El poeta Alfredo Pérez Alencart, con su ‘Barro del Paraíso’
Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario escrito por Manuel Quiroga Clérigo (Madrid, 1945), poeta, narrador, autor de teatro, crítico literario y periodista de la cultura, ha centrado su actividad en la labor poética y sus versos figuran en diversas antologías, revistas y trabajos colectivos, habiendo editado hasta la fecha dieciocho libros de poesía, entre los que están Homenaje a Neruda (1973); Fuimos pájaros rotos (1980); Vigía (1997); De Morelia callada (1997); Los jardines latinos (1998); Versos de amanecer y acabamiento (1998); Íntima frontera (1999); Desolaciones tardías. Aristas de Cobre (2000); Las batallas de octubre (2002); Mudo mudo (la aventura de Manila), (2004); Leve historia sin trenes (2006); Crónica de aves. El viaje a Chile (2007); Páginas de un diario (2010) o Volver a Guanajuato (2012), entre otros. Actualmente es Consejero de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE).
Portada Barro del Paraíso, con pintura de Miguel Elías
“BÚSCALE VUELO A TU VIDA”
Aparece ‘Barro del Paraíso’
en la editorial Ars poética (Oviedo, 2019)
“Búscale vuelo a tu vida, aléjala de los buitres del entierro/y ponla a despertar como si volviera a comenzar el mundo/con ese trote vitalicio que ronda por la fuente legendaria/como abriéndole compuertas a su corazón”, escribe Alfredo Pérez Alencart en el poema “Búsqueda del lugar”.
Estamos leyendo el poemario titulado Barro del paraíso, libro elegantemente editado por Ars Poética en su Colección Ars Poética, dirigida por el Profesor de la Universidad Carlos III de Madrid Ilia Galán con delicadas ilustraciones, que acompañan oportunamente a los textos, del pintor Miguel Elías, toda una institución en el ámbito cultural, artístico y universitario de Salamanca, en cuya Universidad también es profesor, cuya genialidad se eleva en este caso a alturas intensas al llevar a sus dibujos la propia estela de cada uno de los poemas del poeta, algunos de los cuales, por ejemplo el ángel que acompaña a “Búsqueda del lugar” o esas mujeres implorantes ante la luz sobrevenida del dolor de la página 34, y el crucificado de la 24 con su pie de tragedia, nos recuerdan las imágenes dibujadas por Ginés Liébana, pintor y poeta, miembro del Grupo “Cántico” que, desde Córdoba, exportó al mundo una poética delicada y armoniosa.
En la contraportada del libro Jesús Fonseca concluye diciendo que, éste, es “Un libro, en fin, de mirada exigente y muy cerca de la vida. De los bienes eternos”. Todo lo demás puede conducirnos a un estado de cierta perplejidad, como diría el filósofo Javier Muguerza recientemente fallecido, porque, efectivamente, como también recuerda Fonseca, en los versos de este libro su autor es “capaz de moldear la primicia de la esperanza; la abundante vendimia de la misericordia” y hablar de estos temas, escribir sobre ellos (y nosotros leer los versos de Alencart), cuando siendo viernes y sábado se preparan los actos y procesiones de la Semana Santa, comenzando por los del Domingo de Ramos, en un mundo cada vez más materialista y obcecado con los bienes terrenales en todos los ámbitos sociales, produce cierto estado de confusión y hasta desconfianza ante determinadas cuestiones que se suceden en el ámbito de la Iglesia. Pero el autor se sitúa en los espacios de la humildad cuando, tras una cita de Jesús de Galilea (“Todavía un poco, y no me veréis;/y de nuevo un poco, y me veréis”) escribe, tal vez para animar una poética que nos permita penetrar en su libro con conocimiento de causa, “Barro del Paraíso con espíritu del Gólgota soy,/y perdono lo que me hacen y perdono/lo que me harán”. No se podrá hablar con más claridad para habitar el mundo de la fe y hacer fácil la necesaria concordia entre los hombres de buena voluntad. “Perdonad y seréis perdonados” dijo también el eterno Jesús de Nazaret.
Alencart y Fonseca, autor del texto de contraportada del libro
Con unos versos conmovidos comienza el libro, Se trata de los del poema titulado “Proclama del heraldo”: “Vívase memorando el Amor que envuelve al cielo/,/sus arcos de luz, lejos, cerca/de la Voz que empieza a pertenecer/arreando el rebaño perdido por campos de lápidas,/por secadales de lucha lenta donde braman/los vientos cual minotauros que se quedaron a solas”. Sí, no es habitual que un poeta contemporáneo, anime a los demás a existir, a pervivir, en los ámbitos del amor a lo divino, cuestión que determinados clásicos eclesiales y poetas intimistas ya pusieron en verso. Nos referimos, ¡cómo no!, a Juan de Yepes, Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz, Ramón Llull o el propio Lope de Vega que, incluso, se atreve a preguntar al Supremo Hacedor “¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,/que a mis puertas, cubierto de rocío,/pasas las noches del invierno oscuras?”.
