Santiago Montobbio
Crear en Salamanca se complace en publicar estos comentarios escritos por Manuel Quiroga Clérigo (Madrid, 1945), poeta, narrador, autor de teatro, crítico literario y periodista de la cultura, ha centrado su actividad en la labor poética y sus versos figuran en diversas antologías, revistas y trabajos colectivos, habiendo editado hasta la fecha dieciocho libros de poesía, entre los que están Homenaje a Neruda (1973); Fuimos pájaros rotos (1980); Vigía (1997); De Morelia callada (1997); Los jardines latinos (1998); Versos de amanecer y acabamiento (1998); Íntima frontera (1999); Desolaciones tardías. Aristas de Cobre (2000); Las batallas de octubre (2002); Mudo mudo (la aventura de Manila), (2004); Leve historia sin trenes (2006); Crónica de aves. El viaje a Chile (2007); Páginas de un diario (2010) o Volver a Guanajuato (2012), entre otros. Actualmente es Consejero de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE).
”LA LUCIDEZ DEL ALBA DESVELADA”
Santiago Montobbio, profesor de la UNED en su Barcelona natal (1943), superada la tetralogía poética compuesta por “La poesía es un fondo de agua marina”, “Los soles por las noches esparcidos”, “Hasta el final del camino” y “Sobre el cielo imposible”, continúa su inspirada labor de creación lírica con un poemario titulado “La lucidez del alma desvelada”, obra que con el denominador (casi) común del amor imposible nos permite adentrarnos en una intimidad, cierta o inventada, en la que el propio autor es el protagonista de esa lucidez capaz de inundar las páginas de esta especie de diario, sin fechas ni referencias concretas, donde el mundo comienza a desmoronarse pero, a través del arte y la intuición personal del autor, cobra valor de permanencia para permitirnos conocer poemas intensos, relatos en prosa repletos de datos e ideas y, sobre todo, un resumen vital que ya comenzaba a insinuarse en los miles de versos de los libros anteriores. Así que “La soledad del alba desvelada”, libro editado en el mes de Febrero de 2017 por Los Libros de la Frontera en “El Bardo-Colección de Poesía” nos regala una serie de poemas delicados, vitales, repletos de ternura e intención. “Un amor. Así empieza un amor” leemos en el segundo poema. “Este podría ser mi último poema, más triste/que el de Machado de los días azules”, viene a cerrar esta colección de intenciones, de lances amatorios, de música de las esferas, de instigaciones íntimas y, sobre todo, de ese elaborado conjunto de decisiones que permiten a Santiago Montobbio seguir ejerciendo este oficio gratuito de poeta. Entretanto poemas y poemas, prosas que reflejan el quehacer diario del autor, suspiros, vehemencias: “Eres también el sueño y la esperanza./Puede ser en el vivir amor sólo mañana”, escribe en la página 27 y en la 211 un texto personal habla de un paraguas de los chinos,de Barcelona, de una exposición de la Sala Dalmau, de una bellísima prosa que Foix escribió para el catálogo que hizo Dalí allí” y del deseo. Al final el autor recalca la idea de todo el escrito: “te quiero siempre viva, siempre conmigo-y siempre viva”. ¡Vaya!, hemos estropeado el final como recomendaba Hitchcook que no se hiciera, pero es que el libro, todo él es una declaración de amor, una continua alabanza de la mujer amada y ese innato deseo que gracias a “La lucidez del alba desvelada” nos lleva, cómo no, a viajar por un itinerario de pasión, de acercamientos, de promesas. “Amor. Humor. Dolor. Todo/es dolor. Y adiós. Todo/es dolor si sobre el amor/sólo hay amor”.
