotografías son hombres, las mujeres siguen siendo invisibles, lo que refleja perfectamente la ilustración de Fernando Vicente.
Nuria Díaz dibuja a una joven con el corazón roto por la explosión del Twitter en la vida de los seres humanos, igual que los cristales rotos de la ventana de “La llave de los campos” de René Magritte. De ese corazón roto habla Ledicia Costas en “Igual que tú, tiemblo”. Ahí están esa @Sara Luna que va relatando sus avatares diarios (“El mundo está diseñado para las personas frágiles” y las interlocuciones en la red de @perra vida (“Venga, reconoce que hay que ser muy imbécil para mandar ese tipo de fotografías” y @criatura blanca que interacciona con la anterior aunque tampoco estén muy de acuerdo con la actuación de @Sara Luna en su rara situación pues parece que no se atreve a afrontar sus problemas de mujer en una realidad difícil: “A veces tiemblo cuando me miran. Cuando escribo, no. Cuando escribo crezco porque me protege la pantalla”. Y, ojo, es la pantalla su mejor confidente, por eso, porque ofrece protección y hasta anonimato. Luego iremos viendo el desarrollo de la historia de @Sara Luna, su rara relación con el sexo opuesto y sobre todo por quien parece haber sido importante su vida, ese hombre de actuación, por eso habla de “la traición de Diego, la persona que movía mi mundo”. Al final recuerda un verso de Elena Medel: “Igual que tú, tiemblo. Ya no puedo llorar”.
María Zaragoza
Tristemente precioso el relato de María Zaragoza, titulado “Kenia” con ese dibujo de joven despampanante que lee a Carl Sagan, obra del diseñador gráfico y músico Didac Pla. Kenia es, solamente, una chica deseada que pese a su “belleza inverosímil” no se siente bien consigo misma, pese a su desarrollo como mujer tal vez por el comportamiento de los chicos como cuando, “aquel primer novio suyo le dijo que se sentase junto a él en el banco del parque e hizo un comentario despectivo delante de sus amigos sobre el tamaño de su culo”. Esta narración podría ser la base para un buen corto de cine o película de directores como Pedro Almodóvar o León de Aranoa. No desvelamos el final pero sí algunos detalles anteriores: “Su siguiente novio controló todo lo que se ponía”. Una mujer, en su juventud, en su desarrollo como ser adulto enfrentándose a un mundo repleto de prejuicios, de pequeñas violencias, de negaciones. “Recuero a Kenia y que nunca le dije que a casi todos nosotros nos parecía maravillosa tal y como era”.
Mónica Rodríguez, que “se dedica por entero a la literatura infantil y juvenil” nos deja, con el concurso gráfico de Raquel Aparicio, un relato titulado “En tu jaula de cristal”. Una mujer en un parque interroga a alguien cercano, como si la pregunta fuera para ella misma, porqué recibe un trato que cree injusto. Es joven, lleva “una sudadera, con la capucha cubriéndole el pelo, un perro de presa, patines” y resulta que está hablando a o con un móvil, algo que podemos ver cada día en la calle sin que ya nos extrañe. Quien está observando a esa joven de repente ve que aparece un joven, con características similares a las de la joven, con el cual entabla una rara conversación que remata cuando la chica se aleja mientras le dice: “-¡Te quiero, el recién llegado se aleja! ¡Te querré toda la vida, hagas lo que hagas!”. Ha quedado en el ambiente una escena de abandono, de cierta violencia psíquica, de falta de cierta libertad personal, así que cuando protagonistas abandonan el parque la narradora se permite dejar en el aire determinados consejos: “Quién sabe si este libro, estas palabras, te alcanzarán algún día y levantarás los ojos y pensarás que nada ni nadie merece lo que viviste esta tarde en el parque, lo que habrás vivido luego, lo que espero que nunca vivas. Quién sabe si entonces romperás tu jaula de cristal”.
En “Iguales” nos regala una escena teatral donde se habla del pasado, de la timidez, de la incomunicación humana. Son “Dos jóvenes, un chico y una chica, en la fila de la cafetería, con una bandeja en la mano” que, luego, son retratados colorida e intencionadamente hay en la mesa ante su consumición por Sara Morante. Enseguida él y ella repasan su vida anterior, su relación pasada con pequeños detalles (-“¿Por qué dejamos de vernos?”. –“No sé. Nos hemos hecho mayores”. Etcétera). Aparece en la escena del pasado el grupo de jóvenes, la justificación de la relación, un amigo que sirve de hilo conductor, el abandono: “”Cuando Juan desapareció dejé de interesaros”), luego se habla de Alba, otro nexo con el pasado, y quedan en el aire alguna especie de quejas: “la adolescencia lo ha complicado todo”. Al final la incomunicación ya es real. Escribe la autora en un descriptivo de la acción: “Los dos se levantan y se van cada uno por un extremo”. Y sólo queda una especie de promesa, una nebulosa, ante el ofrecimiento de ella de presentarle a él sus amigas: “¿Sabes qué? Lo pensaré…”.