“Sólo queda la fábula”, dejó escrito José Ángel Valente y en esa fábula, en esa capacidad de inventarse el mundo y sus cercanías, los poetas mueven cielo y tierra para, como en este caso, ensalzar la posibilidad de conducir sus propias creencias por los caminos, a veces tortuosos, de la poesía: “Ultímese los preparativos para estar delante Suyo”, aconseja Alencart, a fin de que su consejo, de creyente y de creador preocupado por lo trascendente, nos permita ir “aclarando secretos que serán inagotables/porque rasgan el contorno de las cosas iluminadas”.
“Treintaitrés frutos escritos en 2010, resultado de un adentramiento en el delta del Misterio, aquel que siempre nos ofrece un punto de resistencia y al que se debe volver para encontrar lo íntimo que se acopla a la esperanza”, termina diciendo Alencart en su “Inscripción”, donde podríamos, desde luego, intuir que nos adentrarnos en una especie de Evangelio apócrifo, pero, capaz de alentar a creyentes o personas cercanas a los mundos de la religión (o de la bondad) a mantenerse en esa línea de cierta virtuosidad huyendo de las pompas y vanidades que nos predican el Ibex 25 o los furibundos políticos, de todas las razas, ahora mismo en rabiosa campaña electoral.
“Tomo mi lugar en esta comunión proliferada/gracias a la voluntad de los que no se han dormido”, leemos, lo cual puede situarnos frente a la indignidad de una curia complaciente con el lujo propio y no compasiva con la pobreza ni el dolor ajeno. Hablamos de cardenales jubilados siendo habitantes onerosos de viviendas de 500 m² que se oponen al pago del IBI de los bienes eclesiásticos, contradiciendo al Papa argentino o inscriben en el Registro de la Propiedad catedrales a nombre de la Iglesia. Claro que la poesía camina por senderos más inescrutables y, a veces, los poetas ponen su dardo en la frontera de la iniquidad, y en algunos de esos protagonistas de la falta de caridad que, reseñando dos versos de A. P. Alencart, “…durante largo tiempo golpearán la puerta/que ellos mismos cerraron”. A eso se llama hablar claro, fabular sobre la realidad.
Cierto que también existen los peligros de la fe, o de quienes viven las tergiversaciones de los misterios que, creyentes o agnósticos, forman parte de una humanidad comprometida con la eternidad. De eso habla Octavio Paz en una documentada, digamos, biografía de Sor Juana Inés de la Cruz, “Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe” (Seix Barral, 1982).
Y el poeta, por todo ello, comienza a tomar precauciones. Lo hace en el poema titulado “Ángel de sobrevivencia”: “Alguien de uñas frías pretende arañar mi paz/y esconderla en ventisquero de contiendas”. “Estad vigilantes”, recomendaba el profeta. Y Alencart, ahora, recurre a la templanza: “Yo me hago rehén para ver adónde van los ladrones”.
Del “Polvo eres…”, pasamos al barro, a la conversión en la nada en espera del Juicio Final y la resurrección de la carne que, como dogma de fe, permite esperar ese paraíso ya liberado del barro o la incertidumbre. En el poema que da título del libro Alencart alerta “Fuera de los milagros uno siempre está a oscuras,/ocultando inmundo inmundas llagas, chocando con los árboles/desgajados, gritando al tramposo espejo de los sueños”. Hay una especie de acoso que se cierne sobre el ser humano y que le imposibilita para ser feliz en este universo, pletórico y desarraigado, donde todo conspira para que el mal impere sobre la bondad, desde la envidia y otras tristezas miserables, carcomen las voluntades de los hombres. ”Fuera de los milagros uno siempre está a oscuras….”, escribe el autor.