La poesía, en este libro, se hace profunda, intensa, casi asombrada; se convierte en un monólogo con la amada, con las situaciones compartidas y con las soledades soportadas, algo muy típico de los enamoramientos, digamos, difíciles o enrevesados. Y esa lucidez, sin embargo, es capaz de seguir creando imágenes, vehemencias, ternura: “Se abre el verano y yo te espero como flor”. Es como si nada más existiera, como si el mundo se redujera a unos labios o a dos corazones, como el todo, o algo, pudiera ser compartido para siempre. “Tú y el poema, el verso/que el tiempo/con esperanza enhebra./Tú, el poema, el amor,/la tierra en que fermenta./Tú, amor, poema. Tú./Poema./Sólo tú eres poema”. Y ya, en ese verso, se resume todo el pensamiento de Montobbio, del autor ante los referentes clásicos, poesía eres tú, eternidad, anhelo. Bécquer, siempre Bécquer. La música se va adueñando de los versos, de la delicada situación del amante, de la capacidad para desvelar a los demás su afecto profundo y su ineludible necesidad de hablar de ese amor como si, realmente, fuera, seguramente lo es, lo más importante del mundo. Escuchemos: “La poesía es sola/y única. Como el amor. Como tu amor…”. Lo que sucede es que pocas veces nos encontramos ante esa fuerza de voluntad capaz de transmitir a los demás nuestras situaciones anímicas, nuestro voluntarioso deseo de convertir el amor en algo importante, en lo más importante de nuestras vidas. Claro que también puede llegar, llega, el rompimiento o, al menos, el alejamiento. Y eso también forma parte de la existencia, desgraciadamente. Así lo refleja el poeta: “Qué rotura. Qué distancia./Qué alba quebrada. Qué agua/que no desemboca…”. La inspiración acude a cada paso, la musa no es una estatua sino un ser viviente que, lejos o cerca, consiguiente mantener en tensión al poeta para que éste continúe escribiendo sus versos, sus lamentos: “Vuelve la adolescencia. La adolescencia/vuelve…” (página 78).
Siempre hay existido los versos de amor, desde Safo, los poetas latinos, el medievo, los Petrarca, Dante y Garcilaso, los Quevedo, Lope de Vega, Cervantes, el modernismo de Darío, la intimidad desbordaba de Pablo Neruda, la calentura existencial de García Lorca, de Alberti, de Cernuda, de Alfonsina Storni, Pedro Salinas, Guillén, Luis Rosales, Félix Grande, Gimferrer. El poeta, dolorido o expectante, no deja pasar ni minuto ni un suspiro para seguir alentando el amor, seguir participando la necesidad de compartir el milagro de la intimidad o la ternura de la lejanía. “…un amor tiene la huella de nombre/y de tu rostro”. En ese encadenamiento va creciendo la pasión aunque a veces frenada por cuestiones negativas, como sea la lejanía de una mirada. Así al desvelarse la lucidez del alba montobbiana aparece la inutilidad del llanto y, entonces, el poema se convierte en súplica, en solicitud, en demanda: “El amor es poesía. No bastan las palabras,/si es el mundo una mañana. En el no faltes, en esa mañana, allí me salves”. Este poemario se convierte en algo definitivo en la obra de Santiago Montobbio aunque, seguramente, dará paso a otros libros con igual vigor, con la misma fuerza, conteniendo iguales temáticas, pues la longevidad del amor es algo que los poetas han sabido/saben poner de manifiesto en gran parte de sus creaciones líricas. En este caso los poemas se siguen recreando bajo la misma temática y es así como, decididamente, asistimos a un largo relato donde sueños y deseos cobran forma de continuo: “Tú apareces como un alba./Todo lo demás es desgana./Nada es si tú no alcanzas./Quiero tu amor y la mañana,/esta oración pequeña que repito/sobre la piel del tiempo/por mis sueños perseguido./(Vivir sin ti, vivir herido)”.
Leer libros como éste, que nos animan a seguir cantando al amor, a mantener fresca la memoria de los afectos pasados y a intuir, o desear, mantener pasiones hasta el límite de la consunción humana, sólo nos queda dar gracias al autor, al poeta, que ha escrito uno de estos poemarios y que, con ello nos aproxima a la cara apasionada de la existencia, esa que nos hace posible seguir viviendo. De ello da muestra el propio Santiago Montobbio como lo sigue demostrando en su obra que mantiene, sin ninguna duda, esa capacidad abierta de hablar del amor, aunque tenga presente la muerte, y con ello llenar de optimismo y de vitalidad su propia existencia, la de poeta y de la ser humano.