Gonzalo Moure
Gonzalo Moure participa en el libro con la historia de “Melhfa” y la vida en la hamada, en el desierto y el abandono a que sometió Marruecos a los habitantes del Sahara, tras la firma de los acuerdos del entonces Príncipe Juan Carlos mientras el Aborrecible agonizaba. “Rim ha vivido en España más que en los campamentos”, pero decide regresar junto a los suyos, al innecesario destierro y se cubre la cabeza con la melhfa, un turbante aparatoso que el burka que “la mujer afgana se cubre para ocultarse” y, entre su familia dirige “una biblioteca que se llena todos los días”. Rim ha comprendido que necesita estar allí, ella lo necesita y los demás la necesitan a ellos, tanto es el desamparo en que viven muchos y hombres y mujeres del mundo, tercero, segundo o primero: unos en los campos de refugiados, otros en hogares destruido, algunas sufriendo maltrato, algunos con carencias por falta de trabajo, de vivienda, etc. El narrador relata lo que ocurre en el campamento, en la jaima de Mulay donde se encuentran “todas” sus mujeres, la hermana, la mujer, la suegra. Ésta, Madja “ha estado varias ocho veces”. Ocho. A todo sonríe Rim, es su mundo. Nos enteramos que “Ellas (las mujeres) construyeron las jaimas, los hospitales, las escuelas, todo” mientras los hombres estaban en el frente y protegiendo el espacio cedido por Argelia para vivir. Rim se siente sorprendente bien en un lugar como ese, dejado de la mano de Alá, diríamos. Leemos: “Rim. Su sonrisa su pintura de guerra. Sonrío también”. Esperanza León nos deja una mirada de desierto, seguramente decorada con henna.
Jorge Gómez Soto, en “Lo contrario”, con el concurso gráfico de la librera Mireia Pérez que ha dibujado una careta o rostro descomunal lleno de significado, nos cuenta la relación de Iris con su padre y la preocupación de ése por ciertos acto que, supone más que conoce, pueden estar aconteciendo alrededor de la joven, todo rodeado de las incursiones en Youtube y ese condenado Chus, rarito donde los haya. El consejo de que la chica hable con el director del cole mientras el rapero sigue estando bien considerado por el resto de la peña “¿Pero qué se ha creído para meterle la mano por debajo de las bragas a una compañera de clase?”, se pregunta el padre, a quien la hija sigue desoyendo aunque él crea que tiene razón y le parece razonable tanto su defensa como su capacidad de aconsejar a la chica. Por eso se dirige a ella con palabras que quieren ser convincentes: “..alerta a las palabras, pero sobre todo a los hechos, alerta a ese machismo tan cotidiano que, aunque lo tengamos delante de nuestras narices, no conseguimos verlo. La sociedad nos lo vuelve invisible”. Al final el hombre se queda sólo con sus apreciaciones pues hasta la madre no está de acuerdo con su actitud de aviso y protección de la joven…
Care Santos
La manresana Care Santos titula su relato “La respuesta” y se pregunta “¿Por qué la dominación de los hombres sobre las mujeres duró tantos siglos?”. Y esa dominación se incluye el “apartarlas del poder, relegarlas a las tareas domésticas, menospreciarlas, ignorarlas”. Un joven se compadece de su hermana que trabaja mucho mientras ella duerme lo que quiere, come lo que hay y se va de paseo con su padre aparte de dedicar algún tiempo, poco, a los entrenamientos con su equipo que espera “ganar el campeonato”. Hasta que la madre toma cartas en el asunto y ordena que padre e hijo han de hacer la compra, las tareas domésticas y cosas así. Cuando el hombre quiere sacar dinero le dicen “No está usted autorizado. Consulte con su banquera”. Y todo comienza a evolucionar. Se suspenden los partidos de fútbol femenino, los chicos tienen que ir con pareja para poder entrar a una cafetería a tomar un refresco. “Son las leyes”: “prohibido estudiar, conducir vehículos”, tener dinero, “entrar solos en lugares públicos”. ¿ A que escuece? Pues antes era así, he ahí la moraleja. ¿Vale la pena rebelarse?, es el interrogante. Ni siquiera es útil sublevarse. Y luego “Supimos de un estudiante de ciencias muy brillante que intentó ir a clase como si no ocurriera nada. Entró y ocupó su antigua mesa, pero la policía se lo llevó antes de que llegara la profesora”. Luego sabemos que el primer ministro canadiense “que se atrevió a negarse a ceder su puesto a los nuevos Comités de Lucha Feminista y fue ejecutado tras un juicio sumarísimo”, o que “la presidenta de las Naciones Femeninas dijo en televisión con voz ce triunfo” lo que dijo o sea que “Es lo que los hombres se estaban mereciendo. Que les pusiéramos fregar durante 800 años”. Un relato algo extremado pero que, seguramente, con situaciones que están en muchas mentes ante la feroz situación que, al menos tiempo atrás, tuvieron a las mujeres como rehenes o/y víctimas de sistemas políticos, sociales y familiares, al menos, desproporcionados. “Debemos resignarnos-concluye el narrador (varón, no olvidemos).Tal vez tratar de comprender qué hicimos mal. Ana Olcina dibuja a todo color una fémina convertida en reina de la situación aupada por las manos de varones de todas las razones y, supuestamente, condiciones.