Una de las pinturas de Miguel Elías
“Sólo gracias a los desesperados no es dada la esperanza”, escribió Walter Benjamin. Es a partir de semejantes palabras cuando podemos buscar determinadas respuestas a nuestras inquietudes. A.P.A dice en “Los secretos del trueno” “Del misterio más incomunicable bajaron los enigmas/con su esplendor total orquestando la llama de la vida”: de ese misterio, cercano al milagro, parte la duda que, sin embargo, se puede convertir en esperanza. Y es en esos espacios donde se aferran los desventurados, los necesitados, los abandonados, quienes sufren dolor o son perseguidos en esta época del GPS y los drones que, por supuesto, también conducen a la soledad y a la miseria. Los enigmas del más allá, a veces, pueden permitirnos confiar en un Dios no tan lejano que, si bien permite la guerra santa y otras atrocidades, podemos creer que tiende un manto protector sobre los exiliados involuntarios de la felicidad. Ahí está la compasión de nuestro poeta al escribir ese impresionante poema titulado “Salmo del bienaventurado” (“La vida está llena de traiciones/y el cuerpo se quema bajo el carbón azul del raciocinio./Pero ¿dónde cobija la vida y dónde los huesos calcinados?/La única brújula es el Amor enhebrado/al misterio de la amistad, a la comunión del sentimiento,/a las despiertas pupilas de un linaje que nos consagra/a buscar certezas en la inolvidable cruz del calvario”). En tales cuestiones se encuentra únicamente la fe como inexcusable posibilidad para mantener esa esperanza, pero, siempre al margen de la propia compasión de sus semejantes donde, por ejemplo, nadie o pocos seres humanos están permanentemente preocupados por la tristeza ajena o por sus problemas de enfermedad, económicos o de diferencias personales.
Cuando Alencart escribe en “Ancla del futuro” “Un austero paraíso habrá para los ricos en misericordia,/lejos del mal aliento de avariciosos endemoniados” está condicionando la felicidad humano al confort de determinados hombres y mujeres en, injusto, detrimento de sus semejantes. En el primer grupo están los poderosos de la tierra, los grandes banqueros, los dueños de la arrebatada propiedad del mundo, los capitalistas, los dirigentes, los herederos de la codicia. En el segundo los hijos de la nada. ¿Quién, cómo, porqué puede esperar un paraíso que no sea precisamente de barro? No respondamos: “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!”, leemos en Marcos 10, 23.
De la compasión, de la tristeza, de los seres abatidos por la iniquidad de sus hermanos, los seres humanos, habla Félix Grande en “La cabellera de la Shoá” y ahí mismo se pregunta “¿Cuánto tardarían/los ejércitos de la bondad y del coraje/en derrotar al odio, al miedo, con mandobles de furia?”. Y ahí están los otros ejércitos, los de la violencia, la rapiña, la crueldad trabajando día y noche para hacer la vida más difícil a los demás, desde los banqueros ultrajantes, a los simples maltratadores; desde los gobernantes despóticos hasta los depredadores de sus semejantes. Alencart nos anima a lo contrario: “El bienestar comienza aquí. Cambiemos la mirada para ver/la urgencia del otro. Acoger es otra forma de Amar,/aunque no se ganen todas las batallas”.
A. P. Alencart y Pilar Fernández Labrador
Cuando estamos al Domingo de Ramos la lectura de algunos de estos versos nos trasladan, a veces beatíficamente a los territorios del perdón y la concordia, como en algunos de los “Sonetos del Rosario” del gran Miguel de Unamuno aunque en otras ocasiones, letárgicamente, nos lleven a otros espacios de agónicas aristas. Preferimos, no obstante, terminar la lectura recorriendo de nuevo arriba y abajo cada uno de los poemas, de los pensamientos, de las expresiones de Alfredo Pérez Alencart, un peruano/salmantino docto en las enseñanzas del Derecho y, a pesar de ello, sublime poeta de la cotidianidad más perentoria para, poder, quedarnos con dos de sus líneas: “Reconocí al dueño del amor cuando tocó mi puerta/pidiéndome posada con jubilosa mansedumbre”, otra vez el Evangelio, la voz pacífica y reconfortadora de Jesús de Galileo, cuya tierra se encuentra ocupada por la sinrazón. Otro Cristo agonizante cierra el poemario con un corto texto que termina diciendo: “Pelambres y uñas distinguiéndose contra Ti, arañando con saber confabulante, con fervor casi sacrificial para restarte potestad. Tragicómicos afanes por arrebatarte los harapos, el puesto de pordiosero donde, a toda hora, expones tu salvífica misión. No hay revancha. Los perdonas a pesar de la ignominia”.
Los cerezos en flor brillan iluminados en la misma orilla de la bahía de San Vicente de la Barquera, con marea alta y cuando la noche es primaveral y solitaria.
San Vicente de la Barquera, 13 de abril de 2019
Pintura de Miguel Elías
Manuel Quiroga Clérigo
abril 18, 2019
Gracias Alfredo por tus versos.
En esta tarde lluviosa, fértil para un campo ya sediento, quiero paladear estos versos tuyos. Y me quedo con «Búscale vuelo a la vida» para seguir a Juan de la Cruz y dar «a la caza alcance».
También me llevaré conmigo » Fuera de los milagros uno siempre está a oscuras», porque cada mañana, al despertar, miro la luz y me reconcilio con el misterio del estar vivo.