“LA ANTIGUA LUZ DE LA POESÍA”
Dicho quedará: en el mes de marzo de 1964, hace ahora exactamente 55 años, José Batlló publicó el libro de Gabriel Celaya “La linterna sorda” con el cual iniciaba la Colecciòn de Poesía El Bardo. En la misma, llegando a su cuarta etapa, ve la luz en la colección el poemario de Santiago Montobbio “La antigua luz de la poesía”, exactamente en el mes de octubre de 2017. Estamos ante un tomo de quinientas páginas con cientos de poemas, miles de versos, millones de suspiros, ideas y vivencias. Para el profesor de la UNED no es más que una continuidad de esa obra gigantesca que consiste en, robando horas al sueño y la vida, seguir escribiendo minuto tras minuto para hacer posible que la poesía, al menos la de su autoría, siga existiendo. Y aquí interviene el amor, la naturaleza, los temores y las alegría de quien es capaz de ir construyendo su propia biografía gracias a los facilones recursos de la pasión. Ya está.
Escribe Montobbio estos versos en 2015, 2016… Los escribe en Barcelona, en Sant Jordi Desvalls, en el mundo. Dialoga con la filosofía, con la soledad, con el olvido. “Vuelve la poesía. La poesía vuelve./Con el día. Con el dolor y el olvido,/con la tristeza de un amor perdido,/y la muerte que un momento asoma,/aunque luego se retira…”. Ciertamente llevar a cabo una obra grandiosa como la de Montobbio, que se nos antoja paralela a otras como el “Ulyses” de James Joyce, el Quijote cervantino o la “Divina Comedia” del Dante, cada una en su terreno, supone una clara inserción en esos espacios de personas trabajadoras, honestas y vitalistas como aquel Miguel Hernández que, siendo combatiente, buscaba minutos a fin de escribir nanas para el hijo recién nacido o aquellos exilados capaces de recordar a cada momento lo más importante que tenían en la memoria, su patria. Para el poeta su patria es la poesía. Y aquí lo demuestra el autor barcelonés de continuo: “Voy a ensayar un final para la tristeza que siento/y ahuyentar estos poemas, por si me sirve/y me lo creo…”. Tal vez no sea necesaria tanta tristeza, pero al tener sobre nosotros como una losa, el poeta quiere hablar de ella, quiere dar publicidad a su soledad, a cuanto acontece en su entorno. Es la poesía como testimonio de la ignominia.
Así recordaba precisamente Pablo Neruda en su “Poema a Miguel Hernández asesinado en los presidios de España” “Joven eterno, vives, comunero de antaño,/inundado con gérmenes de trigo y primavera,/arrugado y oscuro como el metal innato,/esperando el minuto que eleve tu armadura”. Todos los temas, todas las preguntas y algunas respuestas, caben en los poemas, en la innegable y duradera, labor de los poetas que, aferrados a esa “antigua luz” siguen escribiendo cada día, como lo hace Montobbio: “Lloro y me pierdo en tu recuerdo. Es el más verdadero/modo que tengo en realidad de ser poema”, escribe en Sant Jordi Desvalls. Precisamente los poemas de Sant Jordi Desvalls, de Ampurias, de L´Estartit, Torroella de Montgrí suponen un acercamiento a la Barcelona urbana, también capaz de reflejar temores y cuestiones diarias como “La poesía da vueltas a la noche, a la sombra,/además de a la soledad. La poesía/es ronda de noche, ronda/naval bajo la niebla, es ronda/oscura y triste y a la vez luz única/en las distintas lenguas y artes en que se encuentra”. Ni siquiera el cansancio es capaz de detener la labor lírica del autor, ni siquiera la soledad, ni la rabia por lo perdido, ni la oscuridad de la noche. Montobbio sigue escribiendo, sigue ideando leyendas de amor perdido o cuestiones de vida amenaza: “La noche ligera otra vez, tras el silencio/y como el mar. La muerte como un mar,/también la noche, el silencio en que/el canto acaba y es una bendición/por su descanso, dulce último mar”, escribe en la página 495 de este libro que ha sido dividido en seis grandes partes aunque la última es la más extensa. Comenzamos con esos “Días de Holanda” con la familia y ese Klaas, compañero de viaje y de cuestiones literarias. Todo cobra vida en torno a los itinerarios, los diálogos y la buena mesa: “(En mi poesía hay una gran soledad. Me ha venido/este pensamiento/y lo he dicho después, tras guardármelo un rato,/como reservándome con pudor. Viene, ha venido/porque Klaas ha contado en esta noche sola/y con muy pocas palabras pero que acaso es en sí misma/una confidencia, que la primera noche que leyó mi poesía/lloró”. Y esas emociones al salir de Barcelona y volar hacia Amsterdam, al viajar en tren de Schipol a Deventer, al regresar a la Ciudad Condal: “Llego a casa. La veo desde el aire”. La vida, la aventura.