“García y García” es un simpático y algo enrevesado relato de Ana Alcolea con sus dos protagonistas meditativos y encerrados en un mudo pentagrama de cavilaciones, como dibuja Alberto Gamón. Y es que los García, de repente, deciden entrar en un coro, “No en el del colegio, sino en el del barrio” y también se le aconseja jugar al fútbol. Entonces el profesor dice a un García “Tienes que meter más aire en la tripa. Respirar con el diafragma. Si no lo haces no conseguirás llegar a las notas más altas”. Así un García aprende de otro García y varón y fémina se van complementando con lo cual, digamos, llegan a las cotas de igualdad que, tal vez, sean precisas para una convivencia armónica en las sociedades humanas compuestas, como se sabe, de mujeres y hombres, o viceversa. Esta sería la gran moraleja de este relato sencillo en el cual los valores de cada uno complementan, o pueden complementar, los valores del otro.
David Lozano escribe “Naufragio” y Pedro Rodríguez dibuja a los protagonistas viendo como se salvan algunos pasajeros del Titanic mientras ellos deciden permanecer a bordo a punto del hundirse el coloso de los mares. Es la historia de Isidor Strauss y su querida esposa Rosalie Ida en la cubierta de Primera Clase el 15 de abril de 1912. Cuando el oficial quiere facilitar a Igor su descenso al bote para abandonar el barco Strauss no quiere usar su privilegio de millonario y dice: “Muchas gracias, pero no subiré a ese bote antes que cualquier hombre” y pide a su esposa que abandone el barco. “Hemos vivido juntos tanto tiempo, Isidor. Adonde tú vayas, iré yo”, contesta Rosalie. Acto seguido ambos contemplan el iceberg y los viajeros que se alejan en los salvavidas y se alejan por la cubierta” cogidos del brazo”. El esposo se ha sacrificado por los menos favorecidos por la fortuna, por aquellos que no tienen derecho a ser salvados. La mujer se sacrifica por mantenerse al lado del hombre con que el ha convivido, se supone, de manera confortable. Ambos son héroes de la concordia, de la convivencia, un hombre y una mujer iguales, por su propia decisión, ante un destino que ahora, no antes, les es adverso. Parece ser que el cuerpo de ella no fue encontrado, el de Igor “fue recuperado por el buque cableador Mackay-Bennett ().Sus restos fueron inhumados en el cementerio de Woodlawan, en el Bronx (NYC)”.
“La educación sentimental” es el relato de Maite Carranza. Agustín Comotto dibuja los mundos invertidos de varones y féminas frente al ordenador, los artilugios que parecen dar nuevas vidas a la juventud. Se trata de una corta pieza teatral donde unos jóvenes hablar del inicio de sus vidas sexuales, con el absurdo lenguaje de la juventud escasamente literario. Las opiniones de los chicos contrastan con las de sus oponentes. Los varones están viendo escenas eróticas en el ordenador y haciendo cábalas acerca de lo que gusta a las chicas, a las que lógicamente llaman tías (“SE vuelven locas”) en un esfuerzo por parecer modernos aunque resultan maleducados. Ellas hablan del temor ante la primera vez con expresiones igual de bonitas (“Duele que te cagas” y aquí aparecen las distintas parejas, opciones, posibilidades. Seguramente unos y otras están experimentando algo diferente, esa educación entre sentimental y bochornosa que, sin embargo, les está conduciendo a su mundo de seres adultos y responsables: “Yo lo hago porque Álvaro es mi novio y es lo que tengo que hacer, para que no se vaya con cerdas como Vane…”, esgrime Marian. Al otro lado Álvaro casi gime: “Marian es dulce, comprensiva, sincera. Aunque la verdad, paso de entenderla”. El panorama parece algo confuso.
