Crear en Salamanca publica con especial empatía el ensayo que el escritor venezolano Gabriel Jiménez Emán ha pergeñado a modo de homenaje de su maestro y amigo, J. M. Briceño Guerrero, uno de los nombres destacables de la filosofía latinoamericana, profesor emérito de la Universidad de Los Andes, en Mérida (Venezuela), hasta su fallecimiento en octubre de 2014, a las 85 años.
El filósofo J. M. Briceño Guerrero (foto de José Gregorio Vásquez)
Pienso no estar exagerando si digo que hoy me siento un poco huérfano con la ausencia física de José Manuel Briceño Guerrero (1929-2014). Su figura y obra siempre me acompañaron a todas partes, desde que fui su discípulo en los años 70 del siglo XX en la Universidad de los Andes, cuando él fue mi profesor y amigo. El magisterio suyo fue más allá de las aulas, se extendió a las conversaciones en cafés, jardines, casas suyas o nuestras, sobre todo a aquellas que él habitó en La Pedregosa de Mérida, a donde siempre acudíamos a oírlo hablar de literatura clásica e idiomas, a leer escritores en sus lenguas originales, que luego hacíamos el esfuerzo de traducir. Briceño siempre nos mostró su buen humor, su espontaneidad para manejarse al margen de ciertos convencionalismos sociales o universitarios. Siempre fue contra la pacatería reinante y apostó por los poetas, siempre se acercó a jóvenes y artistas libres y desenfadados, lo cual le costó no pocas sanciones de las autoridades académicas. Nosotros, algunos de sus estudiantes de entonces, salimos en su defensa y fue restituido a sus labores. En aquella época me hizo llegar sus dos primeras creaciones: Triandáfila (1967) y Doulos Oukóon, (1965) narraciones en clave donde se mezclan mitos y viajes cósmicos a una literatura de naturaleza simbólica y hermética; narraciones atípicas en la literatura venezolana de su tiempo, editadas bajo su heterónimo (anagrama de su nombre), Jonuel Brigue. También de esa primera época es su primer estudio América Latina en el mundo (1966), donde realiza un acercamiento sistemático a América Latina, desde el punto de vista de las miradas que sobre nuestro continente del sur tienen en Europa, Asia y Estados Unidos, acercándose no sólo al asunto de la historia o del mestizaje, sino a importantes aspectos lingüísticos y simbólicos de la vida americana, y el breve ensayo que define su vocación ¿Qué es la filosofía? (1962), donde asoma la preocupación de Briceño sobre la desorientación que sufren los venezolanos sobre el conocimiento de su propio ser, en un intento de plantear el problema de la filosofía en Venezuela.
Briceño continúa indagando en esta dirección hasta producir su primera gran obra, Discurso salvaje (1980), un texto donde emerge la gran preocupación de nuestro ser mestizo, su fricción (incluso su contradicción) entre lo americano y lo europeo, donde la paradoja histórica de éste se vuelca en un texto que refleja vaivenes, idas hacia adelante y hacia atrás, necesarias reiteraciones, de modo que el lector palpa directamente el ritmo de la escritura, la complejidad interior de un discurso donde se cumplen las múltiples vertientes de significación del pensamiento que las enuncia. Briceño prosigue su investigación sobre la naturaleza histórica del drama de América en América y Europa en el pensar mantuano (1981) y en La identificación americana de la Europa segunda (1977) para lograr el dibujo de argumentaciones controversiales de nuestra relación con Europa (es urgente cotejarlas con las del primer humanismo de nuestro siglo XX representado por Picón Salas, Briceño Iragorry, Mijares o Uslar Pietri, por ejemplo), desde la época de los libertadores y la Independencia, haciendo énfasis en el fuerte influjo hispánico.