“De poemas sin pompa y con circunstancia” elegimos texto escrito en el tren de Moscú a San Petersburgo el 9 de agosto de 2016 con el recuerdo de Moscú, el Kremlin, la Catedral del Arkángel: “Ya no me acuerdo de lo que es un recuerdo, y no sé si vuelve la negrura”. El tercer apartado se titula “El último viento (Cuaderno de Andorra)”: a veces parece increíble que un poeta que además se dedica a la docencia pueda tener esa, innata, capacidad para recorrer el mundo, el cercano de su Cataluña natal o el de más allá de su universo cotidiano. “Detrás de la noche no habrá más que soledad./Este verso necesita más”, escribe Montobbio en su ilusionado viaje al Principado aunque vuelve el mar, el acercamiento a la madre, la contemplación de los paisajes, la vida en ese largo itinerario por el pequeño país de las montañas, la nieve, la armonía y el modernismo que, además, habla catalán. “Lejanía” nos traer más tristeza, más soledad, ese viento algo lúgubre del desamor aunque, también, como siempre esa “antigua luz de la poesía”, número esclarecido de toda la poesía montobbiana: “Te pierdo otra vez, te vuelvo a perder”. Hay un largo sentimiento de dolor, una delicada profundización en el espacio íntimo del despecho, hay una lejanía…” Sin mar y sin amor, sin alas/de los marineros ni las alas del corazón”. También el poeta brasileño Mario Quintana se queja de situaciones diferentes (“Mi amor, no sé cómo se llama…”), Félix Grande: “Carezca yo de ti/y al infortunio suceda la desgracia…”), la colombiana Angélica Hoyos Guzmán: “Nos condenaron a cargar la rabia al hombro, ese terrible llanto adentro”, Isabel París Bouza: “Ahora estamos enlazados y desenlazados/muertos de amor y odio/con esperanza y desesperados…”, María Luisa Mora Alameda: “Si tú no estás, la vida no es lo mismo”, Luis Alberto de Cuenca: “Era todo tan triste y tan absurdo”.
Montobbio pone el broche de tristeza a esta relación de inspiraciones cuando dice: “Adiós, otra vez adiós, más adiós…”. Y el barcelonés nos viene a ofrecer unas “Hojas secas”, quinta parte de este cadencioso libro, donde, sin embargo, nos trae el aire fresco de correctas insinuaciones para que el lector “descanse” de ciertos episodios de amargura, Lo hace cuando nos deja versos contundentes y etéreos cómo recuerda que “Los niños son amigos de la música. Y la vida/es aún posible”. Es la poesía de un escritor culto reivindicando la esperanza, lo que también sucede en los lúdicos poemas, llenos de geografía, amor y melancolía de la parte final del libro, “Poemas en el campo y el mar”. En Ampurias dice: “Escribir. Escribir es libertad”, recalca Santiago Montobbio.
“POESÍA EN ROMA”
Para algunos poetas, enamorados, ángeles viajar a los jardines latinos de la Roma impaciente es vivir, enseguida, el sueño más preciado. Santiago Montobbio, poeta reconocido, amante suficiente y viajero del mundo “fue invitado a presentar su poesía en la Real Academia de España en Roma el 29 de octubre de 2017, dentro de la programación del Festival Remover Roma con Santiago”. Semejante oportunidad no la desaprovecharía ni siquiera un renegado de los horizontes. El poeta acudió al mencionado, y curioso, Festival, “estuvo varios días en Roma, del 26 de octubre al 6 de noviembre de 2017. Durante estos días escribió los poemas de este libro”, relata el propio autor. Los poemas son casi infinitos, el libro es una biblia de cerca de 550 páginas, la principal musa es Roma, las compañías diversas, la inspiración constante y, alrededor de este universo lírico, aparece la imprescindible figura de Carmelita, guía, compañera o cercanía para recorrer el mundo latino, sus estatuas, jardines, sus locuras y fuentes. Y así, efectivamente, nació un poemario denominado, simplemente, “Poesía en Roma” que, si bien creció a orillas del Tevere, se hizo grande gracias al efusivo trabajo diario de Montobbio, algo que, además de resultar admirable, es sencillamente grandioso.
