El poeta Óskar Rodrigáñez
Crear en Salamanca tiene el privilegio de haber sido la revista donde Manuel Quiroga Clérigo publicó muchos de sus comentarios realizados en los últimos años. El pasdo 5 de junio falleció de forma repentina. Días antes nos había enviado esta reseña, que recién ahora hemos querido difundir, cuando ya pocos hablan de Quiroga Clérigo (Madrid, 1945), poeta, narrador, autor de teatro, crítico literario y periodista de la cultura, quien ha centrado su actividad en la labor poética y sus versos figuran en diversas antologías, revistas y trabajos colectivos, habiendo editado hasta la fecha dieciocho libros de poesía, entre los que están Homenaje a Neruda (1973); Fuimos pájaros rotos (1980); Vigía (1997); De Morelia callada (1997); Los jardines latinos (1998); Versos de amanecer y acabamiento (1998); Íntima frontera (1999); Desolaciones tardías. Aristas de Cobre (2000); Las batallas de octubre (2002); Mudo mudo (la aventura de Manila), (2004); Leve historia sin trenes (2006); Crónica de aves. El viaje a Chile (2007); Páginas de un diario (2010), Volver a Guanajuato (2012), Isla/País de colibríes (Ediciones Vitruvio, Madrid, 2018); Crucero cisnes trópico castillos (ediciones Endymion, Madrid 2018); Rúas (Respirando Lisboa) (ediciones Búho Búcaro, Madrid 2018); Alrededor (Ediciones Vitruvio Madrid 2019) y Poemas de la ciudad y de la vida (ediciones Amarante, salamanca, 2019), entre otros. Forma parte de Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), Centro Español de Derechos Repográficos (CEDRO) donde figuro en la Comisión de Préstamo Bibliotecario, Asociación Colegial de Escritores de España (ACE), Colegio Nacional de Doctores y Licenciados en Ciencias Políticas y Sociología, Asociación Castellano-Manchega de Sociología, Fundación Cervantina de Guanajuato, etc.
“BARRO LÍQUIDO”, NUEVA ENTREGA POÉTICA
DE ÓSKAR RODRIGÁÑEZ
Óskar Rodrigáñez Flores, osteópata, dedica sus escasos ocios al noble arte de la poesía. Anima, con su esposa Pilar Sastre Tarduchy, la delicada colección denominada “Plaquete Poesía” que publica de manera artesana la Colección Búho Búcaro Poesía, que va camino de la treintena. Y ahora, para mantener alimentada su idea de que la poesía puede formar parte de la existencia, nos ofrece una nueva entrega, la titulada precisamente “Barro líquido”, hábil compendio de amores, desamores, vicisitudes y tristeza de su (posible) biografía personal y del mundo más cercano que le ha tocado vivir.
“Barro eres -se ha dicho”. Pero el barro a que alude Rodrigáñez forma parte de un entorno de quimeras, abandonos o retornos a la vía del placentero espacio de la vida. Así, comienza con un poema titulado “Marioneta de arena” (“Es tarde para dar marcha atrás” y termina su colección de palabras con el titulado “Soledad perenne”: “Te vi y me entregué…”. Entretanto tenemos, como diría Pérez Galdós, algo “esencialmente grato” porque grato es para un poeta rememorar sus momentos o definir sus emociones. Y “Barro líquido” es un libro de emociones. Así podemos ir pasando de esa “Luz azul”, a los versos de “Tú, eres mi cura…”, o ese bello poema con resonancias becquerianas titulado “Palabras y tú”: “Ay Amor, palabra eres tú”. Seguimos un itinerario de rememoraciones, de intuiciones repletas de cierta carnalidad, de esos caminos que se hacen al andar, como decía el maestro Antonio Machado.
He aquí los versos de “Recuerdos amantes”: “…fuimos amantes/en la cabecera del universo” o los de “Despertar” (“Busco la inocencia/de este primer paso”). Rodrigáñez nos lleva a las alturas de la realidad, nos permite penetrar en los mundos del deseo y en los intersticios de la realidad. Por eso, el poeta, explica “…la vida se renueva/cuando estamos juntos”. Seguramente ocurre, como escribe Carlos D´Ors en “El ojo del alba” que “El desengaño es una carta marcada” y que sólo la cercanía, la intimidad, el disfrute del otro puede lograr esa renovación de los momentos apacibles para, ineludiblemente, borrar la soledad.