Santiago García-Clairac con ilustraciones de Gabriel Hernández Walta escribe “Metamorfosis”, la historia de un tal Máximo Cuadrado que, como el protagonista de Franz Kafka, se convierte en algo diferente, no un insecto gigante, o sea en una mujer. “”-¿Eres la nueva alumna, verdad?” le preguntan al llegar al instituto y pasa a ser Luz. En ese recorrido por su nueva personalidad comprenderá algunas cosas por ejemplo lo que es el acoso de los varones, sus miradas “junto a varias proposiciones que le hicieron enrojecer…” y la acometida directa de Borja, que en un momento dado utiliza su superioridad para satisfacer sus instintos: “Máximo hubiera dado cualquier cosa por ser el antes”, comprendiendo lo negativo de carias situaciones que él mismo llegó a protagonizar. Cuando el abusador Borja pide “No se lo cuentes a nadie, Luz” aparece una reflexión del recién convertido en chica: “…se dio cuenta de que las palabras de Borja que tanto le sonaban eran suyas, las había pronunciado en su vida anterior, cuando era hombre y controlaba a las chicas del instituto”. Bueno, al final el tema se reconvierte y todo tiene el final que parece deseado.
Alfredo Gómez Cerdá
“Como una cornada” es el relato de Alfonso Gómez Cerdá con ilustraciones de máscaras y laberintos de Santiago Sequeiros. Aparece la violencia, no soterrada precisamente, típica de a nuestro entender de quienes tienen aficiones agresivas. Los malos modos, las bofetadas, el “aquí mando yo”. Y es que sucede (casi) siempre igual: “..a la primera bofetada siguió otra, y otra…”. Es cuando la mujer “Encarna fue consciente de que no estaba soñando y de que todo tenía una explicación lógica: se había casado con un maltratador”. Así que desde la idea de comprar la “Enciclopedia Taurina” que, como todo el mundo sabe, es la gloria de la cultura y el compendio de todos los saberes, se había pasado a una relación de terror por parte de la esposa. El final, lamentamos reconocerlo, no tan extremado es el que merece el esposo bravucón, activista de la llamada fiesta nacional y todo eso. El médico así lo comprende cuando asiste al desenlace de todo. Pero no siempre sucede de tal manera y, aunque nadie desea el mal a los demás, la mayoría de las veces es la mujer la que sufre las acometidas del maltratador y el peor final.
El prologuista, Fernando Marías, también ofrece un relato, el titulado “El jardín de la falsa verdad” ilustrado por Carla Berrocal en el que leemos que “Álex ama el Metro de Madrid”. Dice que aunque se cambie de casa o de vida siempre quiere tener un Metro cerca. “Ha logrado que un reportaje suyo alcance importante repercusión social: el crimen de “La tarántula del videojuego”, como lo bautizó él logrando que todo el mundo lo llamara así”, algo que ocurrió en su barrio. En un vagón del Metro alguien entre 22 personas le llama al móvil para felicitarle por su éxito pero también afearle por cómo ha llevado el tema. Y es que viajar bajo la superficie puede dar lugar a misteriosas situaciones como si los hombres y las mujeres dejaran de ser parte de su propio recorrido. Llega una pregunta que tal vez Álex no sepa contestar: “¿Por qué a ti, que querías ser periodista, ha dejado de importarte la verdad?”. “El desconocido, está claro, es un envidioso. O una envidiosa”, piensa el viajero. El hecho es que pocos saben apreciar los condicionantes de la verdad ni ver hasta dónde es verdad o deja de serlo. Total que, después de la incertidumbre en que le ha dejado el comunicante anónimo, el periodista olvida lo sucedido y comienza a pensar en la “nueva entrega del caso de “La tarántula del videojuego”, posiblemente para seguir triunfando en su profesión, sin que nada ni nadie le condicione.
“La segunda vez” es el relato de Nando López con ese significativo dibujo de Javier Olivares de la mujer sumida en una oscura soledad. Una chica envía unas malditas fotos a su novio y dos animales la acorralan a cambio de borrarlas. Todo había nacido con “Ese maldito 6º de Primaria donde creí que jamás encontré un lugar de silencios que me anularan”. Las violaciones pueden incluso no ser físicas, en un descampado o en un despacho, las infidelidades pueden no ser solo amorosas. Antes ya la chica había decidido grabarse la palabra MAR en el muslo, por ejemplo, “un mar que les arrastrara a ellos”…Después acude a un botellón, esa manera tan adecuada para tener buenas relaciones sociales, y sucede otra vez: “ellos se asían con fuerza y se restregaban sobre mi cuerpo”. Cuando todo acaba Iria, la protagonista, cambia de instituto y de ciudad y encuentra a Lea que posiblemente ayude a la chica a olvidar lo que sucedió y, con ello, piensa “sí llegaré a ser mar”.