Dilucidar, comentar, re-crear cada uno de los poemas sería, efectivamente, vivir al lado del poeta tantas emociones, esos recorridos gratos y esos balcones testigos de tan interesantes vivencias. Así que asentando(nos) en medio de la inspirada historia de ese viaje penetramos en sus páginas, cinco minutos después de que cronológicamente, según los entendidos hombres y mujeres del tiempo, haya entrado la primavera, al menos en la bahía de San Vicente de la Barquera con el impresionante panorama de parpadeantes estrellas, cual luciérnagas juguetonas, asomándose desde un cielo oscuro también habitado por una espléndida luna llena. Todo tan poético…
“¡Qué alegría vivir, sintiéndose/vivido…!” dice, enseguida, Montobbio en el (casi) inicio de esta monumental colección de unos versos claros, necesariamente líquidos y virtualmente testigos de un viaje y una existencia. Las plazas, las madonas, las iglesias, los museos, las jóvenes hermosas, las palomas, las fuentes, los palacios, espejos se convierten en los temas poéticos, en los asuntos principales para que el poeta esgrima sus indagaciones, sus visitas al horizonte, sus momentos de ternura o descanso. “Llego a Roma, y todo me vuelve, me vuelve/la misma Roma, a la que encuentro, y te/encuentro en ella a ti, Carmelita, antes/de verte”. Es como tener una visión en ámbito mágico de la ciudad eterna, como escuchar la intensa melodía que esperaba nuestros pasos: ya estamos paseando por el solar de nuestra necesaria, y deseada, antigüedad. Recorrerla con un poeta es la mejor manera de conocer lugares, esquinas, escaparates, escaleras, imágenes, caos callejero, guardias de finanza o políticos con corbata, generalmente egoístas. “El agua. El rumor del agua./En la Fontana di Trevi. El/agua dice la verdad”. Y aquí nos parece encontrar a Anita Ekberg, a los grandes cineastas recreando la existencia, a turistas ociosos arrojando monedas. Lógicamente suceden algunas cosas nuevas.
Y el poeta lo cuenta de detenida forma, líricamente ahora. “La ciudad cambia. La ciudad cambia/y es lo mismo, ciudad eterna/pero no inmóvil sino siempre/otra, siempre nueva, encuentro/y tropiezo con su belleza.” Vivimos una versión moderna de los viajes al infinito de la mano, y gracias a los maravillados ojos, del poeta. Enseguida está la ebullición de las stradas, el rumor de la gente, la santidad de las sacristías: “Cantan al Che Guevara. La pobreza pide remedio, pide lucha”. Dicen que la Plaza Navona es el centro de todos los milagros, que la Ciudad del Vaticano es el lugar de todos los prodigios. Claro que luego están, al menos ahora, los políticos capaces de enturbiarlo todo con esa capacidad tan inhumana de despreciar a sus propios semejantes convertidos en esos pobres que piden lucha o, al menos, un techo y un pedazo de pan. Todo es posible en Roma, sin embargo. “Roma, Capital del mundo, creo/dijo Goethe a llegar a ella”. También lo dijo Alberti, y lo soñaron Neruda y Darío y María Callas. Pero Montobbio sigue su propio e inédito recorrido para mostrarnos “Ángeles de noche. Ángeles caídos./Aún siguen como vigilantes centinelas/silenciosos sobre el puente. Así/mientras sean posibles los poemas”. Seguramente en esos días de octubre y noviembre nuestro poeta pudo haber pensado, como escribe Félix Grande, “soy un sueño que se está soñando”, sobre todo al ver el vistoso colorido de la mujeres etíopes en la Estación Termini, al fijarse en las pinturas de Buonarroti en los Museos Vaticanos, al pisar la Isola Teverina y su rumor de reducido bosque, al subir una tras otra a las Siete Colinas o pasear cerca del Palazzo Montecitorio y ver el trajín de gobernantes y secretarias de tacón alto. Mientras eso sucede escribe: “El Café Greco. Los recuerdos. La memoria/de Roma. La memoria de Europa”. Demasiada historia, el Papado, las guerras, la pizza permanente. ¡Qué maravilla acompañar al poeta por ese recorrido!. (“Tomo un café en la Vía del Tritone, justo/antes de ver por última vez y despedirme/de la Fontana di Trevi. La vida en la calle./Populosa Roma. Populoso y a la vez muy íntimo/es en ti el adiós”. El adiós imposible. Nadie dice adiós a Roma, en todo caso se ausenta para volver de nuevo en otro otoño, en otra primavera. De eso habla Santiago Montobbio en este agradecido que le permite recabar la compañía de los ángeles y merodear por palacetes y confiterías, por librerías y puentes. “Hice un poema bello/y alto como un girasol de Van Gogh”, escribe el poeta brasileño Mario Quintana. Así son los poemas del autor barcelonés, convertidos, además, en testimonio de sus indagaciones y de sus caminatas por la capital de Italia.