Otra de las interrogaciones de Briceño Guerrero la constituye la naturaleza del lenguaje. Tanto en El origen del lenguaje (1970) como en Amor y terror de las palabras (1987) Briceño entabla un cuerpo a cuerpo con el verbo a tal punto, que el lenguaje no es sólo un tema a tratar de modo intelectual, sino que deposita en él toda su fuerza psíquica y anímica, lo cual equivaldría a decir que se trata de una energía poética en pro de una crónica de fundaciones interiores, donde resuenan las imágenes prístinas de su infancia, adolescencia y primera juventud, hasta arribar a una narración memoriosa en la cual se dan cita los diversos aprendizajes de la palabra, desde la palabra y para la palabra, lo cual se advierte en sus libros Anfisbena. Culebra ciega,(1992), Holadios (1984) y El tesaracto y la tetractis,(2001), donde no cesa de experimentar con el lenguaje y de formularse un relato con fondo de verdad, como él mismo me lo expresó en una conversación que tuvimos en el año 2012. Este rasgo de su prosa se mantuvo hasta su última obra editada, 3 x 1= 4. Retratos (2012). Esto quiere decir que Briceño usa su escritura como hermenéutica, como herramienta para conocerse. En esta última obra nos da pistas acerca de sus primeros contactos con idiomas como el alemán o el inglés, los cuales producen en él un asombro que ha de irse convirtiendo en revelación. También le permite aproximarse a personas, amigos, familiares o personajes que tuvieron una poderosa significación en su crecimiento humano y le acercaron al conocimiento esencial de las cosas, y no a un conocimiento meramente libresco o intelectual. Hay que hacer énfasis en este aspecto, pues es fundamental para comprender el sentido auténtico de su obra, que no se basa en una mera repetición historicista del legado filosófico de Occidente, o de una puesta al día de pensadores de diversos tiempos o tendencias; antes bien, la mirada filosófica de Briceño se abre y enriquece desde sus relatos literarios y desde creaciones donde experimenta con la lengua y mezcla lo autobiográfico y lo memorístico con una voluntad de transgresión permanente (se trata, en efecto, de un pensador revolucionario), donde una suerte de catarsis lo conduce invariablemente a los estados visionarios.
El otro polo, el polo donde medita sobre la historia, pertenece más al dominio del acercamiento a una cultura, la occidental, para relacionarla a las culturas propias de la América. No se trata de una historia de la filosofía, sino de una filosofía de la historia; no es tampoco una historia de la cultura y menos el hecho de observar una cultura de la historia; sino la historia viéndose a si misma e interrogándose desde la cultura y sobre todo desde el arte, desde una mirada transfigurada y transfiguradora debida a su potencia poética.
Briceño y Jiménez Emán (foto José Gregorio Vásquez)
Por ejemplo, al hacer los retratos de Nano, Guido o el señor Dalmau en 3 x 1= 4 –personajes de su infancia y adolescencia en Barinas o Barquisimeto– Briceño Guerrero está haciendo un retrato de sí mismo, nos está diciendo cómo éstos fueron determinantes en su desenvolvimiento como ser humano, en las peculiares maneras que tuvieron de hacerle comprender el mundo mediante ejemplos indirectos, mediante el esfuerzo interior o el sacrificio. Resalta en estos retratos la relación de Briceño con la música y la pintura. Debo reseñar aquí la admiración que nuestro filósofo profesó siempre hacia la poesía de mi padre, Elisio Jiménez Sierra, a quien tanto leyó en su juventud y cuyos poemas le impresionaron y aprendió de memoria para decirlos con vehemencia en determinadas ocasiones, o citarlos n varios de sus libros, especialmente en Anfisbena. Visitó nuestra casa de San Felipe y compartió con todos nosotros una tarde que tiene todos los rasgos de lo inolvidable.
Lo otro son los viajes. La permanencia de Briceño en lugares de Francia, China, Alemania y muchos otros lugares, le permitió reflexionar sobre el fluir de las cosas. Diario de Saorge (1996) constituye una contemplación solitaria de una comunidad en un campo de Francia; en Esa llanura temblorosa (1998) tenemos una similar actitud, pero en suelo americano. En ambos casos, se trata de la observación minuciosa de objetos y comportamientos que perfilan una ascesis, un mirar hacia adentro. Lo contrario de la mirada del turista, del paseante superficial con un itinerario programado de visitas.