Puede llegar la “Oscuridad” (“Muerte aquí me tienes, háblame…”). Es el conformismo de la más dura finitud, el desasosiego ante el destino humano que las religiones quieren limitar, dulcificar o transformar con el misterio de la esperanza, la pretendida resurrección tras el sueño eterno. “El que creyere tenga la vida eterna” (San Juan,3,15). Aunque también pueda perseguirnos cierta incertidumbre: “Primero nos trague la tierra”, escribió Félix Grande. Claro que el poeta nos trae a su horizonte de apacible satisfacción donde, tal vez, es fácil reinventarse para recuperar el amor o la vitalidad de los espacios abiertos, incluso viviendo en los ámbitos menos claros. Llegamos a “Sorpresa nocturna” donde, como podíamos desear, “El amanecer nos sorprende” y, todo ello, nos conduce a la “Vida renovada” (“…rehabilito mi alma,/a tu lado”).
“Duele el pasado¨”, escribe Óskar Rodrigáñez en “Dolor sombrío” y en “Sin vuelta atrás” advierte: “borro todos mis recuerdos”, como sin el desamor pudiera ser causa suficiente para no desean atrapar el horizonte ni, por supuesto, recordar las colinas de la infancia, es decir ese pasado en el que se asientan, queramos o no, los recuerdos gratos y los ingratos, casi siempre a partes iguales. Después llega una fortuita “Lágrima pasajera” (“estoy amarrado a ti,/a tu vida”) posiblemente porque, de manera no deseada vivamos en una “Tierra de soledad y de silencio”, como refiere el escritor J.R. Pablos en su poemario “Lágrimas”. De cualquier manera recordemos aquel aserto: “no es bueno que el hombre esté sólo”, en el cual basan los cristianos la Creación, obra divina.
“Rendición” nos deja versos entre patéticos y desolados: “Llegas a mí a través del dolor…”, aunque luego afirma, reafirma, la fraternidad, la simbolización del amor y los afectos, por ejemplo, en “Ahí estás tú” “cerca y libre”.
“Tengo la prisa del insomne” escribe Félix Grande y esa misma urgencia puede ser la de Rodrigáñez cuando, en “Creer o no creer” confiesa “estoy creyendo en tu dolor”, algo compartido, vital en la negación de la alegría, esa posibilidad de recuperar cierta intimidad tras la necesaria compañía capaz de inventarse la misma aventura, la de creer en el mal ajeno para compartirlo y mitigarlo, función que viene a inspirar al poeta en el caso del desamor permanente o del goce compartido, aunque el mismo creador es consciente de que la “paz, nunca será eterna”.
Así como el amor se eleva, consagra los vértices de la cordialidad y la longitud de la esperanza, incluso superando las inclemencias de la pena y los desastres de la lejanía o aunque, rememorando a se hable, como diría Milan Kundera, de los tiempos en que la “levedad se evapora”. Almudena Urbina pide “Permíteme saciarte con mi dichosa sed oscura” que se nos antoja resumen y florilegio de este “Barro líquido” en el cual el poeta mantiene a raya los sentimientos para mostrarlos en sus vertientes más extremas, es decir, las del deseado goce y la de la sinrazón del abandono.
Un poema excelente, titulado “Síndrome tóxico”, como “Homenaje a 20.000 víctimas y 5.000 muertos”, dejación de unos políticos infames y unos comerciantes sin conciencia, se nos antoja el centro de una preocupación dolorida y constante de Rodrigáñez y su esposa, ésta con un cercano familiar fallecido por aquel desgraciado síndrome. Es una “historia que no puedo olvidar”, escribe el poeta.
Hemos asistido a una hermosa colección de detenidos pensamientos, de exclusivas vivencias, de inspiradas situaciones donde la vida nos sale al encuentro y, con ello, nos permite comprender, conocer y convivir con el mundo de su autor de manera que, sin más finalidad que asistir a un encuentro con los demás mortales nos regala sus versos y nos hace a todos compartir sus sentimientos.
“Así es la verdad, replicó Don Quijote”.
Manuel Quiroga Clérigo en un acto de 2013. Foto de Cristina Carralón
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