El largo poema titulado “Sábado de afecto” se convierte en resumen obligado de los grandes momentos, de los especiales paseos con Carmelita al lado y un montón de extras que permitirían convertirle en un hermoso relato, en un guión de cine felliniano o para ser rodado por Vittorio de Sica, tal vez, como exponente del valor humano de la ciudad y sus gentes, ese conserje del Museo donde han visto los cuadros de Arcimboldo, del que habla y mucho Roberto Bolaño en “2666”, esa chica que cierra una puerta, Stefano preparando la comida, “Viola toca el piano”, Diego recitando un poema, esperamos a ver lo que dice Santiago, Aleixandre sobrevolando la escena: “Es afecto también lo que me llevo de Roma”, afirma Montobbio, ya convertido en ser humano y antes de volver a disfrazarse de poeta, como un arlequín con bolígrafo que escribe en una libreta de páginas blancas lisas. Todo es una aventura, todo se convierte en una maravillada aventura, aunque vivir en Barcelona también lo sea. Pero Roma, tan surrealista, tan hermosa, la ciudad que ha maravillado a los poetas, a los artistas, a los financieros del mundos, para Santiago Montobbio, la cima de su inspiración, con esos recursos para hablar también del amor y de la vida o, sin más, del edificio de enfrente: “Luz sobre el Castello. Un padre/canta en francés a los niños/canciones de los chicos del coro”. Observaciones, apuntes para un futuro de lejanías, perspicacias, melodías. El último poema, apasionante, cierra un círculo que se puede volver abrir en cualquier momento, al menos en nuestros corazones. Podríamos repetirlo mil veces: “La verdad de los hombres. La verdad de los hombres. Poesía, eres la oscura verdad de los hombres,/lo eres en Roma y en cualquier parte,/y como agua y como río y verdad oscura cantarás/y será como cantes y estés hasta el final”. Al final estará sencillamente iluminada, sea de día o de noche como es ahora mismo cuando ya la primavera lleva un par de horas adueñándose de jardines y hondonadas.
“NICARAGUA POR DENTRO”
Tras la publicación, años atrás, de siete magníficos poemarios vuelve Santiago Montobbio de Balanzó a confiar en El Bardo, Colección de Poesía, en edición de Los Libros de la Frontera para poner en nuestros ojos lectores otro extraordinario poemario titulado “Nicaragua por dentro”. Pues, bienvenido sea. El libro data de febrero de 2019 y tiene una primera parte desarrollada en su ciudad, Barcelona, con versos escritos entre el 2 de enero y 3 de febrero de 2018. Ahí prepara su viaje, digamos, emocionalmente, indagando en el Modernismo, en Rubén Darío, en la poesía, mientras deambula por la Ciudad Condal con bolígrafo en mano y esa capacidad innata para dar cuenta, de manera lírica de lo cotidiano: amigos, lugares en que la cultura pervive, exposiciones, cine, cafeterias. A veces su madre acompaña al poeta, otras veces son amigos, amigas, personas de un círculo abierto a todas las confidencias. En medio de estas prosas poéticas detenidas, curiosas, amenas también aparecen las lecturas, por ejemplo, de o galego Luis Pimental prologado por Dámaso Alonso, de Bulgákov de quien lee “La Guardia Blanca”, de Machado, de Ezequiel Martínez Estrada: “Quizá el agua ha tenido que esperar hasta ahora para llegar a mi poesía y a mi vida”. Pero este preludio se titula Dariana y no lo es en vano, pues es el gran modernista y su último viaje de Barcelona a Managua el que, no inadvertidamente, ocupa gran parte de la reflexión de Montobbio. Lo hace como excusa o como cuestión necesariamente iniciática para emprender, animarse a emprender, su propio viaje a Nicaragua. Pero también está, como un Guadiana, su amiga Sofía y otros amigos con quienes acude a conciertos, exposiciones de pintura (sobre todo en Montjuïc) y en la Sala Dalmau y otros actos de interés para el poeta y para la poesía.