La enseñanza fue otra de las obras certeras que Briceño Guerrero nos legó. Por más de cuarenta años enseñó en sus cátedras y seminarios, aproximándonos al arte, la literatura y el pensamiento de América Latina y el mundo, donde observó la producción literaria de los propios estudiantes. Numerosas generaciones de jóvenes venezolanos y de otros países pasaron por las aulas donde Briceño fungía de vaso comunicante, de propiciador del diálogo. En estas funciones su figura se acrecentaba hasta adquirir rasgos de hierofante, de sacerdote supremo, en el sentido de oficiar y abrir los sentidos hacia vías espirituales de energía cósmica, y éste es otro de los rasgos visibles de su personalidad: la capacidad de vincular a los estudiantes al legado humanístico del mundo; no sólo de Occidente, sino también de China, India, Japón, Rusia, África y por supuesto de la cultura azteca y maya de México, o inca del Perú, de los saberes secretos de las religiones afroamericanas y en la fe popular.
Alfredo Pérez Alencart, Briceño, Alfonso Ortega Carmona, Alicia Gubitsch de Thiele, Alberto Rodríguez y Víctor Bravo, en Mérida (1996)
Briceño Guerrero se negó sistemáticamente a jubilarse de su cargo de profesor universitario, tal era su pasión por convivir con los estudiantes, la necesidad imperiosa de tenerlos cerca y de aprender de ellos también. Tenemos, pues, a este otro aspecto para sumarlo a su trayectoria de filósofo. Lo recuerdo mientras mesa su longa barba, encendiendo su cálida y aromosa pipa en las altas neblinas de los andes, atisbando dentro de aquellas espesuras con su tersa mirada; usando sus chalecos y gorras juveniles que le hacían lucir tan jovial. Lo veo inclinado sobre las páginas de un libro con su noble semblante, usando sus anteojos a través de los cuales escudriñaba las claves profundas de textos contentivos de una alta sensibilidad, de aquella sabiduría que él se ufanaba tanto en recibir y luego en transmitir. Y este ha sido un legado imborrable en todos nosotros.
A medida que nos adentramos en los libros de Briceño, notamos su asombrosa capacidad de narrar en dos niveles simultáneos: el de la transparencia lingüística que le conduce al fondo dual, movedizo, del enigma; o narra el enigma mismo y es capaz de conseguir el milagro de fijar el instante en fuga, expresarlo desde una perennidad que sigue fluyendo en otro estrato del pensamiento, en una duplicidad semántica que huye conscientemente de cualquier barroquismo o estilización innecesaria, para intentar toparse con el enigma concreto del mundo, de sus seres y objetos, de sus cosas penetradas de pensamientos y sentimientos. Creo que esta virtud de Briceño Guerrero va a hacer que su obra adquiera con el tiempo una resonancia mayor, una significación que se acrecienta cuando nos cercioramos de que el cuerpo físico de nuestro escritor se ha ausentado para ir a la busca de ese lugar de trascendencia que los espíritus hermanados en la poesía merecemos compartir, después de habernos esforzado en comprender el mundo desde la reveladora mirada de la poesía.
Alfredo Pérez Alencart, Briceño, Alfonso Ortega Carmona, Alicia Gubitsch de Thiele, Alberto Rodríguez y Víctor Bravo, en Mérida (1996)
mayo 30, 2015
Después de haber leído con mucho ánimo el trabajo de Jiménez Eman , de su aguda palabra salen los comentarios y el verbo ajustado , bien escrita sobre este sabio , Briceño,, figura que nos lleva a pensar mas allá de la sabiduría, diríamos que este hombre , Briceño. es como nuestro padre , para seguir viviendo en el vientre de la creatividad .