‘COMO EL MÁRMOL’ Y OTROS POEMAS DE CARMEN PRADA ALONSO ENVIADOS PARA EL XXVII ENCUENTRO DE POETAS IBEROAMERICANOS

 

 

 

Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar estos poemas de Carmen Prada Alonso, nacida en Zamora, se trasladó a Salamanca a los 18 años, donde reside desde entonces. Casada, madre de 4 hijos, ejerció su profesión en hostelería y agencias de viajes, alternando con su afición a la literatura, a la que se ha dedicado plenamente como escritora y poeta desde hace más de 15 años.

Pertenece a la Tertulia de Papeles del Martes, participando con sus poemas en la revista del mismo nombre, publicada semestralmente por la Diputación de Salamanca. Su obra se compone de poesía, relatos, cuentos didácticos, tradicionales cuentos de Navidad, artículos periodísticos y novela.

Entre sus premios y galardones están: Primer premio Certamen Poesía Juan Machaca; Primer premio Certamen Poesía María Fuentetaja El Escorial; Primer premio Certamen Literario San Valentín Asociación Tierno Galván;  Primer premio Certamen Microrrelatos Palabras Contadas Editorial La Fragua del Trovador; Primer premio microrrelato Museo Casa Lys  Bajo un cielo de cristal; Primer premio Categoría absoluta Certamen de Cuentos Memorial Fuencisla en dos convocatorias; Primer premio Certamen cuentos infantiles Viejo Castillo ; Primer premio Certamen Cuentos de Navidad Ciudad de Béjar; Primer premio Certamen Cuentos de Navidad Ciudad de Béjar. Ha sido finalista en los siguientes premios: Premio Umbral de Poesía de Valladolid; Certamen de Poesía Treciembre; Premio Internacional de Poesía de Poesía Pilar Fernández Labrador; Certamen de poesía Taci de Torrelodones, por citar algunos. Entre sus libros publicados están los poemarios ‘Así, madre’ y ‘Mater Admirabilis’; la novela ‘La Fiscala’, así como el cuento infantil ‘Darío y el arco iris’. Poemas suyos ha aparecido en numerosas antologías.

 

 

COMO EL MÁRMOL

 

Preguntaba a la lejanía

por el resplandor del polvo bajo el sol,

en aquella luz terrosa

del desvencijado dormitorio

de cortinas desvaídas.

Las nubes nadaban despacio

aquel día gredoso y desolado,

en el que el aire se llenaba

de siluetas invisibles,

que me miraban fijamente,

queriendo destrizar los quizás

de aquel momento indómito.

Como el mármol era mi mirada,

blanca, dura, helada,

que asemejé a lápida

de sepulcro sin blanquear.

Se anillaron las nubes

con sus ojos de enigmas,

y yo, ciega, buscaba

quien diera luz a los míos.

Quise sacar de un cajón olvidado

la carta de perdón

que nunca llegó a su destino,

 

pero en aquel momento,

la lágrima germinada

en el vientre de mis ojos,

no quiso nacer.

 

 

EL DIOS SIN NOMBRE

 

En los recintos sagrados,

no importa de qué dios,

hierven las sombras

en aromas de incensarios.

Quedan en barbecho los llantos

y se arraciman las lágrimas

en las gargantas de los adentros

que escriben con mayúsculas

los nombres de todos los dioses.

Los corazones de barro

van de la nada a la nada,

rebotando en las piedras

de los muros que atrapan

los bufidos de los desconsolados.

Al otro lado,

donde florecen las crasas,

el susurro del mar

amaina el pensamiento,

la plata de sus reflejos

litiga con el cielo

lacerado de nubes enrojecidas,

y la brisa socorre con su bálsamo

la sequedad de los miedos.

Ved este dios omnipotente

con su manto de colores infinitos,

verted vuestras lágrimas

en las aguas que pone a vuestros pies

para que florezcan vida,

poned vuestros corazones

sobre la piedra húmeda

para que el barro se diluya

y pueda volver a latir

la sangre de los orígenes.

Desnudad vuestros cuerpos

y dejad que anide en vuestra piel

el aliento del dios sin nombre,

contad, si podéis, los colores

que vuestra vista alcanza,

y veréis destruidas las sombras

que os atenazaban en los muros

en los que ¡oh, necios!

os dejasteis encerrar.

 

 

MI EXTRAÑA TRISTEZA

 

Hoy me ha preguntado

mi extraña tristeza

¡oh,alma mía!

qué incendio bordó

a ese monstruo maligno

que arrasó la dulzura del ángel

y levantó mi puño hacia Dios.

Por mi casa se pasea colérica

la mirada que me muerde fijamente

y que remueve mis heridas,

como las hienas que remueven las entrañas

de los muertos abandonados.

No hay sol ni luna,

y mis manos sombrías saquean

los altares que guardan los enigmas

de mis crepúsculos vacíos.

Hoy le he preguntado

a mi extraña tristeza,

¡oh, alma mía!,

cuándo me olvidé de encender la luz

y mis versos construyeron

cementerios llenos de gusanos.

 

 

 

CRISÁLIDAS

 

Hay preguntas que nunca hice,

las que ya se hicieron,

se hacen y se harán

desde los principios de la existencia,

en todo tipo de lenguas,

de sociedades y de culturas,

y a las que nunca nadie

ha encontrado respuestas.

Cuando no hay respuestas

juega  la imaginación

y se llega a conclusiones

que intentan ser dogmas,

y que no dejan de ser otras preguntas

de los que se consideran sabios.

El destino, la vida, la muerte,

la bondad y la maldad,

no tienen respuestas

para llegar a su comprensión.

Y nos envuelven en sus sombras,

convirtiéndonos en crisálidas

que nunca llegarán a mariposas,

quedando encerradas para siempre

en la urdimbre de la oscuridad.

Hay preguntas que nunca he hecho

porque nadie podría responderlas.

Y me remitirían

a los libros de los filósofos,

de los humanistas, de los eruditos,

de los santos y de los demonios,

de todos los que a las preguntas

añaden más preguntas.

Siempre seguiré crisálida,

y jugaré también con la imaginación,

pero no para buscar respuestas,

sino para encontrar metáforas

que me enseñen de una forma bella

cómo sería la luz

si llegara a mariposa.

 

EXALTACIÓN

 

Volverán las auroras

en las que en la piel no se sienta

el escozor de las ortigas,

en las que ningún desventurado

rompa los espejos en los que se miran

los sueños de los inocentes,

en las que no corran a borbotones

los crujidos de la angustia,

y en las que, al besar la tierra,

el rocío apague la sed

de los labios de la arcilla.

Volverán los días de pastoreo

en los boscajes dorados del silencio,

se erguirán los cuellos de los cisnes

y se abrirán las alas

de los puertos apacibles.

Veremos a los ángeles

con sus copas llenas de mayos,

nubes fabricando canciones,

y una marea de luz que envolverá

las aguas que se adentran sin llave

en los surcos de los abrazos.

Hallaremos nortes y senderos

con olor a primaveras

para nosotros y para nuestros hijos

y conseguiremos las noches

en las que se enciendan nuestras cinturas

y se abran los refugios

de las alcobas cerradas.

 

 

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