Tras el detenimiento en “Barco sin luces” de Pimentel surgen recuerdos de Pedro Salinas, se acerca al Club Colombófilo y repasa su relación con Ofidio Picón, que puso música e interpretó sus versos en “La libertad y el mar son una música” para dar paso, reconsiderar, a las generaciones del 27 o del 98, sobre cuyas bases se asienta el Modernismo ruberdariano. Escribe Montobbio con frecuencia en la Plaza del Reloj, circunda los alrededores de Pau i Claris, donde se encuentra su domicilio, hace la radiografía plena de Barcelona, su tan amada ciudad, desde cualquier lugar hasta la playa y habla profusamente de la vida y la obra de su amiga Ester Abreu Vieira de Oliveira, de Lluís Ribas, el recuerdo de José Bergamín, para terminar emborronando las páginas de su libro con una tristeza: es, justo el día 25 de enero de 2018 cuando el mundo parece dar un vuelco con el fallecimiento de muy estimada Claribel Alegría: “Llega la muerte de Claribel entre la música./Llega, Claribel, antes de verte. Te vas con la poesía,/con ella tú te vas, dentro del adiós/ de la música. Eres también en esta muerte/y este adiós la melodía, las notas en ella/de lo alto, lo limpio y lo puro que hay/en esta vida. Te vas y no te has ido./Eres la poesía que en su temblor perdura,/su verdadera música escondida. Así llegas/en tu muerte como música en la música/en ella te quedas y poesía para todos/eres”.
Este preludio, estos preparativos para el viaje como diría Ana Merino, sirven al poeta para afianzar su enorme deseo de vivir Nicaragua, la patria Darío, de Sandino, aunque se precia de sentirse acompañado por su hermana que vive en la República centroamericana y la de quienes, sabe, le están esperando. Con ese bagaje, pronto, iniciará el viaje y llenará un libro de cientos, miles, de versos para relatar sus intensas vivencias por la esparcida Managua y el resto de la patria nicaragüense como Granada, donde será invitado al grandioso festival de Poesía, León, Rivas…:”El poeta nicaragüense vivió en Barcelona su último tiempo en Europa y de esta ciudad partió de manera definitiva a Nicaragua para morir poco después. Aquí se le quiso y admiró y se le tributó un homenaje en el Ateneo Barcelonés. Aquí recibió la noticia de su muerte Francisca Sánchez, aquí dolió su muerte entre los pintores catalanes que le querían…”.
El 11 de febrero ya estamos con el poeta en el Aeropuerto de Barcelona donde escribe “La poesía es siempre un viaje.()Viaje de la poesía,/viaje a Darío, viaje a Nicaragua”. En el vuelo, “en el avión a Miami”, también surgen las dudas, las meditaciones. (“¿Qué habrá tras los sueños, los deseos?/¿Qué habrá tras la espera? Nos perdemos/por el cielo. Será el azul del cielo/y el poema, pero será para perdernos./El hombre se dice en esa pérdida/y ese misterio”. Luego, ya, hacia Managua: “Escribo para decir que escribo para decir”. Y enseguida Granada, esos largos días de poesía y de amistad, siempre acompañado por su amigo el músico Ofilio Picón en cuya casa, al parecer, es alojado:”El jardín en la casa de Ofilio. Algún pájaro./Trabajo. Lectura. La dicha de vivir,/la dicha de decir/. Seguramente con la presencia continua del volcán Mombacho y con la alegría de compartir la palabra, la poesía, en un lugar tan acogedor como ese, despojado de la problemática de un gobierno sandinista, el de Daniel Ortega, que ha despreciado todos los iniciales principios de la Revolución que desterró a los criminales somozistas pero, por supuesto, con la exuberancia de un mundo siempre en transformación, permanentemente verde, bullicioso, cándido.