Antonio Lozano nos obsequia con “La libertad de Penélope” y Anu Jato dibuja a la esposa de Odiseo tejiendo y destejiendo mientras el héroe clásico prosigue con sus andanzas. Con ello aleja a sus pretendientes y mantiene la ilusión del regreso del varón. El hijo aprueba el trabajo y la astucia de la mujer pero ella piensa: “Mi sino parecía ser el de la espera infinita, el tedio, la resistencia al acoso constante de hombres que yo no deseaba”. Cuando al fin Penélope elige a uno de sus pretendientes, usando su libertad de fémina, todo parece comenzar a cambiar. “Tras la primera noche pasada juntos me sentí sueña de mi vida”, hasta que percibe que el hombre es igual de orgulloso que los demás y comienza a sentirse seguro como conquistador de la mujer que, previamente, le ha elegido. Entonces es cuando decide volar sola, deja una carta a su hijo y desaparece (“Si alguien te cuenta que morí de pena, niégalo”), pero lo cierto y dejado un recado para su esposo, después de tanta espera, al escribir “Si algún día regresa a Ítaca, que no pregunte por mí, sólo hallará retales del pasado”. Como dicen los guionistas locos de las series televisivas se ha hecho dueña de su destino.
Ana Campoy
También el espacio, los viajes a la estratosfera, las aventuras siderales tan importantes para las industrias de los países ricos aparece con un relato en este libro de 20. Es “El primer paso”, firmado por Ana Campoy y con una astronauta típica y sonriente pergeñada por Juan Miguel Aguilera. Logan y Diane aterrizan en Marte, que ya es decir. “La plataforma había atracado. Le sorprendió sentirse tan despierta. Con la mente despejada. Limpia. Al igual que en su primer paseo. Cuando el mundo era azul y pequeño y podía abarcarse con la mano”. La inmensidad del espacio, la lejanía de la Tierra, “la ingravidez eterna”, todo conmociona a Diane Dalloway, consciente de que, como mujer, está dando un gran paso en nombre de la Humanidad. Se convierte así en una adelantada a su especie, las de las mujeres. “Si se lo hubieran dicho a su madre, que siempre cargó sola con todo”. Enseguida, como dicen que ocurre en el momento de la muerte, toda su vida pasa por su mente: “La sucesión de becas, el doctorado, las primeras publicaciones”, “mil puertas que se cierran. Una que se abre” y algo más sencillo como “Las palabras de su madre: nunca salgas sin pintar, porque cura los días malos y las imperfecciones”. La conquista del espacio, como el Ibex, deja de ser cosa de hombres. “Diane inspiró con calma y se dijo que estaban a punto de conquistar otro mundo” y ella, una mujer, formaba parte de ese equipo que abriría la puerta al futuro a otras generaciones de mujeres.
Un curioso poema de Antonio García Teijeiro con la delicada ilustración de Xosé Cobas, una granada flotando en un espacio de nubes cercana a un templete idílico, cierra el libro. Sus versos llevan por título “Se acabó, madre, se acabó”. Una madre trabajando, un hombre fumando mirando a la nada y una hija que quiere romper ese círculo vicioso de tradiciones negativas, de esforzadas imágenes donde la mujer cuida la casa, trabaja, brega y apenas tiene un minuto para soñar mientras el varón se esfuerza en cometidos más acordes con su naturaleza de macho como ver el fútbol de los millonarios, discutir las jugadas de los tuercebotas, y fuma y “nunca se emociona con las estrellas” ni con las cosas sencillas. La hija interrumpe esa situación y los versos lo cuentan de esta manera: “Se acabó, madre, se acabó./En el jardín vuelve a haber camelias blancas y rosas amarillas./Déjame recoger los escombros de una vida ya podrida,/sentir una nueva que renace/y me haré dueña de la inmensidad/que aparece delante de mis hijos”. Y, seguramente, lo consiga, lo debe conseguir para desterrar la soledad de las madres, la esclavitud de las hijas, la vida cómoda del varón
Majadahonda, 8 y 9 de Marzo de 2019. A favor de la igualdad.
Manuel Quiroga Clérigo
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