En Granada, junto al lago Nicaragua,Montobbio escribe largas galeradas, inspirados poemas con el protagonismo del verbo elegante y grandioso, por ejemplo los versos de la Laguna de Apoyo: “La vida puede/ser bella, puede ser libre./La vida está para vivirla./A veces nos lo dice/la belleza, a veces/la naturaleza”. “Granada-escribe luego-,me voy, siempre es triste/irse, aunque a veces me parece que no he hecho otra cosa/en esta vida”. Pero está Managua, la inmensa ciudad casi desbaratada, con sus rincones fértiles como el Metrocentro, lugar delicioso donde se reúnen los políticos en un alterne pacífico de zumos tropicales y grata conversación. Por allí, las gentes de la cultura siempre a la sombra de Darío (“Tengo a Darío al lado./Lo leo, intento leerlo. Lo tengo todo/subrayado, leído en Barcelona. He de/ir a buscar por tanto lo que ya encontré”. Mañanas, días, noches de regocijo, de lecturas poéticas, de hermandades. “La mañana en el Palacio/de la Cultura, prueba de sonido/en la Sala Sandino en que/será la conferencia y las canciones/ y la entrega del cuadro de Lluìs Ribas”. Santiago al fin entrega el cuadro que hizo el pintor y que donó a Nicaragua, como otro lazo más de unión entre ambos países. Entonces aparecen los círculos amplios de la amistad, del calor de la cultura: Sergio Ramírez, tan exvicepresidente del país y tan premiado por su trabajo como narrador, la visita a la casa de Claribel Alegría con la ausencia de su propietaria, el encuentro con poetas como la canaria Elsa López, amazona poética del mundo y antropóloga exigente, los ratos de música en la casa de los García Godoy, el recuerdo de “José Asunción/ Silva, el gran poeta/modernista colombiano”, el viaje a León para estar en la casa de Darío (falta en el recorrido la visita a Metapa, hoy Ciudad Darío, en el camino a San Francisco Libre, desde donde se divisa el Lago Managua), los momentos gratos con Ernesto Cardenal, sandinista de primera hora, y amigo excelso de Julio Cortázar, quien visitó en varios ocasiones la gran empresa de Solentiname. (“Abre la puerta./ Entrá, no más. Estás en Nicaragua”, escribió Cortázar), el nerviosismo del viaje a Rivas (“Rivas es el corazón de Nicaragua”) para leer nuevos versos en la Universidad Paulo Freyre con el recuerdo del cacique Nicarao y la sobremesa con el rector: “Las posibilidades, los caminos./Escrito esto/en un poema y justo después de comer con Adrián Meza, me pide/mi colaboración con la Universidad…”.
Tantos acontecimientos en casi un mes de arrebatadas hermandades, un problema en la vista felizmente superado, la amistad con Lovo, el placer de las melodías: “Si: la belleza en la música, la gracia de la música/en la flauta de Raúl Martínez. La gracia. El perfil/del aire”. (Faltó un recorrido poético por el Río San Juan, que tan rigurosamente custodia Edén Pastora), El 4 de marzo el regreso, el 31 la rememoración: “Estoy en San Martín de Ampurias con mi madre,/y me pregunta de cuándo deber ser la iglesia”. La vida continúa, el poeta sigue su largo viaje hacia todos los horizontes. Atrás ha dejado la incursión en los universos fabulosos de la amistad, de los perdurables afectos y, aún, nuevas noticias: “Me escribe por/ la tarde Silvia Seller. Me dice: `¡Llegó!`./Estimado Santiago: Ayer regresé a México,/estuve visitando a mis padres y a volver a NY vi/tu paquetito con el libro”. Siempre libros, amistad, poesía, el universo convertido en palabras. Lo demás es la vida: “No sabemos adónde vamos, ni de dónde venimos”. Eso es lo que nos deja esta larga odisea de un poeta barcelonés que ha querido ver “Nicaragua por dentro”, escribir sobre ella y en ella, mostrarnos sus versos, reciclar su capacidad de creador lírico para que los demás podemos poseer sus poemas y su ilusión. Por tierras de Gerona/Girona, en Sant Jordi Desvalls acaban, por ahora, sus confesiones: “Hay poesía/y amistad y un hilo/que une el mar/y el campo del Ampurdán como/de manera mágica/esos días con Nicaragua…”
Manuel Quiroga Clérigo
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